La Eurocopa 2024 está entrando en sus fases finales, exhibiendo una muy buena organización, un fútbol más que aceptable (con muy pocos bodrios y un par de equipos bastante atractivos) y, sobre todo, una casi olvidada sensación de normalidad.
La diferencia entre lo que se ve hoy y lo que se vivió en la última Eurocopa –interrumpida y postergada por la pandemia– es verdaderamente sideral, y el documental que nos ocupa hoy puede servir como evidencia de que en los tres últimos años el mundo ha cambiado radicalmente. Aunque tal vez no para mejor.
El día 11 de julio de 2021 estaba programada la final de la Eurocopa 2020, torneo que se disputó de manera desperdigada por toda Europa para reducir los riesgos de contagio del COVID-19.
Después de 55 años sin disputar ninguna final a nivel adulto, la selección inglesa tenía la oportunidad de ganar su primera Eurocopa al enfrentarse a Italia. En Wembley, la remozada catedral del fútbol donde obtuvieron el Mundial del 66, y donde todos los años se juegan todas las finales de copa de Inglaterra.
La estructura del relato tiene un orden cronológico estricto en la forma de una cuenta regresiva hasta la hora del partido, la que a su vez funciona como un barómetro y un termómetro, transmitiendo con eficacia la sensación de que la temperatura y la presión aumentaban sostenidamente
Por ello, es bastante acertada (aunque obvia) la decisión de iniciar este documental con una toma aérea de este estadio y de su entorno, para después extender ese entorno hacia otras ciudades de Inglaterra, de las que fluían las miradas atentas junto con decenas de miles de hinchas en dirección a Londres y a un Wembley que ese día concentró energías patentes y latentes hasta convertirse en un pandemónium.
La estructura del relato tiene un orden cronológico estricto en la forma de una cuenta regresiva hasta la hora del partido, la que a su vez funciona como un barómetro y un termómetro, transmitiendo con eficacia la sensación de que la temperatura y la presión aumentaban sostenidamente, agitando a las partículas en su interior.
Y las partículas –es decir, la gente– son siempre lo más interesante. La fauna exhibida es calculadamente variada, para cubrir todo aquello de lo que se quiere hablar. Los hinchas ingleses étnicos varían en edad y en propensión a las incivilidades que ocurrieron ese día; los hinchas y trabajadores del estadio racializados muestran con su testimonio lo bullente que es el racismo en situaciones de estrés. Y un hincha italiano casi califica como sobreviviente. En tanto, los trabajadores y el encargado de la seguridad del estadio hablan como si fueran veteranos de guerra.
El título en inglés expresa mucho mejor la intención del documental de narrar esto como un ataque, y lo interesante está en saber qué lo provocó. El sospechoso habitual es, obviamente, la endémica ingesta de alcohol de los hinchas ingleses antes, durante y después de los partidos, amplificada ciertamente por la larga sequía de triunfos del equipo de “los tres leones”. Sin embargo, los imputados por el documental tardarán algo más en aparecer.
Ocho horas antes del comienzo del encuentro, la avenida que conduce a Wembley ya estaba repleta de hinchas con ánimo festivo tras varios meses de encierro causado por la pandemia. Las imágenes de archivo, junto con tomas de celulares de diversas fuentes, están montados con pericia –tal vez más tiempo del necesario, eso sí– para transmitir una pendiente resbalosa que va desde la euforia hasta un descontrol causado por algo parecido a la anomia.
La música es deliberadamente tétrica –truculenta, incluso– porque tiene la doble función de amenazar con algo terrible… que sabemos que no ocurrió, pero también para subrayar una tragedia que sí ocurrió, y que no se puede dimensionar con cifras de heridos (los hubo, por decenas) y de fallecidos (milagrosamente, no hubo).
Cuando el descontrol en las calles deviene en el intento de entrar al estadio –con miles de esos hinchas sin entradas–, el documental empieza a parecerse a las películas de asedio, con mapas de los puntos críticos de ingreso de hinchas ebrios y ansiosos por ver el partido, que –vistos en retrospectiva– se asemejan a una invasión bárbara, absolutamente ajena al ordenado y mercantilizado fútbol europeo de las últimas décadas.
Así, el dichoso partido empezó a jugarse, con sus protagonistas y una parte de los hinchas prácticamente inconscientes de lo que se vivía fuera y dentro del estadio, y el documental se anota un gol importante al hacer un montaje paralelo entre lo que ocurría en la cancha y lo que ocurría en las calles. El espectáculo perfectamente montado y televisado, posibilitado por años de acumulación de recursos y know how, mientras en las calles se desata la gran regresión a la década de los 80. O, derechamente, la regresión desde el primer mundo hacia lo que allá se percibe como el tercer mundo.
La complejidad de la situación podía empeorar si Inglaterra ganaba ese partido, por lo que el documental se anota otro gol al captar al encargado de la seguridad del estadio confesando que –para evitar el desastre– era necesario que los locales perdieran. Eso deseó y eso ocurrió.
Y ocurrió porque en la definición a penales, tres jugadores ingleses fallaron sus tiros, con la infame casualidad de que los tres eran racializados. El tema de racismo, ya esbozado en testimonios anteriores, se toma esta parte final del documental y hegemoniza además las energías subterráneas –tanto las efímeras como las permanentes– que fueron conjuradas en ese altar energético en que devino Wembley, en una catarsis terapéutica que salió mal. Aunque pudo salir peor.
Para agregar más elementos al pandemónium, uno de los hinchas que se coló en el estadio justificó su inconducta invocando la negligencia y banalidad de Boris Johnson con sus fiestas privadas en plena pandemia, y sin embargo llama la atención que en este documental nunca –insistimos, nunca– se menciona la palabra Brexit.
Las caóticas fuerzas subterráneas que afloraron ese 11 de julio de 2021 no solo siguen presentes sino que se están expresando en las urnas y en las instituciones de toda Europa. Aunque el documental no parece ocuparse de este asunto.
Han pasado tres años y la entonces impensable guerra en Ucrania está a punto de escalar al continente completo. El contexto es otro, por lo que la pandemia y sus consecuencias –como la extraña final en Wembley– parecen casi de otra era.
Y decimos casi, porque las caóticas fuerzas subterráneas que afloraron ese 11 de julio de 2021 no solo siguen presentes sino que se están expresando en las urnas y en las instituciones de toda Europa. Aunque el documental no parece ocuparse de este asunto.
Acerca de…
Título original: The Final – Attack on Wembley (2024)
Nacionalidad: Reino Unido
Dirigido por: Robert Miller y Kwabena Oppong
Duración: 82 minutos
Se puede ver en: Netflix
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