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Sábado, 2 de Agosto de 2025
(1933-2024)

Quincy

Ricardo Martínez-Gamboa

“La canción es el poder, y el cantante es el mensajero. Ni el mejor cantante del mundo puede salvar una mala canción. Lo aprendí hace más de 50 años, y esa es la gran lección que aprendí como productor. Si no tienes una buena canción, da lo mismo de qué la rodees”.

A mediados de la década de los ochentas en las playas del litoral central chileno y especialmente en Reñaca y más especialmente en El Cementerio, el legendario Sector 5 de dicho balneario, se empezaron a instalar primero móviles de las radios de música anglo pop y rock y luego los teams veraniegos, como los de Pilsener Cristal [que solo en 1993 pasaría a llamarse, para subirse de pelo, Cerveza Cristal]. Los móviles de radio transmitían desde Reñaca para las señales santiaguinas y luego para sus repetidoras a lo largo del país los pormenores de la temporada estival, bajo una idea que habrían de explotar y hacer de ella una fantasía soleada y marina los helados Savory en aquel lema de “El verano que fuimos tan felices”. 

En aquellas transmisiones los conductores, casi siempre varones, entrevistaban a las y los veraneantes y hacían concursos y sorteos, como campeonatos de playitas, escalopas y paleteos, y también realizaban torneos de trivia. Fue una de dichas tardes cuasi-calurosas reñaquinas en que Lalo Mir, que era el conductor estrella de la Radio Concierto, puso un tema con un riff característico [tarararará ta ta ta ta ta tarararará ta ta ta ta] y sumamente recordable y les empezó a preguntar a las lolas y lolos que avanzaban por el bulevar con sus toallas de motivos de Florida, amarrados a la cabeza bien simulando un turbante, bien simulando el peinado de la Princesa Leia de La Guerra de las Galaxias, amén de sus paletas Seagull: “¿quién canta esta canción?”. 

La respuesta tardó en llegar —mal que mal estábamos en 1986 y la melodía y el riff eran de 1979, casi de una generación antes— hasta que un joven que habría de tener unos dieciocho años contestó: “es My Sharona de los Knack”. El respondiente se llevó también creo que una polera con motivos de Florida u otro juego de paletas Seagull.

Muchos años más tarde, en una entrevista, Quincy Jones —el productor musical nacido en Chicago en 1933 que falleció ayer domingo 3 de noviembre— contó que le había gustado tanto y siempre este tema, que resultaba uno de los íconos del power-pop, que se dijo, “hay que piratear esta canción, hay que robarse ese riff descaradamente”. Y así nació “Beat it” del cantante más significativo para el pop de los ochentas, Michael Jackson.

Jones, que había comenzado su carrera como productor en Mercury Records —ese sello que se caracterizó por instalar Wurlitzers en playas como Reñaca, para competirle a la puesta al aire de canciones de las radios, como la Concierto— y que vía eso había cimentado su fama luego de ser estudiante de la misma profesora francesa de Astor Piazzolla, Nadia Boulanger, con la gestación de temas de  Peggy Lee, Tony Bennett y Sarah Vaughan y que luego recibiría su primer Grammy por los arreglos de “I Can’t Stop Loving You”, de la Count Basie Orchestra, ya era para la época de Jackson una leyenda en vida, pues no solo había trabajado para el último disco original de Frank Sinatra, sino que también había perpetrado la música de las películas de Steven Spielberg como la de “El Color Púrpura” y más importante que ello, la de “E.T”.

En una trayectoria con más altos que bajos, Quincy Jones mostró al mundo, una vez más como muchas veces antes, que los productores, y en especial los afroamericanos, bien podían ser estrellas mundiales, aunque ello fuera a las perillas de tantos temas que perdurarán para siempre.

En una entrevista que dio Jones hace no muchos años para El País, España, contaba lo siguiente sobre su relación profunda con la música, sobre el jazzista John Coltrane: 

“¿Hay algún ejemplo en su trabajo, a lo mejor con Michael, que ilustre esto que dice? Sí, el mejor ejemplo de un intento mío de fomentar los principios musicales del pasado —me refiero al bebop— es Baby Be Mine. [Tararea la melodía de la canción]. Es Coltrane convertido en canción pop. Me refiero a conseguir que los jóvenes escuchen bebop. El jazz está en la cumbre de la jerarquía musical porque los músicos aprendieron todo lo que podían de música. Siempre que me encontraba con Coltrane, él llevaba el libro de Nicolas Slonimsky”.

En la misma entrevista soltaba sobre el pop contemporáneo que, “no es más que bucles, pulso, ritmo y ganchos. ¿Qué puedo yo aprender de ellos? No hay ni una jodida canción. La canción es el poder, y el cantante es el mensajero. Ni el mejor cantante del mundo puede salvar una mala canción. Lo aprendí hace más de 50 años, y esa es la gran lección que aprendí como productor. Si no tienes una buena canción, da lo mismo de qué la rodees”.

Eso quizá fue un poco lo que sucedió con su trabajo más importante, al que sin embargo el tiempo lo ha dejado en un lugar menos significativo de lo que fue en su momento: la producción de USA for Africa, “We are the World”, un remedo de un tema que sí es realmente notable, “Do They Know It’s Christmas?” de Bob Geldof y Midge Ure para recaudar fondos para la hambruna de 1983-1985 en Etiopía e interpretada por una plétora de cantantes pop de las Islas Británicas.

Reza sobre Jones la entrada de la canción de caridad norteamericana:

“Michael Jackson y Lionel Richie escribieron esta canción y Quincy Jones la produjo. Este talentoso trío era perfecto para el trabajo: Quincy Jones era el productor más popular del momento y su Rolodex (lo que ahora sería una lista de contactos) estaba lleno de los nombres más importantes de la música; Richie había escrito canciones que llegaron al puesto número 1 del Hot 100 cada uno de los siete años anteriores (“We Are The World” llegó al puesto número ocho); Michael Jackson tuvo el álbum más importante de 1984 con Thriller (producido por Jones) y era la estrella más grande del mundo”.

Así, en una trayectoria con más altos que bajos, Quincy Jones mostró al mundo, una vez más como muchas veces antes, que los productores, y en especial los afroamericanos, bien podían ser estrellas mundiales, aunque ello fuera a las perillas de tantos temas que perdurarán para siempre.

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