El asalto a la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, por parte de una turba bolsonarista el 8 de enero de 2023, tuvo su prólogo en un documental estrenado cuatro años antes, llamado Al filo de la democracia (Petra Costa, 2019). En él, su directora explicaba las fuerzas desatadas que tumbaron a Dilma primero y a Lula después para instalarse en el poder y dejar a la democracia brasileña al borde de una transformación radical… por decirlo suavemente.
Este recuento se entroncaba con la historia de su familia –de clase alta y filiación de izquierda– que sufrió la dictadura, y cuya adscripción le permitía tener acceso a los líderes más relevantes de todo el espectro político. Y desde ahí, se despedía de los espectadores con largos paneos y travellings de los palacios de Brasilia, preguntándose por el futuro de la quimérica democracia brasileña, encarnada en los edificios concebidos por Oscar Niemeyer.
El documental que nos ocupa hoy es entonces una secuela. Una que empieza en Brasilia para recordarnos el origen y el sentido de esa ciudad, la ficción/fe cívica que movió las subjetividades que la construyeron y que ya no parecen estar ahí. Y, parafraseando a Chesterton, cuando se deja de creer en algo tan poderoso, no es que ya no se crea en nada: se cree en cualquier cosa.
Esa “cualquier cosa” no es el cristianismo ni el evangelismo, sino una forma particular de interpretar la Biblia cuyo centro espiritual se encuentra en el libro del Apocalipsis –de la revelación– que reduce este mundo decadente a un campo de batalla, donde es muy obvio el partido que se debe tomar.
Esto es explicado con locuciones en off que mezclan el testimonio personal con la interpretación doctrinaria, mientras que las imágenes son aportadas generosamente por algo que evoca al arte barroco colonial: con su imaginería de condenados, fuego y muerte.
Ya sea por su prestigio como cineasta, o por los contactos facilitados por su adscripción, la documentalista tiene acceso directo y casi cotidiano a Silas Malafaia, pastor y líder del movimiento pentecostal Victoria en Cristo, y uno de los evangelistas más influyentes en la política brasileña.
Desde sus preparados discursos hasta sus reacciones espontáneas ante un incidente menor de tráfico, Malafaia se nos presenta con total candidez. Y esta nos revela un personaje en absoluto extraordinario, ni para bien ni para mal, pero capaz de tener a Bolsonaro comiendo de su mano gracias al 30% de evangélicos existentes en Brasil.
El documental menciona el rápido crecimiento de este culto, y también menciona que su penetración se acelera en aquellos lugares donde el Estado no llega, por lo que las iglesias llegan a cubrir esa brecha: con Biblias, apoyo material y una que otra certeza.
Las posturas conservadoras que se interpretan de la Biblia inclinan naturalmente a los feligreses evangélicos hacia la derecha, y el documental logra un bello momento de verdad cuando entrevista a una mujer pobre, evangélica y bolsonarista, quien sobrelleva muy bien que su hija prefiera a Lula, pero no puede tolerar que ese candidato implementará “baños unisex”.
Claro, ese fue uno de los muchos bulos con que la derecha azuzó la tirria evangélica hacia Lula, lo que fue bien aprovechado por el documental para llegar al entonces candidato del PT y actual presidente. Y, hay que decirlo, Petra Costa se anota un gol al explicar con una simple elipsis cómo Lula tuvo que ceder a una nueva forma de hacer campaña –pedir el voto en las iglesias, y con cierto éxito– y cómo el verdadero triunfo del evangelismo está precisamente ahí: en lograr que todos tengan que besarle el anillo.
El documental es bastante transparente al decir que del 30% de votantes evangélicos, cerca del 70% son bolsonaristas y el resto es supuestamente partidario del progresismo. Es decir, y con matemáticas simples, el evangelismo que apoya a Bolsonaro no alcanza a ser la mitad de su electorado, y sin embargo el relato entrelaza el ascenso evangélico y algunas de sus características con la sucesiva radicalización de la derecha brasileña, como si una cosa explicara la otra. Y no es así; aritméticamente, no puede serlo.
Camus cerró uno de sus libros afirmando que “el apocalipsis ocurre todos los días”. Pues bien, el apocalipsis en Brasil ocurrió un 8 de enero de 2023. El poderoso metraje aportado involuntariamente por los perpetradores del asalto a Brasilia es montado y vestido para que, efectivamente, parezca un fin de mundo. O al menos el fin del mundo que animó la construcción de esa ciudad.
Entre los asaltantes aparecen fanáticos religiosos, que rezan y se comportan como tales, pero también hay otro mar de gente cuya furia parece inexplicable y que no puede atribuirse al tema del documental, y que de seguro da para otra obra aparte. En efecto, el apocalipsis del 8 de enero no puede explicarse solo por los seguidores del libro del Apocalipsis, por lo que este documental queda corto. Corto de ambición, de metraje y –duele decirlo– de rigor.
Como secuela autoconsciente, el documental juega con la sensación de deja vu, de que esta película parece que ya la vimos porque fue anticipada por la anterior. Y lo hace con el marcado contraste entre los paneos a la espléndida arquitectura y decoración de los edificios públicos de Brasilia, y el desolador metraje de esos mismos lugares tras la gentil visita de los partidarios de Bolsonaro.
Si bien el documental informa que Bolsonaro enfrenta problemas legales –arriesga 40 años de cárcel– y que está distanciado de Malafaia, esto no es más que el epílogo de una tragedia de la que costará regresar; de que algo se rompió para siempre, por lo que la pantalla se va a negro sugiriendo que el país está entrando en terreno desconocido.
Acerca de…
Título original: Apocalypse in the Tropics (2024)
Nacionalidad: Estados Unidos, Brasil y Reino Unido
Dirigido por: Petra Costa
Duración: 109 minutos
Se puede ver en: Netflix
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