Eduardo relata:
Las jefaturas y los funcionarios del Departamento de Investigaciones Aduaneras, DIA, del cual yo era el segundo jefe nacional, nos reunimos en la mañana del lunes 10. Estaban Luis Sanguinetti, Arnoldo Torres, Guillermo Hansen y los demás. El DIA estaba en el quinto piso de la Superintendencia de Aduanas de Chile, hoy Dirección Nacional, y tenía una terraza en el edificio que está en una de las torres que domina la bahía, frente a la poza. En un 98 por ciento eran adeptos y partidarios de la UP. Muchos éramos militantes de los partidos y otros del MIR. Concluimos que la situación era muy delicada y que en cualquier momento podía haber un golpe. La Armada había mostrado durante los tres años una actitud subversiva, de desconocer al gobierno constitucional, cuestión que habíamos constatado innumerables veces y denunciado: allanamientos ilegales en busca de armas y desconocimiento de autoridades civiles.
Era evidente que la conspiración de la Armada había llegado a un punto muy álgido. Sabíamos que si caíamos presos en manos de la Armada nos iban a matar; en cambio, no sabíamos mucho del Maipo y de las unidades de las FACh. Decidimos no presentarnos a trabajar en caso de golpe y tratar de resguardar a nuestras familias. Eso fue como a las 9 de la mañana en la terraza de la DIA.
El día 10 llegaron varias denuncias de que los almirantes y vicealmirantes estaban reunidos en determinados lugares conspirando. Gente de mar y suboficiales de la propia Armada se acercaron a familiares nuestros para señalarles los lugares. La Escuadra zarpó hacia alta mar y yo quedé esa noche de guardia con el compañero Juan Jiménez Vidal, que hasta el día de hoy está desaparecido. Fue detenido y suponemos que fue ejecutado. Esa noche era tan tensa que me ofrecí para la guardia, aunque no iba a estar toda la noche en la torre. Lo más preocupante era que la Escuadra había zarpado. Sabíamos que los buques de la Unitas estaban frente a Valparaíso.
Había llegado un militante que venía a pie de Gómez Carreño y traía una información de un hermano marino de Punta Arenas. Este militante se identificó con su nombre, militaba en la Omar Córdova, y la información parecía descabellada. Su hermano le decía que el golpe era el 11.
Yo era, además, dirigente del Comité Regional del Partido Comunista. Los locales de los partidos tenían guardias. El del PC había sido reforzado porque ya había sido atacado.
Cerca de las 22 horas hubo un incendio al lado de la Primera Zona Naval. Después hubo un bombazo. Yo estaba conversando con Gaspar Díaz en la puerta del Partido cuando se produjo una explosión que remeció la ciudad. Pensé que era en la CUT Regional, que estaba en Independencia, frente a los Padres Franceses, donde hoy está Wanderers, pero no era ahí, era cerca.
Habían volado el local de Vía Sur, en Rodríguez con Pedro Montt. Cuando llegué al lugar había un patrullero que tenía como a quince jóvenes contra la pared y con las piernas abiertas. Le pedí al sargento si podía darlos vuelta y reconocer a algunos de ellos. Uno de los muchachos me dijo que había pasado un facho y que había estado detenido con su auto.
Ya avanzada la noche nuevamente me llamaron del Partido porque había llegado un militante que venía a pie de Gómez Carreño y traía una información de un hermano marino de Punta Arenas. Este militante se identificó con su nombre, militaba en la Omar Córdova, y la información parecía descabellada. Su hermano le decía que el golpe era el 11. Él llegó a comunicarlo a la Dirección Regional y de allí se pasó a Santiago a la Dirección Central. Llamé a Jiménez y le dije que la situación estaba muy grave. Él había sido buzo táctico de la Armada. En un movimiento de protesta que hubo en la Escuela de Submarinos fue dado de baja junto a varios de sus compañeros. En el gobierno de Frei Montalva tres de ellos, Jiménez incluido, fueron contratados como instructores por la DIA. Tenían habilidades en manejo de armas, explosivos y todo eso. Yo le dije que se cuidara y que iba a dejar la radio del auto prendida. Te advierto que si te agarran te van a matar, le insistí.
