En su editorial del 2 de marzo pasado, titulado Pensamiento decolonial en la Convención, La Tercera argumentó que en la Convención Constitucional chilena existe “un fuerte giro culturalista e identitario inspirado en el pensamiento decolonial latinoamericano”. El texto se apoyaba en una investigación inédita del sociólogo y antropólogo del Centro de Estudios Públicos (CEP) Aldo Mascareño, a la cual el mismo diario dio amplia tribuna tres semanas antes.
De acuerdo con la constatación de Mascareño, conceptos como 'buen vivir', 'plurinacionalidad', 'disidencia', 'decrecimiento' y 'derechos de la naturaleza' no habían tenido hasta el momento cabida en el debate público, sino tan solo en ámbitos relacionados a la academia. Es así como se cita a un puñado de autores latinoamericanos que ha dado forma y vida a este pensamiento decolonial latinoamericano y que, a juicio del autor, implica “una inversión del modo en que la sociedad moderna se piensa a sí misma”.
A la luz de lo anterior, resulta pertinente plantearse una serie de preguntas. ¿Por qué provocan estas ideas tanto temor entre círculos más conservadores? ¿Se trata tan solo miedo a lo nuevo y desconocido o es realmente un rechazo a ideas que se han dado el tiempo de estudiar? ¿Están los chilenos –como dijo el periodista Jorge Andrés Richards en una carta a El Mercurio– “absolutamente confundidos” con el debate constitucional? Finalmente, ¿cómo han reaccionado precisamente los medios de comunicación a estas propuestas?
¿Qué lleva a nuestros medios a oponerse a cualquier cambio que huela a América Latina? ¿De dónde viene el desprecio –o miedo– a cualquier modelo cuyo origen no se encuentre en tierras europeas o norteamericanas?
Para nadie es novedad que la prensa tradicional chilena se ha planteado en las antípodas de estas ideas. El suplemento de El Mercurio dedicado a la cobertura del proceso constituyente ha dado una clase magistral de cómo oponerse al trabajo de la Convención. Conceptos como “controversia”, “polémica”, “críticas”, “cuestionamientos”, “riesgos”, “preocupación” y “alerta” se suceden en sus titulares cada viernes desde hace meses. En vez de la 'Casa de Todos', “así como va, terminará siendo la carpa de todos”, ironizó en una de sus viñetas del verano Jimmy Scott, el encargado del humor del diario de los Edwards. Su menosprecio hacia el trabajo de los convencionales ya había sido criticado meses atrás por la constituyente Cristina Dorador.
“Las sociedades latinoamericanas –principalmente sus elites– han definido históricamente su identidad en referencia a Occidente, como sociedades occidentales de segunda clase”, explica el académico brasileño Alfonso de Albuquerque, quien destaca particularmente el rol jugado por el Grupo de Diarios de América (GDA, al que pertenece El Mercurio) a la hora de oponerse a cualquier cambio que escape a los cánones civilizatorios europeos. Es decir, si bien sus redacciones se ubican en las calles de Lima, Bogotá, Caracas o San Salvador, sus ideales e inspiraciones caminan por los bulevares de París, los puentes de Londres y los parques de Madrid.
En palabras del prestigioso académico de Oxford Laurence Whitehead, estas elites latinoamericanas –y, por lo tanto, los medios de su propiedad– “aspiran a realzar su autoridad presentándose como portadoras de estándares de ‘modernidad’ aprobados internacionalmente”. Para ellos lo “moderno” sería, por lo tanto, otro sinónimo para “europeo”, ignorando olímpicamente todas las diferencias que nos separan de alemanes, suecos e italianos. Así, resulta curioso constatar, por ejemplo, la desmesurada cobertura que El Mercurio le ha dado a la Comisión de Venecia (o Comisión Europea para la Democracia por el Derecho), cuya delegación ha sostenido una serie de reuniones en nuestro país con el fin de redactar una lista de recomendaciones en torno al proceso constituyente.
Pero, ¿qué lleva a nuestros medios a oponerse a cualquier cambio que huela a América Latina? ¿De dónde viene el desprecio –o miedo– a cualquier modelo cuyo origen no se encuentre en tierras europeas o norteamericanas?
Entre las consecuencias del modelo periodístico importado desde Europa, Araya explica que existe la presunción de superioridad y preeminencia del periodista por sobre su audiencia, la concepción de un público culturalmente homogéneo y la idea de que los profesionales de la prensa restringen su labor a la difusión de mensajes.
El académico chileno Rodrigo Araya explica que si el periodismo tradicional chileno apoya ideales eurocéntricos de modernidad es, precisamente, producto de su llegada al continente a través de procesos de colonización. “Este modelo parece estar muy desconectado no solo de las realidades e historias locales de Chile y de muchas comunidades locales, sino que, como se observa en varias salas de redacción de todo el país, los periodistas lo enseñan, lo aplican y lo practican sin cuestionar críticamente sus orígenes”, argumenta Araya.
Entre las consecuencias del modelo periodístico importado desde Europa, Araya explica que existe la presunción de superioridad y preeminencia del periodista por sobre su audiencia, la concepción de un público culturalmente homogéneo (descartando cualquier idea de pluriculturalidad, uno de los bastiones de la Convención) y la idea de que los profesionales de la prensa restringen su labor a la difusión de mensajes, obviando la comprensión de los procesos de recepción.
No cuesta entender, por lo tanto, los constantes choques que han existido a lo largo de los últimos ocho meses entre una prensa acostumbrada más bien a mantener el modelo de sociedad y las relaciones de poder existentes y una Convención en la que prima más bien todo lo contrario.
Son justamente estos “invasores espaciales” –concepto acuñado por la socióloga británica Nirmal Puwar y citado en una lúcida columna por Óscar Contardo– quienes han sacudido los cimientos históricamente firmes e inalterados de un periodismo más dado al conservadurismo que a los cambios. “¿Qué ocurre cuando las mujeres y las minorías racializadas ocupan posiciones ‘privilegiadas’ que no les han sido ‘reservadas’?”, se pregunta Puwar. ¿Cómo reaccionan los hombres blancos –históricos tomadores de decisiones– cuando estos grupos excluidos por siglos amenazan el status quo de un día para el otro?
Chile vivirá en los próximos cuatro meses la recta final de un enfrentamiento hasta ahora inédito en nuestra historia republicana, con visiones de país –y de mundo– que difieren no solo en sus objetivos sino también en sus orígenes. Quizás un primer paso para conciliar estas posturas sea precisamente reconocer y hacerse cargo de sus diferencias: coloniales y conservadoras por un lado, decoloniales y progresistas por el otro.
Comentarios
Añadir nuevo comentario