Aunque parezca algo sobrecargado hablar sobre el VAR en una columna periódica de opinión cuya etiqueta es precisamente “Revisión del VAR”, a lo que se puede agregar la ironía de que seremos bastante críticos, esta semana la excusa es perfecta: en la última jornada del Campeonato Chileno, específicamente en el empate entre Iquique y Universidad Católica, el sistema de asistencia al referato volvió a ser protagonista: dos penales discutidos y una expulsión que dejaron al árbitro Fernando Véjar en el centro del debate. Las declaraciones posteriores de Gary Medel —acusando incluso amenazas desde el cuerpo arbitral— completaron el cuadro de un espectáculo donde la justicia parecía más una performance que un estándar. Pero detenernos en ese partido sería quedarse en la superficie. Lo que viene ocurriendo no es una excepción: es síntoma de una descomposición más honda.
Seré franco, nunca me gustó la lógica del VAR, en la medida que -aún lo sostengo- lo que aporta en transparencia, si bien podría afirmarse que tiende a maximizar el ideal de justicia deportiva, tiene un costo inmenso en la dinámica del juego, su fluidez y afecta severamente las emociones de los espectadores. Además de los costos materiales y humanos evidentes y del hecho que agrega una importante diferencia entre el fútbol profesional y el amateur que no emplea dicha tecnología, generando un desequilibrio que distancia a las bases de la elite. Y esa relación costo – beneficio, estimo que hoy parece dar cuenta de un proyecto fallido, sobre todo considerando que el sistema ha defraudado al planeta fútbol en lo que se supone sería infalible: evitar errores groseros. No ha conseguido evitar las suspicacias, que, como es obvio, mediando su operación, generan eventos aún más llenos de cuestionamientos, que suelen dejar un perfume endemoniado a corrupción.
El problema no es (solo) el VAR, sino el uso que se hace de él. Y en Chile, ese uso ha terminado por vaciarlo de sentido. Si se suponía que la herramienta vendría a “transparentar” el arbitraje y reducir el margen de error, hoy sucede lo contrario: el VAR ha multiplicado las dudas, la desconfianza y la percepción de arbitrajes dirigidos, caprichosos o cobardes. No hay peor escenario que este: cuando incluso con la ayuda tecnológica, los errores parecen igual o más inexplicables que antes.
Aquí el debate no debe ser técnico, sino político: ¿qué tipo de legitimidad necesita el fútbol chileno para volver a confiar en sus árbitros? ¿Y cómo se sostiene esa legitimidad si el VAR, si lejos de acercarse a su mejor versión, no son inhabituales sus caídas monstruosas?
La crisis no es una falla operativa. No es que el VAR “se equivoque”, sino que está atrapado en un ecosistema sin normas claras, sin pedagogía pública, y con un cuerpo arbitral desacreditado. En ese escenario, el VAR no es justicia asistida: es espectáculo de control. Su uso aparece como discrecional, sin criterios uniformes ni una lógica que el hincha —ni siquiera el jugador— pueda comprender. Peor aún: muchas decisiones se toman no para acertar, sino para blindarse ante la crítica. Y ese es el origen de la farsa.
Porque el VAR, en su concepción más noble, es una invitación a la humildad arbitral: a corregirse, a dialogar con las imágenes, a proteger el juego. Pero en la práctica chilena se ha convertido en todo lo contrario: una zona de poder opaca, un búnker donde se gestan decisiones sin rostro ni rendición de cuentas. ¿Quién está detrás de cada corrección? ¿Quién define qué revisar y qué no? ¿Quién asume la responsabilidad cuando el error se impone pese a la revisión?
En este contexto, la pregunta ya no es si el VAR sirve o no. La pregunta urgente es: ¿puede el VAR sobrevivir a este tipo de arbitraje? Porque si el entorno sigue siendo de desconfianza, verticalismo y hermetismo, no hay tecnología que salve el juicio. Y lo que debiera ser una herramienta para cuidar el juego, terminará siendo su peor enemigo.
¿Podemos a estas alturas renunciar al VAR? Imposible, el daño ya está hecho, llegó para quedarse y hoy no sería concebible el fútbol profesional sin la revisión asistida por medios tecnológicos. Creo que es un escenario al que no debimos llegar, pero ya estamos acá y no hay vuelta.
Lo que debemos hacer es intentar una profunda transformación en el modo en que se gestiona, se comunica y se fiscaliza su uso. Eso implica profesionalización real, pedagogía pública, acceso a audios, explicación de fallos, y sobre todo, un compromiso ético con el espíritu del juego. Mientras eso no ocurra, el VAR será menos una ayuda y más una excusa. O peor aún: un síntoma de cómo el fútbol chileno ha confundido justicia con control, y corrección con simulacro.
* Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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