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Miércoles, 13 de Agosto de 2025
Hace 50 años

El caso Watergate derriba al presidente Richard Nixon

Quentin Convard

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Richard Nixon
Richard Nixon

En 1970 este presidente estadounidense, elegido en 1969, se transformó en el principal opositor al gobierno de Salvador Allende en Chile, contribuyendo decididamente al golpe militar que depuso a la UP en 1973. No obstante, en junio de 1972, Nixon se vio obligado a renunciar luego que se conocieron los esfuerzos de la Casa Blanca, bajo su administración, para espiar al Partido Demócrata en el edificio Watergate. El autor de este artículo, destacado periodista y escritor, resume los aspectos más importantes del caso.

Entre 1972 y 1974, se sucede una serie de revelaciones y dimisiones de altos funcionarios cuyo punto de mira son los delirios paranoicos y absolutistas de la administración Nixon. Es el escándalo Watergate, una batalla legislativa y judicial con tintes de novela policíaca, y prueba de que la democracia estadounidense se asienta sobre unos mecanismos de salvaguardia y una libertad de prensa que consiguen evitar los posibles excesos de un presidente ávido de poder.

Para los Estados Unidos, el caso Watergate es uno de los mayores acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX. Este escándalo, que coincide en el tiempo con el final de la guerra de Vietnam (1954-1975) y con los albores de la crisis económica, marca el fin de una era y sumerge a los Estados Unidos en un periodo de incertidumbre.

En 1972 tienen lugar las elecciones presidenciales que enfrentan al presidente saliente, Richard Nixon, y al demócrata George McGovern (1922-2012). Nixon, presidente desde 1968, puede presumir de haber distendido las tensas relaciones con la Unión Soviética y de haber contribuido a la reactivación de la economía y al envío de astronautas a la Luna. Pero su principal obsesión son la seguridad y el control. Por ello, durante su primer mandato, vacía de responsabilidades el gabinete de la Casa Blanca y concentra todo el poder en manos de algunos colaboradores en los que confía plenamente, como Henry Kissinger (nacido en 1923), John Ehrlichman (1925-1999) y Robert Haldeman (1926-1993). Haldeman, que con anterioridad había trabajado en publicidad, ayuda al californiano a transformar la Casa Blanca en una máquina de comunicación, al servicio de un jefe de Estado obsesionado con su imagen, la información y el control de la misma.

Frente al presidente saliente se encuentra el senador demócrata de Dakota del Sur, George McGovern, opositor declarado a la guerra de Vietnam, quien propone la instauración de una renta mínima y aboga por mejorar las relaciones con Fidel Castro. El candidato demócrata, considerado demasiado de izquierda, no es ninguna autoridad dentro de su partido; su investidura se debe solo a la renuncia de las dos figuras destacadas del partido: Edmund Muskie (1914-1996), senador por Maine, y Edward “Ted” Kennedy (1932-2009). El primero es víctima de un complot orquestado por el Partido Republicano. Los republicanos habían filtrado a la prensa una carta en la que Edmund Muskie denigraba a los franco-canadienses. Esta carta resultará ser falsa, pero su reputación no se recuperará jamás. Ted Kennedy, por su parte, abandona la campaña en 1969 tras haber provocado un accidente en Chappaquiddick en el que fallece su colaboradora. Por tanto, estas elecciones no tendrían que ser más que un mero trámite para Nixon.

El comienzo de los años setenta en los Estados Unidos está marcado por varios movimientos de protesta. Los Black Panthers (movimiento revolucionario afroamericano) y los Weathermen (colectivo estadounidense antirracista y anticapitalista), por mencionar solo algunos de ellos, amenazan la tranquilidad de las clases blancas burguesas de los Estados Unidos. Este miedo se suma al instaurado por los disturbios raciales de la segunda mitad de los años sesenta, que destruyen a su paso los avances realizados por el presidente Lyndon B. Johnson (1908-1973) en materia de derechos cívicos. Lo que en los años sesenta fuera una cuestión central, pasa a un segundo plano tras el asesinato, el 4 de abril de 1968, del líder pacifista Martin Luther King (1929-1968), dando lugar a un periodo en el que surgen grupos de acción violentos. Pese a que en los Estados Unidos no se conociera Mayo del 68, existe igualmente la sensación y la convicción de que la sociedad tiene que evolucionar hacia una mayor igualdad de que tiene que volver a centrarse en sus problemas internos,abandonando para ello, en concreto, el conflicto irresoluble de Vietnam.

