Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado martes 29 de abril de 2025, y ahora se comparte para todos los lectores.
El próximo 9 de mayo se cumplen 80 años de la capitulación de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo, una vez que éste tomó Berlín en misma fecha, en 1945. El mariscal de campo alemán Wilhelm Keitel firmó la rendición ante el mariscal soviético Guergui Zhúkov, iniciándose así un nuevo orden mundial en el que la Unión Soviética y Estados Unidos fueron las potencias de dos polos que compitieron por la hegemonía mundial, dejando a Europa en un segundo plano.
Ese orden no duraría tanto, dado el derrumbe de la Unión Soviética en 1991, lo que marcó un segundo momento de la historia contemporánea, con el poder hegemónico de Estados Unidos, la ausencia de una disputa ideológica, al menos como la que fue marcada por el antagonismo entre capitalismo y comunismo, y el auge de China.
¿Es ese el orden que está acabando?
Es arriesgado predecir el resultado de los tiempos volátiles que vivimos, pero hay razones para pensar que a partir de 2025 Estados Unidos ni Rusia, van a ser lo mismo, así como tampoco lo serán China ni Europa.
El punto de clivaje parece ser el resultado de la guerra en Ucrania, iniciada en febrero de 2022, con la invasión rusa del país, lo que derivó en un conflicto de atrición en la que Europa y Estados Unidos se vieron envueltos en favor de los ucranianos a través de una guerra proxy, y donde los BRICS actuaron diplomáticamente en favor de Rusia.
Tras la fallida contraofensiva ucraniana de 2023, la balanza parece haberse inclinado ligera pero definitivamente en favor de Rusia, país que logró armonizar el conflicto con su situación política interna, logrando resiliencia económica ante las sanciones, un esfuerzo de guerra consistente y el desbloqueo diplomático. En contrapartida, Ucrania se encuentra debilitada en todos los frentes.
En el frente militar es particularmente significativa la reciente derrota ucraniana en su invasión a la provincia rusa de Kursk, la cual se inició en agosto de 2024 y que terminó días atrás con la recuperación rusa de todos esos territorios. Algo que rima bien en Moscú con lo que pasó hace 80 años y que se celebra en dos viernes más, dado que la gran batalla de Kursk de 1943 fue un punto de inflexión en la victoria soviética.
La aventura ucraniana en Kursk fue significativa en su momento, pues buscó -además de mostrar debilidades en el las fuerzas armadas rusas- demostrar que Ucrania podía pasar a la ofensiva pese al fracaso de su gran contraofensiva que prometió ser el inicio de un proceso para volver a los límites de 1991, y porque suponía que podía negociar territorio si es que mantenía control de esos territorios rusos.
También se suponía que el esfuerzo de guerra ruso en Ucrania se ralentizaría significativamente, pero Rusia igualmente logró seguir avanzando lenta y consistentemente por sobre el territorio ucraniano. En los cálculos ucranianos -probablemente- no estaba el apoyo militar que efectivamente tuvieron los rusos por parte de los norcoreanos, cuyas tropas cubrieron la retaguardia de las fuerzas rusas en Kursk.
Si bien Ucrania y Corea del Sur denunciaron esa presencia, no lograron usarla -hasta el momento- como un argumento definitivo como para producir el ingreso de tropas europeas a territorio ucraniano. Algo que Rusia consideraría un acto bélico por parte de los países que las envíen, y una amenaza mayor a la seguridad del país, lo que inmediatamente activaría los mecanismos de amenaza nuclear.
Así y todo, el principal frente ucraniano afectado no es el militar, sino el diplomático. Esto, dado que su principal aliado -Estados Unidos-, le dio la espalda ni bien Donald Trump se acomodó en la Oficina Oval de la Casa Blanca. Algo que -pese al impacto demoledor- no acabó con el liderazgo político de Volodimir Zelenski, quien cuenta con el respaldo europeo y con un orden interno que ha impedido que se inicie abiertamente la carrera por cazarlo.
Trump -quien cumple 100 días de mandato, los más intensos que se recuerden en el tiempo reciente- quiere firmar la paz rápidamente, para lo cual ha reconocido la situación el teatro de operaciones. Según se informó está dispuesto tanto a reconocer legalmente a Crimea como parte de la Federación Rusa y tolerar su presencia en Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk, como a aceptar que Ucrania nunca formará parte de la OTAN. Esto en el marco en que Vladimir Putin ha ofrecido una tregua en torno al 9 de mayo para celebrar un número redondo de años transcurridos de la derrota nazi, lo que sintoniza con los llamados estadounidenses a la tregua.
¿Qué pide Trump a Putin cambio? Bastante poco; el traspaso de la planta nuclear de Zaporiyia a manos ucranianas y acuerdos de seguridad para Ucrania a negociar con Rusia una vez que no vuelen las balas, en el marco de una discusión paralela en torno a los derechos sociales y culturales de la población ruso-parlante de Ucrania.
Es decir, la victoria estratégica de Rusia, si es que logra -en tiempos de paz- evitar una nueva militarización de Ucrania y el acceso al poder de los sectores más nacionalistas ucranianos.
¿Qué gana Estados Unidos?
Por un lado, evitar una derrota mayor, pues todo indica que Rusia superó a la OTAN y a Ucrania en las capacidades logística, de producción de armamento y reclutamiento de tropa, por lo que la prolongación del conflicto equivaldría a mayores pérdidas humanas y territoriales.
Por el otro, concentrarse en lo que verdaderamente interesa a Trump; competir con China y revertir los ya crónicos déficit fiscal, incremento de deuda y balanza de pagos negativa de Estados Unidos, sin estar pensando en gasto militar en la lejana Europa ni el inherente alza de los precios del petróleo.
Algo para lo cual aplicó un ambicioso y peligroso ‘plan’, si es así se le puede llamar a la patada al tablero del comercio mundial que pegó semanas atrás, que tienen ahora al mundo sumido en la incertidumbre (lo que incluye al propio Trump, quien bajó significativamente en las encuestas), y en la mesa de negociaciones; la que se asemeja a una gran partida colectiva de ajedrez, donde distintos países disputan en paralelo porcentajes de aranceles y otras cosas con Estados Unidos, a la vez que cranean estrategias para un mundo que viene, sin que aparezcan claramente sus contornos todavía.
De todos modos, eso no es lo más relevante, sino lo que haga particularmente China, país que entró a la guerra comercial sin arrugarse frente a la amenaza de tasas de 145%, confiando en que Trump estaba blufeando, como pasó. Esto, dado que este país -que resistió hambrunas, sin cambios de régimen- parece confiar en su capacidad de desarrollar su mercado interno en el caso de que el comercio mundial se vea amenazado y porque cuenta con bonos del Tesoro de Estados Unidos por US $859,4 mil millones, siendo uno de los principales acreedores de la deuda estadounidense, lo que le permite -hasta cierto punto- evitar el uso del dólar como arma en esta guerra comercial, cuyo incierto resultado seguramente dibujará el periodo histórico que parece estar naciendo.
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