El martes 9 de diciembre de 1980 hacía un calor de los mil demonios en Santiago, con mi hermano habíamos cruzado la calle desde nuestra casa en Vecinal 160 a la casa del Toño, nuestro vecino y amigo del barrio. La casa del Toño era la única casa que tenía una piscina en ese paraje suburbano en una Las Condes que recién hace un par de décadas había empezado a poblarse citadinamente siguiendo los lineamientos de las "ciudades jardín" iniciadas en Inglaterra cerca de un siglo antes y que ya en Santiago habían dado origen a comunas como Providencia y Ñuñoa, y en la Quinta Costa, a Viña del Mar. La casa del Toño, y su familia, tenían cosas curiosas que la distinguían de todo el resto, amén de la piscina con forma de riñón, tan propias de la época, con ese concreto color calipso característico, hacia el lado norte disponía de un garage en que don Ernesto, el papá del Toño estacionaba su auto Taunus (solo vi dos o tres Taunus más por aquellos días en las calles de Santiago), el que lavaba religiosamente con su manguera los sábados al caer la tarde. En ese mismo garage había una pequeña pieza de herramientas, un espacio para el maestreo de don Ernesto que muchísimo más tarde supe que era el origen de las "mancaves", y en él el papá del Toño guardaba cuidadamente sus números de "Mecánica Popular". Bueno, el asunto al que voy es que ese martes 9 de diciembre estábamos con mi hermano, con el Toño, con los hermanos grandes del Toño y algunos amigos y amigas de ellos en la piscina escuchando la radio, que creo era la Concierto y en algún momento dieron un EXTRA. En Nueva York alguien le había disparado y dado muerte, el día anterior a John Lennon. Con mi hermano no teníamos idea de quién era John Lennon, pero aquella tórrida tarde veraniega en Santiago lo supimos. Teníamos 11 y 10 años y aquel día conocimos a Los Beatles. La Concierto dedicó todo el resto de la jornada, hasta entrada la noche a eso de las nueve y tanto, a pinchar canciones de la banda de Liverpool.
Recuerdo muchas conversaciones con amigos, en paseos de curso, en el patio del colegio, en otros barrios suburbanos, intentando descifrar por qué esa canción nos provocaba aquellas emociones, y hoy hago mías las palabras de Guille Milkyway, "recuerdo cuando escuché "Help!" por primera vez, que sentí una excitación juvenil total".
Lo que sucedió luego fue misterioso y mágico. En Chile -y en el mundo- se vivió un "revival" de Los Beatles. Y ese revival se cimentó sobre dos cassettes bien específicos. El Rojo y el Azul. El cassette rojo se llamaba 1962-1966 y el cassette azul se llamaba 1967-1970. Ambos eran compilaciones de éxitos de los Fab Four y uno de los registros más accesibles en Chile. Mi memoria no quiere recordar cómo llegó el cassette rojo a mi casa, pero lo que recuerdo como una de las emociones mayores de mi vida como auditor, fue una tarde, quizá de mediados de 1981, meses más tarde de aquel asesinato en Nueva York, que al poner el lado dos de aquel viejo cassette sonó "Help!".
Y fue una bomba termonuclear musical directo al corazón.
"Help!" no sonaba a nada que haya escuchado antes. Era potente. rabiosa. Desenfadada. Eléctrica.
Nunca volví a experimentar el pop de la misma manera tras oírla, y recuerdo muchas conversaciones con amigos, en paseos de curso, en el patio del colegio, en otros barrios suburbanos, intentando descifrar por qué esa canción nos provocaba aquellas emociones, y hoy hago mías las palabras de Guille Milkyway, "recuerdo cuando escuché "Help!" por primera vez, que sentí una excitación juvenil total".
Hoy vuelvo a cerrar los ojos y recordar esa piscina calipso arriñonada, el calor del tórrido verano de fines de 1980, los amigos de los hermanos grandes del Toño lamentándose, la radio sonando en una cinta infinita de Los Beatles y siento que pasan cuatro décadas como si nada, como si todo fuera un disparo en una calle de Nueva York que detiene el tiempo y cierra la historia.
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