Cada mes, entre marzo y diciembre, una pequeña plaza de la comuna de Pudahuel se llena de música, sabores y espiritualidad mapuche. Se trata de la Muestra Cultural y Gastronómica, una actividad que se realiza un fin de semana al mes y que, desde hace más de una década, busca mantener viva la cultura mapuche en plena zona urbana.
En el corazón de esta iniciativa se encuentra el llellipun, rogativa ancestral que conecta a la comunidad con las fuerzas de la naturaleza y otorga sentido espiritual a cada encuentro. La actividad es organizada por diversas asociaciones mapuche de la comuna, lideradas por René Hueche, Pedro Llancapán y Osvaldo Curivil, y convoca también a participantes provenientes de otras comunas de Santiago. Algunos de estos encuentros cuentan con el respaldo de la Oficina de Pueblos Originarios de Pudahuel, dirigida por Karina Ahumada, lo que refuerza el compromiso institucional con este espacio de visibilización y resistencia cultural.
La muestra no solo difunde la cultura mapuche, sino que también es un espacio donde peñi y lamngen comercializan artesanías, alimentos tradicionales, productos terapéuticos naturales e instrumentos musicales. Entre quienes participan destaca Alejandro Pinda, constructor e intérprete de instrumentos, además de colaborador central en una investigación sobre música y sonido mapuche.
Respecto al nombre de la rogativa, existen distintas posturas entre los propios participantes. Alejandro prefiere el término ngillañmawün, pues considera que llellipun es impreciso, ya que contiene la partícula pun (noche), mientras que la ceremonia debe realizarse por la mañana. Por su parte, René Hueche sostiene que llellipun es el término más común en Wallmapu y también válido. Estas diferencias reflejan la diversidad de prácticas y experiencias según los territorios y comunidades.
El sonido juega un papel fundamental en la construcción de una realidad mapuche urbana, distinta a la del sur rural. Aunque en Santiago escasean árboles, ríos y bosques, el llellipun invoca en la ciudad a las entidades espirituales propias de la cosmovisión mapuche, como los kuyfike che, itrofill mongen y ngen. A través de expresiones en mapudungun, los participantes agradecen y solicitan la protección de estas fuerzas en un entorno percibido como ecológicamente frágil y espiritualmente desafiante.
Nuestros amigos mapuche perciben la realidad urbana como un obstáculo para una forma de pensar y estar en el mundo centrada en la ecología y la espiritualidad. Santiago, especialmente en los barrios populares, se caracteriza por su grisura, marcada por la omnipresencia del hormigón y el polvo, producto tanto de la sequía como de la visión desarrollista de arquitectos y promotores urbanos. Como explica Alejandro:
El otro día un peñi (hermano) me mandó una foto del río Mapocho, porque él busca esos lugares, y es lo más parecido a un río que tenemos acá en la warria (ciudad). En mi caso, yo creé un lugar —o alguien me lo dio, me lo regaló— que era completamente diferente a lo que es ahora, que es mi mawidantu, mi jardín sólo con árboles nativos, y donde siento la conexión. Los pu aliwen [todos los árboles], los kuyfi lawen [árboles viejos], los mapuche lawen están vivos. Me hablan. Me miran. Conectamos. Sé que me necesitan y que yo también los necesito... Allí me refugio.
Alejandro señala que, ante el desafío de encontrar “espacios naturales” debido a la contaminación acústica, lumínica y ambiental de la ciudad, los mapuche deben reunirse en ciertos lugares —o incluso crearlos— para conectarse con el itrofill mongen. Así como él ha cultivado un frondoso jardín de árboles nativos en su antejardín, muchos colectivos han establecido espacios similares con el objetivo de activar relaciones ecológicas dentro del contexto urbano.
Naturalmente, la conexión con fuerzas y entidades espirituales también se vuelve más difícil en la ciudad. Aunque comunicarse con Ngünechen, el dios omnipresente del mundo, es posible en cualquier lugar, el entorno urbano limita la presencia ecológica del itrofill mongen, lo que dificulta el vínculo con los ngen. Sin embargo, estos espíritus tutelares también habitan la ciudad, como explica René:
Todos los ngen se nombran porque no estamos cerca de un cerro, no estamos cerca de un río, de un lil, que es donde hay un barranco. Todo lo que implica nombrar, se nombra porque todo lo que existe en la tierra tiene un dueño, que es el ngen... En el cerro San Cristóbal, en el cerro Santa Lucía, hacia la cordillera, La Quebrada de Macul. Donde haya naturaleza, hay ngen.
Al igual que René, otros participantes subrayan la presencia de estas fuerzas espirituales en Santiago, aunque reconocen que la relación con ellas se ve obstaculizada por el entorno urbano. Expresar el newen y desarrollar vínculos con ancestros y espíritus en la ciudad se vuelve, así, más urgente y a la vez más laborioso. Esta relacionalidad cosmológica contrasta con las facilidades eco-espirituales del sur rural, pero no por ello desaparece: se adapta, resiste y florece.
Establecer conexiones con los kuyfike che adquiere una urgencia particular en el contexto urbano. En su esfuerzo por desafiar las definiciones tradicionales de la realidad mapuche, las comunidades en Santiago enfatizan el vínculo con los ancestros originarios, no solo a través de su invocación durante el llellipun, sino también mediante el reconocimiento de personas mayores nacidas en Wallmapu que han pasado gran parte de su vida en la ciudad.
