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Jueves, 7 de Agosto de 2025
De Mauricio Durán

Extracto del libro 'Canción Para Mañana', Memorias de Los Bunkers

Mauricio Durán

El búnker Mauricio Durán publicó a fines del año pasado este libro que repasa las memorias de la banda y el proceso de composición de sus canciones. Editado por el escritor Alejandro Zambra y publicado por editorial Planeta, el texto está lleno de anécdotas, descripciones de su proceso creativo y cierta nostalgia por la juventud. INTERFERENCIA comparte este capítulo que cuenta la historia de cómo nació uno de sus singles más conocidos, Entre mis brazos.

Francis llegó tarde esa mañana y no pudo entrar a la clase de Metodología de la Investigación Científica. Se fue al patio de la escuela y se puso a trabajar sobre una armonía que traía en la cabeza. Sacó su acústica de doce cuerdas y empezó a jugar sobre los acordes La menor, Si bemol y Mi, una secuencia que le parecía misteriosa y que había escuchado desde pequeño en “Debo partirme en dos”, una canción de Silvio Rodríguez que irradiaba la temperatura precisa para conectarlo con su infancia. 

Que Francis llevara su guitarra a la Usach no era extraño, toda la vida anduvo con una bajo el brazo. Cuando tenía dos o tres años, el tío Lucho le compró una de juguete en el mercado de Chillán. Donde podía la tocaba. En la casa, en la micro o en la sala de espera del policlínico. Si íbamos a algún recital subía al escenario, se sentaba en el borde con los pies colgando y se ponía a rasguear las cuerdas de plástico.  El público se derretía hasta que mi mamá conseguía bajarlo del escenario. 

Una Navidad, mis papás le regalaron una guitarra acústica. Era de una medida corta para niño. Le quedaba grande  y había que acarreársela a todos lados. La primera canción  que aprendió fue “Qué pena siente el alma”, de Violeta Parra. Repitió esa tonada por largo tiempo antes de ampliar su repertorio. Con cada canción fue asimilando nuevos acordes que encadenados en una rutina monástica terminaron  por definir su enorme intuición musical. Era capaz de seguir en el momento los temas que sonaban en nuestra vieja casetera sin errar ninguna nota, y ya en su adolescencia traspasó esas mismas virtudes al piano que teníamos en casa.  La intimidad con ambos instrumentos no solo moldearía su temperamento quieto y reflexivo, sino también la alegría subterránea de quien a corta edad consigue adivinar su lugar en el mundo.  

Ahora que habíamos llegado a Santiago y tratábamos de sacar adelante al grupo, Francis ocupaba la mayor parte de su tiempo libre en componer, caminando a paso firme por una ruta que creía ya trazada. Esa mañana, en los pastos de la Usach, en un par de horas ya tenía el bosquejo completo de la melodía, los arreglos de guitarras y una particular figura de órgano que destinaría para el final. Sin embargo, pasaría una semana antes de que terminara la canción y nos la mostrara al resto de la banda.  

Aún le faltaba la letra, pero tenía una idea. 

Francis había conocido a Maribel cuando ambos tenían catorce años y cursaban segundo medio, ella en el Sagrado Corazón y él en el Salesiano, donde coincidían cada fin de semana en los bostezados encuentros de Confirmación. Maribel vivía junto a su madre y su hermana menor en Penco, una pequeña ciudad portuaria instalada donde alguna vez estuvo Concepción. Ahí había crecido, en una familia con numerosas tías y primas, y un abuelo que era el único infiltrado en el clan de mujeres. 

Luego de un año de amistad, Maribel y Francis empezaron a pololear. Se juntaban después de clases en el centro de  Concepción y caminaban pensando en el futuro, mientras compartían libros de César Vallejo y de Miguel Hernández.  Ella siempre debía regresar temprano a casa, pero cuando Francis tocaba con la banda, a veces caía para ver el concierto y luego se despedía rápido para tomar la última micro a  Penco.  

Al terminar la enseñanza media, Maribel ingresó a la  Universidad de Conce para estudiar Periodismo y Francis se matriculó en la de Santiago, donde comenzó la carrera de Psicología que nunca terminaría. Estaban decididos a mantener su relación. La capital no se veía tan lejos, además que la juventud siempre cree que el amor precisa de poco para acortar las distancias. El día que se fue de casa, ella lo acompañó al terminal de buses de Collao. En el camino ambos se hundieron en el silencio mientras en la radio del auto sonaba “I Love You”, un viejo tema de Climax Blues Band.  

Maribel había perdido a su padre siendo muy pequeña, pero Francis nunca quiso invadirla con preguntas al respecto. Lo poco que sabía era por medio de alguna observación casual que ella hacía de vez en cuando. Así que pensó que la canción que traía entre manos podía ser el modo de abordar un tema que a esa edad le complicaba. La añoranza que sentía por ella gatilló una energía que nunca había puesto en otra composición. “Entre mis brazos” se convirtió en el primer tema que compuso realmente solo.  

