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Martes, 4 de Noviembre de 2025
[Revisión del VAR]

Al hueso, Pirata

Roberto Rabi González (*)

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Foto: Facebook Coquimbo Unido

"Coquimbo campeón es la prueba viva de que el fútbol todavía puede desobedecer. Que en un país donde la desigualdad se normaliza con discursos de eficiencia, un grupo de jugadores del puerto, con sueldos modestos y una hinchada que no necesita marketing, puede arrebatarle la copa a los que presumen de proyectos y hojas de Excel".

Si tuviéramos que explicarle qué significa que Coquimbo haya ganado el campeonato 2025 a un extranjero o a una persona muy poco futbolizada, tendríamos que comenzar diciendo que esto no era algo que debía pasar. No según el libreto. En el fútbol chileno, los títulos suelen tener dueño: las tres camisetas de siempre, los tres presupuestos de siempre, las tres barras televisivas de siempre. El resto —los llamados “equipos chicos”— habitan el torneo como decorado, como materia prima para la narrativa del sufrimiento ajeno.

Por eso lo de Coquimbo no es solo una historia deportiva: es una pequeña insurrección. No una revolución, porque nadie cambió las reglas, ni los derechos de televisión se redistribuyeron, ni las sociedades anónimas dejaron de mandar. Pero sí un síntoma. Un temblor en el suelo de una liga cada vez más predecible, donde el mérito parece reservado a quienes ya partieron ganando.

Coquimbo campeón es la prueba viva de que el fútbol todavía puede desobedecer. Que en un país donde la desigualdad se normaliza con discursos de eficiencia, un grupo de jugadores del puerto, con sueldos modestos y una hinchada que no necesita marketing, puede arrebatarle la copa a los que presumen de proyectos y hojas de Excel.

Es, también, una lección de memoria. Porque en Coquimbo, el fútbol nunca fue solo fútbol. Es puerto, cerro, mercado, viento salino. Es una forma de resistir desde los márgenes, de afirmarse en una identidad que no cabe en la pauta del domingo ni en los balances de los canales. Cuando un club así sale campeón, no gana solo el plantel: ganan los barrios que suelen ser nombrados apenas para las estadísticas del desempleo o la delincuencia.

Por supuesto, ya vendrá la máquina del sistema a domesticar la épica: a convertirla en una linda historia de esfuerzo individual, en un producto de marketing o en un argumento para decir que “la competencia está viva”. Pero no. Lo que Coquimbo acaba de hacer no es prueba de que el sistema funcione: es la excepción que lo delata. Y digamos que es así porque lo central no es que haya ganado el Campeonato. Es cómo ganó el campeonato. Efectivamente y sin desmerecer, en 1971 Unión San Felipe, recién ascendido ganó el campeonato con 18 partidos ganados, 10 empatados y 6 perdidos. El mérito fundamental fue de su técnico Luis Santibáñez, que, con su especial manera de ver el fútbol, que luego llevó a la selección, logró que un equipo pequeño de provincia alcanzara las estrellas. Otro caso similar fue O’Higgins en 2013, que hizo una tremenda inversión, tenía entonces extraordinarios dirigentes, ya merecía haber sido campeón en episodios anteriores y ganó en definición apretada a la UC. O Cobresal en 2015, en un campeonato corto en que obtuvo menos del 70% del rendimiento, pero superando con sobriedad a sus rivales y haciendo también algo de justicia por no haber ganado antes, con sus equipos deslumbrantes de mediados de los ochenta; fue un campeón con un equipo humilde que se empeñó en demostrar que podía.

No, lo de Coquimbo Unido ahora, no tiene nada que ver con esas patriadas de equipos chicos que lograron lo impensable: Los Piratas nunca parecieron equipo chico, lo hicieron todo bien con un buen plantel y un gran técnico, arrasando con sus rivales y con la historia. Batiendo récords; entre otros, el de victorias consecutivas en un solo campeonato: los Piratas llevan catorce al hilo. Leyó usted bien ¡catorce! Y pueden ser más, el campeonato aún no termina. No se trata de un David que puso puro corazón y garra para superar a Goliat. Fue una demostración viva de lo que se puede lograr con organización, talento y trabajo. Aunque el sistema no dé facilidades ni certezas. A Coquimbo Unido no le regalaron nada.

Por eso vale la pena detenerse, conmoverse con la alegría de los aurinegros y decirlo con todas sus letras: que Coquimbo haya sido campeón es un recordatorio de que el fútbol —ese lenguaje popular que los gerentes quisieron traducir a inglés de negocios— todavía puede hablar en dialecto propio. Todavía puede desobedecer el libreto, torcer la lógica del capital, y recordarnos, aunque sea por un campeonato, el trabajo impecable de un iconoclasta puede romper los paradigmas. Y hacerlo a lo grande, siendo fiel a una ilusión que se pudo hacer carne con trabajo serio, silencioso y convencido.

Lo importante ahora es que, para el gran Coquimbo Unido 2025, esto sea solo el comienzo.

*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).

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