En un calendario futbolístico cada vez más saturado de torneos, la Supercopa de Chile ha dado mucho que hablar, sobre todo en esta versión. Su lógica es simple y seductora: enfrenta a los mejores de la temporada anterior en un duelo único que enfrenta a campeones, el de la Copa Chile y el del Campeonato Nacional y abre oficialmente el año futbolero, entregando al ganador un trofeo de dimensiones descomunales y no mucho más que eso.
La versión disputada el domingo recién pasado en el Estadio Santa Laura fue sin duda excepcional. Más allá del resultado, volvió a ofrecer un duelo de jerarquía, con ambos equipos alineando a sus mejores hombres y con un brillante ganador, la Universidad de Chile, que dominó completamente el juego. Sin embargo, organización de esta edición fue polémica: el cambio de fecha —de su habitual inicio de temporada en verano a esta ventana de septiembre— generó críticas de clubes y aficionados. Disputar la copa a estas alturas del año le restó el valor simbólico de “patada inicial”. Pero eso, solo para comenzar.
Se jugó, además, cuatro días antes de que la “U” enfrente un partido internacional en que existe mucho más, en materia de premios, en juego. Por lo que volvió a discutirse con euforia fue cuando y por qué debían reagendarse partidos oficiales, considerando que la fecha estaba suficientemente pospuesta, y, sobre todo, a qué equipo (sobre el tema Colo-Colo tiene bastantes antecedentes vistosos) se le entregaban más o menos facilidades para conciliar su desempeño local con el internacional.
Finalmente, la ANFP no accedió a darle facilidades a la “U” y el partido se jugó en un entorno realmente penoso. Impropio de una final. Se redujo el aforo del estadio Santa Laura a diez mil personas y, además, en una medida arbitraria y edadista, se restringió la compra de entradas a para que solo ingresaran al estadio mayores de 55 años. Lo anterior, para empezar, es un castigo importante para ambos equipos, en la medida que el premio económico de la Supercopa es precisamente la utilidad de la venta de entradas. No más que eso. Cincuenta por ciento para el ganador y treinta para el perdedor. Si bien la preocupación por la seguridad es legítima, cabe preguntarse si este tipo de restricciones no terminan excluyendo a quienes han sido parte esencial de la cultura futbolera por décadas. El fútbol es, ante todo, un fenómeno social y multigeneracional, y no debe convertirse en un espacio segmentado solo para quienes cumplen un perfil etario y físico específico. De hecho, el supuesto factico y valórico es tremendamente peligroso: son delincuentes peligrosos los hombres menores de 55 años. ¿No pensaron lo arbitraria que resulta esa medida para los jóvenes de muy buen comportamiento?
Además de todo, la medida fue del todo ineficaz. No hubo incidentes en Santa Laura, pero sí en las proximidades del Estadio Nacional: un grupo de hinchas encendió bengalas y provocó desórdenes, generando la habitual cobertura mediática que habla de “graves enfrentamientos” con Carabineros. Si bien los reportes oficiales indican que no hubo lesionados de consideración y que la intervención de Carabineros fue rápida y acotada, es importante plantearse ciertos cuestionamientos. Se trata de hinchas del equipo ganador en general hombre jóvenes, por lo que se puede ver en las imágenes. ¿Habrían ocurrido si no se hubiesen aplicado las medidas de seguridad tan especiales que se adoptaron?
La Supercopa debería ser una fiesta. Tiene potencial. Tiene historia, de la buena y mucha. Es el primer examen serio del año para campeones y campeones de copa, una vitrina que muchas veces anticipa el tono de la temporada. Merece ser cuidada, no demonizada ni banalizada. Merece ser proyectada ¿no sería lindo, por ejemplo, intentar un espectáculo de medio tiempo acorde a nuestra cultura? A las autoridades les corresponde encontrar un equilibrio: garantizar seguridad, pero sin caer en medidas que atenten contra la esencia popular e inclusiva de nuestro fútbol. Además, deberían tratarla de manera respetuosa y no jugarla a días de fiestas patrias, desnaturalizando su rol. En esta edición, pese a todo tuvimos buen fútbol y un merecido Supercampeón.
Pero seamos francos, el entorno si bien no fue violento, sino más bien pacífico (e insistimos, no del todo) fue más que penoso, patético. Privó a los equipos y sobre todo al ganador de un escenario festivo, y de mucho dinero por concepto de recaudación. El fútbol chileno necesita menos alarmismo y más compromiso para que esta copa siga siendo lo que siempre debió ser: un encuentro de campeones, de hinchas y una fiesta.
Lo anterior demuestra que en vez de mejorar nuestros hitos futboleros fundamentales, nuestras autoridades piensan solo en una supervivencia lamentable que les permita obtener lucas que, tal vez, no podrían obtener si se dedicaran a otra cosa.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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