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Domingo, 22 de Junio de 2025
The Conversation

Por qué usar el miedo para promover las vacunas contra el Covid-19 puede ser una mala idea

Amy Lauren Fairchild (The Conversation)
Ronald Bayer (The Conversation)

Buda Mendes/Getty Images

 Buda Mendes/Getty Images
Buda Mendes/Getty Images

Contrario a las campañas contra el tabaco o el manejar bajo efecto del alcohol, esta estrategia podría no ser adecuada. En este artículo, The Conversation recomienda una mejor táctica, ya que a diferencia del miedo no estigmatiza ni puede tomarse como una técnica de manipulación: la comunicación consistente y creíble de la ciencia detrás del proceso vacunatorio.

Probablemente aún recuerden anuncios de servicio público que asustaban: el fumador con cáncer a la garganta; las víctimas de un conductor borracho o el tipo que descuidó su colesterol y ahora figura en la morge, con una etiqueta colgando de un dedo del pie.

Con nuevas y altamente contagiosas variantes del Covid-19 esparciéndose por el mundo, algunos profesionales de la salud han comenzado a solicitar estrategias basadas en el miedo similares para persuadir a las personas de seguir las reglas de distanciamiento social y, también, de vacunarse.

Existe evidencia convincente de que el miedo puede cambiar conductas y han existido discusiones éticas acerca de si es justificable el uso del miedo, particularmente cuando las amenazas son severas. Como profesores con experiencia en historia y ética, hemos estado dispuestos a utilizar el miedo en algunas situaciones de forma que los individuos entiendan la gravedad de una crisis sin crear algún tipo de estigma en ellos.

Sin embargo, a pesar de que lo que está en juego con la pandemia puede justificar el uso de estrategias impactantes y chocantes, el contexto social de países como Estados Unidos puede significar que este tipo de avisos sean contraproducentes. 

El uso del miedo como estrategia ha aumentado y, también, disminuido

El miedo puede ser un motivador potente y puede crear recuerdos fuertes y duraderos. La disposición de figuras públicas de la salud de utilizar esta estrategia para cambiar el comportamiento de la sociedad ha aumentado y disminuido por más de un siglo. 

Desde fines del siglo 19 hasta principios de los años '20, las campañas de salud pública comunmente buscaban causar miedo. Eran comunes las moscas volando encima de infantes moribundos, inmigrantes representados como pestilencia microbial en las puertas de los países, mujeres de cuerpos voluptuosos con caras esequeléticas que amenazan con debilitar a toda una generación de tropas militares con el sífilis. El tema clave era usar el miedo para controlar el "daño" que causarían otros.

Poster from syphilis scare
Biblioteca del Congreso de Estados Unidos

Luego de la Segunda Guerra Mundial, la Following World War II, data epidemiológica emergió como el pilar de la salud pública, y el uso del miedo quedó fuera de juego. La preocupación principal durante ese tiempo era el aumento de enfermedades crónicas "de estilo de vida", como las cardiopatías. Los primeros estudios de comportamiento concluyeron que el miedo era contraproducente. Por ejemplo, un estudio temprano e inluyente sugirió que cuando la gente tenía ansiedad respecto a una conducta, puede que incluso participen más en comportamientos de riesgo - como beber o fumar - para así hacer frente a esta ansiedad estimulada por el miedo.

Pero en la década de 1960, las autoridades de salud buscaron cambiar comportamientos relacionados a beber alcohol, fumar y promover el ejercicio; y se enfrentaron a los limites de los datos y la lógica como herramientas para ayudar a la población. Volvieron a las téncicas del miedo para intentar convencerlos. No era suficiente saber que ciertos comportamientos eran mortales. Había que reaccionar emocionalmente a estos.

A pesar de que existían preocupaciones en torno a usar el miedo para manipular a las personas, líderes en ética comenzaron a argumentar que éste podía ayudar a las personas a entender lo que era mejor para ellos. Un poco de miedo puede ayudar a cortar todo el ruido creado por las industrias que hacían de la grasa, el tabaco y el alcohol atractivos. 