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Protestas exigiendo impeachment contra Nixon.
Protestas exigiendo impeachment contra Nixon.

Durante las elecciones de 1968, el conflicto de Vietnam se sitúa, por tanto, en el centro de todos los debates. El liderazgo de Lyndon B. Johnson se encuentra fuertemente criticado, por lo que Richard Nixon, para convencer al electorado, solo tiene que prometer una salida rápida y honrosa del conflicto. Si bien la retirada de las tropas estadounidenses comienza tras su elección, paradójicamente, los bombardeos se intensifican. Además, los Estados Unidos invaden Camboya el 29 de abril de 1970 sin autorización previa del Congreso. Por todo el país estallan numerosas manifestaciones de estudiantes contrarias a la guerra, algunas de ellas reprimidas con violencia, que testimonian la voluntad absoluta de la población de poner fin al conflicto.    

Desde su llegada a la Casa Blanca, Richard Nixon distribuye, en privado, “puntos negativos” a los periodistas demasiado críticos para su gusto y desconfía de la prensa intelectual de las grandes ciudades del Este. Y no sin razón: el escándalo Watergate será, en gran parte, revelado e instigado por el Washington Post.

Con la llegada de la posguerra, el estado de la prensa estadounidense cambia por completo. Muchos periódicos desaparecen y las ciudades cuentan, como mucho, con dos o tres periódicos, que a menudo pertenecen al mismo propietario. En Washington subsisten dos diarios: el Post se publica por las mañanas y el Star por las tardes. El primero se convierte, tras la absorción del Times Herald durante el periodo de la administración Kennedy, en una de las publicaciones más influyentes del país. Tras la muerte de su propietario, Phil Graham (1915-1963), su mujer Katharine (1917-2001) se queda sola al mando y amplía el imperio financiero del diario, en concreto, mediante la adquisición de un semanario, una cadena de televisión y una estación de radio. Con una tirada de 530. 000 ejemplares diarios en la semana y de 720. 000 los fines de semana, y como resultado de su imperio financiero y su situación geográfica, el Post se convierte en un referente para la prensa. El periódico, independiente y más bien liberal, cuenta con una redacción experimentada dirigida con firmeza por Benjamin Bradlee (1921-2014).

Los periódicos tienen un papel clave en el funcionamiento de la democracia estadounidense; de hecho, la libertad de expresión y de prensa está recogida en la primera enmienda de la Constitución. Así, en un país en el que no existe prensa diaria de ámbito nacional, las publicaciones locales compiten entre sí y se encuentran al acecho de todo escándalo potencial, en especial aquellos relacionados con las conductas ilícitas de quienes detentan el poder.

Richard Nixon, hijo de un comerciante, es investido como el 37o presidente de los Estados Unidos el 20 de enero de 1969, sucediendo en su cargo a Lyndon B. Johnson.

Con anterioridad, el californiano había sido, entre 1947 y 1950, miembro de la Cámara de Representantes por el 12o distrito de California y, entre 1950 y 1953, senador por ese mismo estado. A continuación, forma parte de la candidatura republicana a las presidenciales de 1952 junto a Eisenhower (1890-1969), convirtiéndose así en su vicepresidente entre 1953 y 1961.

En mayo de 1960, se presenta como candidato republicano a la presidencia, pero pierde frente a John Kennedy por un escaso margen. Repite en 1968, esta vez con éxito, cuando vence al demócrata Hubert Humphrey con una campaña centrada en el restablecimiento de la ley y el orden. Estas elecciones tienen de particular que un tercer candidato se da cita en la batalla final: el gobernador demócrata de Alabama, George Wallace obtiene el 13,% de los sufragios emitidos.

