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Sábado, 27 de Septiembre de 2025
[Interferencia América Latina]

Tylenol, la prisión y un funeral

Carel Fleming (desde Washington D.C.)

Tylenol, prisión y funeral: tres escenas desconectadas en apariencia, pero unidas por el mismo trasfondo. Todas hablan del dolor —físico, político, espiritual— y de cómo se manipula para fines de poder. Trump lo usa para legitimarse, la cárcel lo oculta en el pantano y la religión lo convierte en bandera de batalla.

El reciente anuncio de Donald Trump, hecho entre bombos mediáticos y la sombra de escándalos judiciales, no solo agitó el tablero político norteamericano. Lo hizo en un escenario inesperado: un acto patrocinado, con evidente simbolismo, por una de las farmacéuticas que todavía carga con el fantasma del Tylenol y sus crisis de credibilidad en los años ochenta. El recuerdo de aquellas cápsulas envenenadas resurgió como telón de fondo.

En 1982 un asesino en Chicago adulteró frascos de Tylenol con cianuro de potasio.  La prensa lo tituló como los “crímenes Tylenol” ya que todas las víctimas, incluido niños, murieron luego de tomar cápsulas de paracetamol de esa marca. Las intoxicaciones provocaron el pánico en todo el país y obligaron a la empresa a retirar decenas de millones de su producto de farmacias y tiendas.

El paralelismo fue inevitable: un presidente en busca de redención pública y una marca que alguna vez estuvo al borde del colapso por una crisis de confianza. Trump, consciente de los símbolos, quiso proyectar la idea de que lo que no mata, fortalece. Como Tylenol después del escándalo, él se presenta como capaz de renacer tras el golpe de sus detractores, especialmente el caso Epstein que cada día carcome a la administración Maga.

El anuncio no fue solo político, fue performático. Se rodeó de referencias al dolor y la sanación. El fármaco que calma las migrañas fue convertido en metáfora de un país con cefalea crónica, un país dividido que, en palabras del ahora doctor Trump, necesita “curarse”.

Para los científicos, el escuchar que el consumo de Tylenol en los embarazos sería causa del autismo, no tiene sentido ya que el fármaco se introdujo al público en 1955 como un analgésico infantil y el autismo se descubre en 1920. Analistas políticos, indican que se trataría de una guerra entre laboratorios y negocios pendientes.

Mientras los titulares se concentraban en la teatralidad del exmandatario, otra noticia sacudía la opinión pública: la desaparición de varios detenidos de la cárcel conocida como “Alligator Alcatraz”. Una prisión de máxima seguridad enclavada en un pantano diseñada para indocumentados e imposible de fugarse al estar rodeada de caimanes terminó protagonizando un misterio que parece sacado de una novela carcelaria.

Un reportaje del Miami Herald señaló que unos 800 detenidos no aparecían en la base de datos y otros 450 no mostraban una ubicación.

Las autoridades aseguraron que los registros eran confusos, que quizá hubo un error administrativo. Sin embargo, los familiares denunciaron un patrón de desapariciones forzadas. Lo que comenzó como un rumor se convirtió en tema de debate nacional: ¿fuga espectacular o desaparición encubierta?

Los nombres de los reclusos borrados de los registros coincidían con perfiles incómodos: exmilitares, un hacker que trabajó para agencias de inteligencia y un predicador acusado de estafa religiosa. El eco de “Alligator Alcatraz” se mezcló con las imágenes del anuncio de Trump, como si la narrativa de escape y dolor compartiera escenario con la política.

Los analistas recordaron que la propia cárcel había sido denunciada anteriormente por abusos y condiciones inhumanas. El misterio de los desaparecidos no hacía más que confirmar la sospecha de que allí no impera la ley, sino un régimen paralelo donde la sombra vale más que la transparencia. Estados Unidos entraría así a las graves causas de detenidos desaparecidos al estilo de dictaduras latinoamericanas.

En medio de estas tensiones surgió otro episodio que reveló la fragilidad social del momento: el funeral de Charlie Kirk. Lo que pudo ser un adiós íntimo se transformó en un ritual de radicalización cristiana, con discursos cargados de fanatismo y consignas políticas disfrazadas de homilía.

El féretro de Kirk se convirtió en altar y tribuna. Pastores encendieron la retórica del “nuevo ejército de Cristo”, mezclando oraciones con llamados a la confrontación. El tono no fue de despedida, sino de convocatoria.

Las cámaras captaron jóvenes uniformados con cruces metálicas y banderas blancas que proclamaban “la guerra espiritual ya comenzó”. Para algunos asistentes, el funeral fue la prueba de cómo ciertos grupos religiosos utilizan el dolor colectivo como palanca de radicalización.

La muerte de Kirk figura de culto en su comunidad, fue instrumentalizada como símbolo de martirio. El discurso de los pastores lo presentó como un “soldado caído”, sembrando la idea de que su ausencia debía transformarse en lucha.

El eco de esas palabras llegó más allá del templo. Políticos y comentaristas advirtieron que el país estaba viendo cómo las líneas entre religión, política y violencia se borraban peligrosamente. Los fantasmas de otros tiempos —desde la inquisición hasta las cruzadas modernas— parecían revivir en clave local.

La paradoja es que, mientras Trump prometía sanar el país con un Tylenol simbólico, en las calles se gestaban nuevas dosis de fanatismo y miedo. La desaparición de prisioneros en “Alligator Alcatraz” y la exaltación radical en un funeral mostraban que el dolor no siempre genera unidad: a veces alimenta grietas.

Tylenol, prisión y funeral: tres escenas desconectadas en apariencia, pero unidas por el mismo trasfondo. Todas hablan del dolor —físico, político, espiritual— y de cómo se manipula para fines de poder. Trump lo usa para legitimarse, la cárcel lo oculta en el pantano y la religión lo convierte en bandera de batalla.

El país, mientras tanto, parece sumido en un estado febril. La pregunta que queda flotando es si habrá cura posible o si, como el propio analgésico en su peor crisis, hará falta tocar fondo para reinventarse. El anuncio será otro dolor de cabeza para Trump que ahora no puede aliviar usando Tylenol.  

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