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Sábado, 2 de Agosto de 2025
Columna musicología (CMUS)

Día Mundial de la Escucha: del paisajismo sonoro a la escucha activista

Natalia Bieletto*

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"La Sala de los Magos" Instituto Cultural Hospicio Cabañez, México (escultor Alejandro Colunga) Foto: Natalia Bieletto
"La Sala de los Magos" Instituto Cultural Hospicio Cabañez, México (escultor Alejandro Colunga) Foto: Natalia Bieletto

El 18 de julio se celebró el Día Mundial de la Escucha, que desde el 2010, invita a “sensibilizar sobre cómo los sonidos afectan la vida cotidiana”. Si bien, los trabajos de la década de 1970 reflexionaron acerca de los registros sonoros para combatir la contaminación acústica de las ciudades, en la actualidad, un creciente campo de estudios que se interroga sobre las características que surgen a partir del sonido y la escucha, demuestra su potencial científico, cultural, artístico, político y epistemológico.

Como cada año, el pasado 18 de julio se celebró el Día Mundial de la Escucha, iniciativa que desde el 2010, según el World Listening Project (Proyecto Mundial de Escucha), invita a “sensibilizar a la gente sobre cómo los sonidos afectan la vida cotidiana”. La fecha elegida conmemora el nacimiento de Murray Schafer (1933-2021), compositor canadiense fundador del Proyecto Paisaje Sonoro Mundial (WSP, por sus siglas en inglés), autor de emblemático libro The Soundscape. Our Sonic Environment and the Tunning of the World (1977), así como del hoy muy popular término “paisaje sonoro”. 

Hoy, a 90 años de su nacimiento y a solo dos de su muerte, mucho camino se ha andado desde que el WSP propusiera la inmersión en los registros sonoros, primero, para diagnosticar y abatir la contaminación acústica de la ciudad portuaria de Vancouver y, en segunda instancia -como los mismos integrantes del grupo descubrieron al poco andar-, como un método de inmersión sensorial que mucho ha revelado sobre cómo la cultura, la historia y la ideología, moldean nuestras formas de escuchar y habitar el mundo. Por ello, la invitación a sensibilizar sobre cómo los sonidos afectan la vida cotidiana, dependerá siempre de quién es la persona que escucha, así como de cuándo, cómo, con quién más y dónde lo hace. 

Inadvertido fundador de lo que ahora es un prolífico campo de estudios, el interés de Murray Schafer por la relación entre sonidos, espacios habitados y las identidades culturales encontró resonancia en otras latitudes y disciplinas académicas en la década de los 70s, cuando numerosos investigadores encontraron que la noción de “música” era limitada para responder a sus inquietudes.  

Pero, más allá de celebrar la figura de Schafer o de enlistar las múltiples actividades que cada año tienen lugar en esta fecha (caminatas sonoras, sesiones de escucha atenta, organización de conciertos, talleres, emisión de podcasts, intervenciones sonoras  o transmisiones en vivo son algunas de ellas) me interesa revisar algunos proyectos clave en las transformaciones conceptuales en torno a lo que es, para qué sirve y cómo se aborda el estudio de la escucha y luego defender que la celebración de este onomástico invita, en efecto, a tomar nuevas formas de consciencia en torno a lo sonoro: el paso del paisajismo sonoro a la escucha militante. 

Cómo los sonidos afectan la vida cotidiana, no fue algo que sólo interesara a Schafer. La relación entre la experiencia urbana y sus sonidos fue también materia de interés para el urbanista francés Jean-Francoise Augoyard. Ubicado en Grenoble, Augoyard desarrolló junto a su equipo del CRESSON (Centre de Recherche sur l'Espace Sonore et l'Environnement Urbain), como su nombre en francés indica, una línea de indagación sobre la percepción del espacio y las conductas urbanas que el sonido despierta. 

