“La NBA siempre decide quiénes van a ser los próximos elegidos. Cuando Grant Hill salió de Duke, fue ungido inmediatamente. La máquina publicitaria estaba en marcha. Ya había ganado el premio al Novato del Año, ya había ingresado el equipo All-Star. La liga decidió lo que Grant Hill iba a ser antes de que este jugara un solo partido en la NBA. Grant Hill encajaba perfectamente con la imagen del hombre de la NBA. Venía de Duke, por lo que había estado expuesto a nivel nacional un millón de veces. Todo el mundo lo conocía. Todos lo amaban. Tenía el aspecto adecuado. Su padre, Calvin Hill, había sido un gran jugador de fútbol americano profesional. Su madre era una importante abogada de Washington. Era elocuente y vivía una vida limpia. Y en la cancha de baloncesto resultaba llamativo con sus volcadas y anotaba muchos puntos. Resultaba tan perfecto para la NBA, que la liga apenas podía creer su suerte. YO PENSÉ QUE ERA PATÉTICO. La liga simplemente decidió que Grant Hill iría directamente a la cima: tenía los comerciales, los patrocinios, todo. Se decidió esto cuando Michael Jordan estaba jugando béisbol: Grant Hill sería el próximo dios del baloncesto (...) ¿Pero, no que ahí viene Jason Kidd de los Dallas Mavericks jugándose su trasero en cada encuentro? Kidd era un gran jugador, pero no tenía el pedigrí perfecto de la NBA. Había tenido algunos problemas antes del draft, cuando supuestamente salió corriendo de su auto después de tener un accidente en una autopista en Oakland, California. Era muy temprano en la mañana y venía de un club. Eso apareció en todos los periódicos, por lo que algunos equipos de la NBA se preguntaron si su carácter era lo suficientemente bueno para la NBA. Dallas decidió que sí, y Kidd terminó haciendo más para ayudar a su equipo que Grant Hill. Kidd puso a la NBA en su lugar”.
Estas palabras de Dennis Rodman -el famosísimo jugador de la NBA recordado por sus extraordinarios rebotes- en su libro Bad as I wanna be publicado en 1996 por Delacorte Press– no solo se pueden aplicar en su moraleja a la explicación del desarrollo de la popularidad de la Liga Nacional de Baloncesto estadounidense, sino que a todo el deporte global: cualquier deporte, desde las Olimpiadas griegas que alababa Píndaro, hasta el automovilismo de la Fórmula 1 de Michael Schumacher o Lewis Hamilton, requieren de héroes-protagonistas. Sin celebridades deportivas capaces de hazañas memorables, los deportes bien pueden caer en la irrelevancia. Al contrario, cuando un deporte encuentra los héroes en los que enfocarse, su popularidad y las audiencias crecen como la espuma. Fue el caso de Pelé en el fútbol desde fines de los cincuenta hasta los años setenta, o de Muhammad Ali en el box en los mismos sesentas y setentas, o del tridente constituido por Federer + Nadal + Djokovic en el ATP Tour del tenis a lo largo de los últimos tres lustros.
Como sostiene Malcolm Gladwell en su artículo Talent Grab para The New Yorker, de 2010, desde que Marvin Miller, un economista de la AFL-CIO (la CUT estadounidense) lograra un rebalance de fuerzas -respecto de las regalías económicas asociadas a la imagen y las ganancias por cortes de entradas a los estadios o transmisiones televisivas- entre los jugadores de béisbol y los dueños de las franquicias en los Estados Unidos, las figuras de los deportistas empezaron a convertirse, como rezaba un antiguo comercial de gaseosa, en “todo”. Las ventas de poleras, jockeys, posters y otras enseñas de merchandising, catapultaron a las estrellas del deporte a celebridades terrestres desde los setenta. Si se suma a ello la cada vez mayor disponibilidad y acceso a eventos deportivos internacionales, primero en los noventa desde la masificación mundial de la televisión por cable (ESPN), como enseña, The Last Dance en Netflix, y luego en el presente siglo por Internet, la comida se encontraba servida para la aparición de nuevas tendencias de masividad y popularidad planetarias para distintas competencias deportivas globalmente. Es el caso de la Champions, en fútbol-soccer, de los Juegos Olímpicos en particularmente el atletismo, y también, como se mencionó antes, de la NBA. O la Fórmula 1. O el tenis, en especial en los torneos del Grand Slam. Todos ellos con cifras de audiencias de centenares de millones de espectadoras o espectadores.
