Parece propio de película o de lamparazos, pero en Chile existieron conspiraciones para un magnicidio respecto de Salvador Allende. Hubo variados intentos y con muy diversos medios y complotadores. Las señales de peligro eran múltiples y engañosas. Se podía interpretar ese momento como de andar “subidos a la lámpara”. También como un tiempo de alerta permanente. Cuenta Serrano:
Hubo señales de que atentarían contra Allende, por eso estuvimos cambiándolo todos los días a diferentes casas. La esposa de Osvaldo Puccio era la encargada de arrendar residencias, sobre todo en el Barrio Alto. Una vez ocurrió que ya anocheciendo, cuando íbamos llegando a una de esas casas, por Américo Vespucio, al momento de estacionar el auto uno y bajarnos, yo iba con ellos, Enérico y otros compañeros, luego en el auto dos venía el presidente, y atrás en el auto tres, la retaguardia. En algún momento nos salió a enfrentar un grupo de “tiras” y nos encañonaron. Max Marambio trató de que el Patán, que venía de chofer, arrancara, pero el presidente le para el carro y le ordena detenerse de inmediato. Luego, el doctor se bajó y se metió al medio. Estábamos todos con las armas en las manos, nosotros apuntándoles a los “tiras” y ellos a nosotros. El presidente se paró al medio, como era gallito encachado y choro, y con voz de mando ordenó: «Ustedes bajen las armas de inmediato, están frente al presidente de la República». A mí se me pararon los pelos, y de inmediato ese inspector y sus funcionarios bajaron las armas y comenzaron con disculpas: «¡Perdón, señor presidente! ¡no sabíamos que era usted!, ¡nos avisaron que…!», etc.… El presidente con voz autoritaria les ordenó retirarse de inmediato…
Esas situaciones eran demostrativas del grado de desconfianza y desafección con las instituciones que había en lo relativo a cuidar al nuevo presidente. No se confiaba en nadie, distinto a la escolta de compañeros. Continúa El Viejo:
Lo que sucedía no era habitual en ninguna República. La lógica es que el presidente anduviera con escolta oficial, de Investigaciones y de Carabineros. Aquí no, aquí había que sacarle el quite, porque sabíamos que había peligro. Del lado nuestro, del MIR, se informaba de señales posibles de atentado.
Luego, fue el 22 de octubre el atentado al general Schneider, que quedó agónico y murió tres días después… ¿Qué pasó con eso? El asesinato del general Schneider nos situó en la realidad; hasta el momento nosotros, claro, hacíamos estas arrancadas con el presidente, también los cambios ante la posibilidad de ataques, pero aquí nos dimos cuenta de que la posibilidad de muerte era de verdad.
De entre todos quienes conformaron el GAP mirista existen algunos testimonios claves: los de Héctor Zavala, Enérico García, Sergio Vasallo y el de Max Marambio.
Luego, fue el 22 de octubre el atentado al general Schneider, que quedó agónico y murió tres días después… ¿Qué pasó con eso? El asesinato del general Schneider nos situó en la realidad; hasta el momento nosotros, claro, hacíamos estas arrancadas con el presidente, también los cambios ante la posibilidad de ataques, pero aquí nos dimos cuenta de que la posibilidad de muerte era de verdad..
Debe haber sido a fines de noviembre o principios de diciembre del 71. Estuve con siete compañeros más que veníamos de Concepción. Entre nosotros había dos obreros y los otros éramos estudiantes. Uno de los compañeros trabajadores provenía de Tomé y tenía apellido Leppe. El otro era de Coronel, creo que se llamaba Amaya. Otro era Juan Rivera, que después fue ayudante de Bautista van Schouwen. De Concepción venían dos de la universidad, uno no me acuerdo el nombre, pero después fue encargado de seguridad de Jacques Chonchol y partió con él al sur cuando fue designado ministro. Otro compañero era Erikson Barrales y Aldo Cerega, también de la Universidad de Concepción. Llegamos directo al GAP. Nos conocimos en Concepción el día de la partida, tuvimos unas pocas horas de acuartelamiento, pero nadie sabía nada de nadie. Éramos compartimentados. El viaje debe haber sido en tren, no me acuerdo muy bien. Llegamos a Tomás Moro directo, había unas carpas adentro, tuvimos que alojar en esas circunstancias, además trabajábamos 24 sobre 24, después tuvimos acceso a dos casas bastante cerca de Tomás Moro, durante el periodo de guardia estábamos adentro de la residencia y recorriendo los jardines.
Sergio Vasallo rememora el momento de su incorporación al dispositivo de escolta del presidente:
Un día me dieron un punto en Plaza Ñuñoa. Ahí me esperaban Humberto Sotomayor, Luciano y Edgardo y me preguntaron si estaba dispuesto a asumir nuevas tareas, lo que de inmediato acepté. Luego vinieron dos nuevas reuniones que llamé lavado de cerebro, por las recomendaciones y advertencias sobre la importancia de nuestro comportamiento. No se podía beber, había que portarse bien, mostrar buenos modales, etc. etc. Al GAP llegué en septiembre del 70, sin saber de qué se trataba, agradecí la confianza y me puse a disposición del partido. Algunos días después de las elecciones de septiembre tuve un día que vestirme “elegante” e ir a la Casa del Profesor. En ese momento yo pasaba a integrar lo que más tarde sería conocido como el GAP. En los inicios, cuando Allende aún no había asumido como presidente, éramos como 12. Recuerdo al Ariel, el Chicho García, al Viejo, el Guatón Chito y al Pelao Melo.