Tras ser reelegido en 1972, el mandato de Richard Nixon está marcado por la guerra de Vietnam, por el inicio de la Distensión con el bloque soviético y por la llegada a la Luna, el 21 de julio de 1969, de los astronautas Armstrong y Buzz Aldrin. Este acontecimiento tiene una importancia fundamental para los estadounidenses, ya que borra el varapalo sufrido en 1957, cuando la Unión Soviética consiguió poner en órbita el primer Sputnik. Este segundo mandato llega a su fin antes de lo previsto, cuando el caso Watergate obliga a dimitir a Nixon, el 9 de agosto de 1974.

Richard Nixon retoma la vida civil tras ser indultado por el presidente Gerald Ford.

En 1978 publica sus memorias, tras haber reconocido que la había “fastidiado”. Desde este momento, la vida del 37o presidente de los Estados Unidos se mueve entre la de un paria, la de un conferenciante reconocido y demandado, y la de un político apreciado por diferentes estadistas extranjeros.

El 18 de abril de 1994, Richard Nixon sufre un derrame cerebral y, cuatro días después, se produce su fallecimiento.

Entre 1954 y 1974, Sam Ervin es senador por Carolina del Norte, estado del que es originario. Tras luchar en Francia durante la Primera Guerra Mundial se gradúa en Derecho en 1922 por la Universidad de Harvard. Es elegido en tres ocasiones como representante por el condado de Burke.

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Sam Ervin
Sam Ervin

Su mandato como senador está marcado por su oposición a la legislación sobre derechos cívicos, que le lleva, en 1956, a pronunciarse en contra de la decisión del Tribunal Supremo de abolir la segregación racial en las escuelas públicas. Ervin es elegido por los demócratas para presidir la comisión de investigación sobre el escándalo Watergate. Dimite poco antes de finalizar su mandato, en diciembre de 1974. Retoma entonces su carrera como jurista y trabaja como consejero de una firma de abogados.

Sam Ervin fallece a los 88 años tras una enfermedad.

El 17 de junio de 1972, se produce un allanamiento en la sede del Partido Demócrata: comienza así el escándalo Watergate. La presencia de cinco ladrones en el prestigioso edificio Watergate no sorprende a la policía.

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Edificio Watergate
Edificio Watergate

Los delincuentes, en el momento de su arresto, están en posesión del perfecto equipo de un aprendiz de espía: guantes de goma, cámaras fotográficas, walkies-talkies y el equipo electrónico necesario para colocar micrófonos. Cuatro de los sospechosos son originarios de Cuba, y el quinto, James McCord, pertenece al Comité para la Reelección del Presidente (CRP), una organización creada por los aliados de Richard Nixon con vistas a las elecciones presidenciales de 1972. Sorprende más todavía que McCord es también exagente de la CIA y del FBI, además de coronel en la reserva del ejército del aire. Más aún, los agentes encargados de la investigación encuentran en posesión de los “fontaneros” (sobrenombre que se les ha dado a posteriori, en referencia a su trabajo eliminando filtraciones) la llave de una habitación de hotel y, dentro de esta, una importante suma de dinero y un carné en el que figura el nombre de Howard Hunt, un espía y escritor estadounidense empleado en la Casa Blanca. Lo que en un principio podría parecer un vulgar robo, resulta ser una intriga digna de las más grandes novelas policíacas. Como Washington es un distrito federal, es el FBI quien se encarga de la investigación.

A medida que pasan los días, todos los indicios apuntan al CRP y a la Casa Blanca.

El 28 de junio de 1972, se produce un golpe de efecto: Gordon Liddy abandona su puesto en el CRP tras haberse negado a responder a los agentes del FBI. ¿Estaría relacionado con el suceso? Por su parte, John M. Mitchell , ex fiscal general, abandona la presidencia del comité el 8 de julio. Tanto los investigadores como la opinión pública están confundidos: ¿por qué han forzado los “fontaneros” la sede demócrata, para poner micrófonos?, ¿quién es el responsable de la operación?, ¿cuál es el grado de responsabilidad del CRP y de sus dirigentes? En tanto, Richard Nixon niega toda implicación por parte de la Casa Blanca.

