Mi nombre es Rodrigo Lagarini. Tengo 26 años y soy estudiante de Educación Física de último año en la Universidad de Concepción. El 22 de octubre de 2019 fui herido en mi ojo derecho por una lacrimógena disparada directo a mi rostro por Carabineros en Concepción.
Ocurrió cerca de las cinco de la tarde de ese día martes en Maipú con Paicaví, en pleno centro de la ciudad. Me había dirigido hacia la llamada 'Zona Cero' ubicada en la rotonda de Paicaví con Los Carrera -conocida también como 'Paicarrera'- y me acerqué hacia el centro por la otra intersección. En ese momento hubo un intercambio de proyectiles entre manifestantes y policías. por lo que me fui hacia una esquina para poder mirar. Estaba en eso hasta que vi que un piquete se empieza a acercar de forma paulatina. Mientras observaba, junto a mi pareja de ese entonces, cómo en la esquina se desarrollaba el conflicto, en un momento veo de reojo cómo uno de los carabineros se sale del piquete y comienza a apuntarme con una escopeta. Alcancé a mirarlo y recibir el impacto directo a mi ojo derecho, generando un estallido del globo ocular y una ceguera inmediata.
Fui asistido inmediatamente por personas que estaban en la manifestación, quienes me trasladaron hasta el Hospital Regional de Concepción, donde no me pudieron atender de urgencia por no haber llegado en ambulancia, por lo que decidimos llamar a mis padres para que me llevasen a la Clínica Bío Bío para hacerme un escáner con la intención de salvar el ojo. Yo tenía la esperanza de que no tuviese que perderlo.
En la clínica me hicieron el escáner inmediatamente y el médico a cargo me preguntó “¿cómo te lo digo: bonito o feo?”. Yo preferí que me lo dijera directamente y ahí me comunicó que había sufrido un estallido de mi globo ocular, que había perdido el 80% de la parte funcional del ojo completo y que estaría ciego de por vida por mi ojo derecho. En ese momento sentí una catarsis de mucha pena, rabia e impotencia. Fue cómo estar suspendido en al aire, estaba conmocionado y muy sensible. De paso me avisaron que no podrían atenderme en esa clínica y debía volver al hospital, porque es el único lugar donde tienen especialistas oftalmológicos en Concepción.
Regresé en ambulancia, donde sostuve una conversación tranquila con el paramédico que iba en el vehículo. Al llegar al hospital me hicieron esperar aproximadamente unos 45 minutos más para volver a hacerme el mismo escáner, básicamente por temas protocolares.
“En la clínica me hicieron el escáner inmediatamente y el médico a cargo me preguntó “¿cómo te lo digo: bonito o feo?”. Yo preferí que me lo dijera directamente y ahí me comunicó que había sufrido un estallido de mi globo ocular, que había perdido el 80% de la parte funcional del ojo completo y que estaría ciego de por vida por mi ojo derecho”.
Un tecnólogo médico me pidió que subiera a una báscula, salió para tomar el escáner y luego volvió de forma prepotente para decirme “oye, sácate el audífono”. Yo le pregunté a qué audífono se refería e insistió con un “qué tienes en la oreja”. Yo nací con una deformación en la oreja y no escucho en mi oído izquierdo, por lo que para él seguramente en la pantalla le aparecía como algo anómalo. Ahí es cuando enojado le respondí “es una microtia, hueón”, a lo que me respondió “como que hueón”. Traté de explicarle, le dije “viejo, acabo de perder un ojo, cómo quieres que esté”.
Ahí irónicamente me dice “ya, pase a su camillita para que lo pase a ver su doctorcito”, a lo que le respondí que debía tener más vocación. Fue un momento muy ingrato de pasar, pues ya venía vulnerable y que encima en el mismo sistema de salud pública te sigan haciendo pasar malos ratos algunos profesionales de la salud sin vocación como él. Fue algo muy doloroso.
Me tuvieron que internar y me dijeron que no podía hacer nada hasta la mañana. Esa noche fue muy triste, lloré toda la noche, seguía sin entender nada. Lo único que me preguntaba es por qué me había tocado a mí. No me arrepentía de haber estado ahí ni de lo que pasó, pero siento que simplemente esto no debió haber pasado. Se violaron un montón de protocolos, que provocaron que ese día no sólo cayera yo sino que dos personas más: Alejandro Torres y Sebastián Sepúlveda. Todo por el mal uso de carabinas y escopetas.
