El borde costero de la ciudad de Iquique ha cambiado durante las últimas semanas. Imágenes de campamentos improvisados con grandes grupos de migrantes ya no es posible apreciarlas. Ahora, son grupos pequeños, disgregados entre sí, algunos solo de familiares, otros entre compañeros de ruta que se han conocido caminando en el desierto o dentro de los albergues.
Un encargado de aseo en la playa Cavancha indica que hace un par de semanas la situación está “más calmada”. “En la mañana, temprano pasan los carabineros y comienzan a controlar a los migrantes, según su situación los van ubicando en albergues o se los llevan de acá”, agrega.
Algo que se manifiesta en los controles policiales que constantemente realiza carabineros en la avenida Arturo Prat.
Se ven patrullas, retenes móviles y uniformados a pie que al ver un grupo de migrantes se acercan a solicitar su documentación. Son cerca de una treintena de efectivos que marcan su presencia permanentemente en la playa y sus calles aledañas, algunos incluso de Fuerzas Especiales.
Muchos migrantes, entre los que cuentan principalmente venezolanos, aunque también colombianos, sostienen que el trato con las autoridades locales es bastante bueno, que siempre están dispuestos a entregar información y que son respetuosos. Algo que contrasta radicalmente con el trato de la población local.
“Ya ni siquiera nos venden, uno va con el dinero a comprar, no a pedir, y aún así no te venden. Simplemente por no ser chileno, te dicen: ‘no,no,no'”, comenta un adolescente venezolano mientras se come un pan que hace poco le entregaron de buena voluntad.
“Esto es lo único que hemos comido en dos días”, agrega su madre. Son un grupo de once venezolanos, todos familia, dentro de los que se encuentran cinco menores de edad, el más pequeño de dos años.
“Ahora estoy preocupada, nos dijeron que el domingo hay una marcha contra los migrantes y tengo miedo de que nos quemen nuestras cosas, que nos ataquen, lo que sea. Me han contado que incluso a veces queman los documentos para dejarte sin ellos”, cuenta, con una evidente preocupación, la mujer venezolana, que espera dejar la ciudad el sábado y poder llegar hasta Concepción donde está su familia, lo antes posible.
“Sí no alcanzamos a reunir el dinero para el pasaje, tendremos que irnos caminando o muleando -explica que es subirse a la carga de camiones o esperar que alguien les lleve-, pero quiero irme con mi familia antes del domingo”, describe.
Además, la mujer de Tumeremo, Venezuela, señala que su temor se basa en las imágenes y los relatos que ha escuchado de la violencia de las marchas, algo que se ha reforzado por la hostilidad que la población local le ha demostrado.
“Ya ni siquiera nos venden, uno va con el dinero a comprar, no a pedir y aún así no te venden. Simplemente por no ser chileno, te dicen: ‘no,no,no'”, comenta un adolescente venezolano mientras se come un pan que hace poco le entregaron de buena voluntad.
El caminar no parece ser un problema. “Si tengo que llegar a Santiago caminando lo haremos. Soportamos un granizo en el altiplano boliviano y el frío del desierto. Solo nos preocupamos de mantener abrigados a los más pequeños”, comenta mientras enseña fotografías de sus hijos pequeños durmiendo en una banca de Iquique.
Los migrantes reconocen que la situación se volvió mucho más tensa cuando un carabinero fue atacado con una manopla durante un control preventivo. “Nosotros no sabíamos lo que sucedía, nos enteramos cuando veníamos cruzando la frontera que se agravó mucho más el problema”, comenta la mujer venezolana que cruzó la frontera junto a seis menores de edad.
Lo cierto es que prácticamente no hay relación entre migrantes e iquiqueños. Se nota un clima más bien hostil aunque no violento. Algunos iquiqueños describen que episodios como la quema de pertenencias han provocado que personas que estaban preocupadas por la seguridad, se restaran de estas manifestaciones dado su carácter violento.
A pesar de ello, algunas casas del centro de Iquique mantienen izadas banderas negras en sus fachadas a modo de protesta por la sensación de inseguridad que perciben en la comuna, a veces acompañada también de la bandera chilena.
