Su primer director, Eduardo Armstrong, planteó la idea de que el eje de la publicación fuera el relato de las aventuras en cómic de un niño chileno que recibe como un presente de parte de unos extraterrestres a los que ayuda, una máquina del tiempo: el cintoespaciotemporal. El cómic sería desarrollado por entregas en la aparición quincenal de la revista.
La revista fue un estruendoso éxito y formó a un par de generaciones de niños y niñas que hoy tienen entre 45 y 60 años, en paralelo con la irrupción de la infancia como sujeto social e histórico en los años setenta, como refrendan otros fenómenos pop como Plaza Sésamo o Música Libre.
Quiero contar dos historias de Mampato que son poco conocidas.
La primera es la de los orígenes de la ilustración de Eduardo Armstrong. Hace muchos años leyendo la revista, que solía estar en volúmenes empastados en muchas casas, me di cuenta de la cantidad de textos que eran firmados por Esteban Gumucio, sacerdote de los Sagrados Corazones y asimismo, el número de referencias al cristianismo y en especial a los Sagrados Corazones, como una reseña sobre la vida de San Damián de Molokai, el apóstol de los leprosos.
En la edición de Mampato sospechaban que ésta era leída sobre todo por niñas y niños y adolescentes. Pero cuando consultaron a los quiosqueros de Santiago descubrieron para sorpresa de ellos que, "la revista era muy comprada por personas que trabajaban en la construcción, obreros y otras personas adultas que encontraban en ella una forma de culturizarse".
Un mediodía de 1998 estaba yo en una ceremonia en la Parroquia de La Anunciación y conocí al propio Esteban Gumucio y me tocó llevarlo a la zona sur de Santiago donde vivía cerca de la Parroquia de San Pedro y San Pablo. Me invitó a tomarme un té a su casa y le consulté sobre Armstrong y la revista. Y me contó que Armstrong había sido alumno en el colegio de los Sagrados Corazones de Alameda, cuando Gumucio era rector del colegio. En una ocasión, cuando Armstrong cursaba la básica en los años treinta, en los exámenes finales, que para los colegios particulares eran tomados por profesores de escuelas estatales o de liceos y que resultaban un momento muy estresante, en la prueba de dibujo le pusieron un 3. La comisión que le puso esa nota le argumentó a don Esteban, tras este consultarles por esa mala nota de su pupilo, que, "claramente él no hizo este dibujo: hizo trampa". Gumucio les dijo que realmente el estudiante era un prodigio del dibujo y les pidió que le pidieran hacer otro, esta vez delante de la comisión. Armstrong hizo un dibujo incluso mejor que el primero y la comisión se vio obligada a ponerle un siete.
La segunda historia me la contó Arturo Navarro hace cerca de una década, cuando él era el Director del Centro Cultural Estación Mapocho. En esos días de mediados de año me tocó trabajar con Navarro en la selección de los textos que estaban postulando a los Fondos de Cultura (del Libro) y me contó que él, como periodista había trabajado en la época de oro de Mampato a mediados de los setentas.
Y me dijo que dado el éxito editorial de la revista un día de, no sé, 1975, decidieron hacer un proto-estudio-de-marcado e indagar quiénes compraban la publicación, que vendía semana a semana decenas de miles de ejemplares. En la edición de la revista sospechaban que ésta era leída sobre todo por niñas y niños y adolescentes. Pero cuando consultaron a los quiosqueros de Santiago descubrieron para sorpresa de ellos que, "la revista era muy comprada por personas que trabajaban en la construcción, obreros y otras personas adultas que encontraban en ella una forma de culturizarse".
Así, Mampato tenía vínculos con el Chile del pasado del siglo XX más profundos que ser solo una revista que formó a un par de generaciones, y es hoy una ventana a entender cómo era nuestro país en el pasado semirreciente.
Comentarios
¡Larga vida a Mamapato!
Ricardo, gracias por
Mampato!!! excelente revista
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