Con tres interesantes películas a cuestas, la cineasta francesa Céline Sciamma deslumbró al mundo en el Festival de Cannes de 2019 con Retrato de una muchacha en llamas, un drama romántico entre una joven pintora del Siglo XVIII prerrevolucionario, y la también joven aristócrata a la que debe retratar antes de que se case con un noble milanés. Al que no conoce ni quiere conocer.
La complicidad entre artista y modelo viaja hacia el pasado y el futuro, con la mirada obsesa y perseguidora de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) y el fatalismo trágico del mito de Orfeo, que en el fondo es el pilar que sostiene el mencionado clásico de Hitchcock, y otros tantos de Ford, Coppola y Scorsese. Todos esos acordes salieron de la lira de Orfeo.
Sin embargo, Sciamma revisita este mito con la pintora, la aristócrata y una sirvienta, tres mujeres en un microcosmos temporalmente emancipado de presencia masculina, y lo hace para volver a mirar ese antiguo relato desde la perspectiva femenina, desde Eurídice: ¿Y si Orfeo volteó la vista porque ella se lo pidió? ¿Y si la decisión la tomó Eurídice, en vez de él?
Cuando las mujeres se quedan solas pasan estas cosas, y otras más. Se produce algo parecido a una subversión, que puede tener gestos grandes o pequeños, y que son fácilmente encapsulables como experiencias discretas –con principio y fin–, cuyos resultados son igualmente efímeros, pero no por eso irrelevantes. Más bien lo contrario.
Cargada con el gran prestigio de haber realizado una gran obra, Sciamma dio el paso siguiente para hablar de lo mismo –o de algo parecido– pero en la clave opuesta: la de una pequeña fábula con niños y sobre niños en el prosaico mundo del Siglo XXI.
A sus ocho años, Nelly (Joséphine Sanz) recorre el pasillo de un hogar de ancianos, mientras la cámara la sigue a medida que se despide de las ancianas residentes, hasta que llega a una última habitación. En ella, hay una cama vacía y desecha, donde yacía su abuela que acaba de morir, y una mujer adulta que mira hacia el exterior. De espaldas a Nelly y a nosotros.
Cargada con el gran prestigio de haber realizado una gran obra, Sciamma dio el paso siguiente para hablar de lo mismo –o de algo parecido– pero en la clave opuesta: la de una pequeña fábula con niños y sobre niños en el prosaico mundo del Siglo XXI.
Con esa imagen fijada mientras corren los créditos iniciales, la película ya nos dice que la madre de Nelly, Marion (Nina Meurisse), es un enigma para ella. El enigma se prolonga cuando Marion súbitamente huye de la casa de su madre fallecida que ella y su esposo deben liquidar, dejando a la pequeña con su padre y con la imagen inquieta de lo que pudo ser la infancia de su madre en esa casa.
Con las imágenes formadas y la imaginación ya despierta, la pequeña sale de paseo por el bosque cercano a la casa. Un árbol desarraigado –semejante a las fauces de un lobo– funciona como el hito de paso hacia algo nuevo, y ese algo nuevo es encontrarse con una niña llamada Marion (Gabrielle Sanz), idéntica a Nelly, solo que vestida con la ropa que se usaba un par de décadas atrás.
Nelly entiende de inmediato que acaba de encontrarse con su propia madre a los ocho años, en la víspera de una operación médica que ella sabe que será importante para la Marion niña y también la adulta. Va con Marion a la misma casa de su abuela, pero con otra luz, otra decoración y otras presencias, las que configuran en la mente de la pequeña un nuevo espacio de juegos (mientras que la pequeña Marion no es consciente de nada de esto) y también un mundo nuevo –como el de Alicia o Peter Pan– y absolutamente familiar al mismo tiempo.
La puesta en escena es sobria para que los colores hablen y construyan un espacio alterado cálido y también extraño, uno que al mismo tiempo acoge y sana a la desconcertada Nelly, y que a la vez despierta las inquietudes y las preguntas del propio espectador respecto de los múltiples sentidos que puede adquirir lo que estamos viendo.
Las emociones vienen de esas fuentes y de otras más, pero no de la música. La realizadora apuesta por que no sea necesaria, y de hecho no lo es. O más bien apuesta a que “menos es más”, y que cuando aparece irrumpe como una declaración, como un quiebre de la lógica del relato, donde la realizadora habla en voz alta y de frente aquello que en el resto de la historia parece dicho con tacto y en diagonal.
Y estos se multiplican cuando Nelly le explica la situación a su pequeña madre, estableciendo una relación simétrica, donde ambas niñas se proyectan al pasado y al futuro, solo que esta vez como si se tratar de un juego compartido. Y como todo juego, en algún momento tiene que terminar.
Las emociones que surgen de la pantalla se deben a la naturalidad de los idénticos rostros de las protagonistas, o a las luces coloreadas que tiñen de personalidad a las diversas habitaciones de la casa, en el presente y en el pasado; o a los encuentros de las niñas con los adultos de esta historia –el padre de Nelly y la madre de la pequeña Marion– quienes aceptan esta nueva amistad con la mayor naturalidad del mundo sin referirse al increíble parecido de las niñas. Lo que por cierto abre la puerta a muchas interpretaciones más.
Las emociones vienen de esas fuentes y de otras más, pero no de la música. La realizadora apuesta por que no sea necesaria, y de hecho no lo es. O más bien apuesta a que “menos es más”, y que cuando aparece irrumpe como una declaración, como un quiebre de la lógica del relato, donde la realizadora habla en voz alta y de frente aquello que en el resto de la historia parece dicho con tacto y en diagonal. Como en el Retrato de una muchacha en llamas, de hecho.
Si el milagro cinematográfico consiste en filmar lo infilmable, hay que felicitar a Céline Sciamma por lograrlo con bastante economía, al usar una premisa fantasiosa y directa que pone en evidencia los hilos invisibles de amor e incomprensión entre una generación y la siguiente. Hilos que iluminan a la vez los traumas y esperanzas que se proyectan hacia atrás y hacia adelante, resolviéndolo todo en un gesto simple y aparentemente predecible, pero con una carga gigantesca.
Acerca de…
Título: Petite Maman (2021)
Nacionalidad: Francia
Dirigida por: Céline Sciamma
Duración: 72 minutos
Se puede ver en: Prime Video
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