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Miércoles, 6 de Agosto de 2025
Hace 50 años

El fracaso de los aprestos del MIR

Interferencia

Miembros de la dirección del MIR.

Miembros de la dirección del MIR.
Miembros de la dirección del MIR.

El 11 de septiembre, el golpe de Estado tomó por sorpresa al MIR, que se había preparado ante la inminente traición del Ejército. En industrias y centros de estudios se reunieron decenas de militantes esperando instrucciones y armas. Hubo pocas indicaciones y escasas armas, inútiles para enfrentarse con soldados y policías. La enorme mayoría terminó por marcharse a sus casas.

En la Comisión Política del MIR, la máxima entidad resolutiva de la organización, Andrés Pascal Allende era el encargado del trabajo político (F) al interior de las fuerzas armadas. Esa madrugada del martes 11, cerca de las 4:00 horas, el dirigente tuvo claro que las conexiones con las células al interior del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea, ya estaban interrumpidas.

Cristián Castillo, militante de esa estructura mirista, así lo recuerda en el libro El MIR de Miguel, escrito por el periodista Ignacio Vidaurrázaga:

― Fue una descoordinación completa, un desastre para nosotros, y asumo que nos pasó que de tanto prepararnos para el 11, descuidamos lo operativo. Creo que nos interesaba más el trabajo político. En esas horas de la madrugada nos fueron avisando que los regimientos estaban despiertos y formándose en la noche del 10.

El Partido Socialista ese día fue el mejor equipado en armamento y el que con mayor rapidez constituyó su fuerza en armas.

Tampoco operaron debidamente los miembros de F, según recuerda Marcial Muñoz, integrante de ese grupo:

―Yo estaba en la casa donde vivía en Barrancas, en San Pablo a la altura del 13000. Llamé por teléfono y hablé con el Tano para avisar que yo salía hacia allá. Al llegar a Irarrázaval con Manuel Montt, me bajé y me devolví hacia José Miguel Infante, donde estaba la casa, donde nos juntaríamos los miembros de «F». Cuando llegué nadie me abrió, no entendía nada y me empecé a dar vueltas para esperar si aparecía alguien. Transcurrieron las horas y cerca de las 2 de la tarde me tuve que ir a otro departamento que estaba cerca y tampoco había nadie. Luego, partí a la casa de una compañera para ver la posibilidad de quedarme allí o de que me consiguiera un lugar, y tampoco estaba. Después comencé a ponerme un poco nervioso por la hora del toque de queda, que al principio era a las 15.00 y luego fue aplazada a las 17.00. Retorné nuevamente a José Miguel Infante por si había llegado alguien y ahí recién logré encontrar al Tano y al Chati, que venían en un auto.

René Valenzuela integraba la Jefatura de Informaciones del MIR, y al igual que en la estructura de trabajo en FF.AA., habían sido sorprendidos por el inicio de los acontecimientos esperados por meses. Así lo cuenta:

―A pesar de que nuestros análisis indicaban que se preparaba un golpe de Estado, el 11 nos sorprendió más de lo debido. Muy temprano nos reunimos como jefatura de informaciones, tratando de recoger antecedentes, para luego situarnos donde pudiéramos recibir nuevos materiales a través de nuestras fuentes.

A las 07.05 horas la comitiva presidencial, con Allende en uno de los autos, salió de Tomás Moro en dirección hacia La Moneda. Las calles estaban desiertas; recorrería Manquehue, Av. Kennedy y Bandera en pocos minutos. Eran cinco vehículos Fiat 125 y una camioneta roja. Veinte escoltas y el primer mandatario. En Tomás Moro, a cargo de la defensa quedaría Mariano, que era Fernando Argandoña, con unos 20 integrantes de la escolta y dos misiones principales: la seguridad de Tencha Bussi, y facilitar que el armamento existente pudiera cargarse y salir en los vehículos que pronto irían llegando.

El Partido Socialista ese día fue el mejor equipado en armamento y el que con mayor rapidez constituyó su fuerza en armas. El intercambio telefónico entre el secretario general, Carlos Altamirano, y el encargado de organización, Ariel Ulloa, comenzó muy temprano esa madrugada.

Lo rememora este último:

―Deben haber sido como las seis de la mañana cuando Carlos me llamó y dijo «Esto empezó, te paso a buscar». Llegó muy pronto, le pregunté: ¿Para dónde íbamos? Me respondió: «Vamos a la Monja», que en nuestro código era la Cormu (Corporación de Mejoramiento Urbano), cerca de la Posta Central, donde ahora está la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile. Yo no sabía que tenía que ir ahí. ¿Quiénes llegamos? Adonis Sepúlveda, Rolando Calderón, Hernán del Canto, Amoldo Camú, Máximo, Carlos Laso y yo, y por supuesto Altamirano. Éramos ocho integrantes de la dirección. El único que faltó fue Exequiel Ponce, nunca supe si él sabía que tenía que ir. Empezamos a analizar la situación, Camú habló por Radio Corporación llamando al partido. Yo lo hice por teléfono a varios regionales para decir que desarrollaran los planes acordados, que es lo que se hizo en parte en Santiago desordenadamente, porque quedamos desconectados.

