Finalmente el sueño tenía fecha definitiva y la parejita se disponía a dar un paso más en esta teleserie de nunca acabar. Cecilia y Carlos Menem se disponían a dar el Sí el 26 de mayo de 2001 en La Rioja.
Ella lo tenía agarrado del brazo. “Sí, quiero”, dijo Carlos Menem. A Cecilia Bolocco se le llenaron los ojos de lágrimas. Los ovacionaron y ellos se dieron un beso en la mejilla. La agente del Registro Civil agregó: “Quedan unidos en matrimonio”.
“Dale un piquito a la riojana”, gritó un amigo del ex presidente. Y los flamantes esposos accedieron y se besaron en la boca, con menos pasión que un beso entre yo y mi abuela. Pero con algo de cariño. Otra vez estallaron los aplausos. Ya tenían su libreta de matrimonio y la animadora chilena se convertía así en la esposa de Menem justo al mediodía, debajo de una carpa blanca, rodeada de familiares y amigos y con más de cien periodistas y reporteros gráficos, agolpados en una reja a escasos metro de ahí.
Al ex presidente no se le cayó una lágrima y sonrió durante las cinco horas que duraron los festejos: uno íntimo (con unas 200 personas) en la residencia del gobernador, y otro, popular, en el polideportivo que lleva su nombre.
Llegué a La Rioja enviada por Las Últimas Noticias dos días antes del evento. Los pasajes de avión estaban agotados y costó mucho encontrar cómo llegar. De hecho, al regreso tuvimos que embarcarnos por Tucumán, ya que estaba todo copado. Hoteles, pensiones, hostales… Todo repleto de prensa.
La llegada a La Rioja fue como sacada de una película. Una ciudad gris, seca y con cero glamour, totalmente diferente a los lugares que estábamos acostumbrados a recorrer con Cecilia Bolocco como anfitriona. Mientras íbamos en el taxi camino al hotel desde el aeropuerto, nos encontramos con un grupo de hombres -de unos 25 años- montados en un jeep último modelo con vidrios polarizados, asomándose por la ventana, haciendo gala de sus armas y escuchando bailanta a todo volumen. El chofer nos dice: “ese es Adrián, el sobrino de Carlos. Aquí los Menem son los dueños de todo, como podrán ver”.
La imagen era sacada de un show en el far west, una película de narcos mexicanos grabado en pleno Tijuana o en el desierto de Atacama, donde haitianos y bolivianos intentan ingresar a Chile de manera ilegal; en fin… Carente totalmente de criterio o elegancia. Los chicos manejaban a toda velocidad por calles estrechas y subían incluso a la vereda, esta escena era la señal clara de que la ley del más fuerte predominaba en La Rioja y que el respeto a la legalidad no era más que un chiste aburrido. Una muestra clara de impunidad. “Seguro está ebrios o drogados, ya estamos acostumbrados”, agregó el chofer.
Al llegar al hotel, nos encontramos con decenas de periodistas. Los de siempre, que paso a paso habíamos seguido todos los pormenores del romance desde sus orígenes, y muchos, muchos más.
Revistas de papel couché llegaban, no con uno, sino con varios equipos periodísticos a cubrir cada detalle del evento. Pero todos con la misma sensación de ser el chancho en corral ajeno. La misma sensación que, sin lugar a dudas, tenían los Bolocco Fonck. Acostumbrados a la elegancia, el lujo y hasta el exceso; la familia de la novia lucía su sorpresa en cada minuto e su estadía y sus rostros de incomodidad y desdén se hacían notar a cada instante. La chabacanería y la ordinariez que acompañaba al séquito de Menem era francamente aterradora. Personas con pistolas a la vista, llenas de joyas, muchos muy drogados y todos con aspecto de pocos amigos. Gente de dudosa procedencia, con caras de patos malos muchos de ellos, armados otros tantos y todos, todos, con ese dejo de soberbia en el rostro. Se trataba de su tierra y sus reglas.