¿Por qué la Liga Nacional de Fútbol Americano no capitalizó este contexto?
La NFL tuvo su héroe pindárico de la estatura de Michael Jordan o Muhammad Ali o Pelé o Federer en lo que va de este siglo: Tom Brady. Y también lo tuvo todo en su evento estelar, el Superbowl, que se celebra siempre a inicios de febrero, sobre todo con la inclusión del show de mediotiempo de la mano de sagaces productores con mucho ojo para la espectacularización como han sido Don Mischer y Ricky Kirshner.
Y sin embargo, a diferencia de la NBA de Jordan -y Hill y Kidd-, nunca ha logrado posicionarse como un deporte con una fanaticada global realmente masiva.
¿Por qué?
Tres son las razones principales que se suelen esgrimir para el poco o nulo impacto internacional de la NFL en los distintos sitios especializados en este deporte.
1. Reglas muy difíciles de entender.
2. Ausencia de competencias nacionales fuera de los Estados Unidos.
3. Una puesta en escena en extremo costosa.
Respecto de la primera razón, resulta sumamente difícil entender las reglas del juego. De hecho, a tanto llega esto, que cuando se produce una falta en el campo de juego, los mismos comentaristas (color commentators) de las transmisiones televisivas muchas veces no son capaces de indicar con precisión de qué se ha tratado la falta, y los canales que transmiten suelen disponer de un “Especialista en Reglas” que intenta desenmarañar qué demonios ha sucedido en el campo de juego. Al mismo tiempo, las cámaras de TV suelen mostrar a los referees haciendo una especie de junta médica en el centro de la cancha en que deciden qué ha ocurrido y cuál es la penalización. Si ni los mismos participantes del juego, ni los periodistas entienden mucho, ¿qué queda para las espectadoras o espectadores? Entender el fútbol americano requiere esfuerzo, lectura y dedicación, es casi como que la NFL fuera un deporte como el Quidditch en la Saga de Harry Potter, un deporte muy difícil de comprender en su funcionamiento: no como el fútbol que necesita en su versión callejera de solo una pelota, un par de jugadores que le pongan ganas, cuatro piedras como arcos, y la regla de que si la pelota pasa por entre medio de las piedras, es gol.
Referido a la segunda razón, si bien hay partidos de la NFL que en los últimos años han desplazado su escenario o locación fuera de las fronteras de los Estados Unidos (desde la temporada 2007-2008), hacia Inglaterra (Wembley) o México (Estadio Azteca), y si bien alguna vez en los noventa se intentó instalar una liga europea, en la que participaban Los Barcelona Dragons, nunca ha habido ligas fuertes en otros países fuera de USA. Algo muy diferente a lo que ocurre con, por ejemplo, el básquetbol (que dispone de ligas poderosas en Europa, y que, en el caso de Chile, es un deporte bajo techo extraordinariamente popular en algunas provincias) o el mismo béisbol (que tiene ligas poderosas, por ejemplo en el Caribe y también en Japón), ambos deportes también de origen estadounidense. Este excepcionalismo de la competición deportiva de la NFL hace que no sea muy atractiva fuera de los Estados Unidos como un deporte a practicar o seguir.
En relación con la tercera razón: instalar ligas y jugar al fútbol americano es sumamente costoso. Tanto a nivel individual, donde todo el equipamiento para jugar el juego (cascos, camisetas, hombreras, muslos, rodilleras, pantalones, calcetines y zapatillas) con facilidad puede alcanzar el costo de unos mil dólares por jugador, como registra IbaWorldTour; como a nivel de competición general, donde se requiere todo un sistema de estadios a través de diversas ciudades con capacidades para decenas de miles de personas, así como disponer de implementaciones para las transmisiones deportivas de muchas cámaras de TV. Así, si un país cualquiera que quiera desarrollar una liga de fútbol americano debería embarcarse en un emprendimiento de miles de millones de dólares, con un retorno potencial muy dudoso en su resultado.
