El ataque del pasado viernes 22 de marzo en el Crocus City Hall de Moscú ha dejado un reguero de cientos de muertos y cientos de heridos, por la acción de cuatro hombres, al parecer tayikos, quienes irrumpieron en las instalaciones de la sala de conciertos del complejo, donde unas 6.200 personas se habían reunido para presenciar a la banda de rock Piknik.
Los hombres, luego del ataque, huyeron en un vehículo, dejando botadas las armas usadas en el atentado, para ser luego capturados varias horas después en el oblast ruso de Briansk, vecino de Ucrania. En total son once los detenidos por los servicios de seguridad rusos.
En el intertanto, Estados Unidos y Occidente en general aceptaron rápidamente la tesis de que se trataba de un ataque perpetrado por ISIS (el Estado Islámico) y empezaron a salir videos en que esta entidad, ampliamente reconocida como terrorista, se atribuía el atentado. Asimismo, consideran que el atentado se debe a la presencia de Rusia en Siria y el Sahel, donde las fuerzas rusas combaten a ISIS.
Por su parte, Ucrania acusó a los rusos de un atentado de bandera falsa, con el propósito de justificar una escalada militar rusa contra el país, y preparar a la opinión pública rusa para una movilización general. Se trataría de generar un escenario similar a lo que pasó durante la Guerra de Chechenia, cuando en 2002 una fuerza de 40 o 50 chechenos islámicos radicalizados tomó rehenes en el teatro de Dubrovka en Moscú, con un saldo de 170 muertos, incluidos todos los chechenos, lo que -según los ucranianos- habría justificado una intensificación de las operaciones militares rusas en el conflicto.
Por su parte, los rusos desde el principio han sugerido que el atentado tiene trazas provenientes de Ucrania, siendo la más fuerte el hecho de que los perpetradores huían hacia esa frontera, donde -según los servicios de seguridad rusos- hubiese habido una operación de exfiltración en caso de llegar tan lejos.
También los medios rusos han enfatizado el hecho de que los cuatro autores del crimen no se hayan inmolado, como suele pasar en los ataques terroristas islámicos. En los canales de Telegram rusos se habla de que los hombres habrían sido reclutados vía Telegram en Rusia, se les habría proporcionado los medios para el atentado, y se les habría ofrecido una recompensa en dinero (rublos) y la posibilidad de escape.
Respecto a la atribución de ISIS de los atentados, los rusos piensan que la agrupación terrorista -la que funciona de manera descentralizada y que muchos opinan que se trata de una especie de franquicia muy permeable- pudo ser empleada por los servicios de seguridad de otros países, en particular Ucrania, aunque algunos sugieren que incluso podría estar metida la CIA.
En particular, los canales de Telegram rusos han destacado la figura de Valeriy Yevdokimov, el embajador ucraniano en Tayikistán y ex jefe del Servicio Exterior de Inteligencia de Ucrania, quien en Dusambé ha buscado reclutar mercenarios tayikos para Ucrania. Asimismo, estos canales han hecho notar que fueron ciudadanos tayikos quienes perpetraron los atentados en Kernán, Irán, en enero pasado, los que también se atribuyó ISIS, y sobre los cuales también muchos vieron la mano de la CIA.
Por otro lado, la porosidad del Estado Islámico también sirve al Kremlin. Según rusos disidentes, los servicios de seguridad rusos reclutan ex combatientes de ISIS para llevarlos a Ucrania, como decía Lilia Yapparova y Vera Mironova en Meduza en 2023, en 'Realmente eres un terrorista' Cómo el FSB de Rusia recluta a ex combatientes de ISIS y trata de colocarlos en batallones ucranianos.
Estados Unidos y el resto de Occidente han pedido a Rusia que no inicie una escalada bélica a propósito del atentado, mientras que Rusia ha respondido que investigará antes de actuar, aunque ha advertido que considera hace rato que Ucrania y sus aliados han llevado la guerra hacia el terrorismo, como lo probarían el antentado al gaseoducto Nord Stream, la voladura de la represa Nova Kajovka sobre el Dniéper, en la antesala de la fallida contraofensiva ucraniana (algo de lo que los ucranianos culpan a Rusia) y los atentados con bombas a la periodista Daria Dúgina en Moscú y al bloguero Tatarski en San Petersburgo.
Asimismo, el presidente serbio, Aleksandar Vučić, afirmó que Los servicios de inteligencia occidentales sabían sobre un posible ataque terrorista en Moscú, según informó la agencia rusa TASS.
En tanto, los rusos han desplegado ataques aéreos en la zona oeste de Ucrania, con misiles de precisión lanzados desde el lejano Cáucaso, lo que puede ser visto como una manifestación de capacidades para llegar incluso a una retaguardia europea, si el conflicto escala, mientras que los ucranianos han atacado Bélgorod y Crimea, esta última con misiles británicos, los cuales, según varios analistas militares solo pueden ser operados con apoyo de militares británicos.