Sin el tenaz trabajo del Washington Post y de dos de sus periodistas, Carl Bernstein (nacido en 1944) y Bob Woodward (nacido en 1943), el allanamiento del Watergate no habría pasado de ser más que un asunto algo confuso en el que se mezclaban cuestiones relacionadas con la política. Pero la perseverancia y obstinación de ambos reporteros da sus frutos. Con la ayuda de una fuente secreta, apodada Deep Throat (“Garganta Profunda”), descubren información relacionada con la financiación ilegal del CRP, quien está pagando la defensa de los intrusos. Descubren también que el objetivo de Donald Segretti, miembro del mismo comité, era hundir la campaña demócrata utilizando todo tipo de subterfugios para calumniar a los dirigentes del partido rival. El trabajo de Carl Bernstein y de Bob Woodward saca a la luz las manipulaciones desleales del Partido Republicano durante la campaña presidencial; también, la relación existente entre los intrusos y los líderes del CRP, Howard Hunt y Gordon Liddy, quienes lo han planificado todo. Deep Throat dará a conocer su identidad en 2005: la enigmática fuente era W. Mark Felt (1913-2008), el número dos del FBI en el momento de los hechos.

Aunque el Washington Post no lo descubre todo, el resultado de sus investigaciones es corroborado y completado por la minuciosa investigación del FBI y las declaraciones de numerosos testigos ante el gran jurado, lo que permitirá arrojar luz sobre ciertos aspectos poco claros. A lo largo de todo el caso, la prensa juega su papel a la perfección: mantiene informado al público y evita que el robo se pierda rápidamente en el olvido. Los perpetradores del robo, frente a la acumulación de pruebas, sienten miedo y comienzan a hablar. Llega así el momento de las confesiones.

Pese al descrédito de los métodos del Partido Republicano, Richard Nixon no se ve salpicado todavía por el caso y es reelegido por un amplio margen (61%) frente al demócrata George McGovern. Los republicanos, sin embargo, no tienen mayoría en el Congreso, lo que demuestra que, a comienzos de los años 70, los estadounidenses no son verdaderos republicanos sino más bien “nixonianos”.

Nixon, cegado por su reelección, piensa que la historia del Watergate se diluirá tras su victoria. Sin embargo, el 8 de enero de 1973 da comienzo el juicio a siete inculpados bajo la presidencia de John Sirica, un juez conocido por su severidad. Howard Hunt y los cuatro cubano-estadounidenses se declaran culpables para evitar un juicio con jurado. Así, James McCord y Gordon Liddy se quedan solos frente al tribunal. Liddy es un modelo de mutismo durante todo el juicio, pero McCord se muestra mucho más hablador: admite haber sufrido presiones para guardar silencio y afirma que el asesor jurídico del presidente, John W. Dean estaba al corriente de la operación Watergate.

Aunque el juicio termina el 2 de febrero, habrá que esperar hasta el 23 de marzo para conocer la sentencia. Mientras, el Congreso se implica en el asunto y confía a Sam Ervin, senador por Carolina del Norte, la labor de dirigir una comisión especial de investigación sobre la campaña presidencial.

De forma paralela, tras el fallecimiento de J. Edgar Hoover (1885-1972), Richard Nixon nomina como nuevo director del FBI a Patrick Gray, quien tiene que recibir primero la aprobación del Senado. Los senadores aprovechan la oportunidad para interrogarle y, así, se desvela que la Casa Blanca ha impuesto al FBI a uno de sus hombres, John W. Dean, para supervisar la investigación de los agentes federales; se descubre, además, que habría mentido sobre algunas cuestiones. Patrick Gray no sale bien parado de estas revelaciones y Richard Nixon le retira su apoyo. Al mismo tiempo, la opinión pública se entera de la existencia de este equipo especial, los “fontaneros”, creado por Howard Hunt y Gordon Liddy, y de que el Watergate no era su primera hazaña. En concreto, sale a la luz que los “fontaneros” registraron el despacho de Daniel Ellsberg, el hombre del caso de los Papeles del Pentágono. Como consecuencia de estas revelaciones, circulan rumores sobre la inminente dimisión de John W. Dean, quien se niega a ser el chivo expiatorio de este asunto.

