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Martes, 5 de Agosto de 2025
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La paz y el orden mundial, entre las cumbres de Astaná (OCS) y Washington (OTAN)

Andrés Almeida

“Con todo, con Biden dentro o fuera de la carrera presidencial, las posibilidades de que continúe en el cargo son bajas, lo que implica que esta cumbre de la OTAN, en la que será anfitrión, sería la última, por lo que, lo que pueda llegar a decir ahí tendría temprana fecha de caducidad, y podría ser el epílogo de una era de la política exterior estadounidenses, que es la que ha guiado a la alianza militar occidental”.

Este artículo corresponde a la edición del newsletter exclusivo La Semana del domingo 7 de julio y se ofrece ahora para todos los lectores.

El próximo martes 9 de julio de 2024 se iniciará la cumbre anual de la OTAN. El evento será en Washington y al momento de escribir estas líneas no queda nada claro que los liderazgos de las potencias nucleares de la alianza atlántica vayan a ser los mismos para la próxima cumbre en 2025, por lo que éste podría ser el último encuentro de la organización militar de la era post-soviética. Esto, en un contexto en el que pareciera que crece la desafección occidental por Ucrania, en la misma medida en que crecen las voces que dicen que hay que hay que negociar pronto con Rusia (ver La carta de expertos estadounidenses publicada por Politico, en la que piden que la cumbre de la OTAN no sirva para acercar a Ucrania a la OTAN).

Joe Biden -el presidente de Estados Unidos- logró sobrevivir tal vez a su semana más difícil, pues resistió a las presiones de los muchos demócratas y liberales que lo quieren fuera de la carrera presidencial, y anunció que su mal desempeño fue circunstancial, por falta de descanso, que seguirá en competencia y que es el único que está en condiciones de vencer a Donald Trump. 

Las bases de su resistencia, no obstante, no están en su capacidad de persuasión -algo que al parecer no logró en la siguiente entrevista que dio a ABC-, sino en asuntos estructurales de la política estadounidense. Para ello, recomiendo 4 conclusiones de la entrevista de Joe Biden en ABC News tras el debate, de The New York Times.

Según me comentaba Gonzalo Baeza -un analista político, amigo mío y residente en West Virginia, con quien converso frecuentemente de estos temas-, Biden se sostiene por tres razones principales. 

Primero, en el proceso de primarias, los delegados electos que ya comprometieron su voto al actual presidente, no pueden hacer legalmente otra cosa que votar por él, por lo que la Convención Demócrata del 19 de agosto difícilmente se puede convertir en un espacio de deliberación. 

La segunda razón también es procedimental, y tiene que ver con las donaciones que ya ha recibido la campaña de Biden, las cuales sólo podrían mantenerse si es que el reemplazo del candidato corresponde a su compañera de fórmula, la vicepresidenta Kamala Harris. Y si bien ya hay demócratas que apuestan por Harris, es difícil que ella logre el objetivo principal de la elección, que es evitar que gane Donald Trump, pues la vicepresidenta no ha logrado una base de popularidad suficiente, y quedan poco menos de cuatro meses como para crearla.

La tercera razón es aún más cáustica; si Biden reconoce que no está en condiciones de competir en la elección presidencial, entonces, no hay ninguna razón para pensar que está en condiciones de gobernar, por lo que la presión podría redoblarse -con apoyo republicano- a que renuncie a su cargo y asuma Harris la conducción del país.

De todos modos, la decisión es de Biden, quien puede incluso mantenerse en la campaña, a sabiendas de que va a perder, pero buscando evitar la desbandada de los demócratas, volcados al conflicto interno de suplir el vacío de poder que supone dejar al Presidente de Estados Unidos, políticamente bloqueado en la campaña y en la Presidencia.

Ahora, si el deterioro cognitivo de Biden continúa y hay un nuevo escándalo como pasó con el debate de CNN, se puede dar un escenario de emergencia difícil de predecir.

Con todo, con Biden dentro o fuera de la carrera presidencial, las posibilidades de que continúe en el cargo son bajas, lo que implica que esta cumbre de la OTAN, en la que será anfitrión, sería la última, por lo que, lo que pueda llegar a decir ahí tendría temprana fecha de caducidad, y podría ser el epílogo de una era de la política exterior estadounidenses, que es la que ha guiado a la alianza militar occidental.

En el caso del Reino Unido, es muy probable que el recientemente asumido primer ministro laborista, Keir Starmer, se mantenga en el cargo entre la cumbre de la OTAN de 2024 y la de 2025. Esto, pues llega recién a Downing Street 10, dada una histórica y demoledora derrota reciente de los tories británicos, con lo que Rishi Sunak debió dejar el cargo, poniendo fin a un corto gobierno de menos de dos años, pero dentro de 14 largos años de predominio conservador en el Parlamento británico.

Pero, Starmer es un recién llegado y no girará demasiado la política exterior británica, la que mantendrá su respaldo a lo que haga Estados Unidos. Solo que, ya la pieza británica no es tan útil, pues el Reino Unido, en modo Brexit, no tiene la influencia de antes en el mundo ni en los asuntos europeos, salvo, tal vez, todavía en el  nivel de inteligencia. 