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Darte cuenta que no volverás a ver por tu ojo, que tienes que rehacer tu vida y aprender a hacer muchas cosas es tremendo. A mí, en lo personal que me gusta hacer malabarismo me afectó muchísimo, no tengo el mismo equilibrio de antes. Hasta el día de hoy es triste porque uno en verdad no se siente comprendido en un mundo de gente sin discapacidad. Ese creo que es el gran tema a nivel social, que no somos empáticos.
No hay un conocimiento real de lo que es vivir con discapacidad, en Chile siempre ha sido un tema marginado. No ha existido una inclusividad integral, y siendo doblemente discapacitado, primero de forma auditiva y ahora a nivel visual, uno no se siente comprendido, muchas veces ni por tus propios mejores amigos.
Al día siguiente de mi trauma me operó la doctora Cristina Hidalgo, una gran oftalmóloga. En todo momento me explicó todo, muy tranquila y metódica para hacerme entender cuáles eran los procedimientos. Me retiraron todos los residuos que habían quedado en el ojo y tuvieron que suturar. A los dos días ya estaba de alta. En el pabellón compartí con Alejandro y Sebastián, y otras personas que también estaban ahí pero no por trauma ocular. El día que fue de visitas estaba lleno, llegaron profesores de la universidad, mi familia de Santiago y varios amigos que querían verme. En todo momento estuve muy acompañado.
Fueron pasando los días y se podía ver en las redes sociales que la cantidad de heridos oculares iba en aumento, hasta que en un par de semanas ya éramos más de 120 casos. Al principio quizás no podía dilucidar cómo me sentía con que hubiesen más víctimas de trauma ocular. Pensaba que no podía estar pasando.
El 30 de octubre fui invitado a la Comisión de Derechos Humanos del Senado, una convocatoria que se hizo en el Ex Congreso, en Santiago. Ahí fui junto a Francisca, mi ex pareja, y algunas otras víctimas de Concepción, del sector de Cosmito. Fui a declarar lo que me pasó y lo que en realidad se estaba viviendo en Chile, puesto que las noticias oficiales no daban cuenta de la magnitud de lo que sucedía y uno sólo podía enterarse a través de medios independientes, que mostraban lo que estaba pasando en la calle. Mientras en la tele sólo se mostraban saqueos, en las redes sociales veíamos cómo los policías estaban disparando y golpeando, muchas veces a familias completas en reuniones pacíficas.
“Darte cuenta que no volverás a ver por tu ojo, que tienes que rehacer tu vida y aprender a hacer muchas cosas es tremendo. A mí, en lo personal que me gusta hacer malabarismo me afectó muchísimo, no tengo el mismo equilibrio de antes”.
También en febrero me invitaron al Foro Latinoamericano de Derechos Humanos donde fui ponente y expuse en dos comisiones relativas a la revuelta popular. Fueron momentos muy importantes para mí porque me instaron a sentirme mucho más autovalente y de cierta forma subir mi autoestima, ya que anteriormente me encontraba como un estropajo. Es decir, me sentía muy desmoralizado y desmotivado, por lo que estas instancias me ayudaron muchísimo.
Luego vinieron los casos de Gustavo Gatica y Fabiola Campillay. Después de que me pasó esto yo quedé hipersensible y recuerdo que lloré mucho al recibir estas noticias, lo cual también me pasó cuando me enteré del caso de Anthony, el niño que fue arrojado al Río Mapocho. Vi el video tantas veces en que llegué a un punto en que me miraba al espejo para analizar lo que sucedía y las lágrimas caían solas.
No podía creer que siguiera pasando, que siguieran maltratando con esa indolencia y en vez de asumir sus responsabilidades, los carabineros se ayuden entre ellos para ocultarse. No puedo creer que gente que juró defender a sus compatriotas les esté disparando y pegando, viendo enemigos en vez de gente, se quedaron con esa idea de que estábamos en una guerra. Así fue y todavía es así, no se ve humanidad. No son capaces de darse cuenta que ellos también son gente del pueblo, no son de un estatus alto y se están enfrentando con su propia gente.
