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Domingo, 20 de Julio de 2025
[Voces lectoras]

Habrá que hablar de ciertas cosas

Juan Carlos Villavicencio

Las comentadas 'tesis pedófilas' abren la conversación para reflexionar sobre cómo se conforma la legislatura chilena sobre este tipo de delitos, qué penas impone y cuál es la orientación estatal para ayudar a víctimas y reformar a victimarios.

No tengo duda alguna de que se escribirá mucho sobre pedofilia en estos días, a propósito de las dos nefastas tesis de la que tuvimos noticia esta semana. Una de las que partía con un epígrafe que iniciaba "Dedicada a los niños y niñas de deseo inquieto". Por lo mismo, creo que es mejor que vayamos directo al grano, en vez de dar inicio con una historiografía del tema y la ineludible cita a Lolita, de Vladimir Nabokov. 

La verdad es que llevo preguntándome un par de años sobre el tema, básicamente, pensando en qué es lo que pasa en el corazón de algunos seres humanos, más allá de la atracción de un hombre maduro por una adolescente, sino por lo que, por ejemplo, le pasa a alguien que se siente sexualmente atraído por un bebé. Que lo viola. La imagen es brutal: lo lamento. Pero es que ese debe ser uno de los márgenes mayores que nos convoque a reflexionar acerca de este delito. Por eso es tan difícil concebir lo que pasa, al menos, en Chile.

En Chile, nuestra legislatura señala que un violador debe pagar con presidio efectivo de cinco años y un día. Demasiado poco para todo el daño cometido. Esa pena es lo que nuestra sociedad indica que vale violentar a otro ser humano,

¿Es sólo deseo sexual o la imposición de poder sobre alguien más vulnerable lo que está en juego aquí? La verdad es que no me importa. Cuando hablamos de infantes, sabemos que están siempre en una posición desventajosa frente a un adulto –por cierto, más ante un victimario–, tanto física como en términos de desarrollo emotivo e intelectual. Por ende, nuestra tendencia como sociedad es a cuidar a todo infante, hasta que tenga la posibilidad de tomar sus propias decisiones. Y para eso tenemos un cuadro normativo que señala un punto de inflexión: el cumplimiento de los dieciocho años de edad. Antes, en el interregno de los catorce a los dieciocho años, el delito no es pedofilia según nuestra legislación, sino estupro. O sea, el menor de edad, pero mayor de catorce años, puede dar su consentimiento para tener relaciones sexuales con un adulto. ¿Pasa esto solamente por el desarrollo corporal del infante y su paso a la adolescencia? Sabemos que, en tiempos de guerra, se ha bajado la edad para matrimonios –consentidos o no– en pos de subir la tasa de natalidad. Ello no explica, por cierto, en el caso de Chile, la demora que ha habido por erradicar el matrimonio infantil, que hace poco más de un mes era todavía factible en nuestro país.

Lo que desconcierta más todavía es la permisividad de nuestra sociedad, reflejada en nuestras leyes, acerca de las penas sobre delitos sexuales. Porque, en rigor, lo que toda ley refleja es también el castigo que la elite gobernante considera adecuado para un delito. En Chile, en caso de una violación, nuestra legislatura señala que un violador debe pagar con el escandaloso presidio efectivo de cinco años y un día. Demasiado poco para todo el daño cometido. Esa pena es lo que nuestra sociedad (patriarcal, a no dudar) indica que vale violentar a otro ser humano, que tiende a ser de un 85% de víctimas mujeres y de un 15% de víctimas masculinas. Vale en cuanto al supuesto pago de una deuda con la sociedad. Supongo que si los índices fueran inversos –y fueran los hombres los que vivieran siendo constantemente acosados, abusados y violados–, nuestros legisladores hubieran sido y serían más categóricos con un delito que afecta la vida de una persona de maneras insondables.

El caso de los pedófilos es –punitivamente– también absolutamente inentendible. La gran mayoría de los pedófilos que han delinquido lo volverán a hacer según la literatura al respecto, pero nuestra legislación les sigue dando otra oportunidad al considerar el pago de sus delitos con una prisión de veinte años. ¿Por qué nuestra sociedad –a través de nuestros legisladores– sigue permitiendo que esas personas tengan la oportunidad de volver a reincidir provocando un daño probablemente insuperable? Y es que el daño provocado es demasiado grande, lo que hace que la visión imperante vaya en directa oposición a la lógica que nos entrega la cruda realidad. ¿Qué hay, entonces, en esta mirada de generaciones de gobernantes y legisladores que persiste en castigar, de manera tan poco responsable, de manera tan acotada, a todo aquel que, más que un delincuente, es un ser humano trastornado que no puede frenar sus impulsos sexuales? 

En rigor, lo que toda ley refleja es también el castigo que la elite gobernante considera adecuado para un delito.