Pese a esta intensificación, no parece ser que estos hechos constituyan la reacción misma por el atentado, la cuál está por venir. Entonces ¿Cuál será dicha reacción?
Es difícil de decir. Pero, se puede asumir que Vladimir Putin ya asumió la tesis ucraniana, así como seguramente lo ha hecho ampliamente la opinión pública rusa, pues en su mensaje en televisión el presidente ruso enfatizó en la huída de los perpetradores hacia Ucrania y la operación para sacarlos de Rusia en la frontera. Tampoco Putin mencionó a ISIS.
Ahora bien, si es cierto que los servicios de seguridad ucranianos están detrás del atentado, o si Putin lo cree así, el mandatario ruso estaría enfrentando una seria amenaza de desestabilización política, pues el ataque muestra que Rusia ni los rusos están seguros lejos de la línea del frente. Además alimenta la opinión de quienes consideran que Rusia va muy lento en la guerra y que se requiere de medidas drásticas, como la declaración oficial de guerra, la movilización general y la preparación de la sociedad y el estado rusos para un enfrentamiento directo con la OTAN, lo que incluye el despliegue de armas nucleares.
Paradojalmente, esa amenaza a la existencia de Ucrania es -al parecer- la única carta que podría salvar a Volodimir Zelenski, el presidente ucraniano, quien requiere urgentemente que la guerra se convierta en europea para evitar el desenlace, hasta ahora, más probable, que es que los rusos vencerán por atrición.
En mi opinión, los rusos no van a sobrereaccionar, pues el atentado al Crocus City Hall llegó en un momento en que Putin estaba en una posición muy fuerte, probablemente la más fuerte desde el inicio de la guerra, por lo que no tiene razones para alterar el curso de los hechos.
No era ningún misterio que la reciente elección presidencial rusa la ganaría Vladimir Putin.
Según Occidente, el triunfo estaba asegurado dado que los comicios no serían un evento propiamente democrático, pues la oposición al mandatario es apenas nominal y está circunscrita a un pequeño márgen de acción que el régimen permite. Algo que se manifiesta con la frecuente descalificación de candidatos por parte del órgano electoral ruso en varias elecciones, incluida ésta.
También se dice que la Federación Rusa no es una democracia, pues pese a que realiza frecuentemente elecciones, no hay una separación nítida entre los tres poderes del Estado, los cuales son controlados desde el Kremlin, con mayor o menor elegancia, según el caso.
Es decir, Occidente intentó descalificar el triunfo de Putin, con la idea de asignarle el más mínimo significado político posible.
Sin embargo, con todas esas precisiones y críticas, que son válidas, es un hecho que Putin recibió más de 76,3 millones de votos, lo que representa un 88,5% de las preferencias, en un esquema de voto voluntario con una participación del 77,5%. Números superiores a los de la elección presidencial rusa pasada, que es la verdadera vara con la que este evento debe calibrarse.
En 2018, Putin obtuvo 56,4 millones de votos, equivalentes al 76,7% de las preferencias, con una participación del 67,5%. Es decir, Putin obtuvo 19,9 millones de votos más en seis años.
¿Cómo evaluar estos resultados?
Lo primero que Occidente debe asumir es que la elección fue una manifestación de fuerza, una aclamación, que demostró que hay un respaldo real de los rusos a Putin, el que se distribuye sin mayores diferencias geográficas. Algo que da cuenta de que la enorme diversidad rusa, por ahora, no tiene una expresión política-electoral, al menos contra el Presidente.
Probablemente, el incremento de la popularidad de Putin -la que ha sido comprobada también a través de encuestas en las que los propios occidentales confían-, se debe a que el mandatario logró unir a los rusos bajo la idea de que Rusia enfrenta un momento de riesgo vital frente a un enemigo poderoso, que no es Ucrania, sino la OTAN.
Además, es de suponer que los rusos evalúan bien el desempeño de sus fuerzas armadas y por transitividad, el de Putin.
Si bien es cierto que las bajas rusas en la guerra deben ser altas, seguramente varias decenas de miles superiores a las sufridas por la Unión Soviética en Afganistán (en torno a los 15.500 muertos y 53.700 heridos), éstas no han tenido el efecto del repudio a la guerra que tuvo dicha conflagración donde los soviéticos se empantanaron en los 80, cuyo malestar fue una de las causas directas del fin de la era soviética.
