En los sondeos de principios de año, el nombre de Jeannette Jara apenas figuraba entre las mediciones de la mayoría de las casas encuestadoras. Su gestión como ministra todavía la tenían reducida a estar cargo de esa cartera y los números indicaban que la delantera en los próximos comicios era encabezada por Evelyn Matthei (UDI) y José Antonio Kast (Republicanos), quienes podían verse enfrentados a Carolina Tohá (PPD), la carta oficialista que parecía ser la única opción para hacer frente a las cifras que pronosticaban un escenario muy favorable para los candidatos de derecha.
El resultado es conocido. Jara dio la sorpresa y terminó imponiéndose por amplia mayoría en las primarias, generando que por primera vez desde la vuelta a la democracia una candidata del Partido Comunista fuese la representante de la centro izquierda -incluyendo a la Democracia Cristiana- en las elecciones presidenciales.
En un escenario complejo desde un comienzo, con fuego amigo desde su conglomerado e incluso desde su propio partido, la ex ministra tuvo que hacerse cargo de una campaña que parecía estar sin brújula desde el inicio.
Fue interpelada por casi todos los sectores durante los debates de la primera vuelta, al ser sindicada como la representante del Gobierno de Gabriel Boric. Y fue esa tendencia la que finalmente terminó utilizando José Antonio Kast para hacerse con la elección, al recordar constantemente que Jara era la continuidad de una administración que tenía sumido al país en una crisis de seguridad y migración, para la que se necesitaba un “gobierno de emergencia” que él encabezaría.
El resultado fue arrollador: Kast resultó el presidente más votado en la historia de Chile, ganando en todas las regiones del país, mientras Jara quedó a 17 puntos de distancia, la mayor diferencia electoral en un balotaje presidencial desde el retorno a la democracia.
Pese a lo anterior, hay puntos que destacar de la representante oficialista. Su votación de más de cinco millones de sufragios, en un país profundamente anticomunista, no deja de ser relevante, considerando que logró superar la cifra que obtuvo la opción “Apruebo” en el plebiscito de septiembre de 2022, en condiciones bastante más adversas y frente a un contendor que intentó llevarla nuevamente hacia ese escenario.
Como candidata intentó desempeñar una fallida resistencia a partir de una retórica didáctica de los logros del Gobierno y del peligro que representaba la pérdida de los avances que había tenido esta administración. Sin embargo, ahí también estuvo su mayor crisis.
Al verse apuntada como continuadora de una administración cuestionada por el resto de las candidaturas, Jara de a poco se fue desmarcando tanto del Gobierno del que venía de ser ministra como de políticas que ella misma había pronunciado en su campaña durante las primarias.
Su tendencia a moderarse y las especulaciones sobre una eventual renuncia al Partido Comunista ante las presiones que su militancia significaba no la fortaleció ni la hizo crecer en sectores distintos a donde ya estaba el voto cautivo.
Su desempeño en el último debate transmitido por las señales agrupadas en Anatel fue insuficiente. Intentó medir a Kast con la vara de la experiencia de la gestión, el fact checking y la gobernabilidad, sin éxito.
Aún así, la votación obtenida y el liderazgo que tuvo que improvisar durante estos meses de campaña ha hecho que en los primeros análisis no sea ella la principal apuntada, siendo incluso reivindicada por salvar algunos muebles del sector en una elección que ya parecía sentenciada desde los primeros sondeos.







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