“Se ha propuesto cambiar la bandera, el himno nacional, el nombre del país”. La senadora Ena Von Baer, actualmente candidata a la reelección por la región de Los Ríos, no ofreció ninguna evidencia que demostrara la veracidad de sus dichos respecto de la Convención Constitucional. Hablándole a todo Chile a través de la tribuna que le ofrece la franja televisiva parlamentaria, la periodista, cientista política y otrora investigadora de Libertad y Desarrollo levantó una polvareda.
Una de las primeras en responderle fue la presidenta de la Convención, Elisa Loncon: “Sabemos que la senadora está mintiendo, porque no son las decisiones que ha tomado la Convención. Nunca hemos hablado de cambiar el himno ni cambiar la bandera o el nombre de este país”. Lo mismo salió a aclarar un generoso puñado de convencionales, incluido el RN Cristián Monckeberg. “Claramente la Convención puede producir diferencias en su discusión y en su contenido, pero algo distinto es que se informe, en este caso tal vez erradamente, de una situación que no ha ocurrido”, señaló el exministro de Piñera.
Pese a que la abundante evidencia confirmó que Von Baer mentía, la reacción de parte de la prensa fue tibia. El Mercurio, por ejemplo, habló de “controversia” por sus “dichos”, dándole cabida tanto a quienes criticaban a la senadora como a quienes la defendían y sostenían su mentira. En vez de zanjar una discusión en la que una de las facciones carecía de argumentos, algunos medios optaron por la cómoda salida del empate, dejando –en apariencia– a todos satisfechos.
Pero, ¿puede el periodismo jugar a esta manoseada idea de neutralidad pasando por alto los hechos? ¿Corresponde hablar de “controversia” cuando lo que hay es derechamente una mentira defendida sin pruebas por unos pocos? ¿No es labor del periodismo buscar la verdad, dejar en evidencia las falsedades y exigirles a quienes ostentan cargos de representación un mínimo de apego a los hechos?
De lado deberían quedar las líneas editoriales cuando la verdad es mancillada de esta manera. No hablamos aquí de opiniones, puntos de vista ni interpretaciones. Se trata, muy por el contrario, de aseveraciones que suman una serie de agravantes: fueron hechas por una parlamentaria en ejercicio, haciendo uso de un bien de dominio público –el espacio radioeléctrico–, con el fin de apuntalar su reelección y desprestigiando a otro organismo público como es la Convención Constitucional.
Las declaraciones de Von Baer suceden mientras Chile vive un acalorado debate para elegir a su próximo Presidente. Es en el marco de esta carrera que otro postulante conservador, el ultraderechista José Antonio Kast, ha aprovechado las tribunas que se le entregan a los aspirantes a La Moneda para diseminar otra serie de falsedades.
“Claramente las Naciones Unidas están integradas por países que no creen en la democracia y que violan permanentemente los derechos humanos. Y las Naciones Unidas no se han pronunciado sobre esos regímenes como Nicaragua, como Venezuela, como tantos otros”, respondió el líder del partido Republicano cuando fue consultado en el debate organizado por Anatel sobre su propuesta de retirar a Chile del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Kast no solo mentía abiertamente (la ONU sí se ha pronunciado sobre los casos de los países mencionados). Su discurso –acompañado siempre de un tono calmo, impecable corbata e incluso una inocente sonrisa– tiende a disfrazar de mesuradas una serie de propuestas radicales que en el resto del mundo son recibidas por los medios con creciente distancia y escepticismo.
Tal como señala Óscar Contardo en su columna dominical de La Tercera, la ultraderecha “sabe que para lograr su cometido lo primero que debe hacer es poner en duda la verdad”. Y en este respecto enorme responsabilidad les cabe a los medios, en los que –agrega el escritor– “rara vez se menciona la existencia de una extrema derecha, y el prefijo ‘ultra’ tiende a ocultarse bajo la alfombra de las buenas maneras que confiere identificarse con el centro”.
La democracia de Estados Unidos pagó un precio alto luego de que sus medios de comunicación entendieran tardíamente que la neutralidad periodística no tiene cabida en tiempos de posverdad. En marzo de 2016, ocho meses antes de la elección en que Donald Trump venció a Hillary Clinton, el periodista Glenn Greenwald ya denunciaba que el silencio de los medios y la mal entendida neutralidad no era periodismo, sino más bien todo lo contrario. La “reverencia fetichizada por la objetividad” del periodismo llevado a cabo por los grandes medios, advertía Greenwald, “era una actitud “podrida e incluso peligrosa”. En otras palabras, la neutralidad no era más que complicidad.
La banalización del proyecto de construir un muro para frenar la migración –propuesta que aquí llegó adaptada en la modalidad de una zanja– tardó meses en ser comprendida del todo por algunos de los más premiados periodistas en Washington. Cuando se percataron, Trump ya vivía en la Casa Blanca y utilizaba todos los recursos que venían con el cargo para desatar una tormenta mentiras, descalificaciones y degradación de las instituciones.
Los discursos de odio y mentiras que en Estados Unidos fueron diseminados a través de alaridos por parte de Trump, en Chile parecen burlar todos los controles cuando son despachados por integrantes de la élite de apellidos alemanes, sonrisas blancas e impecables modales. Del poder fiscalizador de nuestros medios dependerá, en buena parte, si son dejados en evidencia o terminan en cuatro meses más cruzándose la banda presidencial.
Comentarios
execelente analisis
Uno lee y escucha a este
A este comentario, tan
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