Después de aterrar a medio mundo con Hereditary (2018) y de regalar unas cuantas imágenes icónicas a la cultura popular con Midsommar (2019), el realizador estadounidense Ari Aster acaba de estrenar su tercer largo: Beau tiene miedo.
Las reseñas hablan de una película disparatada, desconcertante y carente del efecto disciplinador del mercado, y esta vez para mal. Ahora bien, dentro de su abundancia, la película exhibe una secuencia animada, obra de los chilenos Joaquín Cociña y Cristóbal León, quienes contaron con la producción del propio Aster para un corto bastante extraño llamado Los huesos (2021, se puede ver en MUBI).
Esta pieza de stop-motion en blanco y negro y que imita a las películas mudas de principios del siglo XX, trata sobre una niña llamada Constanza Nordenflycht que recompone los cadáveres de Jaime Guzmán y Diego Portales, para que el primero oficie del sacerdote que reversará el matrimonio entre ella y Portales. Liberando así a Chile de su herencia portaliana, del peso de la noche y de tantas cosas más. O al menos así se pensaba hace apenas dos años.
Sin embargo, lo interesante del asunto está en cómo supo Aster del talento de los animadores Cociña y León, y la respuesta consta de tres palabras: La casa lobo (2018).
Filmada durante cinco años, y cuya elaboración fue exhibida en diversos museos de Europa y América, esta animación en stop-motion tuvo un efecto consagratorio internacionalmente para Cociña y León, tal vez comparable a lo alcanzado por Sebastián Lelio, Pablo Larraín o Maite Alberdi, aunque con menos resonancia masiva.
Claro, la animación ajena al mercado infantil no es un soporte tan popular, y menos aún si sobre ese soporte se construye un anticuento como alegoría de un episodio particular de la historia de Chile (la existencia de la Colonia Dignidad), que termina extendiéndose a un país completo e incluso más allá.
Pero vamos por partes. La película nos saluda con imágenes de archivo, confesándose como un producto del pasado encontrado azarosamente (otra vez) y que contiene material propagandístico de un cerrado organismo de beneficencia de alemanes en Chile. El locutor (Rainer Krause) es claramente el líder de la secta, quien nos presenta una ficción elaborada por ellos como un cuento aleccionador para los niños desobedientes. Que siempre los hay.
No hay que perder esto de vista: la historia que veremos proviene de la mente de un falso Paul Schäfer; y la forma en que nos será contada proviene de la mente de Cociña, León, del realizador checo Jan Svankmajer o de los hermanos Quay.
Filmada durante cinco años, y cuya elaboración fue exhibida en diversos museos de Europa y América, esta animación en stop-motion tuvo un efecto consagratorio internacionalmente para Cociña y León.
La protagonista de esta historia es una niña (otra vez) llamada María (Amalia Kassai), quien huye de la colonia tras ser castigada por dejar huir a tres cerdos, probablemente para evitar que sean comidos. Su fuga es ilustrada con dibujos de árboles en movimiento que se desplazan en una pared, hasta que María llega a una casa que a su vez aparece como una pintura en la misma pared.
Así se nos presenta “la casa lobo”. Este espacio recreado permanentemente a través del stop-motion, muta para convertirse ante nuestros ojos en un refugio que amenaza con ser una trampa, que se sumerge en la mente de María en la que se infiltra la mente del patriarca. Es decir, de Schäfer. Es decir, del lobo.
Con este movimiento perpetuo, donde no hay montaje tradicional como se entiende en el cine, la casa es a la vez un espacio de narración y la propia narradora de esta historia, al presentarnos a unos chanchitos hambrientos que descubre María y su progresivo proceso de humanización.
La locución en off de la protagonista acentúa sus propios temores respecto de la casa que parece acogerla, mientras que la voz de Shäfer/lobo aparece en una doble condición: como narrador omnisciente del relato, o como voz omnisciente dentro del relato que dialoga con María cuando ella parece necesitarlo. Como una voz dentro de la propia joven.
Con la casa mutando como un ser vivo; con las voces de María y el lobo alternándose sin dialogar; y con sonidos inquietantes acompañados por ecos de música clásica (principalmente Wagner, era que no), lo que se nos presenta es una versión distorsionada del cuento de los tres chanchitos o de ricitos de oro. El cuento con moraleja que contaría alguien como Paul Schäfer, como dijimos al principio. Es decir, una pesadilla.
La casa lobo está fuera de la colonia, pero es la colonia. La casa lobo está fuera de la colonia, es decir, estuvo habitada por chilenos, que veían televisión chilena y consumían productos chilenos de los años 80, por lo que la casa lobo también es inquietantemente parecida al Chile de los 80.
La casa lobo es entonces un adentro y un afuera, un mundo en movimiento donde todo cambia para que los hechos y las estructuras se repitan, como la utopía de María con sus hijos-chanchitos que poco a poco parece mimetizarse con la colonia, por la sencilla razón de que esa es la única realidad que conoce la niña protagonista.
Por lo mismo, la casa lobo es también una estructura de la cual no se puede salir, una trampa mortal que, llegadas las circunstancias, pueden poner a su huésped en la posición de comunicarse con el patriarca, con el lobo, con Schäfer, a través de la oración. Porque en la casa lobo, el lobo es dios y dios es el lobo.
Si la puesta en escena con su continuo cambio de piel ya es de por sí perturbadora, las lecturas políticas e históricas que se derraman de esta fábula derechamente hielan la sangre, sumando además a sus muchos méritos –y por desgracia– el de la premonición de la deriva autoritaria y conservadora que padece nuestro país.
Por todo lo anterior, lo que lograron aquí Cociña y León es un clásico instantáneo, una obra que salta de su tiempo y de su espacio valiéndose de una técnica puesta al servicio de la imitación de las grandes historias clásicas: los cuentos infantiles. Pero poniendo su fondo tenebroso sobre la mesa, para que lo vean quienes puedan sostener la mirada.
Acerca de…
Título original: La casa lobo (2018)
Nacionalidad: Chile
Dirigida por: Joaquín Cociña y Cristóbal León
Duración: 73 minutos
Se puede ver en: Ondamedia y MUBI
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