A estas tres razones se le puede agregar una quizá más pop, pero no menos cierta.
El fuego amigo desde Hollywood al fútbol americano.
Uno de los estereotipos más clásicos de los high school en los Estados Unidos es el del mariscal de campo ganador (winner) que pololea con la más popular de las cheerleaders, como han documentado los estudios cuasi-definitivos de la desaparecida psicóloga Eleanor Maccobby. Pero, en cada sala de high school en alguno de los puestos del fondo hay un muchacho o muchacha quizá no tan nerd, pero muy sensible, que mira con desafecto a estos estereotipos y aguarda su momento para vengarse. Ese muchacho o muchacha en algún momento se transforma en guionista de Hollywood y cuando crea narrativas sobre los high school, suele hacer que los quarterbacks y las cheerleaders sean siempre los villanos y villanas de la historia, lo que se observa desde Heathers, hasta Sex Education, pasando por Freaks & Geeks. Hollywood vs. la NFL: las ficciones televisivas y cinematográficas le han dado siempre mala prensa a los héroes del fútbol americano, con raras excepciones como la cinta Un Domingo Cualquiera.
Finalmente, algunas pistas para disfrutar el Superbowl de hoy
El encuentro que disputarán los Rams contra los Bengals hoy, se podrá disfrutar de mejor manera, si se atiende mediante el pequeño manual que se presenta a continuación.
La base de todo en la NFL es que un equipo ataca (llevando el ovoide) y el otro defiende. El equipo que ataca debe avanzar mínimo diez (10) yardas cada cuatro jugadas. Si las logra avanzar en esas cuatro jugadas vuelve a tener cuatro jugadas para conseguir las diez (10) yardas siguientes. Si llegan a la yarda 0 de los rivales anota seis (6) puntos y tiene opción de un punto extra por una patada desde la yarda 20, o dos (2) si logra hacer una jugada de pase y volver a cruzar la yarda 0. A veces no se llega para la cuarta opción a las diez yardas y se intenta un gol de campo (3 puntos) o, si se está muy lejos de los palos (la yarda 0 del rival), se hace una devolución y el otro equipo comienza a atacar.
Para avanzar las diez (10) yardas hay dos estrategias: jugadas por tierra y jugadas aéreas. En las jugadas de tierra el mariscal de campo (el jefe del equipo) le pasa con la mano el ovoide a un jugador que viene desde atrás (un running back) y este trata de superar la línea de golpeo (donde están los defensas del otro equipo). En las jugadas por aire el mariscal de campo lanza el ovoide a un receptor (un wide reciever o un tight end) que avanza por las líneas laterales o por el centro del campo. Estas dos posiciones se llaman “posición i”, la por tierra y “posición escopeta”, la por aire.
A veces cuando un equipo está atacando pierde el ovoide, por ejemplo porque en una jugada por aire la toma un jugador del equipo contrario (intercepción), o porque al jugador que acarreaba el ovoide se le cae (fumble) y lo recupera un jugador del equipo contrario. En estos casos el equipo que defendía pasa a atacar: se trata de un turnover.
Existen muchas penalizaciones que tienen como castigo hacer retroceder o avanzar automáticamente cinco, diez o quince yardas habitualmente. Lo más común son las posiciones de adelanto (avanzar aunque sea con un gesto de los hombros desde la línea de golpeo antes de que se inicie la jugada, tanto para el ataque como para la defensa) y jugadas rudas como choques casco con casco o agarrar de la mascarilla. Como hay veintidós (22) jugadores en el campo puede darse una falta en cualquier parte del terreno, por eso son tan difíciles de ver y hay tantos árbitros. Cuando se hace una falta los árbitros tiran un pañuelo amarillo, realizan un concilio y deciden la falta o faltas y el castigo.
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Nunca habrá interés masivo
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