En el fútbol moderno, las cláusulas de salida son un instrumento casi omnipresente en los contratos de entrenadores de fútbol profesional: buscan proteger la inversión de los clubes y, en teoría, servir como garantía contractual que evita salidas intempestivas sin compensación económica. Sin embargo, la práctica demuestra que, si bien cumplen una función técnica, tienen una muy cuestionada validez legal y, por otra parte, pueden transformarse en un factor de distorsión entre las obligaciones formales y las necesidades reales de las partes.
El caso de Jorge Sampaoli con la selección chilena fue uno de los más polémicos de la historia reciente del fútbol nacional. Cuando Sampaoli intentó poner término a su contrato con la ANFP, la cláusula de salida originalmente fijada en más de US$ 6 millones, lo ataba literalmente al cargo, hasta el punto de declarar en su momento que se sentía “como un rehén” por esa disposición contractual. Finalmente, su salida fue una negociación con la ANFP en la que ambas partes cedieron: el monto exigido se rebajó sustancialmente —en diversos acuerdos reportados incluso a cifras como US$ 600 mil o menos— para permitir la desvinculación sin pasar por una batalla legal prolongada.
El reciente caso de Gustavo Álvarez y Universidad de Chile viene a confirmar que la dinámica observada con Sampaoli no fue un hecho aislado. Álvarez tiene contrato con la U hasta fines de 2026, pero su deseo de desvincularse colisiona con una cláusula de salida estipulada en US$ 1,2 millones. El entrenador ha tratado de negociar cuotas o cifras más bajas.
Todo lo anterior lleva a una reflexión profunda. Lo primero que debe tenerse en cuenta es que estas cláusulas, en nuestro sistema, son difícilmente defendibles en tribunales del trabajo, en la medida que se les considera abusivas. Pero es difícil creer que en los casos mencionados los profesionales firmaran desconociendo el alcance de aquello a lo que se comprometieron. Entonces, ¿por qué se establecen estas cláusulas si se sabe que no gozan de respaldo jurídico y su destino natural es abrir paso a negociaciones en que aflora lo peor del ser humano?
Podríamos decir que son parte de una cultura de relaciones, que históricamente no han tenido mucho que ver con valores profundos como el respeto a las normas o el fundamental Pacta sunt servanda: la palabra empeñada obliga. Los dos casos muestran un patrón reiterado: las cláusulas de salida son mejor vistas en papel que en la praxis. En Chile —donde la economía del fútbol es más frágil comparada con ligas mayores— se asume que la seriedad contractual no debe ser el centro, sino el punto de partida de una relación negociada y flexible. En el fondo se parte del supuesto de que siempre se podrá volver atrás y negociar, enfrentar a los medios de comunicación con buenas razones y descalificar a la persona con quien se contrató.
¿Es realmente un buen escenario? ¿No debería considerarse la experiencia para mejorarlo? ¿Intentar ser honesto y serio ahí donde dichos valores no cuadran?
Tal vez es mucho pedir








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