Los riojanos, en su mayoría aburridos de tanto circo no dudaban en comentar lo hastiados que estaban de la forma en que las cosas se manejaban en su tierra. “Menemlandia” estaba dividida. Prueba de ello vendría al día siguiente, cuando en plena celebración y pese a que había comida gratis para quien lo quisiera, el polideportivo no colmó su capacidad, pues la mitad de ciudad prefirió quedarse viendo el fútbol.
Claro, porque Menem y Bolocco quería poder, eso los motivó a casarse y por eso también todo lo que hacían era un show rasca. Hicieron un matrimonio a puertas abiertas donde toda la ciudad podía abrazar y besar a la pareja, en lo que sería el ensayo para sus planes presidenciales futuros, con copia de Eva Perón y todo.
De cualquier manera, los locatarios sacaban cifras alegres. Había mucha prensa, móviles en directo y todo el mundo copaba alojamientos, restaurantes y bares. Todos los autos estaban arrendados, los taxis ocupados y sin duda, se respiraba un alivio económico pocas veces visto en esas tierras donde sólo Menem y compañía ganaban dinero a manos llenas.
Las notas de prensa se repetían sin cesar en un dejo de total falta de creatividad y recurrían a los amigos, la profesora del colegio, la junta de vecinos, el gobernador, los parientes, periodistas entrevistando periodistas…
Esa tarde del matrimonio fuimos a hacer las notas de rigor y llegamos hasta una junta de vecinos donde las señoras preparaban una torta gigante de biscocho y manjar, la favorita del ex presidente. Escuchando cumbia en la radio local, que de tanto en tanto interrumpía sus transmisiones para anticipar algún detalle de la boda del siglo en La Rioja. Las señoras felices, cortaban el biscocho gigante para rellenarlo con manjar. En el patio de la casona abundaban las moscas y fue imposible no darme cuenta cómo estas se posaban en el manjar y luego eran aplastadas por otro trozo de biscocho. Un espectáculo, sin duda, asqueroso pero que a las veteranas las tenía felices pues podrían compartir su torta hecha con tanto cariño con los novios. Y soñaban con ver a Cecilia vestida de blanco. “Es tan linda la chilena”, decían.
Si Cecilia hubiese visto ese espectáculo de la torta llena de moscas, no la come. En cierta forma creo que su familia lo imaginaba. Al menos eso parecía el día de la ceremonia pues la cara de asco de Enzo Bolocco llegaba hasta el piso en la popular celebración. No quería estar ahí y se le notaba, miraba con desdén y asco, se limpiaba con el pañuelo la frente, agarraba con molestia a su mujer del brazo y sólo quería irse de allí, algo que la prensa dejó entrever al día siguiente cuando comentaban que la familia de la novia no probó un solo bocado en todo el festín.
A falta de poco más de un mes para cumplir los 61 años Carlos Menem estaba cumpliendo un sueño: casarse con “el amor de mi vida”, como habría señalado. Su noviazgo con Cecilia Bolocco hasta ahora le traía sólo dividendos positivos como el mantenerse en el centro e atención pública en Argentina luego de dejar el poder con un país con una inflación por las nubes y casi en bancarrota. Pero en vísperas de su boda, atestado de periodistas y curiosos argentinos y chilenos, Menem veía cómo el cerco de la justicia se estrechaba en torno a él a causa de las operaciones de venta ilegal de armas y Croacia y Ecuador, realizadas entre 1991 y 1995. El 13 de julio debía declarar ante el juez Jorge Urzo, que hasta ese día no especificaba en calidad de qué lo haría, si como testigo o como inculpado; y quien el jueves anterior al enlace, específicamente tres días antes, le prohibió salir del país sin autorización judicial.
