Existe abundante literatura nacional que le asigna a los negociadores de la transición chilena habilidades políticas notables por haber conseguido reformas en un Congreso adverso a los cambios, con nueve senadores designados, mayoría de derecha en la Cámara Alta, además de un asedio permanente de poderes fácticos como los militares, el gran empresariado y la Iglesia Católica. Conspicuos intelectuales y columnistas han ensalzado por décadas la capacidad de los políticos de entonces para articular acuerdos en un contexto tan hostil como aquel proceso de restauración democrática.
Apropiándose del concepto español de la “política de los consensos”, la elite de entonces inauguró sus “hazañas” negociadoras con una reforma tributaria que recaudó 2% del PIB, principalmente gracias al regresivo aumento en 2 puntos del IVA. La reforma requería el apoyo de 24 senadores y la Concertación gobernante tenía solo 22. Superar la mayoría más uno de los senadores en ejercicio, gracias a un acuerdo con RN fue, en palabras del entonces ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, “un hito en la historia de la transición chilena, que perdurará en la memoria (…), para que todos los chilenos entiendan que el poder político está para servirlos en sus necesidades más apremiantes”.
Con ese entusiasmo, cabe preguntarse qué clase de exclamación habría hecho Foxley si hubiese logrado que su agenda legislativa obtuviera un respaldo del 80% del Congreso, como el que han alcanzado en promedio las normas aprobadas por la Convención Constitucional.
Claro que sería deshonesto equiparar las dificultades de la democracia durante la transición, con las actuales circunstancias que rodean el proceso constituyente. Pero es razonable comparar las habilidades de diálogo en aquel contexto transicional, con las que han mostrado los convencionales en las votaciones de sus plenos. Y desde luego es de toda justicia asignarle mayor legitimidad democrática a los consensos alcanzados en la Convención que a las cocinas de un Congreso como el de los años 90, con sistema electoral binominal, chantaje militar y un inimaginable tráfico de influencias.
“Cabe preguntarse qué clase de exclamación habría hecho Foxley si hubiese logrado que su agenda legislativa obtuviera un respaldo del 80% del Congreso, como el que han alcanzado en promedio las normas aprobadas por la Convención Constitucional”.
Sin embargo, los aduladores de la política de los consensos que se galardonan entre pares por sus brillantes habilidades negociadoras, se han transformado en implacables catones de los acuerdos de la Convención y la han declarado “en crisis”.
Quién sabe si sus sobrevaloradas habilidades les habrían permitido tejer algún mínimo acuerdo entre representantes tan diversos, pueblos originarios, colectivos identitarios, portadores de causas específicas, etc. Por eso permanecen amurrados en el rincón de la irrelevancia, mirando el resultado de su propia incapacidad de mantener un sistema sano de partidos políticos. Fue su degradación la que hizo necesario convocar a independientes ajenos a la política profesional, para mantener un proceso democrático con la legitimidad necesaria para encausar institucionalmente el estallido social.
Aunque desdeñen de los afuerinos de la política tradicional, han sido aquellos convencionales advenedizos, junto a los partidos nuevos, quienes mantienen a la Convención entre las instituciones mejor evaluadas en las encuestas, con la capacidad y el vigor para sacar adelante una tarea titánica en un plazo miserable.
Es razonable la inquietud por la ausencia del ideario derechista en la redacción de lo que debe ser la casa de todos; aunque valdría la pena preguntarse cuál es ese ideario y si asuntos como el pluralismo jurídico o el régimen político transitan realmente por el eje izquierda-derecha. Las distancias auténticamente ideológicas no están radicadas en esas materias sino en la Comisión de Medio Ambiente y Modelo Económico, así como en la de Derechos Fundamentales, donde los desacuerdos van mucho más allá de la derecha y no se pueden evaluar porque todavía no terminan de procesarse.
El paupérrimo rendimiento electoral del conservadurismo en las elecciones de convencionales fue causado por su negativa a cambiar la Constitución. Un pueblo sabio no elige como representantes para una tarea específica a quienes no quieren hacer esa tarea; aunque sí los elija para otros cometidos. ¿Qué se puede hacer si la representación de la derecha en la Convención es menor a su presencia en otros órganos de elección popular? ¿ponderar sus votos por dos? ¿interrumpir el mandato y llamar a nuevas elecciones? Los 2/3 son la única garantía de amplitud de los acuerdos, aunque ahora no le guste a quien solo tiene 1/4.
“Los aduladores de la política de los consensos que se galardonan entre pares por sus brillantes habilidades negociadoras, se han transformado en implacables catones de los acuerdos de la Convención y la han declarado en crisis.”
Mientras la comisión Venecia que asesora a la Unión Europea en asuntos democráticos valoró el trabajo de la Convención, se ventilan interesantes debates académicos y políticos acerca de los acuerdos alcanzados y de los que recién inician su tramitación; abundan opiniones bastante parciales, aunque legítimas. Así es la deliberación democrática.
Pero a la antigua usanza, también se despliegan defensas corporativas desde el Senado, la Corte Suprema y el gran empresariado, que cruzan la línea de la seriedad, del respeto por la democracia y de la separación de poderes con el constituyente. Y por lejos la operación política más burda de los últimos días ha sido la propuesta de cambiar las opciones del plebiscito de salida, especialmente porque proviene del mismo sector que ha rasgado vestiduras por la supuesta pretensión de sus opuestos a saltarse las reglas del proceso. En todo caso, la Comisión Venecia también desaconsejó esa posibilidad.
Mientras trascurran los últimos tres meses de votaciones, los nostálgicos de la política de los consensos podrían aprovechar su tiempo libre para aprender a dialogar en pos de auténticos acuerdos que aúnan a sectores diversos sin pretender asemejarlos.
Comentarios
Notable columna de opinión
Yasna Lewin cómo siempre
Excelente Yasna, mis saludos.
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