Imaginen al Presidente Gabriel Boric una tarde-noche del último domingo de octubre entrando al restaurante los Chinos Gays. Imaginen al mismo Presidente ordenando que la custodia quede en la calle y subiendo solo. Ahora imagínenlo saludar a los mozos y mozas y sentarse en una mesa contra la pared, muy cerca de la entrada, luciendo un jockey, que es lo único que podría hacerlo pasar inadvertido.
Igual el restaurante, por ser domingo, ya casi cierra y ha avisado eso a los pocos comensales que quedan adentro. Imaginen entonces que uno de esos comensales soy yo, que he comido y bebido bastante bien para ser un restaurante chino. Imaginen además que dos de mis acompañantes son mexicanos, que andan, al igual que yo, de paso por Santiago y que me comentan que sería genial una foto con Boric.
Como el Presidente parece estar solo, triste y abandonado, me acerco a él, lo saludo (no sé por qué lo trato de “señor Presidente”) y le comunico las intenciones de mis amigos mexicanos, que fueron a Chile a producir una exposición de arte y material de archivo del grupo de poetas que Roberto Bolaño y Mario Santiago lideraron en México en los años 70. Imaginen que soy consciente de que estoy interrumpiendo la lectura del Presidente, porque ahora veo que es así (intento chusmear de qué libro se trata, pero sólo logro ver que tiene un interlineado importante; quizá se trate de un libro de una editorial transnacional indica mi prejuicio), y el Presidente Boric me responde que más tarde. Imaginen finalmente que digo que desde Buenos Aires le manda saludos Pancho Casas, el compañero de Pedro Lemebel en el colectivo de arte Las Yeguas del Apocalipsis, que ahora es mi vecino, y el Presidente, por primera vez sonriendo, me responde devolviéndole los saludos a Pancho a través mío.
Esa soledad dominical de Boric, más que un estado de ánimo o una situación política del momento, podría interpretarse como un sello. Sabe que está solo, y quizá tomar conciencia de esa soledad lo lleve a aislarse más aún. La soledad como síntoma de responsabilidad y la lectura como respuesta a esa soledad.
No imaginen más, porque todo esto fue cierto. Sucedió hace poco, cuando estuve en Chile. Los Chinos Gays es un restaurante chino que no se llama así, pero fue bautizado así por Lemebel y quedó; está ubicado en el barrio Forestal. A decir verdad, no era la primera vez que veía al presidente Boric ahí, lo había visto en fotos de redes sociales con un grupo de artistas chilenos, entre los que se contaban Hugo Cárdenas y el mencionado Pancho Casas. Pero una cosa es verlo en fotos y otra, muy distinta, es verlo en persona. Sin embargo, nunca planeé encontrarme con Gabriel Boric; ir a los Chinos Gays fue la última opción, aconsejada por una ex novia (boricista además), que se había unido a nosotros. Pero fui yo y no mi ex novia, que vive en Chile y está más pendiente de la actualidad de allá, el que vio al Presidente: el jockey y el hecho de que estaba encorvado dificultaban reconocerlo, pero había algo más que lo dificultaba y eso era la sensación que irradiaba, y que podría resumirse en el siguiente estado: triste, solo y abandonado.
Cuando bajamos y les comuniqué a los mexicanos que la misión encomendada había fallado, ellos reafirmaron mi impresión: un Presidente nunca está solo. Uno de ellos, con cierta preocupación, agregó: “Pero cómo ni un guardia ni una escolta”. Y cuando estaba a punto de responder algo, vimos en la calle a la escolta. Es decir no estaba solo, en el sentido de seguridad, pero parecía solo y no sólo eso... Quizá mi impresión estuviera motivada por la soledad que da el poder o por la soledad en la que puede encontrarse hoy Gabriel Boric. A decir verdad, no lo podría determinar bien.
Otros encuentros: Piñera fumando, Bachelet abrazando
Con el pasar de los días intenté recordar qué otros presidentes había visto de cerca, además de a Gabriel Boric. Recordé la segunda campaña presidencial de Sebastián Piñera, cuando el fotógrafo Álvaro Hoppe y yo lo seguimos a Quillota y, en un descuido de su escolta y de su aparato de prensa, lo vimos fumar. Hoppe alcanzó a sacar una foto, pero lamentablemente sólo registró el cigarro en su mano, no fumando.