Pero Menem sí que sabía de circo, y Bolocco también. Y eso estaban haciendo, dando un espectáculo de primer nivel antes de ser detenido. Mientras diarios como Página 12 ironizaban con que Menem y Bolocco, que solían aparecer en las revistas en distintos lugares de moda en el extranjero, deberían conformarse con algún destino en Argentina para su luna de miel; el ex presidente hacía gala de calma y templanza. “Como decía (Simón) Bolívar, estaré encadenado, pero en mi patria”, dijo en La Rioja el acusado de tráfico de armas. Usaba un juicio que después sabríamos era en su contra para victimizarse y darse ínfulas de libertador y héroe cuando en verdad no era más que un alicaído líder acusado de tráfico de armas.
La futura esposa de Menem también dio el sí en medio de problemas con la justicia Argentina: un abogado y un periodista habían presentado la mencionada denuncia penal contra Bolocco por “ultraje de la bandera Argentina”. Entonces, la prensa antimenemista hizo gala de su característica ironía hablando del matrimonio “Entre rejas”.
Es más, Enzo Bolocco, casi golpeó a un periodista que lo interceptó en la calle y que entre puros colegas haciendo preguntas lights como cuál sería el color del vestido de su hija, le preguntó: “¿qué se siente ser suegro de un futuro convicto?”.
Para el político peronista que empezó su carrera a la presidencia siendo el gobernador de La Rioja, la misma ciudad en la que se casaba con Cecilia, el camino para regresar a la casa Rosada no se veía expedito en lo absoluto. Y no le quedaba más que esperar que su enlace lo volviera a poner en la palestra, como lo hizo durante su primer período de noviazgo con la diva.
Menem recibe a Bolocco vestido de impecable traje en tonos café y con un nivel de popularidad por los suelos. Según las últimas encuestas, eran más lo argentinos que tenían una imagen negativa de él que los que lo juzgaban positivamente. Para colmo, Zuelmita sigue haciendo público su rechazo a la relación de Menem con Cecilia Bolocco y está distanciada de su adre desde hace meses. En estas circunstancias y diez años después de su divorcio de Zuelma Yoma, Menem da el sí pensando en cuál sería el próximo episodio en la telenovela que mantenía una envidiable audiencia en el continente entero.
Zulema Yoma no podía no comentar la celebración de la boda del siglo de La Rioja, aunque no le envió precisamente parabienes a su ex marido. El día antes de la boda señaló: “los medios de comunicación fueron absolutamente utilizados por ambos personajes desde que esta relación empezó. Es toda una farsa”.
Ese mismo día trascendió que Zulemita Menem había enviado un fax a su padre conminándolo a no realizar su matrimonio en la casa familiar de Anillaco, “La Rosadita”. La propiedad pertenecía según los papeles a la hija mayor de Menem por lo que no podía celebrarse la fiesta en la misma casa donde coquetearon por primera vez los tortolitos.
Ante el inconveniente la gobernación de La Rioja emitió un comunicado en el que ofreció su residencia ara el evento, oferta que Menem acepto. Zulemita también descalificó la boda de su padre: “le pasan cosas demasiado serias a la familia como para hablar de frivolidades”, dijo.
Entre tanta algarabía recuerdo que esa noche fuimos a tomar una cerveza con varios amigos fotógrafos. En medio de nuestra charla apareció nuevamente el niño prodigio, Adrián Menem, esta vez escoltado no sólo por rufianes armados, sino también por un grupo de chiquillas de la zona. Uno de mis amigos intentó tomarle una foto para un diario argentino, y en dos segundos, y antes de decir su nombre, teníamos tres tipos amenazándonos y pidiendo que bajáramos las cámaras. La verdad a nosotros nos importaba poco si el señorito quería o no quería fotos, pero al parecer en Argentina el estilo de los Menem se imponía incluso en decadencia.
“Aquí están en La Rioja, en la tierra de los Menem. Si quieren hacer algo primero pidan permiso. ¿Entendieron?”, le dijo uno de los tipos a mi amigo. Salimos y nos fuimos a mirar el cielo, era lo más lindo del lugar.
