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Sábado, 1 de Noviembre de 2025
[Sábados de streaming - Series]

M. - El hijo del siglo: Hijo de su siglo y padre del nuestro

Juan Pablo Vilches

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Mussolini. Hijo del siglo.
Mussolini: Hijo del siglo.

Este relato del inicio del movimiento fascista descansa en la volcánica figura de Benito Mussolini, y de los interesantes satélites que lo rodean. Fundiendo lo viejo con lo nuevo, la serie nos habla de un pasado que se parece cada vez más al presente.

La idea original de Joe Wright –el director de esta serie– era que las alocuciones con que Benito Mussolini (Luca Marinelli) rompe la cuarta pared para dirigirse a los espectadores fueran habladas en inglés. Sin embargo, en ese momento triunfó en las elecciones italianas una tal Georgia Meloni, perteneciente a un partido llamado Fratelli d’Italia, el que a su vez es heredero del Movimiento Social Italiano, fundado por los seguidores de Mussolini tras el fin de la guerra. Entonces, con el fascismo de vuelta en el poder en Italia, Wright tomó la decisión de que todo en esta serie fuera hablado en italiano, porque es lo que corresponde históricamente y porque los italianos son los primeros que deben entender lo que se les quiere decir.

En efecto, estamos ante una serie sumamente oportuna porque habla de un pasado que tiene un desagradable parecido con el presente, y lo hace con recursos audiovisuales que apelan tanto al pasado como al presente, envueltos en una ambientación deliberadamente artificiosa donde todo cabe y todo encaja.

La historia comienza en 1919, en Milán, donde Benito Mussolini ya está congregando a los veteranos de la Gran Guerra en torno a un movimiento que rivalice con los socialistas y los supere a la hora de entrar en la acción y subvertir orden el burgués y decadente que los tiene en la miseria.

La dirección de arte y la fotografía nos presentan desde el comienzo un pasado ocre y claustrofóbico, como si esto transcurriera en la carpa de un circo viejo, cuyo maestro de ceremonias es el propio Mussolini.

Esto puede remitirnos al maestro de ceremonias de Cabaret (Bob Fosse, 1972) y también a los diversos neofascistas que están gobernando sus países como si estuvieran en un estudio de televisión. Todos miran a Trump como el pionero de esta tendencia, pero lo cierto es que el huevo de la serpiente está en Berlusconi, y la serie nos dice sin ambages que antes del cavaliere estuvo Benito Amilcare Andrea Mussolini.

Joe Wright ya había trabajado con el recurso teatral en su adaptación de Anna Karenina (2012), pero esta vez lo llevó más lejos e incluyó además un tratamiento muy estilizado del sexo y la violencia, no para generar atracción ni rechazo, sino como elementos definitorios del personaje y de la ideología que forjó.

Junto con (y contra) la avejentada puesta en escena, corre en paralelo música contemporánea en clave rave, a cargo de Tom Rowlands (de The Chemical Brothers), para transmitir la energía futurista del fascismo; expresando así su naturaleza contradictoria tan seductora del movimiento y por ello tan seductora para tanta gente y por tantas razones distintas: los personajes se mueven en escenarios vastos, geométricos y nostálgicos de la grandeza romana, pero al compás de una música que entonces no existía y que encarna la promesa del futuro. Un futuro que es nuestro lamentable presente.

Particularmente valioso es el intento serio de contar estos años de la vida de Mussolini (1919-1924) como un proceso de mutación personal e ideológica, sirviéndose principalmente de los personajes que acompañaron al Duce, lo modificaron y cambiaron con él.

Uno de ellos es Margherita Sarfatti (Barbara Chichiarelli), la crítica de arte, aristócrata, judía, amante y biógrafa de Mussolini, quien es presentada como una especie de Pigmalión que moldea (y disfruta) la bestial masculinidad del Duce, dándole contenido y dirección a un animal político intuitivo, voluble y consciente de que desea una posición hostil a su modesto origen de clase.

Otro personaje importante es Cesare Rossi (Francesco Russo), la mente estratégica e ideológica que complementa a Mussolini, y con quien conforma algo muy parecido a un matrimonio, con un rango que va desde escenas dramáticas y llenas de angustia hasta otras donde ambos componen un consumado dúo cómico.

También está Rachelle Mussolini (Benedetta Cimatti), la sufrida esposa que se debe contentar con los despojos que le deja su marido, incluyendo ese considerado y culposo abandono que el Duce interpreta como “respeto”.

Una de las ventajas de tener ocho horas para contar esta historia, es que hay margen para mostrar la evolución de estos personajes: cómplices y víctimas de la evolución política y personal del entonces aspirante a dictador, y a la vez seres autónomos que reaccionan a las consecuencias de su propia obra, la que se les viene encima como una marejada.

Y esto es así porque al centro de todo tenemos a un Mussolini moralmente pequeño pero colosal como personalidad. Decir que la actuación de Luca Marinelli lo eleva como una fuerza de la naturaleza no es un cliché, pues el personaje es a la vez repugnante y atractivo, empecinado y contradictorio, omnipotente y frágil. Es el hijo de su siglo y el padre del nuestro. Si los premios significaran algo, Marinelli debería llevarse unos cuantos kilos de metal dorado para su casa… y convertirse en una estrella mundial.

Al igual que sus satélites, el protagonista cambia a lo largo de este trayecto. Y podríamos decir que su transformación eclipsa todas las demás, al punto de que coloniza el espacio e incluso difumina la frontera entre la ficción y la realidad.

A medida que avanzan los episodios y el Duce condecora su pecho con crímenes, hazañas y traiciones, la serie se encierra en su despacho –dominado por un gigantesco busto suyo– y lo convierte en una proyección de la psiquis de Mussolini. Un espacio donde ocurren cosas que pueden ser reales o imaginarias, porque quien las padece está en un particular estado de ebriedad.

Y lo espeluznante de todo esto, es que dicha ebriedad termina barriendo con todos los contrapesos externos que pudieron detenerla, ya sea por ausencia (los socialistas que se retiraron del parlamento), cobardía (los liberales y conservadores, aliados reticentes de los fascistas) o convicción (los fascistas, retratados por la serie como una jauría impenitente). La secuencia de esta claudicación es original, sorpresiva y memorable en el mejor de los sentidos… pero dejando la peor de las sensaciones.

Esta serie es la adaptación del libro homónimo del académico y escritor Antonio Scurati, el primero de una pentalogía ya publicada íntegramente, cuya traducción al formato audiovisual está en veremos. Ojalá ocurra, nuestro siglo la necesita.

 

 

Acerca de

Título original: M. - Il figlio del secolo
País: Italia y Francia
Exhibición: Una temporada de ocho episodios (2025)
Creada por: Lorenzo Mieli
Dirigida por: Joe Wright
Se puede ver en: MUBI



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