“Llegué hace tres días aquí y he sentido que es la peor decisión que he tomado. Estoy arrepentido de haber pisado este país”, indica José Isaac, venezolano que viaja junto a su familia y una nieta de dos meses. “Nos humillan, nos tratan como perros, tenía una percepción distinta de los chilenos”, agrega. Mientras cuenta su experiencia llama a una de sus hijas que se divertía con sus hermanas en unos columpios, una adolescente que se acerca cojeando hacia el grupo.
“La acaba de morder un perro que paseaba con una pareja de chilenas. No hicieron nada. Cuando vieron que su perro la mordía se pusieron a reír”, cuenta el padre de la hija. Su yerno, Adrián, agrega que “nos tratan como sí no fuéramos humanos. Cuando me acerco a la gente algunos me insultan, otros nos escupen, suben las ventanas, nos hacen así [levanta el dedo del medio]. Incluso, a veces nos botan las cosas que estamos vendiendo”.
José Isaac describe que “ya ni nos podemos acercar al centro, cuando pasamos de esta calle [Avenida Arturo Prat] rápidamente los policías nos corren y nos devuelven a la playa”. Es un lamento transversal de la población migrante, la imposibilidad de poder generar alguna forma de poder obtener dinero y viajar. La familia de Isaac espera llegar hasta Chanco, región del Maule y trabajar en la agricultura, es por esa razón que han venido.
Algunos iquiqueños describen que episodios como la quema de pertenencias han provocado que personas que estaban preocupadas por la seguridad, se restaran de estas manifestaciones dado su carácter violento.
“Cuando pedimos agua a los vigilantes [se refiere a la gente que riega] deben hacerlo a escondidas porque sus superiores les llaman la atención”, agrega Sol, esposa de José Isaac. Este relato se cruza con otras experiencias de migrantes, quienes señalan que muchas veces la población peruana y boliviana es la que más ayudan con alguna moneda, pero que también deben hacerlo a escondidas de sus jefes que les han advertido de no dar dinero a estos migrantes.
Este tipo de prácticas también se evidencia en redes sociales y en páginas que llaman a no dar dinero a los migrantes. “Hace poco, estaba vendiendo y una señora me dice ‘quítate mierda’ y me empuja”, relata Adrián y agrega “me siento humillado”.
El poco alimento que tiene esta familia es una bolsa con pan duro. Enseñan la bolsa y Adrián comenta que en la carretera mientras caminan, hacen con su mano a los automóviles una seña de querer comida [se lleva su mano hacia la boca como pidiendo algo] y que a veces les lanzan panes o botellas de agua y que así han sobrevivido.
Otros grupos de migrantes, aunque minoritarios, son los colombianos. Señalan que además de razones económicas, perciben que Colombia es un país muy inseguro, responsabilizan a paramilitares de esa sensación y la poca reacción del gobierno colombiano. Dicen haber tenido que ceder una de sus casas a estas fuerzas y eso les hizo migrar hacia Chile.
Al igual que los venezolanos, se han desplazado por los países caminando y muleando. Han tenido que dormir durante tres días en la calle. Son un grupo de cinco personas con una niña de cuatro años. Sostienen que les confunden con venezolanos y que eso “les molesta”, no por el hecho de ser de una nacionalidad distinta sino porque el estigma de venezolano está asociado a delincuencia y “nosotros no somos delincuentes”, señala uno de los hombres del grupo.
Al igual que los otros migrantes, también pasaron a través de Colchane y tuvieron que hacer una cuarentena de tres días, además de realizarse un examen PCR para poder continuar hacia su destino. También han tenido que racionar su comida, y no han podido alimentarse en dos días. Una de las mujeres de la familia comenta con alegría que en Colchane pudo comer un plato de arroz, carne y tomate y que eso le supo “a puro Colombia”.
A esta familia también le preocupa las marchas xenófobas organizadas para este fin de semana, especialmente por su hija y el aumento de la tensión en la zona frente al aumento de la migración.