Ver a carabineros en la calle me genera mucha rabia, miedo e impotencia, jamás voy a poder entender qué clase de personas son. Para mí está el policía que actúa y el que mira, son los dos lo mismo. Cuando salí del pabellón lo primero que vi fue un carabinero y esa imagen me dejó congelado. Fue muy revictimizante. Cada vez que escuchaba un disparo en una movilización me generaba ansiedad, estaba viviendo un trauma.
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Desde octubre hasta diciembre de 2019, estuve teniendo reuniones cada 15 días con Nelly Alvarado que era como la mano derecha del ministro Jaime Mañalich. Ella llegó con un discurso muy empático y nosotros le solicitamos que había que descentralizar el PIRO (Programa Integral de Reparación Ocular) y llevar los doctores a las regiones, porque la gente de Antofagasta, de Iquique o de Puerto Montt estaban todos viajando distancias enormes para llegar al Hospital del Salvador.
Y ya hay muchos casos de gente que ha viajado desde regiones y los han mandado de vuelta porque su hora médica que estaba confirmada ya no estaba disponible, con esa liviandad. Siento que es un sistema muy revictimizante, mucha gente que quizás no perdió el ojo pero tiene una presión ocular alta y les echan una gotita, unos Ketadol y para la casa. No hay una preocupación mayor por las personas, hay gente que necesita prótesis de seis millones de pesos u operaciones caras y eso no lo va a costear el Minsal. Los está pagando la misma gente haciendo rifas y completadas para poder financiar estos gastos.
“Cuando a mí me dispararon, yo sé que ese policía buscó hacerme daño, porque apuntó de forma horizontal, me buscó el rostro. Podría haberme matado y le hubiese dado lo mismo, así como le pasó a otras víctimas”.
En una primera instancia los heridos se atendían en la UTO (Unidad de Trauma Ocular) del hospital y posteriormente se habilitó una casa que está al lado para dedicar ese espacio de forma exclusiva al PIRO, que es el programa para víctimas del estallido, supuestamente. Pero luego constatamos que ni siquiera existía un listado de la gente que fue herida en ese contexto y terminaron atendiendo a otras personas. Citaban a las personas a las dos de la tarde y cuando llegaban estaban los funcionarios almorzando.
No hay una organización mayor, se nos dice que somos muy pocos y por eso la atención es mala. Creo que son comentarios que se hacen muy a la ligera, los profesionales renuncian cada tres meses porque las condiciones no son buenas. Entonces esa confianza que se puede generar entre profesional de la salud y sobreviviente no existe.
¿Hay una intención real de parte del Estado por dar una rehabilitación efectiva y mejorar la calidad de vida de estas personas? Porque el ojo ya no lo van a devolver. A la luz de todo lo que ha transcurrido, creo que el Programa fue una medida más testimonial que otra cosa, fue una pantalla. Como que la gente vio toda esta violencia y luego se quedó con que el Estado ya se había hecho cargo a través de un Programa Integral de Reparación Ocular así que ahora están bien. Y por eso al día de hoy mucha gente ya se olvidó de los sobrevivientes del estallido.
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Yo jamás quise ponerme una prótesis porque sentía que era un poco engañar a la gente y a mí mismo. Mi cara ahora era así y así me quería volver a querer, ponerse una prótesis era como tapar una herida que todavía seguía abierta en todo ámbito. Tuve un montón de conflictos con mi madre porque a ella igual le dolía verme con el ojo al natural.
Conversando con la doctora Hidalgo ella me menciona que voy a necesitar tener una prótesis porque la cavidad ocular se empieza a achicar y recoger porque es un órgano blando, entonces se empieza a deformar. Para eso se necesita tener esta prótesis para que el espacio original se mantenga. Ahí es cuando accedo, me rindo y me pongo una de acrílico en un principio que me puse en octubre del año pasado. Al verme, me sentí muy triste. Me miraba y me caían las lágrimas porque era una mirada muerta, se notaba mucho que no era un ojo real, estaba poco centrado y me dio mucha pena saber que me tenía que conformar con eso.