En abril de 1973, ya no existe duda alguna de que la Casa Blanca está implicada en el escándalo. Pero saber hasta qué nivel, esa es otra historia. Richard Nixon, que siente el cerco estrecharse sobre él, se ve obligado a actuar para alejar las sospechas. El 30 de abril anuncia la dimisión de John W. Dean y de sus dos colaboradores más estrechos, John Ehrlichman y Robert Haldeman. Richard Nixon hace que toda la culpa recaiga sobre estas tres personas y, de esta forma, intenta rehabilitarse.

La comisión Ervin comienza su actividad el 17 de mayo de 1973. Al día siguiente, Elliot L. Richardson, el nuevo fiscal general, nomina para el puesto de fiscal especial a Archibald Cox, profesor de Derecho en Harvard y ex número tres del Departamento de Justicia con la administración Kennedy.

Los debates se retransmiten por televisión mientras los testigos, desconocidos para el gran público, desfilan delante de la comisión. El primer gran acontecimiento es la declaración, el 25 de junio de 1973, de John W. Dean, quien relata los numerosos asuntos en que los republicanos están involucrados e, incluso, incrimina directamente al presidente Nixon y a su asesor especial, Charles Colson. Sin embargo, los documentos que entrega para apoyar sus declaraciones son pocos y su testimonio es percibido como el de un excolaborador amargado. Richard Nixon consigue una pequeña tregua, aunque será breve.

Alexander Butterfield, ex adjunto de Robert Haldeman, comparece ante la comisión el 13 de julio de 1973. Revela que Richard Nixon registra todas sus entrevistas a espaldas de sus interlocutores, lo que provoca estupor en la comisión y en la opinión pública. Estas revelaciones socavan la popularidad del presidente, que se encuentra en caída libre en los sondeos, y provocan que las conferencias de prensa sean cada vez más tensas.

La comisión reclama a la Casa Blanca las cintas magnéticas con las grabaciones para averiguar si Richard Nixon tenía conocimiento de las maniobras del CRP. Pero el presidente se niega a entregarlas, argumentando que el ejecutivo no tiene ninguna obligación hacia el legislativo cuando se trata de documentos confidenciales. Archibald Cox y Sam Ervin recurren entonces a los tribunales. El 19 de octubre de 1973, el juez John Sirica obliga a la Casa Blanca a entregar las cintas. El presidente propone al juez no recurrir al Tribunal Supremo si este acepta que entregue solo las transcripciones de las grabaciones.

El sábado 20 de octubre, Archibald Cox le hace saber al presidente, durante una rueda de prensa, que rechaza el trato que propone. Nixon, furioso, le pide a Elliot L. Richardson que cese al fiscal especial; este se niega y, para apoyar sus palabras, dimite inmediatamente. El presidente se vuelve hacia el adjunto de Richardson, William Ruckelshaus, que se niega y abandona también sus funciones. El presidente realiza la misma petición a Robert Bork, el número tres del Departamento de Justicia, quien sí acepta destituir a Archibald Cox.

Los medios de comunicación se hacen eco del suceso, al que apodan “la masacre del sábado por la noche”. Los estadounidenses, encolerizados, no aceptan este golpe de mando del ejecutivo: las cintas magnéticas están en el epicentro del escándalo y nadie duda de que en ellas se encuentran todas las respuestas. Nixon es ahora, para la opinión pública, un verdadero tirano.

Al mismo tiempo, el vicepresidente, Spiro Agnew, dimite de su cargo por razones poco honorables. Durante su etapa como gobernador de Maryland habría recibido sobornos de empresas de obras públicas. Este asunto, sacado a la luz por el Wall Street Journal, adquiere una importancia cada vez mayor y Agnew se ve obligado a dimitir. Richard Nixon ve en ello la ocasión para desviar la atención de la opinión pública, lo que resulta un esfuerzo inútil: para los estadounidenses, todos los miembros de la administración Nixon son corruptos. Así, el final de Spiro Agnew será sólo el preludio de la inevitable caída de Nixon.

