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Domingo, 10 de Agosto de 2025
[Adelanto]

El año en que hablamos con el mar

Andrés Montero

Luego de su último libro, 'La muerte viene estilando', premiado y publicado en diversos países e idiomas, el narrador chileno Andrés Montero enciende esta fogata para darle vida a una historia mágica, pero llena de realidad, que como una isla, permanecerá entre las incesantes olas del mar. A continuación, un adelanto de su nueva novela. 

Por ahora, me considero afortunado por recuperar algunas. Arveja, por ejemplo, que es una palabra bonita que en España no quiere decir nada, al igual que butifarra es, aquí, un significante vacío. O era: a los isleños les encantó y ahora la usan todo el tiempo, aunque más bien para echarse la bronca. Como decía P: nada mejor que el nombre de un plato extranjero para convertirlo en insulto. 

Me he dado cuenta de que los isleños se divierten en remedarme. Es una imitación amistosa, espero, pero el tartamudeo exagerado me resulta algo cruel. Estoy seguro de que no es para tanto. Y que tampoco repito cada dos palabras coño, cojones o no passa res. Diría que es más bien lo contrario, que aquí hablo como chileno: apenas puse un pie en Chile el ustedes llegó a reemplazar al vosotros, como si cincuenta años en España fueran equivalentes a un segundo en esta tierra narniana. 

La mente debe tener algún rinconcito para estas cosas. Un lugar donde acumular recuerdos, costumbres, palabras que esperan por décadas la oportunidad de saltar al campo de juego con una paciencia de tercer portero. 

En fin. Este diario, todavía, pero mi cadáver sí que no le interesará a nadie. No lo van a repatriar. Por otra parte, para que eso fuera posible habría que tener, como mínimo, una patria, y yo no he tenido más que tierra y agua bajo los pies. Mi tumba podía estar en cualquier lugar del mundo, o mejor, mi tumba era un túnel que iba excavándose bajo tierra a medida que yo me movía. Una tumba móvil, una tumba a la espera. Quién hubiera dicho que iba a dar una vuelta magallánica para morir donde nací. La muerte me vio salir de mi madre y dijo vale, por aquí será, y mientras se la llevaba a ella aprovechó de señalar mi tumba a unos cuantos centenares de metros de la habitación donde fui parido. Marcó con sus pies de hielo un rectángulo, dio la vuelta a su reloj de arena y se echó a descansar ahí mismo. Cuando me vio partir en busca de otros nichos, apenas se dignó a levantar la cabeza y moverla de lado a lado, risueña e inconmovible, y volvió a echarse sobre la tierra, con las manos haciéndole de huesuda almohada. 

Julián, en cambio, asumió desde siempre que su tumba estaba aquí, que no tenía que ir a buscarla a ninguna parte. Y todo indica que tuvo razón. Acá lo quieren tanto que seguro declaran un mes de duelo en toda la isla cuando muera, y su tumba tendrá flores y hasta unos simpáticos remolinos girando al viento. La mía, en cambio, será gris y triste y sin remolinos. 

No sembré nada para mi tumba durante mi vida. 

Por suerte los isleños me tomaron simpatía. No digamos que me llorarán a mares cuando muera, pero seguro que se animan a enterrarme y cantar alguna cosa. A ratos creo que ya me consideran uno de ellos, pero luego, cuando hablan, me doy cuenta de que su nosotros no me incluye. 

Y tampoco incluye a Julián, a decir verdad. 

Ni a los pescadores, que hacen grupo aparte. 

Ni a la hippie pija del hotel. 

Pero a todos ellos (a Julián, a los pescadores, a la pija y hasta al pesado del piloto) me los puedo imaginar enterrados en la isla. Eso debe ser tener una patria, sentir que existe una patria: un lugar donde morir en paz. Yo, pues, no sé. Nunca he sentido algo así. Y morir en la isla en que nací me parece demasiado circular, demasiado literario, y la muerte se ríe de mí. 

Mejor que me tiren al mar, a ese cementerio gigantesco. Si he tenido una patria, sin duda ha sido el mar.

La Pollera Ediciones 2024 

Novela 

223 páginas. 

Reseña: 

Una isla, un pacto con el diablo, la campana de oro hundida, el cementerio sin cuerpos y una  taberna en un barco abandonado, una mujer y  un pueblo que teje el relato de los hermanos Garcés: uno de los mellizos decidió que nunca dejaría la isla donde nació, el otro quiso ver el  mundo entero. Esta novela comienza o termina cuando uno de ellos, que salió en bote hace  medio siglo, vuelve en avioneta y queda  atrapado las cuatro estaciones de un año a  causa de una pandemia mundial.  La historia palpita en cada habitante y en cada rincón y el lugar es una voz que indaga si los hermanos Garcés se cobran viejas deudas o reconstruyen con su memoria la abandonada casona familiar. 

Luego de su último libro, La muerte viene estilando, premiado y publicado en diversos países e idiomas, el narrador chileno Andrés Montero enciende esta fogata para darle vida a una historia mágica, pero llena de realidad, que como una isla, permanecerá entre las incesantes olas del mar.

Sobre el autor:

Andrés Montero (Santiago, 1990) 

Escritor y narrador oral, cofundador de la Compañía La Matrioska. Cursó el Máster en Creación Literaria de la BSM-UPF, en Barcelona. 

Es autor de las novelas Tony Ninguno y Taguada; del libro de cuentos La muerte viene estilando; del ensayo Por qué contar cuentos en el siglo XXI y de cuatro libros juveniles. 

Obtuvo el X Premio Iberoamericano de novela Elena Poniatowska de la Ciudad de México por su primera novela, Tony Ninguno. 

En Chile ha recibido el Premio Marta Brunet, el Premio Municipal de Santiago, el Premio Pedro de Oña, el Premio del Círculo de Críticos de Arte, el Premio de la Academia de la Lengua y el Mejor Obra Literaria del Ministerio de las Culturas. Muchos de estos reconocimientos por su último libro de cuentos, La muerte viene estilando. 

Ha sido publicado en Chile, Argentina, México, España, Italia, Grecia y Dinamarca (a estos tres últimos idiomas fue traducido). 

Junto a Nicole Castillo dirige la Escuela de Literatura y Oralidad Casa Contada y conduce el programa de televisión Los cuenteros en ruta.

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