Tiempo después tuve la posibilidad de contactarme con el protesista alemán Roland Lautner que supuestamente había hecho un convenio con el Ministerio de Salud pero que no era para todos. Ronald iba a estar una semana, repartido entre Concepción y Santiago, y el que se quedó con una alcanzó y el que no, mala suerte. Me dieron fecha, llegué al Sanatorio Alemán de Concepción a las ocho de la mañana y ahí fue cuando me confeccionó la prótesis de cristal que actualmente utilizo.
“Yo jamás quise ponerme una prótesis porque sentía que era un poco engañar a la gente y a mí mismo. Mi cara ahora era así y así me quería volver a querer, ponerse una prótesis era como tapar una herida que todavía seguía abierta en todo ámbito”.
El cristal tiene un brillo que el acrílico no tiene, y eso le otorga un aspecto mucho más real a la prótesis, por lo que al momento de verme al espejo era mucho más reconfortante. Volví a recuperar el rostro que tenía antes y recuerdo ver la cara de mi madre fascinada. Obviamente hay algunos detalles de movilidad al mirar hacia los lados pero el aspecto sigue siendo bastante realista.
Como hubo cosas buenas como esa también hubo algunas malas. Recuerdo el caso de Gloria Moraga, en el cual el Ministerio de Salud jamás pagó su prótesis y una vez fabricada se la estaban pidiendo de vuelta. Fue algo que generó mucha polémica en ese momento, aunque para mí ya era increíble que una señora mayor fuese víctima de trauma ocular. Creo que sirve para ir entendiendo un poco la dimensión de lo que ocurrió con el actuar policial con esas escopetas de balines que no son viables en una manifestación.
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En cuanto a la pandemia, la verdad es que tampoco es que tuvimos mucha exposición en los medios tradicionales, entonces pasó bien desapercibido lo que sucedía con nosotros. A nivel organizacional, yo me demoré mucho en incorporarme a la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular.
Me atrevería a decir que recién en 2021 empecé a participar de manera más activa. Siempre he pensado que es difícil organizarnos entre todos, ya que tenemos en común nuestro trauma ocular pero somos todos distintos y no tenemos por qué pensar lo mismo, cada uno hace la lucha de la forma en la que más la siente. De esa forma tenemos compañeros en la toma del INDH como hay otros que están en barrios haciendo actividades territoriales como están los que después de perder un ojo siguen yendo a Plaza Dignidad. Entonces cuando ocurrió el comienzo de la pandemia cada uno siguió haciendo su lucha como la sentía.
Cuando nos enteramos de la noticia del cambio de criterio en el INDH para contar a las víctimas de trauma ocular, disminuyendo el número a menos de la mitad, esa fue una de las razones que terminó gatillando la toma en la que se encuentra actualmente. Claramente Sergio Micco no estaba cumpliendo su rol como director y estaba siendo un títere salvando el pellejo de Piñera.
Que el director del INDH no tenga una comunicación con su propio personal, con sus trabajadores, ya te dice algo. Se están tomando decisiones unilaterales y no se escucha a los trabajadores. Algunos como Osvaldo Torres -quien fue desvinculado- junto a otros funcionarios elaboraron un informe que daba cuenta de la cantidad de víctimas en el contexto de estallido social y deja en evidencia que fue una violencia generalizada y sistemática, y eso jamás lo denunció Micco. Eso es lo que siempre esperamos de él.
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Creo que la gente ha disminuido su empatía con el tema de los derechos humanos. O sea, que llegue alguien a contarte cómo es su vida después de que le volaron un ojo y no le interese, incluso algunos que piensan como “mala suerte, ellos se lo buscaron”.
O sea, justificando estos apremios que hemos sufrido del mismo Estado. Yo sé que ya no nos van a devolver nuestra vista ni los ojos a Gustavo y Fabiola. Tenemos compañeros que esta situación le ha afectado tanto su estabilidad emocional que han pensado en el suicidio. Uno ve que nuestros casos no avanzan, y lo comparas con lo rápido que se juzga a gente que queda en prisión preventiva por acciones asociadas a las protestas.
