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Viernes, 8 de Agosto de 2025
[Reseña]

'La nueva izquierda chilena' (o por qué no tiene mucho de nueva)

Akira

Noam Titelman es economista, ex presidente de la FEUC en 2012 y uno de los fundadores del Frente Amplio, aunque hoy mira la política como intelectual de la London Schools of Economics. Desde esa posición, se esperaba mucho del primer libro que trata sobre quiénes en solo diez años llegaron al poder, pero habrá que esperar un segundo libro que cumpla con las expectativas.

Los tres primeros referentes de La nueva izquierda chilena de Noam Titelman (Ariel, 2023) no aluden a nada nuevo.

El prefacio corresponde a una reflexión de Gabriela Mistral sobre la fauna del escudo (Menos cóndor, más huemul), el prólogo es de la ex presidenta Michelle Bachelet, donde -palabras más, palabras menos- saluda el armisticio generacional entre boomers y millenials, para proponer mirar más bien "los treinta años venideros" y la primera referencia del texto propiamente de Titelman corresponde a La Desesperanza de José Donoso, en específico una escena que también alude a la diferencia generacional; donde los niños de los personajes que se reencuentran hacia el final de la dictadura miran con soberbia y desdén a sus padres.

En adelante, el libro pareciera buscar y propiciar un reencuentro generacional, o una solución de continuidad, luego de una especie de ocurrencia de accidentes históricos, como pudieron ser las protestas de 2011 y 2012, en las cuales la generación del autor entró a escena.

Esto es así, al punto en que Titelman llega a definir la nueva izquierda chilena -el motivo de su libro-, como "tanto un monumento a los logros como a los fracasos de la Concertación". 

En contrapartida, Titelman prácticamente ignora la 'tesis del reemplazo' que dominó las ideas políticas del naciente Frente Amplio (FA), la cual consideraba la impugnación moral como su mejor arma política, cuyo propósito era derribar una generación básicamente corrupta. 

Titelman llega a definir la nueva izquierda chilena -el motivo de su libro-, como "tanto un monumento a los logros como a los fracasos de la Concertación". 

Algo que apareció con mucha claridad desde muy temprano, en el debut de esta fuerza política en el Congreso, cuando sus primeros representantes, Giorgio Jackson (RD) y Gabriel Boric (entonces, autonomista) dirigieron toda su energía a exigir al resto de congresistas -unos señores en corbata- que se bajen el sueldo (en un episodio, como muchos otros, no tocado por el libro).

Bajo ese prisma de continuidad que propone Titelman, donde el FA simplemente habría entrado a la política por el desgaste de la centroizquierda tradicional, por la puerta misma de la centroizquierda, es que se explicaría cómo no es verdad (o que es una caricatura) que Boric se transformó de "un furibundo izquierdista revolucionario" a un "socialdemócrata reformista". 

¿Cómo se puede hacer verosímil tal afirmación, en especial cuando abunda la evidencia en contrario?  

Titelman propone un examen analítico de la nueva izquierda chilena a partir de tres horizontes conceptuales; la ideología, la identidad y la representación.

En cada uno de ellos 'demuestra' cómo el Frente Amplio es una especie de mutación adaptativa a los nuevos tiempos del socialismo chileno. 

A juicio de Titelman, una de las gracias de la llegada de Boric a La Moneda -quien cumple con todas las caracerísticas de elite, salvo ser de regiones y treintañero- es que abre un abanico de representatividad mucho más grande, a juzgar por la composición del gabinete de inicio de su Gobierno.

En cuanto a la ideología, Titelman propone un cuadro analítico de dos entradas, en relación a la distancia que tienen los distintos partidos de izquierda con la democracia liberal y el antagonismo con el capitalismo. En ese cuadro, el autor aplica las definiciones doctrinarias de Revolución Democrática, el Partido Socialista y el Partido Comunista, para descubrir que el primero se parece mucho más al segundo que al tercero, pues aparecen mayores valores liberales.

En tanto las diferencias, estas se encuentran en las definiciones de los 'sujetos políticos', donde RD se plantea como un partido de ciudadanos, alejado de las lógicas de clase ancladas en el trabajo, como pasa con los partidos de izquierda históricos, lo que permite la emergencia de nuevos temas e identidades, como el feminismo y el ecologismo (olvidando por completo, que eso ya lo ensayó el vilipendiado PPD en los 90).  

Luego, Titelman da pie a la reflexión sobre el segundo aspecto de su análisis; la identidad. Ante la pregunta por "quiénes somos" (que reemplaza al "hacia dónde vamos"), el autor busca establecer rápidamente un parangón o reflejo con el electorado que encuentra sentido a las identidades partidarias propuestas u ofertadas electoralmente. En tal sentido, y simplificadamente, el libro propone que el electorado vota a ciertos partidos (o candidatos prototípicos) por razones emocionales o racionales, y dentro de las emocionales se encuentra la subcategoría que indica que vota por quiénes los electores sienten que pertenecen a su grupo de referencia. Además, otro grupo importante vota en contra de quienes representan a otros opuestos, como "identidad negativa", lo que hoy es una fuerte tendencia.

