El desarrollado entre el Gobierno y la DC no fue un diálogo entre sordos. Fue entre interlocutores que hablaron idiomas diferentes y les faltó el intérprete que les permitiera entenderse. Por eso, el coloquio se cerró "sin dolor y sin ruido" y únicamente las turbulencias furiosas que azotan al país podrían reanudarlo mediante la formación de un gabinete que le diera garantías parejas al oficialismo y a la oposición, pero marginando de este hipotético y casi imposible entendimiento a los extremos de la ultraderecha y de la ultraizquierda que se radicalizaron hasta el punto que ya no es cuento del lobo un conato de guerra civil que la inmensa mayoría de la ciudadanía rechaza con vigor y con espanto.
Los esfuerzos para encontrar el mínimo consenso no fueron estériles. Ambas partes están conscientes de que la situación es de "gravedad extrema" como lo expresaron Allende y Aylwin.
A la crisis económica que ya alcanzó la hiperinflación; el vacío en las arcas fiscales y la quiebra en la balanza de pagos, se unió la práctica paralización del país por la huelga de los transportistas a la que adhirió la mayoría de los gremios del rodado. La nación está cercada por el fantasma del hambre. La indisciplina laboral, el desabastecimiento y el mercado negro van en acelerado aumento. Ninguna de las medidas adoptadas por el Ejecutivo con su Plan de Emergencia dio resultado y cada día -tal vez cada hora- se agudiza la tensión.
El Gobierno, a través de la CUT, ha llamado a la movilización general y ahora se prepara, según Luis Figueroa, una gigantesca concentración en la capital y principales ciudades del país; pero se están escapando del núcleo oficialista los grupos más vehementes.
El MIR, unido al flanco altamiranista del PS, declaró que ya estaba en la "oposición revolucionaria y popular" contra "los reformistas, burócratas y componedores". Estas palabras las pronunció Miguel Enríquez, hijo del actual ministro de Educación. Los dirigentes de los llamados "cordones industriales" se desplazan por su cuenta creando, de hecho, un poder paralelo a La Moneda. Allende y la CUT ya no los pueden contener, como tampoco pueden interferir en la acción, cada vez más independiente, de las FF. AA., sobre todo de Ia FACH y de la Armada. La tajante y espectacular declaración del general del aire Nicanor Díaz, desautorizando al director de Investigaciones, Alfredo Joignant (PS); los allanamientos de los castrenses en Santiago, Valparaíso, Concepción y Punta Arenas en empresas estatizadas demuestran el rol que están adoptando los uniformados que cumplen con la ley de control de armas e investigan el insensato asesinato del comandante Araya, sin pedirle permiso a nadie. Lo hacen porque la Constitución les asignó estas tareas, no porque se los ordenara el Ejecutivo, el Legislativo o la Justicia Ordinaria.
En octubre del año pasado, las FF. AA. estuvieron cuadradas con el Gobierno. Esta vez sería temerario y falso asegurar que están en otras trincheras. Están en las que les indican sus obligaciones profesionales. Ellas son las únicas garantías de que en Chile no habrá un baño de sangre y lo impedirán con sus instrumentos de guerra. En ellos descansa la supervivencia del proceso democrático. Por eso, la DC fue terminante en reclamar "un gabinete de garantías que se basara en un papel preponderante e institucional de las FF. AA.".
Diálogo o tregua
A juicio de quienes siguieron el diálogo en todas sus etapas y alternativas, el presidente quiere el diálogo, lo reclama casi con angustia, pero tampoco se atreve a dar el gran salto que separa a un diálogo de una simple tregua para seguir la UP avanzando sin transar en ninguno de los puntos colocados por la DC, que coincidieron con los mismos que estamparon los generales cuando fueron consultados para integrar el actual gabinete que juró el 6 de julio.
El diálogo, hasta el fondo del pozo, habría significado la ruptura de Allende con la mayoría del Comité Central de su PS, con el MIR, en sus múltiples sucursales, y con el MAPU de Garretón que en este tiempo fue "reforzado" con el ingreso de los militantes del PC Bandera Roja que dirige Daniel Moore.
El Gobierno, inspirado por el PC, quiso una tregua. Un alto en el camino; el izamiento de una bandera blanca durante la cual el Ejecutivo aumentaría las prerrogativas del régimen presidencial que se declara bloqueado por la mayoría opositora del Parlamento, el Poder Judicial y la Contraloría. Por eso aceptó promulgar la Reforma Constitucional de las tres áreas, siempre que la UP y la DC apoyaran nuevas reformas constitucionales que dejaran establecido que los vetos futuros del Ejecutivo a ellas, requerirían de los dos tercios de la Cámara y del Senado que es el quórum para insistir en los proyectos de ley.
La DC jamás pensó en una capitulación del Ejecutivo. Los cuatro puntos concretos (desarme de los grupos paramilitares: entrega de las empresas y predios tomados por el "tancazo"; promulgación completa de la Reforma Hamilton-Fuentealba y Gabinete Militar) no significan, a juicio de Aylwin-Olguín, ni modificación al programa de la UP ni mucho menos "congelación" del proceso revolucionario de cambios. Significan, sí, ordenamiento jurídico para poner fin a los hechos consumados y un ministerio abierto a las sugerencias positivas de la oposición democrática. Un gabinete con efectivo mando vertical y jerarquizado.
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El consenso mínimo, tan angustiadamente reclamado por el Episcopado, no se produjo.
¿Significa esto fracaso de una operación de buena voluntad?
Chile está viviendo las horas más críticas de su vida republicana. Lo positivo del diálogo fue que esta patética realidad es compartida por Allende y la DC.
A través de sus coloquios, la DC conoció los terribles problemas que afronta Allende para la seguridad nacional e internacional de Chile. La mesa de Aylwin, a su vez, tiene los suyos que provienen de los sectores más "duros" de su propia colectividad y de núcleos ajenos de la oposición derechista que se opusieron al diálogo con el mismo énfasis que los grupos "ultristas" de la izquierda.
Los acontecimientos chilenos ya no se podrán detener. El país está sumergido en una vorágine revolucionaria y únicamente esfuerzos supremos podrían impedir que el actual colapso se convirtiera en una catástrofe irreparable.
Los sectores más duros del "ultrismo' derechista e izquierdista coinciden en mostrar una imagen falsa de Allende, como un mandatario frívolo para el cual la Presidencia es el regalo concupiscente que tanto buscó por obtenerlo. Sus adversarios democráticos rechazan esta caricatura malintencionada. El personaje sabe que Chile está metido dentro de un polvorín. En un callejón que tiene muchas salidas tenebrosas y sólo una democrática. Allende está consciente de ello y sus interlocutores esperan que se resuelva por ella, empujado por los acontecimientos arremolinados que se precipitan en cadena.
Comentarios
Reproducir a Luis Hernández P
Estoy de acuerdo con el
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