Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado domingo 19 de marzo de 2023, y ahora se comparte para todos los lectores.
El viernes 17 de marzo, a tres días de la la visita de Xi Jinping a Moscú -en la cual probablemente se asiente una propuesta china para la paz-, la Corte Penal Internacional de La Haya (CPI), en Holanda, decidió emitir una orden de arresto contra el anfitrión de la cumbre, el presidente ruso Vladimir Putin, bajo la acusación de haber deportado miles de menores ucranianos huérfanos.
Más allá de si eso empaña el 40° encuentro entre ambos líderes, la decisión parece más bien encaminada a bloquear la propuesta china, la que preliminarmente tiene 12 puntos. Xi había anunciado que después del encuentro con Putin pensaba hablar por teléfono con el presidente ucraniano Volodimir Zelensky, para, seguramente, ofrecerle una salida en momentos en que el curso de la guerra parece ir mal para Ucrania. El país no solo se podría quedar sin municiones hacia el verano boreal, según reconocen los propios liderazgos occidentales y ucranianos, sino que la presión actual de las fuerzas rusas amenazan con rendir no solo a la ciudad Bajmut-Artémivsk, sino que también otras plazas importantes, como la pequeña ciudad de Avdivka, con 31.ooo habitantes antes de la guerra, desde donde -desde 2014- los ucranianos presionan con artillería la capital del oblast de Donetsk en manos rusas; la ciudad homónima, con cerca de un millón de habitantes.
Después de la orden de arresto contra Putin, los planes de Xi -quien venía triunfal, después de sentar a negociar a saudíes con iraníes- se hacen más difíciles, pues cualquier acuerdo de paz, en las actuales condiciones, depende en gran medida de la voluntad rusa, y -el gesto de Occidente- es leído como la declaración de un cambio de régimen en Rusia como objetivo de guerra. En otras palabras, representa un peldaño más arriba en la escalada.
Ahora, la jugada occidental no está exenta de riesgos, y son lo suficientemente altos como para pensar que hay algún grado de desesperación.
En primer lugar, la medida no debilita a Putin dentro de Rusia, sino al revés. La propaganda rusa viene diciendo a sus ciudadanos que el país enfrenta una guerra existencial, en la que la OTAN quiere destruir y desmembrar la Federación Rusa, lo cual solo es posible propiciando un cambio de régimen en el país. Un ataque personal así contra Putin, viene a ser la constatación de las intenciones de Occidente, en un país en el que probablemente la tradición política más fuerte sea la que identifica el Estado con quién lo gobierna; desde los zares, pasando por los secretarios generales del Partido Comunista de la Unión Soviética y las tres décadas posteriores, en los años postsoviéticos, con el mismo Putin a la cabeza.
Además, lo que en Occidente es una acusación de crimen de guerra, en Rusia es presentado por TV como un tema humanitario. De tal modo, mientras Ucrania acusa que 16.000 huérfanos ucranianos fueron secuestrados, reeducados en campos y adoptados por familias rusas, Rusia dice que ha rescatado 2.000 huérfanos, ruso-parlantes, cuyos familiares fueron víctimas del asedio militar ucraniano al Donbás desde 2014, y a Zaporiyia y Jersón, durante esta guerra, y que el país ha recibido 2,9 millones de refugiados de la guerra, la mayoría ruso-parlantes, razón por la cual se han dispuesto campos para menores, pero para recreo, mientras las familias enfrentan las dificultades del refugio.
Inmediatamente después de las acusaciones, Putin fue a Mariúpol, un puerto del Donbás en el Mar de Azov, donde visitó una escuela de arte y un centro infantil, lo que se leyó como un desafío a la orden de arresto, según reporta The Guardian.
Por otro lado, si bien es cierto que en septiembre de 2022 el Consejo de Seguridad de la ONU manifestó su preocupación por la "filtración" de civiles ucranianos en campamentos rusos, al cierre de esta edición ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, no ha prestado ninguna declaración pública.
En términos internacionales, Xi va a ir a Moscú de igual modo, pues ni Rusia, ni China (ni Estados Unidos), forman parte del Estatuto de Roma, mediante el cual los países firmantes ceden soberanía y aceptan someter su jurisdicción frente a los requerimientos de la CPI frente a genocidios, crímenes de guerra y lesa humanidad. Otro país que no es parte de la CPI es India, siendo Nueva Delhi la sede del próximo encuentro de los G-20, en septiembre de 2023, cumbre a la cual Rusia no descartó la presencia de Putin, a diferencia de lo que pasó en 2022, en Bali, Indonesia, a la cual el líder ruso no asistió, sino el canciller Serguei Lavrov.
