Enlace permanente Enviado por Haroldo Quinter... el Sáb, 06/12/2021 - 13:19
Mario Acuña representa el grado máximo a que puede llegar la maldad humana. En 1973, todo Iquique ya sabía de él. En calidad de virtual delincuente, estaba imputado por narcotráfico y contrabando de automóviles, lo que da cuenta de su nula relación profesional con el Colegio de Abogados de Iquique, que terminó expulsándolo de la orden en 1978. A todo ello, se suma una tortuosa vida personal y reputación de corrupto y degenerado. De carácter cruel, sádico y vengativo, desencadenó toda su furia contra los dirigentes de los partidos del gobierno de la Unidad Popular y contra quienes investigaban su vida criminal. Lo primero que hizo fue, obviamente, matar a Julio Cabezas y Freddy Taberna, como bien se señala en el relato de Alejandra Matus. Asimismo, hizo matar al funcionario de Aduanas Calderón, y sobre todo a Mario Morris, quien como nadie le seguía los pasos. Pero no sólo eso, Acuña consiguió matar a sus propios socios en el narcotráfico, entre ellos a Chánez, lo que la periodista no consigna en su escrito. Vaya, vaya, ¡a qué nivel llegó Chile en septiembre de 1973! ¿Por qué el general chileno-alemán y declarado nazi Forestier cedió ante Acuña? ¿Por qué el primer fiscal de los juicios a quien correspondía ese cargo fue remplazado por Acuña, éticamente el peor personaje que pudo ocupar tal función? ¿Por que la Corte Suprema fue cómplice en este sucio y macabro juego? La respuesta es obvia: todo el golpe de estado respondía a la infamia, la corrupción y el fanatismo de lo más extremo de la derecha nacional.
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