Imaginó al padre de Maribel buscándola a través de los sueños en un deambular constante movido por el deseo de  comunicarse con ella. Es una canción de amor de padre a hija, lo que no deja de ser curioso, considerando que tendrían que pasar ocho años para que Francis enfrentara de manera personal los sentimientos de la paternidad.

Nos la mostró a Mauro y a mí, una tarde en el departamento de Villavicencio. Pese a que aún no había terminado la letra, el texto ya era macizo. Contenía frases que llamaban la atención de inmediato, como “…mi mano da el compás /  de tu larga espera por el sol” o la hermosa “tu imagen seguirá  / pincelada con dedicación / por Dios”. En ese punto, estaba trabado con el coro, así que le sugerí que usara una línea que habíamos visto inscrita en una lápida hacía unas semanas. En medio del primer viaje de regreso de Los Bunkers para tocar en Concepción, nos enteramos de que nuestra abuela  materna había muerto. En el funeral, mientras esperábamos su cremación, fuimos a recorrer las galerías del cementerio,  donde encontramos la frase: “Guillermina, solo Dios y tú saben que nuestras vidas nunca se pusieron de acuerdo”.  

A Francis le pareció buena idea, así que se encerró en el dormitorio y al cabo de unos minutos regresó con el coro casi acabado: “Tu vida, mi vida / no se pondrán de acuerdo  / sabes que no podrás dormir entre mis brazos otra vez / Tu  vida, mi vida / no se pondrán de acuerdo / cuánto nos pueden defraudar los sueños”. Nos comentó que aún le faltaba una frase final para aterrizar toda la sección. Basualto le pidió que la cantara de nuevo. Cuando Francis llegó a la parte que le faltaba, Mauro entonó “que tuvimos ayer”. Y quedó.

“Entre mis brazos” también fue registrada en vivo en los Estudios Konstantinopla, pero se le añadieron dos guitarras acústicas —una de seis y otra de doce cuerdas— que  adquieren mayor relevancia en la introducción y en el final.  La idea era que sonara una mezcla de arpegios que remitiera tanto a Roger McGuinn de los Byrds como a Horacio  Salinas de Inti-Illimani. En ese sentido, es una canción que adelanta un par de años la inquietud artística que expresaríamos con mayor contundencia en nuestro tercer disco La culpa: Mezclar con claridad las raíces del rock británico y  norteamericano con las de la Nueva Canción Chilena. Bajo el mismo criterio, Mauro grabó en la intro distintos golpes de tambor con su batería que intentaban simular los de un bombo legüero que no teníamos. A mi modo de ver, Gonza factura la mejor línea de bajo del disco. En las estrofas se mantiene quieto y solo se mueve en los espacios que va dejando libre la voz de Álvaro. En los coros el diseño completo es maravilloso. Le da a la canción la movilidad que necesita. El final es muy Nueva Canción Chilena, pero con el detalle de que lleva sobrepuesto el arreglo de órgano que Francis había imaginado en los pastos de la universidad. Para grabarlo utilizamos un pequeño teclado que había en el estudio y que luego pasamos por un amplificador de guitarras distorsionado.  

“Entre mis brazos” fue la canción que le dio a Francis total confianza para seguir escribiendo. También fue el primer tema de Los Bunkers en sonar en alguna emisora, aunque de eso nos enteramos un tiempo después. En estricto rigor, antes de que empezaran a programar “El detenido” en Rock & Pop, Aldunate le dio una copia del disco a Claudio Narea, quien escogió “Entre mis brazos” y la puso en su programa Se remata el siglo. Quién sabe si en Penco alguien prendió la radio esa noche. Poco tiempo después, Maribel le preguntó  a Francis cómo había hecho para escribir una canción tan buena. Él solo atinó a encogerse de hombros.

Canción para mañana

Autor: Mauricio Durán
Editorial: Editorial Planeta
Temática: Actualidad
Colección: Fuera de colección
Número de páginas: 244

Sinopsis de Canción para mañana:

Descubre las historias que viven en las canciones de Los Bunkers

"Un libro apasionante y divertido, escrito con maestría, que puede leerse como una historia de Los Bunkers, pero también como una generosa y cálida lección acerca del poder transformador de la música" (Alejandro Zambra).

Canción para mañana es un relato que habla de música y de una banda, de sus cinco integrantes, y de Chile y México, del siglo XX y el XXI, y de las historias que hay detrás de las canciones más conocidas de Los Bunkers, temas que los llevan desde Talcahuano a la Plaza Dignidad, del Estadio Víctor Jara a los mayores escenarios de Latinoamérica. Mauricio Durán nos entrega en este, su primer libro, una serie de imágenes de épocas extraordinarias, meticulosas y emotivas: una hermosa narración sobre la juventud y los grandes cambios.



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