Cuenta con todo mi apoyo
Me pareció un tanto extraño que el club me citara para el lunes a reunión de directorio. Me invitaba la comisión de fútbol a través de don Esteban, quien había sido elegido presidente y esa semana comenzaba su gestión. Llegué temprano a la sede de la Universidad de Chile que, en ese tiempo, estaba ubicada en Campo de Deportes, frente al Estadio Nacional.
Me recibió don Esteban, una persona mayor, de profesión médico y colega de René Orozco. Me felicitó por llegar tan temprano y que, según él, ese tipo de conductas lo llevaron a liderar la Comisión de Fútbol en el Mundial del año 1962 que se disputó en nuestro país.
Me invitó a sentarme. Su expresión amable del inicio cambió bruscamente. Frunció el ceño y alzó la voz. “Mire –me dijo–, qué bueno que estemos solos. Yo le voy a dar un vuelco a esta Comisión de Fútbol del club, las cosas van a cambiar. Usted va a ser citado antes y después de cada partido a dar cuenta del rendimiento del equipo. Pero ese informe solo lo discutirá conmigo”.
—Mire César, para el club, el objetivo principal es obtener el campeonato este año, todos sabemos que si el fin de semana ganamos a Católica, cada vez estaríamos más cerca de conseguirlo. Pero el miércoles somos locales ante Flamengo de Brasil por la copa Mercosur. Le queríamos pedir que a mitad de semana juegue con equipo alternativo y con Católica el titular.
En esta actividad, mi capacidad de asombro nunca tuvo límites. Por respeto, no lo interrumpí y seguí escuchando. Para validarse –y de paso intimidarme–, agregó: “Mire César, para que se ubique, yo estuve en este cargo en el mundial del 62’, donde Chile obtuvo el tercer lugar en el mundo y cuyo entrenador era Fernando Riera, imagino que usted lo conoce”. “Sí, claro –conteste– él siempre fue un referente para todos los directores técnicos nacionales”.
“Mire, le voy a contar por qué esa selección jugó a tan gran nivel”, continuó don Esteban. “Ponga atención: el día previo a cada partido tenía una reunión con Fernando, me debía entregar la formación y las razones de la elección de esos jugadores, además el sistema que iba a emplear, pero lo más importante, era que yo, en mi calidad de presidente de la comisión de fútbol, hacía lo mismo. Eran discusiones interminables, ambos defendíamos nuestra posición con argumentos de un gran contenido táctico. Al final, después de grandes discusiones, se decidía qué equipo entraba jugando”.
Yo no podía creer tanta imaginación en una sola persona. Incluso miré hacia el techo y las paredes, por si esta conversación era una cámara oculta para algún programa de farándula. “Perdón doctor –intervine–, a lo mejor la pregunta esta demás: al final, ¿qué equipo salía a la cancha?”. Clavó su mirada en mí, y en un tono desafiante, exclamó: “¿¡Cual cree que entraba!? Le respondo ahora mismo: ¡el que presentaba yo! Y como Fernando era un caballero, aceptaba su derrota, además sabía que había un bien mayor, nuestro país. Y eso lo hacía con el Señor Riera, ¿me entiende?”.
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Me quedaba claro el mensaje: su objetivo era intimidarme. Si lo hacía con don Fernando, por qué no lo haría conmigo que recién empezaba como entrenador en el fútbol profesional. Por suerte, ingresaron a la oficina René Orozco y los demás directivos. Comenzó la reunión. Don René fue directo al grano:
—Mire César, para el club, el objetivo principal es obtener el campeonato este año, todos sabemos que si el fin de semana ganamos a Católica, cada vez estaríamos más cerca de conseguirlo. Pero el miércoles somos locales ante Flamengo de Brasil por la copa Mercosur. Le queríamos pedir que a mitad de semana juegue con equipo alternativo y con Católica el titular.
—Lo entiendo y comparto el objetivo”, respondí. ¿Sabe lo que pasa doctor? –continué–, hay un problema: ya jugando con el equipo estelar el resultado es incierto, imagínese con suplentes y juveniles. Además, usted sabe que la Confederación Sudamericana nos tiene advertidos de que debemos tomar en serio este torneo internacional, incluso, nos pueden descalificar para el próximo año, con las consecuencias que esto acarrearía para nuestra institución.
La pregunta de periodista fue directa: “Doctor, ¿qué opina de la actuación de su equipo hoy?”, “Qué quieren que les diga –contestó de inmediato–, estoy tan indignado como ustedes y nuestros hinchas. ¡Un desastre! todos sabemos el poderío de este equipo brasileño. No podemos enfrentar con nuestros juveniles a una institución como Flamengo. Era ver un Mercedes Benz, contra una Citroneta, ¡córtala! el lunes voy a hablar con César, tiene que ser más serio: esto no puede volver a repetirse. Además, voy a tener que dar explicaciones a las autoridades sudamericanas para no sufrir alguna sanción”.
—Sí –replicó don René–, pero eso déjeselo a los dirigentes.
