El 7 de septiembre de 1996 fue acribillado en Las Vegas el rapero Tupac Shakur, férreamente identificado con la izquierda y miembro del sello discográfico Death Row Records, algo así como el Vaticano del hip-hop en la costa oeste. Seis meses después, el 9 de marzo de 1997 en Los Ángeles, fue asesinado a tiros el rapero Notorious B.I.G., neoyorquino, supuesto rival de Tupac y débil sospechoso del primer crimen. Ambos casos siguen sin resolver.
El 3 de marzo de 1991, un afroamericano llamado Rodney King fue brutal y gratuitamente golpeado por cuatro policías en Los Ángeles ante una cámara furtiva que llevó la imagen a la TV. Los policías fueron enjuiciados y absueltos, lo que provocó violentísimos disturbios raciales que duraron seis días y causaron 63 muertos y cerca de US$ 1.000 millones en daños. En diciembre de ese año, el rapero Dr. Dre lanzó el disco The Chronic, que recogió las cenizas y causó un terremoto cultural llevando el hip hop al centro del mainstream. Por eso, las muertes de Tupac y Notorious fueron noticia nacional.
No en vano, la película está basada en un libro cuyo título es LAbyrinth, y se trata de dos almas perdidas que no pueden salir de ahí. Del laberinto.
Estas dos secuencias de hechos son el telón de fondo de La ciudad de las mentiras, donde la ciudad es ciertamente Los Ángeles y las mentiras son los recovecos naturales e inventados que impiden hasta la fecha saber quién mató a Tupac y a Notorious. No en vano, la película está basada en un libro cuyo título es LAbyrinth, y se trata de dos almas perdidas que no pueden salir de ahí. Del laberinto.
Una es Russell Poole (Johnny Depp), un policía retirado, casi anciano, abandonado por su familia –que no hizo más que devolverle la mano– y aún obsesionado por su caso más importante y no resuelto tras casi dos décadas: el asesinato de Christopher Wallace, a quien el resto del mundo aún llama Notorious B.I.G.
El otro es Jack Johnson (Forrest Whitaker), un periodista que carga con la culpa de haber publicado una teoría a esta altura casi desacreditada sobre el asesinato de Wallace, y que busca deshacer el entuerto aliando fuerzas con Poole para llegar a la verdad. En algún momento de 2015.
La conformación de esta dupla de profesionales descarriados no hace mucho por escapar del cliché. Viejos, mañosos, desconfiados y cínicos, inician su relación llevándose pésimo pero siguen adelante porque en el fondo son un par de enfermos que se reconocen como tales y así se comprenden. Náufragos en un mar de indiferencia, olvido y toneladas de corrupción.
Porque del cliché de la pareja improbable pasamos al cliché de la lucha titánica contra un mal omnipotente, encarnado esta vez en el LAPD, la policía de la ciudad. Con raccontos eficaces, pero con una puesta en escena que no los distingue ni separa del presente, Poole desentierra los detalles de su investigación en los años 90 y trata de explicar por qué estas no llegaron ni podían llegar a ninguna parte: la ciudad y el país no podrían tolerar la verdad, la que no revelaremos aquí. Pero sirva como pista que estamos hablando de la misma ciudad de Rodney King, de los disturbios raciales y del caso O.J. Simpson.
El componente del periodista en esta receta tampoco funciona del todo bien. Pese a contar con un actor muy sólido, el personaje no parece tener más capas que cierto resentimiento y la voluntad de hacer bien lo que antes hizo mal.
Visto en retrospectiva, la historia misma y la forma en que la investigó el oficial Poole es interesante; lamentablemente, la forma en que esta película decidió contar la historia no lo es tanto. Su fotografía es más bien plana y no parece agregarle particular valor a las escenas; la historia de corrupción es sazonada sin mucha intensidad con las consecuencias privadas de la obcecación del policía, poniendo en evidencia que la receta de la mezcla entre la preocupación cívica y la apología del policía/mártir no está bien calibrada.
El componente del periodista en esta receta tampoco funciona del todo bien. Pese a contar con un actor muy sólido, el personaje no parece tener más capas que cierto resentimiento y la voluntad de hacer bien lo que antes hizo mal, lo que por cierto le trae problemas: el enemigo que enfrentó Poole en los 90 sigue operando en 2015. De hecho, tiene brazos largos y poderosos en las redacciones de los periódicos… y volvemos al cliché del solo contra todos.
Y si de clichés se trata, la película toca fondo con una escena en los tribunales de justicia, donde Poole mira desconsolado una estatua de la señora provista de una venda, una espada y una balanza, lo que da cuenta de cierta falta de recursos a la hora de enmarcar esta historia como algo más que una denuncia.
Y si es así, ¿no habría sido mejor llevar esto a un documental? ¿Uno que diera cuenta del contexto cultural de los crímenes y del poder de la industria del hip-hop? ¿Uno que se remitiera a los hechos y dejando que estos revelaran la entereza de Poole? ¿Ahorrándose de paso el arco del periodista, que aparte de débil es completamente predecible?
Había material para ello. Estaba la historia, la de Poole, y la de la propia madre de Wallace, Voletta, quien hace un cameo respaldando a la película y su tesis, pero también desliza cierta información de su propia odisea por saber una verdad a la que tiene derecho y que se le niega sistemáticamente. Eso se menciona al pasar y queda la impresión de que ahí hubo una oportunidad desaprovechada.
La forma en que se resuelve esta película tiene ecos del El informante (Michael Mann, 2000), lo que hace todo más decepcionante si se considera el conjunto de ingredientes con que contaba esta historia.
Y esa es la sensación general tras ver esta película. La de que esto habría sido distinto si hubiera sido filmado por alguien como Michael Mann, que no solo tiene mucho ojo para sacar provecho de los espacios urbanos, sino que se especializa en gente obsesionada por su trabajo, como Poole.
De hecho, la forma en que se resuelve esta película tiene ecos del El informante (Michael Mann, 2000), lo que hace todo más decepcionante si se considera el conjunto de ingredientes con que contaba esta historia y que no pudieron fraguarse en un guion y puesta en escena a la altura.
Acerca de…
Título original: City of Lies (2018)
Nacionalidad: EE. UU.
Dirigida por: Brad Furman
Duración: 113 minutos
Se puede ver en: Prime Video
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