Al final del viaje está el horizonte. Al final del viaje partiremos de nuevo. Al final del viaje comienza un camino
(Silvio Rodríguez)
La eliminación de Chile del próximo mundial de fútbol no sorprende, pero duele. No sorprende porque el equipo lleva años mostrando señales de desgaste institucional, técnico y emocional; duele porque seguimos siendo un país que confía en el recuerdo de una generación dorada, incapaz de parir su relevo con la misma convicción. Tal vez lo que realmente sorprende es que seamos los colistas de la tabla clasificatoria, posición vergonzosa de la cual salir es el único sentido del partido que se juega el día de hoy contra la Celeste de Bielsa. De don Marcelo Bielsa, que tan buen recuerdo dejó en nuestra gente por llevar a la Roja a jugar precisamente como no jugó durante todo este proceso: extremadamente bien.
Pero el fracaso no se explica solo en la pizarra de un entrenador, ni en expectativas caídas en una u otra joven promesa del balompié criollo. Menos aún en un par de goles anulados por el VAR. Es más profundo: se trata de una cultura futbolística que hace tiempo dejó de planificar. Cambiamos técnicos como quien cambia calcetines, pero no tocamos lo esencial: la dirigencia, la formación juvenil, la infraestructura y, sobre todo, la visión de futuro.
¿Qué hacer entonces? Lo primero: asumir que el fútbol chileno necesita un plan de Estado, no solo de Federación. Países con menos tradición que el nuestro hoy nos superan porque invirtieron en canteras, en técnicos jóvenes, en ligas competitivas. Mientras nosotros seguimos improvisando, ellos construyen. Ellos piensan en grande, cuando el sabio indica a la luna, mientras ellos miran a nuestro satélite, nosotros miramos el dedo.
Una de las grandes lecciones de tremendo simbolismo que debemos asumir es dejar de idolatrar o descartar generaciones enteras. La renovación no puede ser un bisturí que corta de raíz lo que aún sirve, ni una melancolía que prolonga lo insostenible. La Roja necesita mezcla: jóvenes con hambre y veteranos que transmitan oficio. Pero debemos dejar de centrarnos en el culto a la personalidad de vacas sagradas, pues eso no le hace bien ni a nuestro medio ni a nuestras figuras históricas, que se ganaron un nombre haciendo lo que mejor saben. Pero que no lo podían hacer para siempre.
Debemos exigir transparencia y autocrítica real a la ANFP. No basta con buscar un nuevo entrenador que nos ilusione por seis meses. Necesitamos reglas claras, inversiones a largo plazo y un compromiso con el fútbol como bien cultural, no solo como negocio. Porque los negocios son volubles y la cultura queda. Si fuéremos fieles a un estilo de juego a una forma que nos identifique de pararnos en la cancha en cada oportunidad, si entendiéramos que no solo hay dinero y expectativas de negocios de representantes de jugadores en juego, el panorama sin duda sería otro.
El desastre así visto no es solo una derrota miserable: es una advertencia. O seguimos culpando al azar, al VAR, a los árbitros, a tal o cual jugador o entrenador; o entendemos que el camino de regreso al Mundial no es una cuestión de una sucesión de gestas de 90 minutos. Es todo lo que hacemos por nuestra cultura y el aporte que el fútbol importa a ella, es trabajo, planificación y sentido común.
Y el desafío comienza hoy.
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