A propósito de ese último punto, Titelman se explica el éxito de los independientes cuando se les dejó competir en igualdad de condiciones (elección de convencionales) o cuando participan en elecciones uninominales, como las de alcaldes. Asimismo se explica las debilidades de las identidades partidarias, las que producen menores lealtades, y por lo mismo, bandazos electorales como los que ha experimentado últimamente el país.

Esto lleva al tercer punto analítico, que es la representación. A juicio de Titelman la política chilena ha tenido en este aspecto un déficit creciente, pues es una actividad de elite, desconectada del resto del país, siendo ahí donde la nueva izquierda tendría su oportunidad.

Titelman olvida que esta nueva izquierda se trata de una prosografía de pertenencias a algo que se caricaturizó como 'Ñuñoa', al ser esta comuna de Santiago Oriente el símbolo de una burbuja tan parecida a Vitacura, desde la perspectiva de sus únicas y particulares identidades sociales y configuraciones ideológicas.

El autor plantea algunas variables de pertenencia a la elite que estarían ampliamente extendidas entre los políticos tradicionales; provenientes de colegios particulares, con profesiones de prestigio (abogados, médicos, ingenieros civiles e ingenieros comerciales), egresados de la Universidad de Chile o de la Universidad Católica, varones, santiaguinos, cincuentones, blancos y -presumiblemente- en los quintiles de más altos ingresos.

Para mostrar su punto, Titelman analiza según esas variables a todos los candidatos presidenciales chilenos de primera vuelta, concluyendo que la política es una actividad elitista, lo cual estaría en la base de la desafección del electorado, el cual masivamente no cumple con casi ninguna de las variables ahí mencionadas (salvo los varones residentes en Santiago), por lo cual no se sentiría 'representado'.

A juicio de Titelman, una de las gracias de la llegada de Boric a La Moneda -quien cumple con todas las caracerísticas de elite, salvo ser de regiones y treintañero- es que abre un abanico de representatividad mucho más grande, a juzgar por la composición del gabinete de inicio de su Gobierno.

Si bien Titelman no hace la sumatoria para el primer gabienete de Boric, el punto es suyo, al menos en cuanto a la cantidad de mujeres, profesiones, lugares de nacimiento y edades.

Pero no es así en tres aspectos sustanciales; en cuanto etnia, profesión (aunque no todos sean de la U o de la UC) y -ciertamente- en cuanto a ingreso, pues la mera nominación en el gabinete situa al flamante ministro -y a su séquito- dentro del primer quintil de mayores ingresos (y ya nadie habla de bajarse el sueldo).

Bajo ese impecable -e implacable- esquema de análisis, el actual presidente venció a Daniel Jadue porque él no era comunista, y venció a José Antonio Kast porque no era fascista. Pero, Titelman no lo dice.

Y es que Titelman olvida -tal vez con complacencia- que su generación no solo es un conjunto de jóvenes que salió a protestar en 2011 y 2012, sino que también se trató de jóvenes estudiantes universitarios, siendo los más prominentes de la U o de la UC (al menos quienes llegaron más alto posteriormente) y pertenecientes a clases medias acomodadas. Algo que vale para él mismo.

Es decir, esta nueva izquierda no se trata de una fuerza que 'representa' a las clases medias emergentes (nunca está eso en sus menciones ideológicas), sino una clase media bastante tradicional, salvo por el tema generacional, que sería su única novedad, la que ahora se niega, y no se profundiza, por ejemplo, en relación a los centennials, que al parecer están bastante desafectos respecto de sus hermanos mayores.

En suma, Titelman olvida que esta nueva izquierda se trata de una prosografía de pertenencias a algo que se caricaturizó como 'Ñuñoa', al ser esta comuna de Santiago Oriente el símbolo de una burbuja tan parecida a Vitacura, desde la perspectiva de sus únicas y particulares identidades sociales y configuraciones ideológicas, en especial si se considera que fue Ñuñoa una de las escasas comunas donde sí ganó el Apruebo, y la cual ciertamente está ultrarrepresentada en Twitter.

Sin duda se trata de un error grave de apreciación de Titelman, porque no sigue su propia pauta de análisis para comprender el éxito electoral del Frente Amplio y, en especial, el de Boric, el que ciertamente no se debe a que su oferta y sus 'candidatos prototípicos' sean grito y plata electoral, a la luz de las últimas dos catastróficas derrotas en las urnas.

En ese punto a Titelman le habría convenido seguir otro análisis suyo más lúcido. Según el autor las 'identidades negativas' hoy son preminentes (es decir, votar por quién se opone más fehacientemente a un otro que no me representa), y estas explican con claridad por qué el electorado en un momento abandonó a la Nueva Mayoría por una tirria que el mismo FA ayudó a provocar, cosechando justamente ese voto de identidad negativa.

