Colo-Colo

Mientras en Europa los clubes invierten en tecnología, centros de alto rendimiento y academias que producen jugadores con un sentido táctico precoz, en Chile se discute si se debe pagar o no a los formadores. Las “juveniles” son vistas como un gasto y no como una inversión. Los cuerpos técnicos se reemplazan como quien cambia de camiseta, y los proyectos deportivos duran lo que tarda en llegar la primera mala racha.

La primera rueda del torneo chileno dejó más preguntas que certezas. El juego mejora por momentos, pero el sistema no lo acompaña. Hay equipos que ilusionan, pero un modelo que no los sostiene. El fútbol nacional es como un buen volante creativo rodeado de compañeros que no entienden la jugada.

Jugar un superclásico sin hinchas es renunciar al corazón del fútbol como fenómeno cultural. Es declarar que el país no puede garantizar que dos comunidades deportivas puedan convivir en un espacio compartido sin violencia. Es aceptar que la fiesta popular más importante del calendario debe ser reemplazada por un evento aséptico, hecho para la televisión y para el marketing, pero desconectado de su esencia social.

"La violencia vinculada al fútbol no es exclusivamente deportiva ni tampoco puede reducirse al accionar de los barristas más radicales. Es, sobre todo, un espejo deformado —pero fiel— de nuestras fracturas sociales, del abandono estatal y del fracaso de nuestras políticas públicas en seguridad, integración y justicia; y se expresa en modalidades específicas que mutan de acuerdo con el paso de los años".

Podría afirmarse que el equipo más popular (Colo-Colo) basa su predominio, además de su éxito deportivo, es su afinidad con el sentimiento de las masas, en particular con las más modestas en términos socioeconómicos, como demuestra la relación de las preferencias por clase social, en que dominan ampliamente el segmento D y E de la tradicional caracterización. En el mismo sentido, no llama la atención que la UC se dispare en el segmento ABC1 (28%, pisándole los talones a Colo-Colo) desplazando a la “U” a un tercer lugar entre los más pudientes. Y que la Universidad de Chile, tradicionalmente ligada a los valores de una universidad pública, laica e inclusiva, tenga un notable aumento de las preferencias en el segmento C3, el verdadero bastión de la clase media.

“¿Se podrían mejorar nuestras reglas deportivas para hacerlas infalibles a los cuestionamientos? Es imposible y demos gracias que los tribunales ordinarios de justicia no deben lidiar, además de sus problemas propios, con todo este entuerto propio de peloteros que quieren dotar de cierta seriedad a un juego”.

Con jugadores como Darío Osorio, Lucas Assadi, Jordhy Thompson y Vicente Pizarro, el futuro del fútbol chileno se ve muy prometedor. Estos talentos no solo están dejando su huella en los torneos locales, sino que también tienen el potencial de brillar en los escenarios internacionales.

El balompié es juego, pasión e irracionalidad por definición. Comienza ahí donde la sensatez termina, y por lo mismo, si una disputa colorida y emblemática como aquella sobre quien sea el “cuarto grande”, no deja muertos ni heridos, bienvenida sea, sobre todo en la medida que contribuya a mejorar la autoestima de los postulantes, difundir estadísticas, información y apreciaciones balompédicas y, de tal modo, a engrosar nuestro, un tanto escuálido, acervo cultural futbolero.

Lanzado recientemente en FIl de Recoleta por las editoriales Matecito Amargo y Talleres Sartaña, el capítulo rememora el penal que Carlos Caszely falló en 1982 como símbolo del enfrentamiento entre deporte y política durante la dictadura chilena, analizando la disputa mediática en dicho contexto histórico.