La libertad que se le otorgó a Claudio Crespo, sindicado como el principal responsable tras la agresión a Gustavo Gatica, me produce mucha rabia e impotencia. Uno quiere justicia, que la gente que nos mutiló pague con cárcel como corresponde, pero siento que esa justicia nunca va a llegar. Acá en Concepción también está Gabriel Arias que sufrió una fractura expuesta por un carabinero que le disparó en la pierna, y ese caso sigue impune.
“Claramente Sergio Micco no estaba cumpliendo su rol como director y estaba siendo un títere salvando el pellejo de Piñera”.
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Pensar en una vía institucional para la reparación es algo que me complejiza. Me parece que el plebiscito fue el gran engaño que nos introdujeron porque la gente en la calle no estaba pidiendo eso específicamente.
Necesitamos políticos que tengan la capacidad de hacer medidas más concretas, siento que la Convención Constituyente todavía no tiene el poder suficiente para dar tranquilidad para lo que se viene.
Es un orgullo que sea presidida por una mujer mapuche como Elisa Loncón y eso me da un poco de esperanza, pese a que me imagino que hay sectores de ese pueblo que no están de acuerdo con que ella participe de una instancia formal del estado chileno como esta. Lo que sí creo es que necesitamos que los constituyentes tomen un rol más activo con nosotros como víctimas, nuestros compañeros están sufriendo hoy, en este momento, y requerimos que eso se visibilice.
“Fueron pasando los días y se podía ver en las redes sociales que la cantidad de heridos oculares iba en aumento, hasta que en un par de semanas ya éramos más de 120 casos. Al principio quizás no podía dilucidar cómo me sentía con que hubiesen más víctimas de trauma ocular. Pensaba que no podía estar pasando”.
Algo conozco de los programas de reparación como los que se hicieron con los familiares y víctimas de la dictadura militar, aunque en lo personal me parece que no se pueden comparar a las víctimas del estallido con las de la dictadura. Si bien ambas situaciones fueron aberrantes, crueles y perpetradas por agentes del Estado, la reparación no necesariamente tiene que ser la misma.
Creo que en nuestro caso tiene que ser algo especializado y objetivo. Lo que espero de parte del Estado es que existan pruebas psicológicas tanto para los sobrevivientes como para sus familiares que también sufren, que exista una reparación médica donde desde la iniciativa estatal se cubran gastos médicos importantes en operaciones y prótesis, y que se puedan indemnizar por los perjuicios laborales que sufrió la gente que quedó incapacitada para seguir trabajando.
Todavía no existe una confesión de parte del alto mando respecto a que esto sí fue algo planeado y premeditado, que sí se buscaba hacer daño a la gente. Cuando a mí me dispararon, yo sé que ese policía buscó hacerme daño, porque apuntó de forma horizontal, me buscó el rostro. Podría haberme matado y le hubiese dado lo mismo, así como le pasó a otras víctimas.
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En un nuevo aniversario del 18 de octubre, hasta el año pasado hubiese preferido quedarme en la casa, viviendo mi pena solo. Pero después de haber estado en la toma del INDH y haber conocido otras víctimas, en mí se prendió un switch que dice que ya no puedo quedarme echado en la cama lamentándome, tengo que hacer algo y visibilizar lo que están viviendo mis compañeros.
Tengo que hacer ruido de alguna forma, aunque le moleste e incomode a algunas personas. Hay que hacer esta pega porque siento que hay una responsabilidad detrás de ello. En Concepción somos nueve víctimas de trauma ocular y se visibiliza poco. Necesitamos que esa empatía que tuvieron en un comienzo cuando veían los videos de los abusos policiales vuelva y se lleve a la calle con intención de pedir justicia, verdad y reparación para las víctimas del estallido.
Siento que el trauma ocular me volvió más humano, más empático. Al vivir una tragedia, cada vez que alguien me cuenta que vivió algo parecido a lo mío, lo entiendo y lo siento vivo en mí. Pienso que es como una especie de maldición porque no me puedo quedar indiferente, aunque en realidad es lo que todo el mundo debería sentir. Llega al punto donde esto es tan fuerte que genera una desconexión en la persona, del tipo “prefiero no sentir nada para protegerme”. Al hacer eso, uno se insensibiliza, y necesitamos justamente lo contrario.
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Conocí a Rodrigo el 2013 en
Rodrigo llegó a mi vivir
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