Fui al partido y me pidieron que diera una mirada a las instalaciones navales que están en el sector oriental de Viña del Mar: la Infantería de Marina, Artillería y todo lo que estaba en Las Salinas. Le pedí a Gaspar Díaz: dígame ¿dónde lo paso a dejar? Hay una resolución del Comité Central y del Comité Regional de que usted no debe hacer guardia. Yo soy el encargado de llevarlo a la casa de seguridad que tiene. No quería irse. Le dije que a él lo reemplazaba en la sede Juan Orellana, el secretario de la Jota, que no llegó en ese momento y que también está desaparecido. Finalmente llevé a Gaspar a su casa. Déjeme aquí me dijo, yo luego me voy donde tengo que ir.
Acordamos una vez más los sistemas de comunicación que teníamos y partí hacia Las Salinas. Al llegar al sector de Capuchinos, entre Valparaíso y Viña, poco más allá de la Escuela Industrial, vi una columna de vehículos del Siducam –que habían estado en el paro de octubre 72– y más atrás unos camiones de la Armada, artillados con ametralladoras pesadas punto 30 en los techos. Mi primer pensamiento fue un allanamiento por la Ley de Control de Armas. Ya no tenían nada que allanar: habían allanado el Puerto, el astillero Las Habas, la Compañía de Teléfonos, la Compañía de Gas, el Terminal de Buses, la Compañía de Tabacos... Entonces era el golpe.
En verdad, nadie tenía nada y ni siquiera había un plan de guerra. Sólo había ganas, corazón y una tremenda entrega de gente súper modesta.
Subí por Caleta Abarca, Capuchinos, Recreo y llegué al cerro Esperanza, que es donde yo vivía y que es el límite entre Viña y Valparaíso. Ahí hay una calle donde la vereda de la derecha es Valparaíso y la de la izquierda es Viña. Yo vivía pasadito de esa línea y encontré a mi mujer en pie con un revólver en la mano y todos los vidrios de la casa quebrados.
–Vinieron unos huevones de Patria y Libertad desde Recreo como a las tres y media y empezaron a apedrear las ventanas de las casas.
–Saca a los niños y llévalos a la pieza del fondo.
Vi a un vecino que era de Patria y Libertad que estaba mirando y fui a encararlo.
–Si cae una piedra más en la casa vai a ver lo que te va a pasar...
–No… Yo no fui… ¿Cómo voy a hacer eso?
Ya no había teléfono. Las líneas estaban cruzadas y todos se agarraban a chuchadas.
Tipo cuatro de la madrugada fui al auto y llamé al DIA, a Jiménez. No me contestó. Una voz que desconocía me dijo:
–Indique posición de patrullero 13… Indique posición del patrullero 13–, que era el mío.
–Voy por la Escuela de Derecho, en Errázuriz, camino a la central...–, fue mi breve respuesta.
Partí a despertar a todo el cerro. Mi madre estaba hospitalizada. Mi hermana estaba con su hijo. Fui a despertar a los compañeros socialistas y miristas, entre ellos a Roberto Iribarra, que había sido secretario regional del PS, que es como un hermano. Entré a su casa gritando…
–¡Levántense! ¡Levántense! ¡Tenemos que defender al gobierno! ¿Qué tienen ustedes?
–Nada–, me respondió Roberto.
Partimos a organizar a la gente. A los pocos minutos habíamos unos trescientos vecinos dispuestos a defender al gobierno de la Unidad Popular. El cerro Esperanza era uno de los más combativos del puerto. Muchos socialistas y comunistas, las poblaciones de pescadores 1 y 2, obreros de construcción y ferroviarios. Bajó un camión de Alto Esperanza con trabajadores de la Compañía de Gas.