En su última noche de solteros Menem y Bolocco durmieron en casas separadas. La familia Bolocco ocupó l residencia de gobernadores y el ex presidente se quedó en lo de su amigo y ex banquero Elías Sahad. Antes de darse las buenas noches, los Menem-Bolocco comieron en la casa de Eduardo Menem, senador y hermano de Carlos, y repasaron los preparativos. Antes de irse a dormir, Menem leyó proverbios árabes según se supo después. Y claro, era como un reality pre grabado: todo lo que hacían y hasta lo que decían se repetía a los pocos minutos en la radio riojana. Uno de los proverbios versaba así: “La lengua es un órgano el cuerpo en el que lo médicos detectan las enfermedades, y los sabios las enfermedades del alma”.
El entonces presidente Fernando de la Rúa se comunicó esa misma noche, cerca de las 21.15, con Carlos Menem para darle sus saludos y los de su esposa. Menem agradeció el gesto mientras analizaba los últimos detalles de la fiesta.
La mañana de la boda, Menem despertó temprano, se puso el mencionado traje de seda café claro y esperó ansioso a la novia en la residencia de gobernadores. Al pie de la escalera, como en un filme romántico, la recibió. Bolocco vestida de color marfil y con un ramo de flores, bajó de la mano de su padre, quien la entregó al ex presidente. Tomados de la mano, ella con una mueca nerviosa y él muy tranquilo; ingresaron en una carpa blanca donde los esperaban más de 200 invitados que ya habían probado uno bocaditos fríos. En los alrededores de la residencia había decenas de policías y de hombres de seguridad civil.
Los periodistas estaban apretujados detrás de unas vallas y por el otro extremo de la residencia ingresaban los invitados, que debían pedir autorización a un hombre de seguridad y chequearse en una lista. Algunos periodistas entraron, pero eran solo de las revistas argentinas que compraron la exclusiva. Sí, porque se vendió a alto precio.
Los chilenos, entre los que se contaban revists de papel couché, todos los canales de tv y diarios esperábamos afuera. Los chistes iban y venían. Sin duda fue el mejor momento del día, a todo solo, aguardando el ansiado sí que por tanto tiempo soñó Cecilia y que la acercaba a ese poder que tanto quería ostentar como primera dama de Argentina.
A las 11.30 comenzó la ceremonia. Bolocco y Menem se sentaron frente al titular del Registro Civil, y a las dos responsables de área de matrimonios del registro. Una mesa con velas encendidas era el único adorno. Los testigos se sentaron a ambos lados de los novios. Menem acariciaba los dedos de su novia y ella le hablaba al oído. “Esta unión afectiva es especial para la provincia por todo lo que hizo nuestro querido presidente”, arrancó el oficial civil.
Bolocco apretaba la mano de Menem y en la otra sostenia un pequeño ramo de roas y un rosario. “Nos paramos”, dijo la novia. El ex presidente se levantó y la gente del registro le preguntó: “Don Carlos Saúl Menem, ¿acepta por esposa a doña Cecilia Carolina Bolocco?”. Después del sí del ex mandatario ella dio el suyo con una sonrisa. Los ovacionaros y acto seguido se leyó el acta de matrimonio. Duró varios minutos por la cantidad de testigos.
“Señora Ceclia Carolina de Menem, muchas felicidades”. Ella sonrió luego intercambiaron alianzas de oro las cuales no fueron bendecidas pues no había ningún cura allí.
El ex presidente, por momentos, tenía la mirada perdida; todavía no digería sus mayores dolores: el que su hija Zulemita se cuadrara con su madre y se alejara de él y la carta notarial que le impidió usar la Rosadita de Anillaco para casarse, como él quería.
En el coctel, el matrimonio y sus invitados comieron empanadas árabes y riojanas -carne con queso- acompañadas de vinos Menem. Claro, todo en La Rioja es Menem, incluso el vino. Para el brindis hubo champagne. El matrimonio saludó a los invitados en una sala apartada de la prensa y permaneció ahí por varios minutos.
Había un cronograma de celebración muy estricto pues incluía muchas actividades sociales. En medio de un impresionante operativo de seguridad y luego de un breve coctel la pareja partió a las dos de la tarde al festejo popular. Debieron posar para decenas de cámaras antes de salir. Estaban exultantes, el show les sentaba muy bien, les encantaba la atención mediática.