En el caso de Boric, esto es mucho más acentuado. Bajo ese impecable -e implacable- esquema de análisis, el actual presidente venció a Daniel Jadue porque él no era comunista, y venció a José Antonio Kast porque no era fascista. Pero, Titelman no lo dice.  

Titelman en dos ocasiones parafrasea a alguien que dice que "el acto más revolucionario es que un municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente", dándo a la frase la categoría de gran lección aprendida. 

Así las cosas, el autor estaría explicando el actual devenir de este Gobierno, el cual se estaría comportando conforme a cierta racionalidad y trayectoria, y no a punta de renuncios hacia la izquierda, como puede sospechar cualquier observador atento.

Sin embargo, hay una frase que pone la piel de gallina (por miedo). Titelman en dos ocasiones -una en el párrafo de cierre de su libro- parafrasea a alguien que dice que "el acto más revolucionario es que un municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente", dándo a la frase la categoría de gran lección aprendida. 

La frase da escalofríos pues es una forma de dar la razón a las ideas tecnocráticas que desalmaron a la Concertación, pero en un nivel aún más básico, a la vez que solo refuerza uno de los principales déficits de este Gobierno, que es el de la gestión.  

Ahistóricos

Un punto final relevante para esta reseña es la notoria falta de reflexión histórica del libro. 

Si bien hay referencias a algunos hechos históricos, estas son someras o parciales. Como cuando Titelman afirma con soltura que la ministra Izkia Siches fue recibida con escopetazos en Temucuicui pese a que habría estado en "un intento por establecer canales de diálogo con algunas comunidades mapuche". 

Algo que derechamente no es cierto, pues Siches fue a esta comunidad en rebelión sin haber tomado contacto alguno con uno de sus lonkos principales, Víctor Queipul, lo cual es condición previa para ser recibida, desde la perspectiva del lonko, y sin que haya habido en realidad durante los largos meses de gobierno electo ningún plan acabado de aproximación al mundo mapuche.  

Titelman afirma con soltura que la ministra Izkia Siches fue recibida con escopetazos en Temucuicui pese a que habría estado en "un intento por establecer canales diálogo con algunas comunidades mapuche". Algo que derechamente no es cierto, pues Siches fue a esta comunidad en rebelión sin haber tomado contacto alguno con uno de sus lonkos principales.

Así es como Titelman desaprovecha la oportunidad de hacer una verdadera autocrítica, más allá de la necesidad que tienen hoy de los viejos que ayer denostaban.

Por ejemplo, el autor nunca aborda el desastre de la participación del FA en la alcaldía de Pepa Errázuriz. Tampoco ahonda sobre su participación en el Ministerio de Educación durante el gobierno de Michelle Bachelet, cuando todo apunta a que equivocaron el camino al apostar por reformar la educación particular subvencionada y no la municipalizada, sin contar el abandono de las política a la educación técnica-superior, donde sí está la clase media emergente.

Tampoco aborda el episodio donde Michelle Bachelet -la misma del prólogo y la única ex presidenta que fue a la reciente cuenta pública de Boric- presiona a sus partidos para que permitan que Giorgio Jackson corra solo en Santiago, lo cual le aseguró un asiento en la Cámara en 2013. Un relato que habría puesto luz sobre el rol histórico de Bachelet en la creación misma del FA.  

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Encuentro muy acertada la crítica al libro de Titelman que es extensible, según mi parecer, a la actual postura política del FA (porque sería demasiado decir que es una "estrategia" madurada). Hoy "lo más nuevo" en política está resultando ser "lo más viejo" y el partido que está cumpliendo 111 años, aparece como la única fuerza no domesticada con un proyecto de presente y de futuro. El reformismo de izquierda (que así debería denominarse el "socialismo democrático") es, como históricamente ha sido, un balón de oxígeno para un sistema capitalista que puede crear tanta riqueza y excedentes económicos como para abolir la escasez y la desigualdad pero que no lo hace porque solo le interesa el lucro de unos pocos. La socialdemocracia es un "agente" del capitalismo sin ser propiamente capitalista porque ha sido sobornado por su estilo de vida. Una vez más, lo importante es lo que se hace, no lo que se dice. Y este economista y analista político de la "nueva izquierda" en realidad resulta funcional a un sistema político, económico y social que solo admite los cambios que sean necesarios para seguir sobreviviendo a costa del sufrimiento de las mayorías.

Esta necesaria y válida critica aporta para que mas temprano que tarde este gobierno inicie una etapa consecuente con su programa y logre algún aporte histórico mas allá de la prevaleciente retórica que ha sido su característica mas notoria en este primer año junto con muchas veces ser pauteado sin base técnica por la oposición : ejemplo SQM en el Salar de Atacama.

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