Un hombre de una familia rica y poderosa huye de sus privilegios alistándose en las fuerzas armadas, pero al tiempo se ve obligado a colgar su uniforme y tomar las riendas de los negocios familiares porque su padre muere y porque su hermano mayor es claramente inepto para la tarea.
¿Es esto acaso un resumen de El Padrino (Francis Coppola, 1972)? No, es la premisa de la serie que nos ocupa hoy, la que además es un spin-off de una película del mismo nombre –The Gentlemen– y del mismo director –Guy Ritchie–, estrenada en 2019.
The Gentlemen –la película– estaba centrada en las peripecias de un narcotraficante estadounidense que adoptó los modos y estilo de vida de la aristocracia de su país adoptivo (Reino Unido), mientras pagaba a los decadentes nobles del país para usar sus fincas como escondite de plantaciones ilegales de marihuana.
Buena película de Guy Ritchie –un género en sí mismo a estas alturas–, la que demostró su habitual competencia para retratar a la excéntrica fauna de los bajos fondos británicos, y que además encontró una veta que, sin embargo, no pudo desarrollar del todo: la decadencia de la aristocracia británica, lista para ser devorada por la globalizada jauría de fieras que embute sus dólares en la lavadora de la City.
Cinco años después –y con el esperpéntico gobierno de Boris Johnson sirviendo como blasón de la incompetencia de la elite de su país– Ritchie se explaya sobre el tópico en esta serie, y para ello se monta irónicamente en su opuesto. En El Padrino.
El protagonista es un casco azul de la ONU llamado Edward Horniman (Theo James), quien se ve obligado a regresar a su mansión familiar a presenciar la muerte de su padre y a heredar –sin desearlo ni esperarlo, pues no era el primogénito– el título nobiliario de su padre (duque de Halstead, ni más ni menos) y una señorial finca que mágicamente genera dinero sin producir mucha leche ni carne y ni ninguna de esas cosas.
La respuesta al enigma llega con la aparición de Susie Glass (Kaya Scodelario), la narcotraficante que paga por usar las tierras de Horniman para cultivar marihuana, quien se convierte en una respetuosa y pragmática jefa y en un foco de no-tensión sexual. Concebible para el espectador, mas no para ella.
Esta dupla protagonista es simétrica en inteligencia y prestancia física, lo que eleva el atractivo visual de la serie y la agudeza y concisión de sus diálogos, pero también tienen en común el hecho de estar encadenados a sus respectivas familias. De mafiosos y aristócratas, respectivamente.
La cruz que carga Eduard es su hermano Freddy (Daniel Ings), el Freddo de esta historia, cuya debilidad no es patética sino exuberante y disparatada, y cuyo contraste con su hermano es una inagotable fuente de humor y de drama. Por su parte, Sussy se desvive por su hermano boxeador mientras sigue las órdenes de su padre, Bobby (Ray Winstone), un gran capo que vive a cuerpo de rey en una cárcel, solícitamente atendido por funcionarios del Estado.
Así, la mezcla de droga, acción, delincuencia y lealtades familiares se desenvuelve con meritoria agilidad y con los variados recursos visuales con que Guy Ritchie suele sazonar y dosificar sus piezas narrativas –textos sobreimpresos, cámaras lentas, primerísimos planos detalle a los más diversos objetos y elipsis inesperadas, entre otros–, dando como resultado un producto lleno de fibra y propenso a generar adicción.
Así, la mezcla de droga, acción, delincuencia y lealtades familiares, se cocina para un producto que se aleja sideralmente de la operática tragedia de El Padrino, pese a compartir muchos de sus ingredientes. La razón principal está, evidentemente, en la comedia; pero una que se sostiene principalmente en las diversas formas de excentricidad que Ritchie sabe crear y llevar ante la cámara con el rigor de un zoólogo. Una especie de Jacques Cousteau del bajo mundo, que trata a sus objetos/creaciones con algo que –a falta de una palabra mejor– llamaremos cariño.
Y así, la serie se estructura y acelera presentando más personajes, de manera que cada episodio tiene su afán, mientras se define la trama de fondo que mueve a la temporada completa: pese a su fiato con Sussy y a sus evidentes dotes para el gangsterismo, Eddie Horniman quiere salirse del negocio de sus nuevos jefes y dejar de ser un privilegiado mafioso para ser en un privilegiado a secas. Como Michael Corleone en El Padrino III (Francis Coppola, 1992).
Y es en ese intento que la serie transita suavemente a terrenos oscuros –casi trágicos–, resueltos con gracia e ingenio, y con la convicción total de que esta historia continuará.
Mientras la colosal saga de Coppola trata de mafiosos que aspiran a devenir aristócratas, esta ligera –aunque no tan liviana– serie de Ritchie trata de aristócratas que devienen en mafiosos, y esto es posible y concebible porque entre uno y otro grupo humano no hay una diferencia cualitativa sino cuantitativa.
Ritchie se toma la molestia de hacerlo explícito con una sentencia que, además, abre el trailer de la serie y dice más o menos así: “Los aristócratas son los descendientes de unos ladrones que hace 800 años tomaron un país ajeno y establecieron un sistema político, legal y económico que perpetuó ese robo”. En otras palabras, lo único que distingue a los aristócratas de los mafiosos son los siglos que separan los crímenes de unos y de otros.
Tras este juicio cínico –aunque exacto–, tras los trajes impecables, tras los especímenes excéntricos y tras la dosificación precisa de calma y euforia, la serie nos muestra en tiempo real el colapso de una elite y su reemplazo por otra. Y lo hace de manera tal que simpaticemos un poco por las dos y no lamentemos en absoluto lo que está ocurriendo.
Acerca de
Título original: The Gentlemen
País: Reino Unido – EE.UU.
Exhibición: Primera temporada de ocho episodios (2024- )
Creada por: Guy Ritchie
Se puede ver en: Netflix
Comentarios
Añadir nuevo comentario