A ella en La Rioja, la adoraban. Las mujeres le pasaban las guaguas para que las besara y le pedían fotografías. “Es el día más feliz de mi vida… Ahora espero una sorpresa de Carlos para la luna de miel”, decía Cecilia en abierto desafío al juez que le había impedido al ex presidente salir del país.
Luego de cientos de fotos con vecinos, ingresaron al polideportivo bajo los sones de “A mi manera” en la versión de Frank Sinatra, una de las piezas musicales preferidas del novio. Allí estuvieron rodeados de unos cuatro mil riojanos sentados en las galerías, que estaban semi vacías.
En una olla gigante hervía un locro, un guiso de porotos con cuero de chancho y mote, que fue servido a los invitados en bandejas de plástico acompañado de un jugo y un pedazo de pan. Era como una kermesse de colegio. Hacía tano calor que todos traspiraban, la novia, el novio, los glamorosos Bolocco-Fonck.
Los invitados recibían este locro, felices. Era una comida simple alejada completamente del menú del primer matrimonio de la diva el que incluyó caviar, centolla, salmón y filete. No había corona, carruaje ni limusina de Pinochet, solo camionetas 4x4 paseando por calles de tierra y asfalto escoltadas por policías y guardias de civil y gente comiendo agradecida en sus bandejas de plumavit porque iba por cuenta de Carlos Menem.
Menem estaba feliz, zambullido en su plato comía con empacho y sólo levantó la cabeza cuando terminaba un show folclórico preparado por los vecinos de la ciudad. Porque claro, la fiesta estuvo cargada de números artísticos de juntas de vecinos, colegios y grupos provinciales. Hubo coreografías de danzas nativas, zamba, cueca y danza indígena de Isla de Pascua. Cecilia Bolocco traspiraba y el maquillaje se le corría, consumía su locro con asco pero tratando de disimular pues todas las miradas estaban sobre ella. Envuelta en telas vaporosas de tono pastel, su traje relucía el desgaste de tanta fiestoca, sucio, mojado y manchado. La postal más decadente que jamás hayamos vuelto a ver de nuestra reina.
El polideportivo no tenía buena ventilación por lo que lo peor era el olor a encierro y chicharrón, mezclado con traspiración que tenía al clan Bolocco al borde el desmayo. La vulgaridad menemista le hizo perder la paciencia a papá Bolocco, quien al oído le decía a su esposa Rose Marie: “Esto es un circo”. Sin hacer ni el más mínimo esfuerzo para que los periodistas que estábamos a pocos metros de él no lo escucháramos.
Los Bolocco estaban en una larga mesa frente a las graderías. Fruncían el señor superados por la masa de humildes provincianos que querían abrazarlos como si fuesen de su propia familia y festejaban a la pareja como los habitantes de un castillo medieval a su señor.
Menem decía estar contento con su matrimonio. Bolocco también. “Estoy muy contenta y orgullosa de llevar este apellido que ha hecho tanto por este país y que unió a Chile con La Argentina, limando asperezas”, decía la diva.
Como si se tratase de un evento político Cecilia dijo que “como pareja haremos todo por ustedes” anticipando con esa frase un futuro de lucha política.
Después de cortar la torta y bailar el vals que la gente pedía a gritos, dejaron el polideportivo sin besarse pese a los vítores de la gallada. “Estoy muy feliz”, dijo Menem. El matrimonio y la comitiva partieron así a Anillaco, la tercera parada del día, el pueblo natal de Menem que vio nacer este romance. Para eél era muy importante celebrar allá, aunque su hija se lo negara. Por eso, se fue a la hostería “Los Amigos”, cercana a la casa de la familia del ex presidente. Ahí hizo un asado con todo el pueblo y lo llamaban presidente ya que nadie admitía que el ex mandatario ya no era tal.