Esta conexión va más allá de la mera socialización con individuos que nacieron y crecieron en las tradiciones mapuche del sur, pero que ahora residen en la ciudad. Implica respetarlos y aprender de ellos, lo que sirve como otra forma de mantener una conexión con el Wallmapu y, por extensión, con los kuyfike che. En esta necesidad de forjar una realidad mapuche en medio de la precariedad ecológica y espiritual de la ciudad, el llellipun emerge como un medio poético para reactivar las conexiones cosmológicas con el ecosistema, los espíritus y los ancestros dentro de un entorno urbano. En este contexto, se hace evidente la urgencia de realizar llellipun, una práctica cotidiana y relativamente accesible. Esto sólo puede comprenderse a través de enfoques que analicen el mundo sonoro mapuche de forma holística, explorando el habla y el sonido como mediadores interconectados de la realidad.
Las oraciones en mapudungun son un aspecto vital de la reactivación comunicativa eco-espiritual que se persigue a través del llellipun. La lengua desempeña un papel innegable durante la ceremonia, considerándose esencial el dominio del mapudungun, en particular para el ngenpin. Sin embargo, la importancia de la lengua mapuche va más allá de su dimensión semiótica.
Magnus Course (2012) señala que el poder del mapudungun se extiende más allá del hablante y de la lengua misma, originándose en el newen. En consecuencia, cuando el ngenpin habla elocuentemente, no sólo está estableciendo una correspondencia entre expresión y significado, sino también alineando sus intenciones con el newen mismo, la fuente fundamental de su autoridad. Si bien otros oradores y participantes del llellipun pueden no poseer el mismo nivel de autoridad que el ngenpin, sus plegarias también encarnan múltiples instancias sonoras del newen.
Estas conexiones se reactivan también a través de sonidos sin palabras. Tras los momentos de oración en mapudungun, se desarrollan momentos marcados por la intensidad sonora, principalmente a través de la expresión del afafan y el ayekan. Hay al menos dos tipos de afafan. El primer tipo, el más común, consiste en la repetición corta y fuerte de "ii-a", que sirve para invocar fuerza, limpiar el cuerpo y expresar apoyo o aprobación. Durante las ceremonias surge una segunda forma de afafan. Este tipo también consiste en repetir "ii-a", pero lentamente y manteniendo la segunda vocal durante un tiempo significativo. Esta vocalización tiene un gran poder cosmológico, ya que sirve para comunicarse con los espíritus, las deidades y los antepasados. Como explica René:
“El afafan es una fuerza para que la gente tenga fuerza .... el grito, la voz de la persona tiene que subir hacia arriba, por eso se hace más larga, tiene que ser oída por el de arriba, que nos guía, la gente lo hace de corazón”.
El ayekan también juega un papel importante en la reactivación de las relaciones eco-espirituales que se busca a través del llellipun, como nos explicó Alejandro:
“Con respecto al ayekawe [instrumentos] y al purrun [danza], también es muy importante que la gente sienta ese newen, mapuche newen, kuyfi newen [viejo newen]. Sentirlo y llevárselo para seguir con su mongen [vida]... el purrun es para eso, para que la gente se anewene [en español, más o menos, para que la gente acumule newen], para la gente con kutran [enfermedad], el kutran de la fütra warria [gran ciudad] .... Por eso hay que anewenarse y hacer afafan y ayekan hasta que el aukiñ [eco] del kultrung se oiga desde aquí hasta Wallmapu”.
Las conexiones entre ayekan y newen destacan cómo el sonido sirve para establecer conexiones entre los reinos humanos y cosmológicos, al tiempo que crea resonancias entre las realidades mapuche urbanas y rurales, centrales y meridionales. Al permitir a los mapuche expresar gratitud, saludar, pedir providencia, solicitar permiso y, en última instancia, comunicarse con las entidades y fuerzas espirituales que nutren y sostienen el ecosistema, los sonidos del llellipun entretejen poéticamente los órdenes antropológicos, ecológicos y cosmológicos dentro del paisaje urbano de Santiago.
Al mismo tiempo, el paisaje sonoro de la ceremonia vuelve perceptibles en la ciudad a los ngen, a los kuyfike che y a Ngünechen, estableciendo vínculos tangibles con el itrofill mongen.
La mayoría de la población mapuche en Santiago habita barrios populares, donde la degradación medioambiental, propia del modelo urbano latinoamericano, se hace más evidente. A pesar del predominio del hormigón en estas zonas, los mapuche se reúnen en pequeños espacios verdosos desde donde pueden verse los cerros y montañas circundantes. Es desde estos frágiles enclaves ecológicos que buscan establecer conexiones con los ngen, Ngügechen, kuyfike che e itrofill mongen, delineando una realidad indígena distintiva en medio del paisaje urbano.
Desde estos espacios, los mapuche se han reorganizado, posibilitando la difusión de sus demandas históricas y la expresión pública de su cosmología. Frente al despojo territorial, construyen creativamente su conexión con la Mapu dentro de la ciudad, comprometiéndose con sus esferas sociales, ecológicas y cosmológicas. A través de sonidos tradicionales, los mapuche se resisten a la precariedad de Santiago invocando a sus antepasados, espíritus, fuerzas y deidades. Esto ejemplifica cómo las realidades indígenas persisten y se adaptan dentro de las ciudades latinoamericanas.
Este texto muestra que el llellipun resuena con el Wallmapu en Santiago, y viceversa. Pedro y René, entre otros peñi, han señalado que las prácticas tradicionales en Santiago han contribuido, en ocasiones, al resurgimiento de prácticas tradicionales en el sur. Este desafío a las narrativas tradicionales y esencialistas, que intentan confinar la cosmología mapuche al sur, funciona como una declaración política que pretende poner en primer plano la existencia de una realidad indígena en la ciudad.
*Esta reflexión fue desarrollada en el marco de los proyectos ANID, Fondecyt de Postdoctorado 2022, folios 3220114 y 3220452.
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