Según Estados Unidos, en agosto de 2023 las bajas rusas eran de 120.000 muertos y 180.000 heridos. Según Ucrania, estas son superiores a 430.000 a la fecha, entre muertos y heridos. Pero, son números muy difíciles de confiar, pues se usan en general para fines propagandísticos, y porque algo de esta magnitud demográfica habría generado algún tipo de impacto electoral, pese al control del evento. Sin ir más lejos, no puede decirse que la Rusia de hoy tenga mayor control político que la Unión Soviética de antaño.
Otro punto importante, es que Moscú movilizó 300.000 reclutas entre 2022 y 2023, y dice que después ha mantenido un ritmo de reclutamiento de decenas de miles de voluntarios mensuales. Se trata de un punto también muy sensible, que puede rápidamente volcar la opinión pública en contra de quienes adoptan medidas similares. Sin embargo, tampoco esto parece haber tenido mayor impacto en la sociedad rusa, al menos a nivel electoral. Probablemente los rusos -y las rusas que son madres y las más reactivas a las levas- creen en Putin, quien ha dado señales de que Rusia está todavía lejos de una movilización general, la cual sí puede ser altamente disruptiva.
En este escenario parecía muy lejano el levantamiento de Yevgueni Prigozhin, que fue hace menos de un año, de junio de 2023, cuando sus tropas privadas del Grupo Wagner se rebelaron y amenazaron con marchar a Moscú. Finalmente Prigozhin, quien en algún momento se vio como un líder comparable a Putin en materia de popularidad, murió en un extraño accidente aéreo en agosto del mismo año, y muy pocos lo recordaban, tal vez, hasta ahora, con el atentado al Crocus City Hall.
También en el plano político, hay que resaltar que -al parecer- la muerte de Alekséi Navalni, tampoco tuvo mayor impacto en la opinión pública rusa, salvo, tal vez, entre los sectores moscovitas y san peterburgueses más afines a Occidente. Tal vez la decisión de su viuda, Yulia Navalnaya, de no volver a Rusia para buscar aunar a la oposición haya tenido el efecto de transferir el síndrome de Mijaíl Gorbachov a Navalni, es decir, el ser una figura rusa altamente popular en Occidente, pero no en Rusia.
También es relevante que esta elección ha servido para sacar a pizarrón a Zelenski, quien ha denunciado a los cuatro vientos que la elección rusa no es libre ni democrática, pero quien optó para Ucrania por no realizar la elección que estaba calendarizada en fecha cercana. Es cierto que la Constitución ucraniana permite postergar elecciones en tiempos de guerra, y que eso es hasta cierto punto razonable, pero al hacerlo, las críticas al enemigo por realizar elecciones se vuelven vacías.
Con esto, Zelenski se ha visto como un líder que no está seguro de su posición. Porque, de hecho, no lo está, como prueba el episodio de la destitución de Valerii Zaluzhnyi como jefe militar de Ucrania, y quien se había convertido en una figura que amenazaba con eclipsarlo políticamente y eventualmente barrerlo en una elección. Esto, en un contexto en que ya prácticamente nadie cree que Ucrania pueda retomar por la fuerza los territorios capturados por Rusia, ante una contraofensiva ucraniana que no sólo fracasó, sino que debilitó toda la línea del frente.
Finalmente, pese a ser Rusia el país más sancionado del mundo, su economía creció en 2023 en 3,6%, luego de haber tenido una leve recesión de -1,9% en 2022, como efecto de las sanciones, cuando Occidente esperaba que su PIB cayera en 10%. Una cifra para 2023 que está por sobre el crecimiento de la UE que apenas fue de 0,5%. Esto, dado que los productos rusos -principalmente los hidrocarburos- se ha abierto a nuevos mercados principalmente en Asia, los que simplemente ignoraron el boicot occidental y eludieron los problemas asociados al dólar como mecanismo de sanción al comercio exterior ruso.
Además, Rusia ha experimentado bajas sensibles en el desempleo y alzas relevantes en los sueldos reales, en un marco de una inflación de 7,4% para 2023. Un indicador todavía alto -la Unión Europea tuvo una inflación en 2023 de 6,3%-, pero menor que la de la propia Rusia en 2022 (13,8%).
El atentado del viernes, probablemente también fue a la sensación de bienestar y prosperidad de Rusia, ya que fue contra un moderno y recientemente creado centro de consumo y esparcimiento.
Con todo, hasta el atentado, se trataba de un escenario halagüeño para el líder ruso, el que vaticinaba un esplendoroso Día de la Victoria el próximo 9 de mayo, ideal para iniciar una nueva fase política, con Francia y Gran Bretaña cada día más nerviosas y amenazantes, dada una posible derrota total ucraniana, y con China buscando una salida diplomática para poner una fecha al fin del conflicto.
Quiza para entonces no reine tanto el optimismo entre los rusos, pero es dudoso que Putin se ponga nervioso o vea la necesidad de girar el timón.
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Comentarios
Ustedes que son tan cercanos
Gran analisis. Y que bueno
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