Ecilia estaba un paso más cerca de concretar su sueño de convertirse en primera dama de Argentina. Sin embargo, la felicidad le duraría poco. Si bien es cierto que la diva quería un matrimonio tranquilo, como comentó antes e la boda, las aguas ya estaban revueltas. A la semana de casados, en plena luna de miel, a su marido le dictaron detención domiciliaria por ser considerado el cerebro de una organización dedicada al tráfico de armas la cual operó mientras era presidente.
El matrimonio no tuvo ni una semana de felicidad plena y todo iba de mal en peor. Cecilia gritaba a los cuatro vientos que estaba en medio de una guerra de los tribunales que no le permitían “amar a Carlos en libertad”. Estaba “convencidísima” de que él era inocente. Al menos eso decía y exigía que la justicia demostrara “valentía. Porque tarde o temprano va a salir la verdad”.
“No tiene ningún sustento jurídico. Todo lo que hay son declaraciones de Sarlenga (uno de los procesados) en las que dice que todos sabían, pero cuando le preguntaron si el presidente Menem también, él dijo que no. La verdad se ha visto fragmentada, han elegido los pedacitos que convenían”, decía en televisión mientras era detenido en una quinta fuera de Buenos Aires su marido, demostrando además estar muy a caballo de lo que sucedía.
Pero, por mucho que la mujer de Carlos Menem pasara horas desgranando las razones que la llevaron a pensar que la causa era una injusticia el juez Urzo y el fiscal Carlos Storneli pensaban lo contrario. Más de seis toneladas de armamento y material bélico de Argentina debía llegar a Panamá y Venezuela pero que terminaron en Croacia y Ecuador cuando sobre estos países pesaba un embargo internacional. Los envíos fueron posibles gracias a una serie de decretos que llevaban la firma de Menem y sus ministros.
Cecilia Bolocco siempre había sido una mujer calculadora y solitaria y ese sino de soledad es el que la acompañó durante todo su matrimonio. Esos días presa voluntariamente en Don Torcuato, la hacienda donde su marido de recluyó con ella de luna de miel forzada, fueron para ella terribles y su familia lo sabía. Aunque ella repetía incansablemente: “Carlos es inocente y mi familia lo sabe”. No era tan así, su familia estaba molesta desde la boda circense. No le hablaba su padre y su madre hacía infructuosos esfuerzos por que ambos hicieran las paces, pero Enzo no entendía cómo su hija se había casado con un delincuente.
El arresto de Menem era tema de todos los medios de comunicación y la esposa sufriente acaparaba pantallas mientras el oficialismo político e repartía los bandos en favor y en contra de la detención.
La familia política chilena de Menem fue reticente a dar comentarios sobre la situación judicial del octogenario yerno de Enzo y sólo se dedicaron a manifestar su preocupación por Cecilia. Enzo Bolocco dijo en una entrevista que “a mi lo único que me preocupa es la seguridad de mi hija”. Ya no estaba tan feliz como cuando sacaba cuentas de lo que podía ser un matrimonio presidencial de su hija.
Los Bolocco quedaron molestos con Menem por la boda populachera que usó como campaña política. De ahí en adelante todo lo que vendría no haría más que separar las aguas entre familias. Según comenta un cercano a los Bolocco, Enzo llegó un día a decirle a sus amigos: “esta niñita está loca, mira que tira por la borda todo lo que construyó por acompañar a ese tipo”.
Bolocco, que pensó que viviría un cuento de hadas, estaba encerrada con todo el séquito del ex mandatario haciendo fiestas hasta altas horas de la noche, con un marido que poco y nada la miraba pues estaba más pendiente de lograr el revés a la causa que le permitiría ser libre y candidato nuevamente y, el resto del tiempo, buscaba abuenarse con su hija Zulemita.
Cecilia solía quejarse de la falta de atención de Carlos y los asesores del ex presidente no la soportaban porque decían que era caprichosa, buena para el alcohol y temperamental.
Finalmente, Cecilia pasó la luna de miel en una jaula de oro, sola, más sola que nunca.
Comentarios
Está bueno el reportaje, pero
Cierto, hasta el
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