–¡Loro, no bajes, porque el retén Portales está lleno de marinos. También el Matadero, la Universidad Santa María y la Estación Barón…!–, les gritó Roberto.
Creímos que en los cerros había que armar la defensa. Llegó gente con una escopeta de caza, sin tiros; un revólver con nuez mala y balas que no correspondían, nada más. También llegaron unos miristas que tenían unas vietnamitas en una quebrada, pero que no sabían usarlas. Nos empezó a seguir un helicóptero. Alguien dijo que había que evitar que nos entraran por arriba y que teníamos que dinamitar la cancha Fischer y la bajada del cerro por Agua Santa para que nadie pudiera subir. Otra gente acotaba que tiráramos los muebles a la calle y nos atrincheráramos y viéramos qué pasaba en Placeres y en Barón.
Llegó una dirigente del PC, secretaria de la Quinta Comuna –que agrupaba los cerros Esperanza, Placeres y Barón– y nos dijo que en los depósitos no había nada.
–¡Nunca llegó nada para defender al gobierno popular! Lo único es lo que tú tienes, me indicó.
Yo tenía tres subametralladoras Walter, diez pistolas Walter y PPK y diez revólveres Colt 45, con municiones suficientes. Era para armar a unas quince personas. Yo había cargado el auto cuando salí a patrullar desde el DIA.
En verdad, nadie tenía nada y ni siquiera había un plan de guerra. Sólo había ganas, corazón y una tremenda entrega de gente súper modesta. Empezaron a llegar personas del otro lado con sus vehículos y los entregaban, pero decían que tenían que volver a cuidar a sus familias. Tuvimos que guardarlos en la casa de mi madre. Sus vidas tenían otro valor a las del matarife, el obrero, el pescador. Era otro grado de compromiso.
El cerro Esperanza era uno de los más combativos del puerto. Muchos socialistas y comunistas, las poblaciones de pescadores 1 y 2, obreros de construcción y ferroviarios. Bajó un camión de Alto Esperanza con trabajadores de la Compañía de Gas.
Creo que hubo una tesis que se planteó en el seno de la UP y que yo personalmente, como dirigente regional de mi partido, la cuestioné. Esa tesis aseguraba que los militares iban a ser neutrales en este proceso de la Unidad Popular; que por su formación, por su constitucionalismo, por el profesionalismo, no los iban a sacar de ese cauce y que iban a respetar el proceso. Discutimos. Yo les dije con otros compañeros que ellos no iban a mirar para el lado cuando vieran que se estaba construyendo el socialismo.
Era absurdo pensar que los marinos, que han sido un destacamento de la burguesía, se hicieran los tontos mientras se construía el socialismo. Ellos iban a tomar partido y no por nosotros. El trabajo nuestro debía ser para dividirlos, pero ya era tarde. Para eso se necesitaban años. El gobierno popular, sabiendo que había facciosos, no tomó ninguna medida tampoco.
El 29 de junio del 73, en el tanquetazo, hubo una oportunidad de descabezar a los reconocidos fascistas. El pueblo lo pidió en la calle. Aquí en Valparaíso el presidente Allende había sacado a un oficial de la infantería de marina –Lautaro Sazo– por fascista, por subversivo. La Armada lo contrató en la Dirección del Litoral. Lo hizo con varios y los mantuvo trabajando en la organización del complot. En todo proceso de construcción socialista se debe ser capaz de defender las conquistas que se van alcanzando. Y en la Unidad Popular no se hizo. No sé si fue ingenuidad o una concepción equivocada.
Volviendo a la madrugada del 11 en el cerro Esperanza, le dije a la gente que andaba con algunas cosas que no servían, que las botaran o guardaran y que estuvieran atentos a lo que ocurriera. Hubo un discurso que nos aniquiló, donde dijimos aquí cagamos, esto no tiene vuelta. Fue el de Jorge Godoy, de la CUT, que había sido ministro del Trabajo. Fue como una traición y él fue separado del Comité Central del partido hasta hoy. No quedó más que pasar a la clandestinidad, aguantar y esperar.