El libro resultante, Sonic Experience: A Guide to Everyday Sounds (1995) es un compendio de experiencias aurales situadas en distintas ciudades francesas según las escucharon los investigadores del estudio. Como explican, aunque en el libro describe algunas propiedades de los fenómenos acústicos, se enfoca en los efectos que esos sonidos tienen en sus escuchas, analizados bajo la luz de disciplinas como psicología, sociología, fisiología, arquitectura, estudios urbanos, estudios de la comunicación, estudios culturales, y estética. Eso nos permite comprender que la sonoridad de una ciudad es en parte el resultado del diseño acústico urbano, pero, sobre todo, que la experiencia aural urbana resulta de la conformación socio-cultural de sus habitantes y cómo éstos se relacionan entre sí y con su entorno. 

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La noción de paisaje sonoro fue también una gran influencia en el trabajo del antropólogo, etnomusicólogo y lingüista Steven Feld, cuyo estudio sobre la sociedad Kaluli de Nueva Guinea ha resultado fundamental para entender la antropología de la escucha. Al alejar su atención de lo comúnmente entendido como “música”, el registro de los paisajes de la selva tropical presentado en su libro Sound and Sentiment: Birds, Weeping, Poetics, and Song in Kaluli Expression (1982), permitió a Feld adentrarse en las formas en que los Kaluli perciben y se relacionan con las múltiples entidades materiales que habitan el bosque —aves, ríos, árboles, montañas— tanto como las inmateriales, como pueden ser los espíritus de los ancestros. 

"La escucha no es sólo una facultad perceptual si no además una vía de generación de conocimiento".

El hallazgo al respecto de que la escucha no es sólo una facultad perceptual si no además una vía de generación de conocimiento – noción que Feld denominó “acustemología” – ha probado ser extrapolable a todas las sociedades. Para Feld el mundo acústico permite a los humanos dotar de sentido tanto al lugar habitado como al cuerpo propio. Tal asignación de sentido se vale de la escucha para establecer relaciones entre las entidades que existen y dar sentido a la consciencia. Por ende, la acustemología, indica Feld, es una forma de “ontología interrelacional”. De tal suerte, la escucha permite conocer cómo los humanos nos involucramos sensorial, simbólica y afectivamente con el mundo.

Aunque alejado del paisajismo sonoro, el trabajo de Michael Chión, también en los años 1970s, llamó la atención sobre las sonoridades de los medios audiovisuales y sus efectos en la transformación de la auralidad. Desarrollado en el seno del Groupe de Recherches Musicales (GRM) que dirigiera el compositor francés Pierre Schaeffer, el involucramiento de Chión con el diseño sonoro ha sido clave para comprender cómo los medios audiovisuales nos han obligado a desarrollar estrategias perceptuales en los cruces intersensoriales entre la vista y el oído. 

Además, lo que Chion denomina “modos de escucha” apela no solo a diferentes grados de atención aural, si no además a distintas funciones operativas. Así pues, nuestra capacidad para realizar una “escucha causal” busca discernir la fuente de emisión sonora cuando no la vemos, mientras que cuando hacemos una “escucha semántica”, le asignamos a un estímulo sonoro significados y emprendemos acciones (como cruzar una calle, correr a un sitio seguro o despertar), en tanto la “escucha reducida”, tiende al análisis de los componentes acústicos del sonido percibido. 

Las aproximaciones de Chion a la escucha han sido actualizadas por Anahid Kassabian–académica del Instituto de Música Popular de Liverpool, UK –, quien defiende que en la actualidad los mecanismos de producción y distribución digital de la música hacen que la encontremos en todos lados y en todo momento. Este flujo sonoro incesante propicia una “escucha ubicua”, que conecta seres y entidades a lo largo y ancho del mundo, tanto en el mundo real como en el virtual, lo que ocasiona una distribución de las subjetividades mediada por la tecnología en formas que no conocíamos anteriormente. 