Al parecer, para ellos, un violador tiene derecho a volver a hacer su vida tras «pagar» su delito tras cinco años de prisión. Si es juzgado, claro. Y, al parecer, todavía para ellos, un pedófilo tiene derecho a volver a enfrentarse a la posibilidad de volver a violar y/o abusar de nuestros infantes, tan sólo porque se le sigue considerando un delincuente y no un enfermo incapaz de vivir en sociedad. O sea, a través de quienes detentan el poder, nuestra sociedad prefiere ser testigo de la reincidencia de un trastornado, en vez de velar por nuestros infantes al apartar de la sociedad a alguien lisa y llanamente sin control sobre sus impulsos. Sí hay que admitir que hay un porcentaje mínimo de pedófilos recuperables para poder desenvolverse en la sociedad. Y, bueno, que ese porcentaje mínimo pruebe que es capaz de reinsertarse, luego de un proceso importante que de fe de aquello, proceso que razonablemente debería ser en un hospital psiquiátrico, apartado de la gran mayoría de la sociedad. Y, por cierto, con un monitoreo permanente de su salud mental.

Pero aquí seguimos. Vivimos en una sociedad en la que 1313 niños murieron en centros del SENAME (entre 2005 y 2016). Poco más de dos niños por semana entre esos años. ¿Cuántos murieron antes? No hay registros: tal era el valor que le daba ya en el siglo XXI a los infantes que quedaron al cuidado del Estado. ¿Quiénes éramos como sociedad para que esos registros no existan, para tal nivel de descuido? ¿De desprecio? Porque la pregunta tiene que ver acerca de cuáles serán las cifras reales de infantes violentados sexualmente por adultos o por otros adolescentes antes de ese registro. Cuando se entregó ese informe, hubiera esperado que paráramos todas las «prensas», porque esto no podíamos dejarlo pasar. Porque nadie podría volver a dormir hasta saber que nuestros niños no están viviendo bajo una amenaza así. No tengo duda de que sigue pasando, lo que es impresentable. Porque no pasó mucho, la verdad. Así como con esta visión de una sociedad trizada incapaz de aceptar su fracaso en flancos tan basales, sólo porque sigue de alguna manera en pie. A qué costo, con qué valores, con qué igualdad, vale seguirse preguntando.

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Una sociedad dominada bajo el yugo patriarcal por más de doscientos años, tiende a normalizar el abuso de todo tipo, la tortura que aún se practica en los centros de detención y a la impunidad.

Este es un problema complejo y profundo. Un delito es un delito, y punto, cuyas penas están perfectamente tipificadas en los códigos.. Esa parece ser la {ógica. Sin embargo, hemos visto como los tribunales rebajan las penas de ciertos delitos tomando como atenuante que la persona que lo cometió padece de una enfermedad mental que es propia para un tratamiento de psiquiatr{ia. Entonces, ¿Qué es un pedófilo? ¿Una persona perversa por naturaleza, o un insano que mantiene una patolog{ia que le es irrefrenable por ser producto de un estado mental anormal que obedec a ciertas patologías que est{an médicamente tipificadas?. No olvidemos que hasta no hace mucho, sectores importantes de la sociedad, incluyendo a especialistas, consideraban que la homosexualidad era producto de un problem de salud mental, incluso se le consideraba como un degenerado. Sabemos que hoy la homosexualidad es aceptada por la sociedad e incluso se pueden casar entre ellos. Esto quire decir que las sociedades cambian culturalmente y lo que aparentan ser fen{omenos nuevos, que tienen raíces ancestrales, son considerdos como temas tabues por lo que se veía como algo inapropiado hablar sobre ello. Esto {ultimo, a prop{osito de una tesis doctoral que se hizo público, y sobre el cual se ha levantado una tremenda polvadera. En fin, lo que queda al final, es que la pedofilia es un problema rel que existe que est{a ah{i a la vuelta de la esquinna y que reviste peligro por el daño que puede producir sobre infantes v{ictimas de aquello. Por eso el problema en s{i no debe arrebolar y por tal callarlo u omitirlo o s{ólo tratarlo entre susurros. Debe ser un tema de difusi{on y de debate de toda sociedad, en especial de los especialistas, una buena forma para defender a los propios infantes para que est{en ya precozmente advertidos y preparados para enfrentar casos como {esos. Ahora bien, que la tesis encuesti{on haya gustado o no, ese es otro cuento, peo que no puede servir para rasgar vestiduras pacatas que temen enfrentar problemas de la realidad que existen y que hay que tomarlas como tal.

Su artículo tiene errores de interpretación de leyes. En Chile es 100% legal que una adolescente de 14 años consienta un acto sexual, inclusive, con un anciano, si es a voluntad y deseo propio. Es completamente falso eso de que "de los 14 a los 18", como usted da a entender. El delito de estupro en Chile exige cuatro causales demasiado específicas, súper improbables de darse, siendo su aplicación prácticamente nula. La cuarta causal, "Cuando se engaña a la víctima abusando de su inexperiencia o ignorancia sexual." es malinterpretada o manipulada por algunos como "muy potencialmente abierta"", cuando eso no es verdad, ya que está el verbo rector «engañar» y lo que los legisladores explícitamente quisieron condenar en la Ley 19.617 que lo promulgó, era una protección especial para adolescentes muy vulnerables, que no tuvieran noción de que accedían a un acto sexual. Si no se logra probar que el imputado engañó a dolo directo a la víctima, es absuelto. Los condenados por estupro anualmente no llegan ni a 20 personas, y por lo general son casos donde el abuso es extremadamente obvio. La edad de consentimiento es 14 y en realidad no tiene nada de malo, los adolescentes no son niños. Ni es delito, ni es pedofilia.

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