Vuskovic recordó:
Asumí la alcaldía de Valparaíso el 6 de noviembre de 1970, designado por Allende. Según la Constitución de entonces, el presidente podía nombrar los alcaldes de las comunas de Santiago, Valparaíso y Viña del Mar. Barrientos fue alcalde en Viña. Eso venía de la influencia francesa, porque hasta hace poco el primer ministro francés podía nombrar al alcalde de París.
Los ruidos de golpe empezaron a sentirse en la Armada. Allende me llamó varias veces paras preguntarme que estaba pasando allí. A mi me parece que José Toribio Merino no estuvo metido en el golpe hasta el 21 de mayo de 1973. Sí estaban Ismael Huerta, Patricio Carvajal, varios capitanes de navío y otros oficiales, José Toribio estaba decidido a defender al presidente, pero el desorden generalizado lo hizo involucrarse en los preparativos del golpe. Él me lo dijo.
El discurso de Altamirano del 9 de septiembre del 73 terminó de convencer a los almirantes de dar el golpe. En discurso de Altamirano lo hicieron escuchar antes del 11 de septiembre en todos los buques de la Armada.
Después del golpe cuatro almirantes rechazaron el golpe: Montero, Cabezas, Arellano y otro más. Ellos eran católicos y habían jurado respetar la persona del presidente de la república. Por supuesto los golpistas los echaron.
Dentro de la Unidad Popular había un predominio nítido de los partidos Comunista y Socialista. Aquí en Valparaíso no tuvo mayor influencia Carlos Altamirano. Su discurso del 9 de septiembre del 73 terminó de convencer a los almirantes de dar el golpe. En discurso de Altamirano lo hicieron escuchar antes del 11 de septiembre en todos los buques de la Armada.
Aquí en el puerto nunca cerraron los comerciantes. Huelga de los camioneros sí hubo, pero no de todos. Aquí el Movimiento Patriótico de Recuperación, el Mopare, que agrupaba a los transportistas antigolpistas, era muy grande y nunca faltaron alimentos.
El martes 11 me llamó Gaspar Díaz, que era el secretario regional del PC, a las seis de la mañana a la casa. Sergio, empezó el golpe, ándate de la casa, me dijo. Desperté a mi hijo Iván y salimos a la calle. Íbamos bajando hacia la escalera El Peral y venían subiendo unos obreros panificadores que me dijeron que me devolviera porque el centro estás tomado por los marinos.
Iván, de 17 años, militaba en las Juventudes Comunistas y me explicó que si había golpe ellos debían acudir al cerro Barón. Anda no más, le dije. Yo fui donde Carlos Andrade, que era profesor, diputado socialista y muy amigo mio. Llegué a su casa como a las siete y Carlos no entendió muy bien al comienzo qué estaba pasando. Me dijo que tenía gente citada a la Cámara. Él había sido director de la escuela Pedro Montt, que tiene dos pisos altos.
Estábamos por ahí por la plaza Bismarck, un poco más abajo. Boté la pistola que llevaba por una quebrada. Llegaron los marinos y nos detuvieron a mí, al muchacho y a su papá.
-Vamos para allá, llévate unos lentes de larga vista y miramos para el molo-, le dije.
Ahí se convenció de lo que estaba ocurriendo. De repente, en los patios de la escuela había como 200 personas. Nadie tenía armas. Yo andaba con una pistola que me había regalado mi suegro. Los helicópteros empezaron a sobrevolar los cerros. Carlos me dijo que él tenía instrucciones de esconderse si había golpe. Un ex alumno del liceo Eduardo de la barra me contó que habían emitido un bando que decía que yo me tenía que presentar en la Intendencia. Si quiere vamos para mi casa, me ofreció. Y partimos para allá. La casa estaba bien escondida.
Almorcé ahí y después como a las dos o tres de la tarde, que venían subiendo unos 50 marinos.
Estábamos por ahí por la plaza Bismarck, un poco más abajo. Boté la pistola que llevaba por una quebrada. Llegaron los marinos y nos detuvieron a mí, al muchacho y a su papá. Nos pusieron boca abajo en un camión y nos llevaron a la Intendencia y de ahí a la Esmeralda.
Apenas subimos, unos marinos nos agarraron a combos y patadas y nos hicieron tendernos boca abajo en la cubierta. Luego me llevaron al camarote del capellán, me sacaron la ropa y me dejaron en camiseta y calzoncillos con las manos atadas a la espalda. Eso duró como una hora. Llegó el almirante Troncoso y ordenó que me desataran. Ahí estuve hasta el viernes, cuando hubo un baleo en la noche en Valparaíso. Después supe que había sido en una comisaría en los bajos del cerro Larraín, que ya no existe. Dijeron que habían muerto 12 o 15 personas. No hubo nada de eso, sólo balas al aire.
Esa noche me vendaron, me amarraron las manos a la espalda y me bajaron a la enfermería, que tenía espacios separados por telones. Allí había unos 30 hombres y mujeres, todos quejándose, a los que tenían en literas. Me torturaron toda la noche. Al otro día llegó otro almirante, que tenía un apellido inglés, y ordenó que me pusieran en una litera. A la noche siguiente llegaron a buscarme dos oficiales. Me vendaron y me llevaron amarrado a cubierta. Me ataron a un mástil y ahí me pegaron y me pusieron electricidad. Me preguntaban por armas.
En las literas de la enfermería estaban Andrés Sepúlveda, el diputado; Maximiliano Marholtz, que era regidor; Ariel Tacchi, regidor socialista por Viña; Leopoldo Zurkevic, que había sido superintendente de Aduanas; Luis Vega, que había sido regidor comunista por Valparaíso, se hizo pekinista y el PC lo expulsó. Y un ingeniero de la refinería Ventana, de apellido Pinto.
El oficial a cargo vestía uniforme negro y botones dorados. Nos dijo: Si se portan bien les quito las vendas y no los amarro a los asiento. Pueden conversar con el del lado. Si se portan mal, ordeno que les disparen.
El jueves 19 me llamaron y me sacaron de nuevo vendado hasta otro lugar del buque. Me sentaron y alguien me preguntó si quería fumar y me prendió uno.
-Le voy a soltar las manos, pero no haga ninguna tontera. Vamos a conversar-, me dicen
A él yo lo conocía. Era un abogado, uno de los fiscales navales, muy amigo de Lucho Vega. Eso me tranquilizó.
A las tres o cuatro de la mañana nos sacaron a siete desde la enfermería. Nos metieron a un microbús de la Marina y salimos rumbo a Viña del Mar y luego hacia Concón. El oficial a cargo vestía uniforme negro y botones dorados. Nos dijo: Si se portan bien les quito las vendas y no los amarro a los asiento. Pueden conversar con el del lado. Si se portan mal, ordeno que les disparen.
A mi me tocó al lado de Andrés Sepúlveda. Conversamos un poco y llegamos a Quintero.
Maximiliano Marholtz era enfermero, suboficial mayor de la Armada en retiro, regidor socialista. Por eso le pegaron más, vomitaba sangre. Nos subieron a un avión. Había un oficial de la FACh que nos advirtió lo mismo.
Llegamos a Puerto Montt, bajamos y almorzamos. Luego seguimos a Punta Arenas. Allí me encontré con un ex alumno mío en Lautaro. Se llamaba Campos y era uno de los oficiales de la Armada que nos recibió. Tomamos otro avión chico y de ahí a la isla Dawson.
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. Nuestras condolencias a la
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