Anti-smoking poster.
La ciudad de Nueva York ha utilizado fuertes campañas anti-tabaco. NYC Health

Las campañas anti-tabaco fueron las primeras en mostrar los efectos devastadores de fumar. Utilizaron imágenes gráficas de pulmones sin vida, de fumadores jadeando para respirar a través de traqueotomías y comiendo por tubos o de arterias tapadas y corazones que fallan. Esas campañas funcionaron.

Pero luego llegó el sida. El miedo a la enfermedad era difícil de separar del miedo que provocaban las campañas a los que sufrían más de la enfermedad: hombres homosexuales, trabajadores y trabajadoras sexuales, usuarios de drogas y las comunidades negras. El desafío era desestigmatizar, era promover los derechos humanos de quienes sólo podían ser aún más marginados si eran rechazados y avergonzados. Cuando se trata de campañas de salud pública, los luchadores por los derechos humanos argumentan que el miedo estigmatiza y socava los esfuerzos realizados.

Una campaña canadiense contra el manejo bajo los efectos del alcohol muestra el riesgo que significa para otros.

Cuando la obesidad se transformó en una crisis de salud pública y las cifras de fumadores menores de edad comenzaron a hacer sonar las alarmas, las campañas de salud volvieron a recurrir al miedo. Las campañas contra la obesidad buscaban despertar temor en los padres sobre la obesidad juvenil. La evidencia de la efectividad de esta aproximación basada en el miedo aumentó.

Evidencia, ética y políticas

Entonces, ¿por qué no usar ahora, cuando el país se encuentra fatigado, el miedo para incrementar las cifras de vacunación y el respeto a las mascarillas, las cuarentenas y el distanciamiento? ¿Por qué no grabar en el imaginario nacional imágenes de morgues improvisadas o de personas que mueren en completa soledad, intubadas en hospitales repletos?

Antes de responder estas preguntas, debemos primero hacer otras dos: Sería aceptable éticamente el uso del miedo en el contexto de la pandemia y, podría éste funcionar?

Para personas en los grupos de riesgo - aquellos de más edad o que tienen condiciones preexistentes que los acerca más a desarrollar una enfermedad severa o incluso morir - la evidencia sobre estrategias basadas en el miedo sugiere que las campañas que pegan duro emocionalmente pueden funcionar. El caso más relevante para la eficacia de estrategias que inducen temor viene de los cigarros: Anuncios de servicio público emocionales elaborados por organizaciones como la Sociedad Americana del Cáncer en los años '60 probaron ser un potente antídoto a los comerciales de tabaco. Los luchadores anti-tabaco encontraron en el miedo una forma de apelar a los intereses personales de las personas.

Esta campaña usaba las historias de fumadores como advertencia

Pero durante este momento político, existen otras consideraciones a tomar en cuenta.

Autoridades de salud se han enfrentado a manifestantes armados afuera de sus oficinas y casas en Estados Unidos. Muchas personas parecen haber perdido la capacidad de distinguir la realidad de la falsedad.

Al infundir el temor de que el gobierno vaya demasiado lejos y erosione las libertades civiles, algunos grupos desarrollaron una herramienta política eficaz para superar la racionalidad frente a la ciencia, incluso contra erecomendaciones basadas en la ciencia que apoyaban el uso de mascarillas como protección contra el coronavirus.

Depender del miedo para entregar mensajes de salud pública podría erosionar aún más la confianza en las autoridades de salud y los científicos durante una coyuntura crítica.

Estados Unidos - y otros países como Chile - necesita desesperadamente una estrategia que pueda ayudar a romper el negacionismo pandémico y también atravesar el ambiente políticamente cargado, con su retórica amenazadora y en ocasiones histérica que ha creado oposición a las medidas sanas de salud pública.

Incluso si están justificadas éticamente, las tácticas basadas en el miedo pueden descartarse como un ejemplo más de manipulación política y podrían conllevar tanto riesgo como beneficio.

En cambio, los funcionarios de salud pública deben instar con valentía y, como lo han hecho durante otros períodos de crisis en el pasado, enfatizar lo que ha faltado: una comunicación consistente y creíble de la ciencia a nivel nacional.

Amy Lauren Fairchild, decana y profesora en College of Public Health, The Ohio State University y Ronald Bayer, profesor de ciencias sociomédicas de la Columbia University

Este artículo fue republicado desde The Conversation bajo una licencia de Creative Commons. Lea el acá el artículo original en inglés.

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