Alonso Azócar en su libro testimonio agrega:
«Desde Temuco son enviados a Santiago, para integrarse al GAP, el Belto Alarcón, el Gringo Rubinek, el Burro Mamerto Espinosa y el Milico Morales, entre los que recuerdo. El Milico regresó a Temuco solo unas semanas después y fue expulsado del partido, porque, contraviniendo las disposiciones de este, “desertó” del GAP».
Zavala guarda aprecio y admiración por Miria Contreras hasta el día de hoy: De la Payita éramos sus regalones, cuando llegamos en la Pascua del 70 ella estuvo en el origen del regalo que Allende nos hizo: era tela para confeccionarnos un terno, eso fue lo que me tocó a mí con otro compañero. Además, fue la Payita quien nos proporcionó su auto, un Fiat 600, para aprender a manejar, y luego se lo fundimos, pero éramos cuatro los que estábamos aprendiendo. A la Tati la veíamos de lejos o de cerca, pero no había mayor contacto, la otra parte de la familia igual, nos cruzábamos. Algunas veces el presidente organizaba sesiones de película para su familia en una especie de carpa en Tomás Moro y nos invitaba. ¡Los que estábamos de guardia protegíamos y los que estaban libres veían la película!
En su libro, Max Marambio relata:
A través de los años veo todo ese período como un filme, me parece irreal, que todo aquello que me parecía tan justo, tan real, haya sido borrado a sangre y fuego. Recuerdo algunas manifestaciones, en las cuales el Chicho Allende hablaba a la gente. Eran miles y miles de compañeros que participaban, pero yo no podía concentrarme en los discursos, yo estaba preocupado de lo que acontecía en el entorno del doctor, como le llamábamos.
«Por ejemplo, para trasladarnos –que siempre es el momento más peligroso– apenas contábamos con dos equipos de tres autos Fiat 125, que técnicamente habíamos mejorado un poco, fortaleciendo los amortiguadores y modificando el sistema de carburación para que tuvieran mayor capacidad de respuesta, ya que la velocidad estaba vinculada con nuestro criterio de seguridad […], además aumentamos la altura del respaldar de los asientos traseros y les colocamos un blindaje de acero bastante artesanal».
Sergio Vasallo ha guardado especiales recuerdos de su trabajo en la escolta a Salvador Allende:
En reuniones con el Presidente Allende en Tomás Moro, a quien primero vi fue a Luciano, era tarde, como a medianoche, y después me tocó ir a dejarlo a su casa. Luego al Tito y a Miguel, pero quien era más visible fue el Tito Sotomayor, que se encargó de la organización de la seguridad en Tomás Moro y la disposición de las fuerzas de la tropa. Al comienzo del periodo, el Chicho cada 10 días más o menos almorzaba con la escolta y recuerdo que también estaba la Tati, nosotros hacíamos preguntas, presentábamos puntos de vista y el Chicho, a veces escuchaba, otras veces nos volaba la raja, ¡ja ja ja!
A través de los años veo todo ese período como un filme, me parece irreal, que todo aquello que me parecía tan justo, tan real, haya sido borrado a sangre y fuego. Recuerdo algunas manifestaciones, en las cuales el Chicho Allende hablaba a la gente. Eran miles y miles de compañeros que participaban, pero yo no podía concentrarme en los discursos, yo estaba preocupado de lo que acontecía en el entorno del doctor, como le llamábamos. Una vez, después de una de esas manifestaciones, mientras íbamos en el auto camino a Tomás Moro me atreví a preguntarle: «¿Doctor, usted dijo que a la violencia reaccionaria opondríamos la violencia revolucionaria? ¿Cuándo vamos a empezar?». Me miró, no muy alegre, y me dijo: «Ustedes los jóvenes no tienen paciencia, tenemos que confiar en las FF.AA. y en la fuerza del pueblo. No sean termocéfalos, tómenselo con calma, compañero». Por supuesto, después de eso me quedé callado.
En muchas de las fotografías del Presidente Salvador Allende durante su condición de electo, una de las personas que con mayor frecuencia aparece atento y discreto a sus espaldas es un hombre moreno de mediana estatura y complexión robusta, sin bigotes y de terno. Él es Mario Melo, un exoficial de Ejército de la especialidad de Fuerzas Especiales que abandona dicha institución, se integra al MIR junto con algunos de sus subordinados, luego integra el GAP y posteriormente a tareas de formación miliciana. Hasta perderse su rastro poco antes del golpe. En este GAP, Melo sería esencial por su efectiva preparación como exoficial.
