Este 19 de junio de 2025 se cumplieron 130 años de la fundación de la Federación de Fútbol de Chile (FFCh). Pocas instituciones deportivas en el continente pueden jactarse de una antigüedad semejante: fundada en 1895 bajo el nombre de Football Association of Chile, fue una de las primeras del continente. Sin embargo, más que una historia de solidez institucional y conducción ejemplar, los 130 años de la FFCh son un testimonio de contradicciones, discontinuidades y una permanente tensión entre la representación formal y la realidad del fútbol nacional. A través de esta revisión histórica y crítica, no celebramos una antigüedad, sino que nos cuestionamos sobre su legado y —sobre todo— su deuda con el país futbolero que dice representar.
La fundación de la Federación, en 1895, no fue un acto de coordinación nacional sino más bien una expresión de la élite anglófila de Valparaíso. Fue en ese puerto, cuna de la influencia británica, donde se gestó la organización formal del fútbol chileno. Pero durante décadas, esa institucionalidad representó solo a una parte del país: la Federación no incluía al fútbol del centro ni del sur, mucho menos a los obreros, a los indígenas o a los inmigrantes no británicos. Para que hablar de las mujeres. Por años, el fútbol se expandía popularmente mientras su dirigencia seguía encerrada en clubes y asociaciones con nombres ingleses, priorizando vínculos con la diplomacia de la gran potencia europea más que con los barrios de Santiago, Iquique o Talcahuano.
Aunque Chile fue uno de los cuatro países fundadores de la CONMEBOL en 1916, la representación internacional no significó una federación verdaderamente nacional. De hecho, las décadas siguientes estuvieron marcadas por disputas entre asociaciones paralelas: la Asociación de Football de Chile, la Asociación de Santiago, la Asociación Central, la Federación Deportiva Nacional, entre otras. Por momentos hubo dos "selecciones chilenas", dos campeonatos, dos legitimidades. Una desorganización crónica que limitó el desarrollo competitivo de Chile y retrasó la profesionalización del fútbol.
Cuando finalmente comienza a jugarse la liga profesional en 1933, no es gracias a la Federación, sino a pesar de ella. Fueron los clubes quienes se rebelaron ante la falta de organización, creando la Liga Profesional de Football de Santiago, que más tarde derivaría en lo que hoy es la ANFP. La Federación debió adaptarse a la fuerza, funcionando desde entonces en un confuso sistema dual: por un lado, la federación formal, reconocida por FIFA y el Estado; por otro, la asociación de clubes profesionales, con poder económico y político real. Mientras la Federación es el organismo que rige al fútbol profesional (ANFP) y al fútbol amateur (ANFA), la ANFP parece señora y dueña de todo el futbol nacional.
Esa separación estructural se mantiene hasta hoy, donde la ANFP y la Federación viven en un matrimonio mal avenido: comparten dirigencias, estatutos y oficinas, pero siguen siendo entidades legalmente distintas. En los hechos, la Federación es usada como una “fachada jurídica” para cumplir con los requisitos de FIFA, mientras la ANFP maneja el negocio, los derechos de TV y la selección nacional. Así, celebramos 130 años de una entidad que funciona más como buzón y sello, que como rectora del desarrollo del fútbol chileno.
Durante estos 130 años, los grandes momentos de la Roja —el tercer lugar en 1962, la clasificación a Francia 1998, las Copas América de 2015 y 2016— han sido más bien fruto de coyunturas deportivas y generaciones doradas, que de una política sostenida de desarrollo. La Federación ha sido testigo pasivo de estos logros. Nunca lideró una transformación estructural, ni consolidó una red nacional de centros de formación, ni garantizó el profesionalismo del fútbol femenino, ni estableció un sistema de competencias coherente entre categorías.
El plan que permitió el salto cualitativo en la era Bielsa-Sampaoli fue empujado desde la ANFP bajo otras lógicas. Cuando Sergio Jadue, impulsó las victorias más resonantes del fútbol chileno, lo hizo sin el amparo real de una Federación sólida, sino desde la maquinaria comercial de la ANFP y con el estímulo externo de una generación irrepetible. A la larga, la falta de institucionalidad terminó por devorar todo: Jadue huyó, la ANFP se desacreditó, y la Federación —que debería haber fiscalizado, contenido, dirigido— permaneció muda.
Mientras el fútbol profesional masculino gozó de cierta atención y recursos (aunque mal distribuidos), el fútbol femenino ha sido históricamente ignorado por la FFCh. La selección femenina clasificó a un Mundial y a unos Juegos Olímpicos sin contar con una liga profesionalizada ni con condiciones básicas de entrenamiento. Solo en los últimos años, empujada por el activismo de jugadoras y la presión pública, la ANFP ha impulsado profesionalismo gradual. La Federación, otra vez, fue testigo.
En cuanto al fútbol formativo, no existe una política nacional robusta que articule asociaciones, clubes menores, colegios y universidades. Lo que existe es fragmentación: campeonatos sin calendarización común, escuelas de fútbol privadas, y clubes grandes absorbiendo talento sin invertir en redes de captación reales. Las asociaciones regionales sobreviven a duras penas, muchas sin apoyo técnico, sin financiamiento, y con escasa relación con la estructura federativa formal.
En sus 130 años, la Federación ha operado más como institución nominal que como estructura activa. Desde que perdió el control del fútbol profesional, su rol ha sido burocrático: representar ante FIFA, emitir certificados, sostener un aparato administrativo que flota entre las sombras de la ANFP y la Dirección del Deporte. No existe una visión de largo plazo, ni liderazgo federativo con voz propia. Lo que debería ser una organización nacional articuladora del fútbol en todos sus niveles, se ha convertido en una firma que viabiliza decisiones tomadas en otros escritorios.
A 130 años de su fundación, la Federación de Fútbol de Chile no puede exhibir grandes logros estructurales, ni siquiera una política de desarrollo federativo sostenida. Su existencia, más que fundacional, ha sido reactiva y funcional a las necesidades del fútbol profesional, sin construir una institucionalidad independiente, robusta y al servicio de todos los actores del fútbol.
Chile necesita una refundación real de su estructura futbolística: con una Federación que exista más allá del papel, que integre el fútbol amateur, femenino, formativo y regional; con una gobernanza clara y responsable, y con una separación real entre los intereses comerciales y los intereses deportivos nacionales. Mientras eso no ocurra, cada aniversario de la FFCh será apenas una conmemoración simbólica de una historia que, pese a su longevidad, no ha estado a la altura del país futbolero que supuestamente representa.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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