Consultados sobre su razón para no visitar albergues y poder tener acceso a mejores condiciones señalan que están todos llenos. Es más, describen Lobito -albergue que recibe ese nombre debido al sector donde se ubica- como una “cárcel” o “prisión”, según los comentarios que han recibido del lugar. La razón de esto es porque al llegar allá hay otros migrantes que les roban sus cosas o se quedan con la comida. Además, solo reciben a hombres y solteros. Este tipo de comentarios sobre los albergues es muy frecuente.
Un grupo de tres migrantes venezolanos, Alejandro, Eduardo y Arcángel, se conocieron en el camino tras decidir migrar hacia Chile. Se consideran amigos de ruta y se han desplazado de forma conjunta. Refuerzan esta idea de que algunos migrantes que vienen a delinquir. Arcángel sostiene “no es la necesidad, no por tener necesidad vas a robar. Es injusto que por algunas manzanas podridas nos acusen a todos de delincuentes”. Alejandro agrega que “somos un grupo de tres hombres, es muy difícil, la gente nos ve y piensa que somos delincuentes”.
Eduardo, es más específico y señala que muchos de estos grupos que cometen delitos están asociados a hinchadas. Apunta con su dedo a un grupo que está apartado de donde están ellos y dice “ellos son del América, los que están más allá de Millonarios [ambos clubes de fútbol colombianos]”, consultado sobre su relación con migrantes colombianos, dice que no es mala, pero que puede reconocer cuando las intenciones son diferentes.
Este relato se cruza con otras experiencias de migrantes, quienes señalan que muchas veces la población peruana y boliviana es quienes más le entregan ayuda monetaria, pero que también deben hacerlo a escondidas de sus jefes que les han advertido de no dar dinero a migrantes.
Aseguran que entienden la molestia de las personas por la delincuencia, a ellos también les molesta y les afecta directamente. Sienten que deben pagar “justos por pecadores”, dice Arcángel, quién se comunica con muchas metáforas, refranes y simbolismos religiosos.
Eduardo, a su vez, indica que ha sabido incluso de acoso y abusos hacia mujeres. Algo que también les afecta y los encasilla dentro de un mismo grupo.
Cuando se refiere a la marcha contra los migrantes, confiesan que a pesar de ser complicado no sienten miedo. “Cuando uno sabe que obra bien debe estar tranquilo, además siempre tengo a Dios por delante, él me ayudó a cruzar el desierto, no me abandonaría nunca”, apunta Arcángel.
Este grupo de migrantes también comparte la visión sobre los albergues. Apuntan que su intención de ir a uno es poder alcanzar uno de los buses que sale cada 15 días a la ciudad de Santiago. Sobre esto, Alejandro señala con pesar que “cuando preguntamos por el bus, nos dijeron que encontraron nueve kilos de marihuana en uno de ellos y se acabó, nos quedamos sin la oportunidad, que no habían más buses”.
Tras saber eso, este grupo de venezolanos que ahora estaba en la orilla de la playa, relatan que habían decidido caminar hasta Antofagasta para ver sí desde allí podían mejorar sus posibilidades. No obstante, sólo habían podido llegar hasta una refinería de sal a 60 kilómetros de Iquique y decidieron volver porque no tenían agua. Al pedir agua a uno de los trabajadores del sector, este les mencionó que no estaba permitido darles agua a los migrantes y que de hacerlo, podría perder su trabajo.
A pesar de estas dificultades, los amigos han tenido buenas experiencias. En particular dos. Arcángel cuenta que pudieron detener un taxi camino a Alto Hospicio y que le preguntaron cuánto les cobraba hasta Iquique. El chófer les indicó que 10 mil pesos, pero le revelaron que sólo podían pagar 5 mil. El conductor aceptó y los llevó hasta su destino.
En el camino, mientras conversaban, le contaban que no habían podido comer hace más de un día, cabe destacar que cuando se refieren a comer a veces son solo galletas. El taxista les indicó que ahora iban a poder comer, Arcángel pensó que se estaba burlando de ellos y le dijo que 'cómo, si habían gastado su dinero en el viaje'. El chófer les devolvió el dinero de la tarifa y les dejó fuera de un local de comida. Su cara se iluminaba al contar la historia.
