En 2012, el documentalista Joshua Oppenheimer conmovió al mundo cinematográfico con The Act of Killing, donde entrevista a orgullosos integrantes de los escuadrones de la muerte que perpetraron el genocidio indonesio de 1965-66, que resultó en el asesinato de una cantidad indeterminada de comunistas, estimada entre 500 mil y 1,2 millones. Más allá del desparpajo con que estos sujetos contaban y recreaban sus crímenes como películas de Hollywood, lo verdaderamente chocante fue que por su carisma y singularidad se “tomaron” la película, convirtiendo un documental histórico-periodístico en un registro impúdico de la locura y la impunidad.
El novelista y realizador francés Guillaume Nicloux transita por caminos parecidos con su recientemente estrenada Los reyes de la estafa (en Netflix), un documental sobre un bullado caso de fraude al fisco –el más grande en la historia de Francia– a partir de las transacciones realizadas con los impuestos a la emisión de carbono. ¿Por qué? Porque se nota demasiado la atracción que la cámara, el propio Nicloux e incluso algunos de los entrevistados, sienten por uno de los protagonistas de este escándalo y el evidente protagonista de este documental: Mardoché Mouly. Al que a partir de ahora llamaremos Marco.
Tras un inicio vertiginoso y colorido que opera como un tráiler de las situaciones y las personas que aparecerán a continuación, el documental recurre a Marco, quien acaba de cumplir siete años de cárcel por el escándalo, para que cuente su historia y los entretelones del fraude. Y lo hace sabiendo que Mouly no tiene filtro, por lo que su histrionismo y su desparpajo no solo cuentan la historia sino que la hacen entretenida, hilarante, y a ratos derechamente fascinante, al igual que el relato que Jordan Belfort hace de sus tropelías en el libro y película homónimos El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2014).
Esta película es citada directamente, en nombre y espíritu, porque la historia de Marco y sus cómplices (Arnaud Mimran y Sami Souied) parece sacada de una trama del cineasta neoyorkino: con un origen humilde y callejero –reiteradamente Marco dice que es de Belleville–; un enriquecimiento explosivo a raíz de un esquema fraudulento bastante simple, pero que demandaba cierto intrincamiento para eludir a la ley; y un dispendio ridículo, carnavalesco, que llama la atención e invoca a la desgracia.
Parece terreno conocido, y en parte lo es. Las entrevistas a Marco en los más diversos lugares se alternan con imágenes de archivo, insertas casi por cumplir con sus deberes narrativos, pero que desvían la atención de lo que realmente importa: nuestro simpático criminal. En una barbería, en un taller para autos de lujo, en una fuente de soda de su barrio, en su mansión, Marco cuenta y recuenta su historia, mientras que su omnipresencia y locuacidad no son lo suficientemente hipnóticas como para uno no se pregunte “¿por qué él es el único que habla de los tres?”.
Respecto de Souied –un amigo de juventud y del barrio de Marco– la explicación viene más o menos pronto y no la diremos aquí, pero el guion del documental maneja sumamente bien –con testimonios de terceros y montaje intencionado– las consecuencias que esto tiene para el espectador, quien no tiene otra alternativa que empezar a dudar de todo lo que diga Marco. Él, o el personaje que decide mostrarnos, es siempre el mismo, y sin embargo todo el resto del documental arroja sobre el personaje una sombra que evoluciona con el paso de los minutos; una sombra opaca, porque no permite ver más allá, y una sombra oscura, por la presencia del mal.
En otras palabras, el documental se centra en una cabeza parlante que es examinada desde diversos ángulos, y que si bien se esfuerza en mostrarlo y decirlo todo, el resto del metraje –sin ser necesariamente explícito– pone en cuestión no solo lo que cuenta, sino también la imagen que se empeña en proyectar. La figura fascinante y magnética deviene entonces sospechosa, y hay momentos del metraje en que el mismo Marco se da cuenta que su narrativa está siendo tensionada, al punto de no querer seguir en cámara.
Entonces aparece otro leit motif de Scorsese, el más importante de hecho: el de la dicotomía entre la lealtad y la traición. La caída en desgracia de estos tres delincuentes, es precedida por otra caída más grande, que el documental explica por boca de terceros y con imágenes de archivo, con la ligereza de un programa de farándula o como si fuera una comedia. Esto es un error, el quiebre humano y la tragedia que esto significa no fueron tomados en serio; tal vez porque la presencia de Marco no lo permite realmente, tal vez porque el documental parecía más fascinado con la fachada de su protagonista y menos con su humanidad.
Si El lobo de Wall Street es la joya que es, se debe a que pese a los excesos y los disparates, nunca puso en duda la humanidad de Belfort y sus secuaces, quienes –en el fondo– se movían por los mismos deseos y afectos que todos nosotros, aunque calibrados de otra forma. Los chacales de la bolsa no eran los marcianos psicópatas que suponían los activistas detractores de Wall Street, sino seres humanos con los que uno puede empatizar y hasta entender.
En cambio, la figura de Marco acá está puesta para marcar la diferencia con todo lo que hemos visto, y con todos los que conocemos, farreándose la oportunidad de contar una gran historia y quedando esta como una anécdota de esas que les pasan a otros, y donde lo que termina importando es la plata robada o las leyes que no funcionan. Eso está bien para los documentales de vocación cívica, pero aquí todo está centrado en personas; en una en particular, y lo más que se pudo hacer con ella fue ponerla en exhibición para que nos entretenga, sorprenda y horrorice. En ese orden.
Ver Los reyes de la estafa no es tiempo perdido: hay ritmo, extrañeza y aprendizaje también. Pero más que todo eso está la pesada sensación de aquello que pudo ser.
Acerca de…
Título: Los reyes de la estafa (2021)
Título original: Les rois de l’arnaque
Nacionalidad: Francia
Dirigida por: Guillaume Nicloux
Duración: 105 minutos
Se puede ver en: Netflix
Comentarios
Excelente análisis, queda
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