Héctor Zavala, Rigo, entrega su versión de esta historia en lo que a él se refiere:
La salida del MIR de la escolta presidencial fue al límite. O sea, cuando ya habían llegado a la estructura suficientes militantes del PS y había un grado de aprendizaje y asesoría activa de parte de los cubanos. El tiempo artesanal y de inventar había quedado atrás. Y además el propio gobierno estaba en otra condición de fortaleza.
El punto de entrada al GAP era la Guarnición, que era el resguardo físico de lugares como Tomás Moro, La Moneda, El Cañaveral y de apoyo a la escolta cuando había algún desplazamiento grande donde se requiriese mucha gente, para que el presidente quedase cubierto. Al inicio no había mucho armamento, eran unas pocas armas que tenía el MIR y que había utilizado para las acciones armadas del periodo anterior, y otras que fueron facilitadas por un oficial de Carabineros que era muy amigo de Allende.
Estando en Tomás Moro nos íbamos a hacer instrucción a unos cerros de La Reina. Miguel iba con Pascal siempre y algunas veces me parece también con Luciano. A Allende lo veíamos en todos sus desplazamientos y en la casa lo cruzábamos seguido. Cuando llegué al dispositivo, Allende no tenía un servicio de prensa. Como yo tenía alguna experiencia en la materia de informaciones junto con otros compañeros nos destinaron a mantener una especie de carpeta o archivo que conformábamos leyendo los diarios en las primeras ediciones de la madrugada, y en función de lo que el presidente pedía seleccionábamos noticias y le hacíamos copia de los artículos que él quería. Eso duró hasta que crearon el servicio de prensa.
En Guarnición el jefe era Mario Melo, un exboina negra, cuando llegó Humberto Sotomayor designado por la comisión política para hacerse cargo del dispositivo él era nuestro jefe. El Pelao Melo era bastante milico para sus cosas, pero al mismo tiempo se podía acceder fácilmente a él, no se tomaba las cosas muy en serio, pero en cuanto a la formación sí. Yo creo que fue él quien después me recomendó para ser el ayudante de Miguel.
La salida del MIR de la escolta presidencial fue al límite. O sea, cuando ya habían llegado a la estructura suficientes militantes del PS y había un grado de aprendizaje y asesoría activa de parte de los cubanos. El tiempo artesanal y de inventar había quedado atrás. Y además el propio gobierno estaba en otra condición de fortaleza.
Así lo relata Zavala:
Estuvimos allí hasta cuando el presidente decidió terminar nuestra tarea. Creo que eso fue por presión de la UP y del Partido Comunista, más que nada porque el MIR había lanzado una serie de críticas bastante duras al gobierno, las que Miguel había dicho en Temuco en el homenaje a Moisés Huentelaf.
Después de eso las relaciones con la UP se endurecieron. Es verdad que al irnos salimos con una cierta cantidad de armas y después fuimos disueltos a trabajar en varias estructuras. Mi padre no era muy de izquierda, después cuando le dije que había estado en la guardia del presidente –el 71 o 72– el viejo estaba contento, porque él pensaba que yo había desaparecido, que andaba en la droga. Tiempo después conversando me dijo que tuviéramos cuidado, porque la cosa iba a terminar mal, que estaba bien lo que estaba haciendo, si podía retomar los estudios que lo hiciera y me sacó como ejemplo una situación que se había producido en los años 30 en el norte y en el 45 después. Él tenía unos parientes comunistas de Vallenar y Copiapó que habían hecho un intento de tomarse el regimiento y los mataron, sin siquiera detenerlos.
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Sergio Vasallo –hasta sus últimos días– estuvo muy orgulloso de la tarea cumplida en la escolta. Hoy, cuando sus opiniones se publican, él ya ha fallecido hace más de un año en Suecia.
Jamás lucré con mi “trabajo”, ya que era una tarea política y no teníamos sueldo. No éramos empleados del gobierno, ni tampoco de Allende. Éramos hombres que habíamos sido honrados con una tarea especial, muy importante por lo demás. En julio del 71 me correspondió acompañar al Presidente Allende a recorrer la zona que había sido más afectada por el terremoto y pasamos también por San Antonio, Valparaíso y Viña. Llegamos de vuelta a Santiago y el 28 de ese mes dejamos la escolta de Allende, el MIR se retiraba. ¿Qué nos llevamos?, eso fue algo compartimentado y si me pongo a enumerar puedo equivocarme.
Sobre el libro y su autor:
- “El MIR de Miguel”, de Ignacio Vidaurrázaga, está impreso por Negro Editores y programado para cuatro tomos. Se puede obtener en [email protected].
- Vidaurrázaga tiene 66 años. Entre los 17 y los 35 años integró el MIR. Tras el golpe de estado de 1973, pasó a la clandestinidad hasta fines de 1975, cuando se exilió en Bélgica. En 1980 retornó clandestino al sur de Chile. Fue secuestrado, torturado y encarcelado entre los años 1984 y 1990. Es periodista de la Universidad ARCIS y magister en Literatura mención Hispanoamericana de la Universidad de Chile. Escribió “Martes once, la primera resistencia” (2013, Ediciones LOM). Es Diplomado en Asuntos Antárticos de la Universidad de Magallanes (2021).
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