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Ciertamente lo que en las ciencias sociales se ha denominado el “giro aural” ha permitido formular preguntas inéditas en torno a la diada conceptual sonido/escucha, ha permitido diseñar novedosos proyectos de investigación y, en general, apunta a la construcción de nuevos conocimientos.

En el campo de la historia, por ejemplo, la curiosidad por los paisajes sonoros del pasado no se trata de reconstruir las sonoridades perdidas, si no más bien de acceder a las maneras de escuchar en determinada época: es decir, indagar sobre cómo se percibían, nombraban y valoraban los sonidos no grabados a través de documentos como normativas, discursos, críticas musicales, notas de prensa, literatura y crónicas urbanas. Ello abre una posibilidad para aproximarse a la mentalidad y la sensibilidad de una época determinada. De tal suerte, el trabajo prestado a la escucha desde el campo de la historia ha permitido, entre otros hallazgos, desmitificar la idea comúnmente expandida de que los sujetos educados en sociedades occidentales son más proclives al uso del sentido de la vista que al del oído para generar conocimiento. 

En lo que concierne a América Latina, la pregunta por la escucha está inherentemente vinculada a la historia colonial del continente. Primero porque el proceso colonizador supuso un parteaguas en la reeducación sensorial para ambas partes de la relación colonial, y segundo, porque al ser establecida en términos desiguales, los efectos de tal reeducación siguen vigentes, con lo que ello pueda representar para la destrucción sistemática de determinadas formas de escucha, ritualidades, cosmologías, filosofías y en general, formas diversas de construcción de saberes. 

La sociología ha aprovechado el interés en lo sonoro para dilucidar lo que nuestras maneras diferenciadas de escuchar y nombrar los sonidos develan sobre nuestras formas de intervinculación social, así como sobre el establecimiento de memorias colectivas. Por ejemplo, el sonido de una sirena de patrulla no tiene el mismo significado en una favela que en el centro administrativo de la ciudad; ni un petardo se percibe igual en un barrio con altos índices de peligrosidad que en otro con una fuerte tradición de fiestas religiosas. Igualmente, el género al que adscribimos puede incidir en el significado que asignamos a determinados sonidos. Por ejemplo, en el oído de los cuerpos feminizados, un silbido o un susurro en la calle se configura como una forma de violencia acústica, mientras que para el oído de un varón validado por la heterónoma, un silbido suele ser sólo un signo comunicativo compartido con sus congéneres.     

Bajo la misma lógica, la diferenciación entre los denominados “ruidosos”, y aquéllos comúnmente auto-identificados como “silenciosos”, es habitualmente una querella por las conductas legitimadas como “cívicas”. Ejemplo de ello es la creciente emisión de normativas para el control de los parlantes en las calles y playas chilenas, ocasionadas por los diferentes usos del sonido en el espacio público en el contexto actual de ola migratoria. 

La existencia de ruidos “molestos” es, después de todo, una confrontación entre las personas que suenan y hacen sonar el espacio. De ahí que el interés acústico por el ruido urbano ya no sólo concierne a la mejora de la infraestructura urbana. El problema del ruido en la ciudad ha pasado de ser una preocupación higienista por la “contaminación acústica”, a ser una vía para comprender las posiciones sociales y maneras socialmente aprendidas de usar e interactuar con los sonidos. Por ello, si antaño la elaboración de mapas de ruido concernía a un interés por cartografiar sonidos asociándolos a lugares; ahora se ha dirigido hacia una interrogante por los mecanismos institucionalizados de segregación y control socio-territorial, considerando temas cómo la desigual distribución de las externalidades urbanas, la explotación inmobiliaria y el acceso al silencio como un bien de cambio intangible. 

"El culmen del interés por la escucha se relaciona también a factores como la crisis ambiental, las relaciones interculturales, las crisis humanitarias y las políticas de diversidad y convivencia que las sociedades actuales requieren".