En todo proceso de construcción socialista se debe ser capaz de defender las conquistas que se van alcanzando. Y en la Unidad Popular no se hizo. No sé si fue ingenuidad o una concepción equivocada.
Eché los fierros y mis cosas en un camión, escondí el auto patrulla, me despedí de mi mujer y dije que me iba a Santiago. Mi casa quedó sola. Mi hermana trabajaba como delegada –Seremi hoy– de la Vivienda. Mi esposa estaba embarazada. Yo, además, era el encargado de finanzas del partido en Valparaíso. Teníamos una cuenta. Le pedí a mi mujer que se la entregara a una persona en el mismo banco. Ya era el 11 a mediodía. Me fui y justo llegaron las primeras patrullas a mi casa. El camión iba subiendo para Santos Ossa. Me bajé y me quedé en el mismo cerro. Una persona me vio donde me bajé y me escondí. Era un vecino que había sido de la Armada.
Yo conocía a sus hijas. Solo nos miramos a los ojos. Estuve dos días ahí y abrieron los cercos de todas las casas para llegar hasta la esquina. La parte de atrás daba a una quebrada frente a Viña. Ahí eran puras mujeres. Un día llegó un jeep de pacos y me tuve que meter en un closet con cortinas. Ustedes son amigas del Lalo, dijo un paco; las minas lo agarraron a chuchas y lo echaron. Yo estaba dispuesto a agarrarme a balazos, no me iban a detener. De ahí a una cueva con víveres en una quebrada. Subía a una casa que nos ayudaba. Un día encontré a la compañera llorando. Pedí que me sacaran. De ahí a un cerro donde pasé una operación rastrillo, el cerro Rocuant, donde vivía Lucho Guastavino. En la casa había una abuelita pariente de un veterano del 79, militante del partido, vivía en una mediagua que se la hicieron cagar en un allanamiento. Se fue donde la hija que tenía dos niños chicos, un pendejo de nueve años y la guagua. Un día el cabro me dijo: tío, los marinos ahí al frente. Venían marinos, pacos y ratis. Tenía una pistola con dos cargadores. Cuando iban a entrar en la casa de abajo, que daba a la quebrada, salió una vieja y tiró el contenido de una bacinica para abajo y justo le cayó a un oficial de una patrulla que estaba rastreando y el huevón se puso a gritar. Al frente vivía una compañera que yo conocía que estaba medio trastornada y se puso a gritar y le pegaron y el escándalo era de la gran puta. Todos se devolvieron a ver al oficial. Sacaron a la mujer que era de unos cuarenta y le sacaron la chucha.
La noche del 10 al 11 les fui a dejar al grupo de autodefensa al Lucho Guastavino. Dejé a dos compañeros para que lo cuidaran. Uno de ellos no lo dejó hasta que el Lucho entró a la embajada de Finlandia, que era la de la RDA bajo la protección de Finlandia. Ese compañero murió en Gotemburgo, en Suecia, hace unos cuatro o cinco años atrás de cáncer a la garganta. El otro regresó y murió el año pasado de cáncer en Limache. Ese es un poema a la fidelidad.
Llegó una compañera a verme, que era mi contacto. Le hicimos una broma: la abuela le dijo que me habían llevado y cuando se puso a gritar aparecí.
Después hubo un operativo para sacarme a Santiago. Cabros de la Jota. Ahí hubo una familia de un general de la FACh que me ayudó. Salí el 1° de noviembre del 73 a Santiago. Antes estuve en Villa Alemana, en Quilpué y en una quebrada acá en Valparaíso. Salí en un bus. Iba con un equipo de autodefensa, que era muy bueno. Entré al consulado general de Cuba, en Los Leones, bajo la protección de Suecia. Allí me enteré de la muerte de dos de mis hermanos. Estuve ocho meses ahí y 31 años en Suecia.
Comentarios
Que bueno saber de Lalo
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