De tal modo, la situación no solo da luz sobre la impotencia del CPI -que en la práctica solo opera en Europa, América Latina, y algunos lugares puntuales de Asia y África, siendo dudoso que algún país de esos se atreva a capturar a Putin y así llegar a una guerra contra Rusia-, sino que pone acento en las razones por las cuales Estados Unidos no forma parte del Estatuto de Roma, las cuales muestran que existe por parte de Occidente un doble rasero para medir las invasiones de los países, según qué país los invade.
Un día antes de dejar el poder en enero de 2001, el presidente de Estados Unidos de entonces, Bill Clinton, firmó el Estatuto de Roma, dejando la tarea de aprobarlo a su sucesor George W. Bush, quien nunca tuvo la intención de hacerlo. Es más, durante su período -en 2002- entró en vigor la Ley de Protección del Personal de Servicio Estadounidense, mediante la cual se autoriza por "todos los medios necesarios y apropiados para lograr la liberación de cualquier estadounidense o personal aliado que esté detenido o encarcelado por, en nombre de, o a solicitud de la Corte Penal Internacional".
Clinton, probablemente firmó el Estatuto de Roma para dar viabilidad política al jucio que se preparaba contra Slobodan Milošević, el presidente serbio, acusado de genocidio en las guerras yugoslavas de los 90, y hacer aceptable su decisión de bombardear Belgrado, entre marzo y junio de 1999, lo que causó la muerte de 5.700 civiles, lo que incluye tres periodistas chinos que estaban refugiados en la Embajada de China, la cual fue alcanzada por bombas de la OTAN.
Milošević fue detenido y llevado a La Haya en abril de 2001, murió en extrañas circunstancias en su celda en la ciudad holandesa en 2006 y fue absuelto en 2009, pues según la CPI, el líder serbio había tomdo medidas para proteger grupos étnico bajo su liderazgo.
Es por eso que, quizá, quienes mejor sepan que los crímenes de guerra solo los cometen quienes las pierden, son los estadounidenses.
El propio presidente actual de Estados Unidos, Joe Biden, hizo un sofisma al respecto destacable; junto con confirmar la postura estadounidense de no someterse al CPI, consideró, sin mayor explicación, que era "justificado" que dicha Corte actué sobre Rusia, otro país que tampoco la reconoce. “Bueno, creo que está justificado. Pero la pregunta es que nosotros tampoco lo reconocemos internacionalmente. Pero creo que es un punto muy fuerte”, declaró Biden.
Estados Unidos nunca ha enfrentado juicios internacionales por crímenes de guerra, y los que se realizan en el país, suelen terminar en condenas a funcionarios menores, cuando no en absoluciones, pero no con generales, ni menos políticos, presos por crímenes de guerra estadounidenses evidentes, como pasó con las torturas en la prisión de Abu Ghraib, en 2004, la matanza de My Lai, en 1968, en la Guerra de Vietnam, o la operación Babylift en esta misma guerra, en la cual sacaron de Vietnam rumbo a Estados Unidos y otros países occidentales a 3.300 bebés y niños vietnamitas, no todos huérfanos, en abril de 1975.
De tal modo, la apuesta de usar el CPI podrá evaluarse en septiembre de 2023 en Nueva Delhi. Si Putin se presenta en ante el G-20 en la India, probablemente habrá sido porque Rusia habrá ganado la guerra o habrá salido favorecido por una negociación de paz, o estará cerca de alguna de esas opciones, y -además- habrá reventado el Estatuto de Roma. Sino, tal vez, a Putin le pese la sombra de Milošević, la guerra siga y la CPI siga actuando contra quiénes pierden las guerras.
[Artículos destacados sobre el tema]
- Los presuntos crímenes de guerra de Putin: ¿quiénes son los niños ucranianos que Rusia se lleva? de Isobel Koshiw desde Kíev, para The Guardian.
- Es probable que el Kremlin de vuelta la orden de arresto de la CPI como prueba de que Occidente quiere destruir a Putin, el análisis de Andrés Roth, desde Moscú, para The Guardian.
- El programa sistemático ruso de reeducación y adopción de niños ucranianos, del Conflict Observatory Report, de Yale School of Public Health.
- El presidente ruso, Vladimir Putin, podría asistir a la cumbre del G20 en India en septiembre, de Economic Times, de la India Times.
- La matanza de My Lai, un crímen sin castigo, de J. M. Sadurní, en National Geographic.
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