Y tampoco es claro que Starmer logre un buen feeling con Donald Trump, si éste es electo, y avanza en su idea de que sean los propios europeos -y no los estadounidenses- quienes se lleven el mayor peso en financiar y garantizar la seguridad de Europa. Esto, sin contar que se ha sabido que Trump planea negociar condiciones de paz con Putin -incluso antes de eventualmente asumir-, en las que se comprometería a detener la expansión de la OTAN hacia Ucrania y Georgia, y reconocerí las ganacias territoriales rusas de Crimea y el Donbás.

En ese contexto, probablemente Starmer se convierta en una sombra de lo que fue Tony Blair en los 90, en alianza, tanto con Bill Clinton (demócrata) como con George W. Bush (republicano), en lo que respectaba al conflicto yugoeslavo.

Finalmente, Emanuel Macron llegará a la cumbre de la OTAN de Washington vivo, pero derrotado. Si bien el presidente francés evitó el ascenso de la ultraderecha, le abrió las puertas del poder a la izquierda, por lo que probablemente se iniciará un nuevo periodo de cohabitación, en el que el Presidente de Francia pertenece a una agrupación política distinta al Primer Ministro (el Nuevo Frente Popular). 

Si bien la Constitución francesa establece que la política exterior es prerrogativa del Presidente, lo cierto es que el Poder Ejecutivo, en manos del Primer Ministro, tiene muchas formas de presionar para que haya consistencia. En otras palabras, Macron perderá poder real, incluso en el ámbito que se supone que lleva el báculo. Algo que sucederá, incluso si es que las fuerzas que apoyan a Macron negocian con Jean-Luc Mélenchon, el líder izquierdista, un gobierno de unidad.

Esto se da en circunstancias en que -al otro lado del mundo-, en Astaná, Kazajistán, tuvo lugar otra cumbre, donde las cosas parecen ir bastante mejor para sus miembros; la de la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), una iniciativa china para organizar al gigantesco espacio euroasiático que separa el Pacífico y el Índico, del Mediterráneo y el Báltico, y que pretende convertirse en un nuevo eje de comercio e influencia, como lo fue desde los tiempos de Gengis Khan, en el siglo 12.

En particular, la reunión fue particularmente provechosa para Rusia, pues no sólo reforzó su alianza con China, sino que profundizó sus vínculos con varios países de Asia Central, incluida la India, ya que Narendra Modi comprometió una visita a Moscú a solo horas antes de que inicie la Cumbre de la OTAN. 

También el encuentro en Astaná sirvió para profundizar los vínculos entre los presidentes ruso y turco, Vladimir Putin y Recep Erdoğan, quienes se comprometieron a duplicar su comercio bilateral y al apoyo ruso a la industria de energía nuclear turca. En este escenario, volvió a conversarse de los acuerdos de Estambul en los que rusos y ucranianos se sentaron en la misma mesa a negociar, lo que fue luego descartado por liderazgo ucraniano, al parecer, a instancias del entonces primer ministro británico Boris Johnson.

Además, la cumbre de Astaná significó la integración de Bielorrusia a la OCS, con lo que su presidente y más cercano aliado de Putin, Aleksandr Lukashenko, obtuvo un importante respaldo. Esto se da mientras se han registrado incidentes en la frontera de este país europeo con Ucrania, tensión política con Polonia y ejercicios en Minsk entre militares chinos y bielorrusos.

La extensión de la OCS hacia el corazón de Europa no es una noticia menor, pues de algún modo compensa el congelamiento de la inclusión de países al BRICS, lo que había perjudicado a Lukashenko, y porque pone esa área geopolítica en directo contacto con la Unión Europea, al ponerse a las puertas no solo de Varsovia, sino que también de Budapest y Bratislava.

De este modo, me parece, que se explica mejor el actuar de Viktor Orban, el primer ministro húngaro, quien -una vez que Hungría asumió la Presidencia del Consejo Europeo, dado el modelo rotativo de la misma-, visitó Kiev y Moscú para buscar un cese al fuego y acercar posiciones, en un lapso de horas, para espanto de Bruselas y Washington.

Occidente aplaudió el acercamiento de Orban a Volodimir Zelenski, el presidente ucraniano, ya que Hungría se ha convertido en una piedra en el zapato para dar unanimidad a las políticas militares pro-ucranianas de la Unión Europea (UE), pero rechazó con la misma intensidad el acercamiento a Putin, buscando dejar claro que en el encuentro no está representado el liderazgo de la UE.

Lo curioso del asunto es que nadie pareció tan indignado en Ucrania, y aunque los ucranianos declararon que desconocían  los planes rusos de Orban, el propio Zelenski había dicho antes que no se cerraba a negociar con Rusia a través de terceros. El líder húngaro, por su parte, declaró que ya casi no quedan actores en la UE y la OTAN (ambas entidades a las que Hungría está adscrita) que puedan tender puentes entre Kiev y Moscú para eventuales conversaciones de paz que contemplen tanto a Rusia como a Ucrania. 

Vale la pena notar que la información sobre los viajes de Orban se mantuvieron con mucha discreción, siendo la prensa británica la que estaba más al tanto, en particular el Financial Times y The Guardian, en un contexto en que probablemente sean los actores de poder británicos quienes más feeling tienen con Zelenski y su gobierno.

 

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