La excepcionalidad argentina volvió a encontrar sus límites. El resultado de Javier Milei en las elecciones primarias -donde se dirimen candidaturas al interior de cada espacio pero también se mide, contra el padrón general, el estado de ánimo de la sociedad en las vísperas de la elección definitiva-, demostró que el fenómeno de las ultraderechas que brotan por estos años en todo Occidente, también se manifestó en estas tierras.
Es el nuevo emergente de un fenómeno global, o al menos de Occidente: esa derecha exacerbada que crece en el sustrato de la desigualdad acumulada y la insatisfacción endémica que caracterizan a esta nueva etapa del capitalismo neoliberal. Trabajar todo el día para pagar el alquiler, la tarjeta, una deuda, el plato de comida. Sin expectativas de progreso para vos o para tus hijos. Terreno fértil para profetas del apocalipsis.
La vida, para muchos, hoy es solamente eso. Y están expuestos, en simultáneo, a través de las pantallas omnipresentes, al espectáculo del lujo ajeno. Otra vida. Inaccesible. Las clases sociales son compartimentos estancos. El engaño de estos nuevos caudillos de derecha parte de un diagnóstico real (y en eso se sustenta su éxito). Vivimos en una sociedad de castas. El ascenso social ya no existe. El trabajo vale poco. Y la culpa es de otro.
La habilidad de Milei residió en construir esa mancha de Rorschach política para que el electorado volcara allí sus miedos.
Resulta crucial encontrar un culpable. Milei encontró el tono y el sujeto adecuado. La “casta” que él denuncia no son los mega-ricos que se benefician de la enorme brecha entre productividad y salarios que caracterizó a las últimas décadas. En realidad construye un significante que cada uno de sus votantes llena con lo que quiere. El candidato tiene un talento notable para darle a cada cual un enemigo que lo empuje en la batalla.
Así, depende de su interlocutor, la casta es el peronismo, o toda la clase política, o todos menos uno (usualmente Macri), el sindicalismo, los científicos, los empleados públicos en general, el progresismo, los que viven de subsidios, todos ellos al mismo tiempo o algún otro blanco de esta marca hecha a medida. La habilidad de Milei residió en construir esa mancha de Rorschach política para que el electorado volcara allí sus miedos.
El hastío de la sociedad con las dos propuestas políticas mayoritarias y el ecosistema que ambas retroalimentaron durante un década, bajo el nombre de “la grieta”, también cimentó el éxito de Milei. Muchos fracasaron tratando de salir de la grieta por arriba, con moderación y un camino intermedio. Milei tuvo éxito con una aproximación diferente: la hizo volar por los aires. Construyó un electorado transversal en términos políticos, económicos y geográficos.
Otro factor que explica su éxito es su proyección como líder. Después de cuatro años de un experimento fallido de conducción colegiada del país, Milei es el único candidato que no se monta sobre coaliciones inestables y contradictorias con las que debe negociar cada medida sino que se muestra como único tomador de decisiones. La sociedad argentina también eligió el domingo pasado la ejecutividad sobre el consenso.
Milei es el único candidato que no se monta sobre coaliciones inestables y contradictorias con las que debe negociar cada medida sino que se muestra como único tomador de decisiones. La sociedad argentina también eligió el domingo pasado la ejecutividad sobre el consenso.
La interrogante del millón es cómo detener una máquina como esa una vez que tomó velocidad. Con el problema adicional que significa que los ataques desde el establishment (político, mediático, cultural) no hacen más que alimentar su narrativa de outsider. La opción de una gran alianza “contra el fascismo” como las que se implementaron en Brasil o en España puede chocar contra el férreo antiperonismo de un 40% de la sociedad.
La experiencia de Donald Trump y Jair Bolsonaro, entre otros, da cuenta de que no alcanza con la inercia para derrotar a estos proyectos. La tarea, difícil, para la clase política, es sintonizar nuevamente con los reclamos y necesidades genuinas de las mayorías para atender, en simultáneo, deudas que se arrastran desde hace décadas y nuevas demandas.
Es un desafío que hoy enfrenta la Argentina pero que recorre todo el continente.
Nicolás Lantos (Buenos Aires, 1983). Periodista y analista político. Trabaja en El Destape. Cubrió cuatro elecciones presidenciales (2011, 2015, 2019 y 2023) en Argentina y una (2016) en Estados Unidos.
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