A inicios de los años ochenta hubo en todo el mundo y también en Chile una fiebre de los juegos de videos o flippers o arcades (como aprendimos que se llamaban veinte años más tarde con los MAME). Esta fiebre creó una cultura y había ciertas formas de convivencia y maneras de comportamiento que resultaban significativas y claras: el muchacho que echaba una ficha mientras estabas jugando para marcar un crédito y quitarte la máquina para jugar después (o, en los Estados Unidos, poner la ficha encima del gabinete como se muestra en "Ready Player One"), decirle al que estaba jugando, "¿me das una vida?", para jugar una ronda, y la peor de todas, el pergenio que te veía tratar infructuosamente de superar una pantalla que te decía, "¿te lo paso?".
"Te lo paso" tenía que ver con ser un experto en el juego, ser alguien que había dado vuelta la máquina y, que en consecuencia, conocía los trucos y manejaba las habilidades para superar las pantallas más difíciles.
Al principio los juegos no se daban vuelta. Llegaban a la pantalla 255 y se "colgaban". Recuerdo vivamente ver a alguien que colgó el Pac-Man en un oscuro local de Osorno y a alguien colgar el "Galaga" en el Delta 8 de Pedro de Valdivia. Luego llegó otra generación de juegos arcades como a mediados de los ochentas en que no ocurría el colgado porque el juego estaba diseñado para volver al inicio luego de terminar la historia. Eso me pasó con el Vulgus, juego del que hasta hoy recuerdo que mi récord eran 3.200.000 puntos. La primera vez que lo di vuelta pasé tres planetas y luego otros tres y luego otros tres distintos. Cuando llegué al décimo planeta me dije, "oye, pero si este planeta es igual al primero y está igual de fácil". Había dado vuelta el Vulgus. Luego todo se hizo más fácil para mí, ya sabía de qué se trataba. Y más de una vez estuve tentado de decirle a alguien "¿te lo paso?".
Cuando nacieron primero la Carlota y luego el Pelayo y ahora Josito, una de las cosas que más me sorprendió es que cada año que crecían, cada cosa que descubrían me llevaba a cuando ya treinta y cinco años antes yo había vivido eso. Ser padre es un poco como volver a jugar el juego de "vivir", claro, no habiéndolo dado vuelta por completo, pero sí con esa sensación de que uno varias de esas pantallas ya se las sabe.
Y uno se tienta a, ante cada dificultad, ante cada desafío a los que se enfrentan las hijas o los hijos, decirles, "¿te lo paso?". Pero no po. Tal como hace casi cuarenta años, está mal decir "te lo paso". Aunque ya creamos saber cómo se resuelve esa pantalla de la vida, nuestros hijos tienen que aprender a pasarla solos. Quizá escuchando un poco de nuestras experiencias, pero tienen que hacerlo por si mismos, como aprendimos en los flippers hace ya tanto tiempo.
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