Tras la masacre del sábado por la noche, llega al Comité Judicial de la Cámara una moción de impeachment con la firma de 84 representantes. El comité, presidido por el demócrata Peter W. Rodino, tiene un millón de dólares para llevar a cabo la investigación y cuenta con expertos y abogados. Los seis apartados de la acusación, relativos al conjunto del mandato de Nixon, son los siguientes:

El allanamiento del Watergate y la financiación de la defensa de los inculpados; la campaña electoral de 1972 y los abusos del Partido Republicano;

-Las operaciones de vigilancia de los “fontaneros”; los ingresos del presidente, quien habría desviado diez millones de dólares para financiar sus segundas residencias; la utilización de agencias del Estado para prestar servicios a los generosos donantes de la campaña de Nixon;

El bombardeo de Camboya (1969-1973), que tuvo lugar sin la autorización previa del Congreso, y el desmantelamiento ilegal de la Office of Economic Opportunity.

 

A excepción del sexto punto de la acusación, las cintas magnéticas se encuentran en el centro del debate. Richard Nixon hace llegar a Leon Jaworski, el nuevo fiscal especial, las nueve cintas a las que se ha comprometido.

Pero, de las nueve conversaciones, dos no se han grabado. Además, se han borrado manualmente 18 minutos de la conversación correspondiente al 20 de junio de 1972, la más importante de todas. La secretaria particular del presidente se presta para cargar con la responsabilidad de la destrucción de las cintas, pero nadie se deja engañar y la prensa apunta directamente a una tentativa desesperada del presidente por ocultar la verdad.

El 30 de abril de 1974, Richard Nixon intenta una nueva maniobra. En una aparición televisiva anuncia que la Casa Blanca ha realizado la transcripción de las 46 conversaciones sobre el Watergate. Lo que está pensado como una distracción, resulta ser una muy mala idea. Algunos pasajes se han censurado deliberadamente, pero, como las transcripciones de las cintas se han hecho con prisas, otros dejan traslucir un aspecto poco brillante de la personalidad de Nixon, lo que hace bajar aún más su popularidad.

El 24 de julio de 1974, el Tribunal Supremo da la razón a la comisión de investigación. Cuatro de sus miembros habían sido nominados por Richard Nixon, por lo que cabría esperar una cierta complacencia del presidente del tribunal, Warren Burger, y de sus hombres hacia Nixon. Pero no es este el caso. El 5 de agosto de 1974, la Casa Blanca entrega las cintas de las conversaciones mantenidas el 23 de junio de 1972 entre Richard Nixon y Robert Haldeman. En ellas se pone de manifiesto, con toda claridad, que el mandatario ha hecho todo lo posible por ralentizar la investigación del FBI. El 8 de agosto de 1974, acorralado, anuncia que dimitirá al día siguiente. El 9 de agosto, el vicepresidente Gerald Ford presta juramento y se convierte en el 38o presidente de los Estados Unidos.

La dimisión de Nixon marca la llegada de Gerald Ford como nuevo inquilino a la Casa Blanca. Ford tiene pronto que pronunciarse sobre la condena de su predecesor y, el 8 de septiembre de 1974, adopta una decisión muy impopular. Pese a que la opinión pública quiere llevar a Richard Nixon ante los tribunales, el nuevo presidente decide concederle el indulto, lo que previene cualquier acción ante la justicia. A cambio, le pide a Nixon que redacte un texto en el que reconozca todos los hechos y presente sus disculpas. Pese a negarse, el nuevo presidente acepta de todas formas concederle la amnistía.

El escándalo Watergate tiene como consecuencia un cambio en la forma de entender la política por los estadounidenses. Este asunto, junto con el final de la guerra de Vietnam y la crisis económica, acelera la entrada de los Estado Unidos en un nuevo mundo, más individualista y asolado por las dudas.

Este es un periodo en el que los grupos depresión, o lobbies, se consolidan. Estas asociaciones, ya sean religiosas, étnicas, profesionales, geográficas o incluso ideológicas, consiguen alcanzar consensos gracias a la homogeneidad de sus miembros y a la idea del bien común que les guía. Así, se ven regiones o Estados enfrentados entre sí con el fin de defender sus propios intereses.

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