El culmen del interés por la escucha se relaciona también a factores como la crisis ambiental, las relaciones interculturales, las crisis humanitarias y las políticas de diversidad y convivencia que las sociedades actuales requieren. Por ello, a la escucha se le ha vinculado recientemente a formas de activismo político.

En años recientes, se ha verificado un tipo de praxis artística que busca amplificar la audibilidad de causas políticas, sociales y ambientales a través de composiciones e intervenciones en el espacio público. Estas formas de “artivismo”, permiten conocer modos de simbolización, estetización o provocación de la experiencia aural. Al mismo tiempo, dan continuidad a la pregunta estética sobre lo sensible y su capacidad de afectación de la consciencia individual y colectiva. Hoy por hoy, abundan a nivel internacional eventos académicos, artísticos y culturales que convocan a la escucha. Estos incluyen festivales, proyectos curatoriales, residencias artísticas, escuelas de escucha. La bienal internacional de la escucha (The Listening Biennale) celebrada este mismo julio en la ciudad de Berlín, propuso centrarse en la escucha “como una estrategia de intervinculación humana, como una propuesta filosófica y política, como práctica creativa y también como un enfoque de análisis”. En Chile, el Festival Tsonami, dirigido especialmente a artistas sonoros y realizado cada diciembre en Valparaíso, tiene un enfoque similar. 

Más allá de estas formas de involucramiento artístico con el sonido, la reciente evocación de una “escucha militante” refiere, en la opinión de estudiosos, activistas y personajes de la vida pública, a un creciente uso del sonido por la gente común para llamar la atención sobre distintas formas de injusticia social, ambiental, epistémica. Basta recordar la acción realizada en 2018, y consistente en reproducir en altavoces de alto poder y frente al edificio corporativo TRUMP las voces de niños llorando por haber sido separados de sus padres en centros de detención de migrantes en la frontera México/EUA.

"La reciente evocación de una “escucha militante” refiere, en la opinión de estudiosos, activistas y personajes de la vida pública, a un creciente uso del sonido por la gente común para llamar la atención sobre distintas formas de injusticia social, ambiental, epistémica".

Otro ejemplo es la emisión del canto de una ranita Coquí en medio de las calles de Filadelfia, para llamar la atención sobre la reducción del territorio selvático de Puerto Rico. Sin ir más lejos, los cacerolazos, los gritos, los cantos colectivos o las marchas silenciosas en el seno de movimientos sociales, son sonidos que apelan a la consciencia de la escucha como acto necesario para el dialogo, y, quizá incluso, para la reconciliación social. Tales provocaciones hacia una escucha politizada aluden al co-habitar, al ser juntos, así como a la toma de consciencia sobre nuestra condición humana de inter-dependencia. Por ello, el recurso de la escucha invoca nuevas formas de ejercer ciudadanía, de procurar un mundo o mejor, y de imaginar mundos posibles.  

En suma, el creciente interés por la escucha invita a reflexionar no sólo sobre el papel del sonido en la vida cotidiana y en la formación de nuestras subjetividades, si no además sobre el potencial científico, cultural, artístico, político y epistemológico de la escucha. La celebración entonces se ha distanciado de una actitud diletante por el paisajismo sonoro y ha transitando hacia una postura crítica que a través del oído indaga, registra, audibiliza, incomoda, abre espacios, hace sentir, acoge, enmascara, engaña, alude, evoca y provoca. Para beneficiarse de la invitación basta abrir oídos atentos. 

*Por Natalia Bieletto Profesora Asociada Universidad Mayor, Investigadora Adjunta, Núcleo Milenio sobre Culturas Musicales y Sonoras CMUS

Reseñas anteriores:

-Banda sonora mapuche del documental "Bajo Sospecha" es nominada a Premios Pulsar 2023 (Leonardo Díaz Collao)

-Reinas de la cumbia: un terreno pedregoso para las mujeres (Por Eileen Karmy)

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