Hasta hoy no hay muchas fotos en las redes de Piñera fumando, y recuerdo que la sorpresa que nos llevamos con Hoppe fue similar a la que me llevé con Boric al verlo en los Chinos Gays. Me refiero a una imagen inédita, que no está fijada en los medios ni en las redes, una imagen, por así decirlo, propia.
De Michelle Bachelet tuve otra imagen. Fue para el cónclave que la derrotada Concertación organizó en abril de 2010 en El Llano de San Miguel, cuando Piñera llevaba un mes en el gobierno. Esa vez Yasna Provoste (que era casi una paria) llegó con Sergio Micco (que hoy es un paria para el resto de su vida). Recuerdo que estaban presentes todos los presidentes de la Concertación y que la cuota para almorzar era de quince mil pesos. Escuché todos los discursos y, cuando estaba por irme (el aburrimiento cansa), se nos acercó Michelle Bachelet, y le dijo a Hoppe que había estado con su hermana. Hoppe estaba sorprendido, porque no sabía que su hermana conocía a la ex Presidenta. Luego la sorpresa me alcanzó a mí, al abrazarme y ordenarle a Hoppe que nos tomara una foto. “¿Por qué eso querís, ¿no es cierto?”. No tuve el valor para decirle que no, y en la foto salgo intimidado, como pensando en qué dirán mis amigos.
El Presidente Lagos fue, por lejos, con quien menos cercanía tuve. Si me hubiera topado con él en un restaurante, creo que hubiera estado rodeado por dos mil escoltas y ni me hubiera podido acercar. Aunque como no me atraía para nada el autoritarismo con que ejercía el poder, ni lo hubiera intentado.
Ambas fotos salieron publicadas en La Nación Domingo. Más allá de lo anecdótico en sí, estas imágenes que tengo de Piñera y Bachelet demuestran lo que en parte fueron sus presidencias, al menos para mí: el primero escondiendo un vicio (que, según una de las definiciones de la Real Academia Española, es “hábito de obral mal”) ,y la segunda imprimiendo ese afecto a todo, tan característico en ella.
Entonces esa soledad dominical de Boric, más que un estado de ánimo o una situación política del momento, podría interpretarse como un sello. Es decir, por más que se muestre rodeado de ministros y funcionarios, por más que sea joven y la imagen que tengamos de los jóvenes sea siempre el plural (rodeados de gente, de fiesta y eso), el que lleva el peso de las decisiones de su gobierno es él. Y en eso sabe que está solo, y quizá tomar conciencia de esa soledad lo lleve a aislarse más aún. La soledad como síntoma de responsabilidad y la lectura como respuesta a esa soledad. Y haber estado encorvado (o inmerso corporalmente) sobre ese libro refuerza más la impresión de estar respondiendo a esa soledad, porque no todos los lectores leemos así.
Por último, hubo un Presidente que, si bien no vi en persona, puede decirse que lo suplanté. Fue a poco asumir en 2000, cuando inventé el correo ricardo_lagos_escobar@hotmail.com y le mandé a tres medios un saludo de su parte por su lucha por la democracia y la libertad de expresión.
No era difícil imitar el modo en que ese Presidente se expresaba. Los tres medios aludidos eran alternativos, porque pensé que ésa era la gracia. Así fue como The Clinic, Revista de Crítica Cultural y Rocinante, pusieron en un lugar destacado mi correo, con el agregado de Presidente de la República, cosa que yo nunca había puesto. Un amigo de esa época, al tanto de la situación (creo que en un momento de debilidad se la conté), me dijo que tuviera cuidado, porque me podían detener o, quién sabe, llevar a la cárcel. Así que por mucho tiempo no conté la anécdota. Ese Presidente fue, por lejos, con quien menos cercanía tuve. Si me hubiera topado con él en un restaurante, creo que hubiera estado rodeado por dos mil escoltas y ni me hubiera podido acercar. Aunque como no me atraía para nada el autoritarismo con que ejercía el poder, ni lo hubiera intentado.
Comentarios
Cómo hacer creer que una
Sí, demasiado malo…
no sé por qué lo trato de
Intenten ampliar el sentido
Que poco respetuoso y sesgado
Creo que esta pudo ser una
Gonzalo, pareciera que
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