—La verdad –agregué–, lo que realmente me preocupa es el posible resultado adverso del miércoles. Obviamente vamos a hacer todo para ganar, pero tenemos que ser realistas. Al final el que tiene que dar la cara y explicar los malos resultados ante la prensa y los hinchas soy yo.
—Si ese es el problema César –contestó don René–, estamos de acuerdo entonces. Usted cuenta con todo nuestro respaldo. Si se produce un revés con Flamengo, yo, como presidente, saldré a apoyarlo.
Nos dimos la mano. De todas maneras, lo llamé hacia un lado, antes de retirarme, y le conté la conversación que había tenido con el presidente de su comisión de fútbol. Se sonrió y me dijo: “¿Usted conoce a Fernando Riera verdad? Esto es fruto de la fantasía de Esteban”.
Para el partido del miércoles formé un equipo con suplentes y juveniles. Flamengo presentó su plantel titular. La verdad es que hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance, pero Romario y Denilson se encargaron de desnudar nuestras falencias: nos hicieron cuatro goles. Ya en los vestuarios, me dediqué a consolar a mis jugadores y buscar las palabras adecuadas para explicar la debacle ante la prensa que me esperaba a la salida de camarines. Después de sortear todas las preguntas, terminé las entrevistas con esa vieja frase que siempre saca de apuros: “No nos queda otra que seguir trabajando”.
Me retiré a los estacionamientos donde me esperaba mi esposa. Ella escuchaba los comentarios post partidos. Me subí al auto y le pregunté: “¿Qué han dicho?”, “Lo de siempre –contestó– han criticado con la poca seriedad que encaraste el partido poniendo un equipo alternativo y te responsabilizan a ti en el evento que la Confederación los expulse del próximo torneo internacional”. Mi mujer estaba un poco angustiada y con tristeza por lo que había pasado. La tranquilicé: “Mira, esperemos que entrevisten a don René, él me va a apoyar, cuento con todo su respaldo, él estaba consciente de la situación y le advertí lo que podía pasar. Ahora va a hablar, dale volumen”.
El lunes fui a hablar con don René. Apenas abrió la puerta de su oficina en el hospital J. J. Aguirre, ubicado en Independencia, sonrió: “Ya sé a qué vienes César, tranquilo, con el tiempo lo vas a entender. A los periodistas les dije lo que querían escuchar, no lo que yo realmente sentía en ese momento. Quédate tranquilo, tú cuentas con todo mi apoyo. ¿Quieres un café?”, “No, gracias –respondí choqueado–, solo vine a aclarar lo del partido. Estoy atrasado, me voy de inmediato”. “Está bien César, te entiendo –contestó– no te olvides que la próxima semana jugamos con Huachipato y tenemos la revancha con Flamengo en Rio de Janeiro. A Brasil lleva los juveniles, para que se fogueen, el resultado da lo mismo, aseguremos el campeonato. Yo te saldré a defender una vez más, cuenta con ello”.
La pregunta de periodista fue directa: “Doctor, ¿qué opina de la actuación de su equipo hoy?”, “Qué quieren que les diga –contestó de inmediato–, estoy tan indignado como ustedes y nuestros hinchas. ¡Un desastre! todos sabemos el poderío de este equipo brasileño. No podemos enfrentar con nuestros juveniles a una institución como Flamengo. Era ver un Mercedes Benz, contra una Citroneta, ¡córtala! el lunes voy a hablar con César, tiene que ser más serio: esto no puede volver a repetirse. Además, voy a tener que dar explicaciones a las autoridades sudamericanas para no sufrir alguna sanción”.
Mi mujer me miró y me dijo: “¡Menos mal que tenías el apoyo del presidente!”.
El lunes fui a hablar con don René. Apenas abrió la puerta de su oficina en el hospital J. J. Aguirre, ubicado en Independencia, sonrió: “Ya sé a qué vienes César, tranquilo, con el tiempo lo vas a entender. A los periodistas les dije lo que querían escuchar, no lo que yo realmente sentía en ese momento. Quédate tranquilo, tú cuentas con todo mi apoyo. ¿Quieres un café?”, “No, gracias –respondí choqueado–, solo vine a aclarar lo del partido. Estoy atrasado, me voy de inmediato”. “Está bien César, te entiendo –contestó– no te olvides que la próxima semana jugamos con Huachipato y tenemos la revancha con Flamengo en Rio de Janeiro. A Brasil lleva los juveniles, para que se fogueen, el resultado da lo mismo, aseguremos el campeonato. Yo te saldré a defender una vez más, cuenta con ello”.
Lo único que pude decir fue un “Gracias, ‘doc’”. No había mucho que decir. Definitivamente, en el fondo, ambos queríamos lo mejor para la “U”. Demás está decir que lo que no compartíamos, era la forma. Por decirlo metafóricamente: éramos como los dedos de nuestras manos; iguales, pero, a la vez, muy diferentes.
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Hola. Me interesa y agrada la
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