Describen Lobito ―albergue que recibe ese nombre debido al sector donde se ubica― como una “cárcel” o “prisión”, según los comentarios que han recibido del lugar. La razón de esto es porque al llegar allá hay otros migrantes que les roban sus cosas o se quedan con la comida.
Una segunda experiencia, es la de una persona de un “auto lujoso” que a veces en los peajes se detiene y lleva gratis a grupos de migrantes. “Es una persona que va de Iquique a Santiago cada semana y sí tienes suerte puede llevarte hasta la capital”, nosotros una vez nos encontramos con él y nos comentó que siempre estaba viajando, lo encontramos de retorno así que no pudimos llegar hasta Santiago.
Uno de los relatos transversales entre migrantes es que se comunican entre ellos a través de la oralidad, no todos tienen acceso a teléfonos móviles y poder cargarlos se les dificulta muchísimo. De hecho, Arcángel comenta que tuvo la oportunidad de tomar un bus, pero le cedió su lugar a su esposa y a su hija, pero que desde que llegaron a Santiago prácticamente no han podido comunicarse.
Respecto a problemas de comunicación, una migrante colombiana relata que en la frontera entre Chile y Bolivia fue asaltada. “Estaba con mi hija y con una pistola me pidieron mi teléfono, tuve que entregarlo”, mientras contaba su experiencia parecía no tener expresión al respecto.
Otros relatos en ese mismo sentido, hablan de sobornos por parte de policías de otros países donde tuvieron que entregar sus celulares para continuar con su ruta.
Conocer las experiencias de los migrantes es sencillo, están abiertos a contar sus historias, motivaciones y los sentimientos que experimentan en más de un mes de viaje. Al contrario, hablar con la población chilena se dificulta un poco más, pocos quieren dar su percepción al respecto y prefieren señalar que está “más calmado”. Otros simplemente hablan de seguridad, de videos que han visto en redes sociales y de los problemas de higiene.
Esto último, parece haber quedado atrás. Hoy es común ver a grupos de migrantes barriendo los lugares dónde están, preocupándose por el espacio que usan. Incluso, son críticos de sus compatriotas que en algún momento, sin acceso a servicios públicos, usaron la calle para ello, comprendiendo la molestia de los chilenos.
Tensión tras la muerte de camionero
Sí bien ya era difícil encontrar grandes grupos de migrantes como hace algunas semanas, mientras la víspera de las marchas programadas se acercaba a su programación, era menos frecuente verlos en la costa de Iquique. La gente señalaba que “estaba lleno”, pero recorriendo, eran grupos muy reducidos.
Algunos iquiqueños indican que la estrategia de las policías ha cambiado y que intentan reubicarlos en los albergues para evitar ataques xenófobos en su contra y no alimentar el clima de tensión en la comuna. Además, de estar en contra de la violencia por las duras imágenes difundidas tras estas manifestaciones.
Estos lugares donde se ubicaban migrantes con campamentos improvisados se encuentran con patrullajes constantes e incluso algunos han sido cerrados con bloques de cemento y rejas, para evitar que se agrupen nuevamente allí.
Luego de la muerte del camionero que fue lanzado por una pasarela camino hacia Antofagasta, un helicóptero sobrevuela la ciudad de Iquique. Hay barricadas en la Gobernación Marítima de la ciudad y bloqueos en las entradas de Alto Hospicio y Bajo Molles en la entrada sur de la comuna.
Hay convocatorias espontáneas de marchas contra los migrantes y a la organizada para este día domingo 13 de febrero, se suma una para este sábado. El viernes también hubo un nuevo llamado a manifestarse, a pesar de que nadie llegó a la plaza donde comenzaría, los migrantes viven con el temor de las consecuencias que estás puedan tener.
Cuesta cada vez más ver migrantes, algunos señalan que están en los albergues. En específico dos, el de Lobito y el del estadio Cavancha, frente al casino en la playa. Aunque no hay claridad de ello, otras fuentes indican que prácticamente ya no se detienen en Iquique y que producto del tenso ambiente, comienzan su éxodo directamente hacia la zona centro y sur del país.
Comentarios
La verdad es que me da
Debemos avanzar en construir
Cuando la migración es legal
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