En Valdivia hablé con Mauricio Figueroa. En Concepción creo que con Rafael Merino, no estoy seguro si con él. En Valparaíso, con Andrés Sepúlveda. En Santiago, en la zona sur con Juan Ferrada y en el centro con Juan Bustos, etc.

¿Dónde estaba Miguel Enríquez esa madrugada?

Con Valentina (Angelina Vázquez) y Tito Sotomayor. En un tercer piso de un pequeño departamento ubicado en Matta Oriente, cercano a Irarrázaval. Muy próximo a la última casa de la comisión política, en Ñuñoa. El recurso era de una militante ayudista de la dirección y los tres se movilizaban en un vehículo que había quedado estacionado abajo.

De esos encuentros surgió la idea de sacar a Allende de La Moneda y llevarlo a algún lugar donde se pudiera hacer fuerte con sus partidarios. Miguel [Enríquez] llamó a Allende tres veces a la Moneda; sólo una le respondió el presidente y se negó a abandonar la sede de gobierno.

Cuenta Angelina:

― A eso de las cinco o seis de la mañana, el Tito comenzó a recibir noticias Y nos golpeó la puerta de la habitación. No recuerdo si la comunicación se daba estrictamente a través de la radio que tenían, o si además usaban un teléfono. Me inclino por pensar que no, pues ambos eran muy estrictos en esas normas de seguridad. ¿Pero pudo ser que además y en algún momento Tito haya salido a llamar a un teléfono público cercano? Hoy no recuerdo ese detalle. Nos habíamos encontrado el 10 de septiembre por la noche. Miguel me había pasado a buscar a la casa de mi madre en Tenderini, que era lo habitual. Por supuesto, él andaba con Tito, y nos fuimos a ese departamento de Matta oriente. El 11 de madrugada, muy pronto estuvimos listos para salir de allí, cada quien a sus propias tareas. Cristina, la dueña de casa, se quedó en su departamento para irse después a su trabajo.

Según recuerda Angelina Vázquez, Miguel Enríquez esa vez portaba dos maletines James Bond. El de siempre y uno extra, que tenía un aparato de radio móvil que operaba Tito Sotomayor.

―Ese maletín-radio es lo que fuimos a botar temprano esa mañana, apenas salimos de ese departamento. Nuestro recorrido fue por Matta Oriente creo que hacia Marathon, ahí había un botadero de basura, sitio que estaba por detrás de Vicuña Mackenna o del Estadio Nacional. Ahí Tito botó ese aparato de radio. Lo más importante era no tener cuestiones inútiles encima.

Posteriormente, nos acercamos al centro por Plaza Baquedano. Yo iba a la calle Lastarria, donde estaba la productora. Me dejaron ahí y nos despedimos. Me parece que Tito nos dio unos minutos a solas, pero mentiría si digo que recuerdo algo más que la cara de Miguel. Ni sonriente, ni asustado, él iba donde tenía que ir.

En el barrio República había un hogar estudiantil de la Universidad de Chile. Esa mañana comenzaron a sonar los timbres de todas las piezas que estaban juntas. Alguien los apretó y gritó: «¡Golpe!». Eran cerca de 60 los jóvenes en ese lugar, y casi todos eran militantes del MIR. No había ningún derechista. Tampoco armas, pero sí muchos papeles y libros. Manuel Hidalgo, peruano y activo militante, partiría rápidamente a la industria Yarur. Recuerda:

―En Yarur, el MIR tenía un FTR (Frente de Trabajadores Revolucionarios) con unas 250 personas entre militantes simpatizantes y aspirantes. Ahí había uno que otro “matagatos”, ni pensar en una defensa militar. Los comunistas habían hablado de que alguien llegaría con armas, estaban locos, no tenía ningún sentido resistir. Dije que lo mejor en ese momento era limpiar los casilleros y fondear las armas fuera de la fábrica. Después, darnos puntos de contacto para mantener las comunicaciones y evacuar cuanto antes la fábrica. Repliegue inmediato. Alrededor de la una de la tarde dejamos una guardia para cuando llegaran los milicos.

Los dirigentes

La comisión política del MIR la integraban: Miguel Enríquez, “Viriato”, secretario general; Bautista van Schouwen, “Bauchi”; Andrés Pascal Allende, “Pituto”; Edgardo Enríquez, “Pollo”; Humberto Sotomayor, “Tito”; Roberto Moreno, “Pelao”; Nelson Gutiérrez, “Guti”; Arturo Villavela, “Danton”; y, Dagoberto Pérez, “Ramón”.

Varios de sus miembros se reunieron en la mañana y en la tarde en una casa de seguridad ubicada en el paradero 9 y medio de la Gran Avenida. Muy cerca de ellos también hubo reuniones del Regional Santiago y de la Fuerza Central. De esos encuentros surgió la idea de sacar a Allende de La Moneda y llevarlo a algún lugar donde se pudiera hacer fuerte con sus partidarios. Miguel llamó a Allende tres veces a la Moneda; sólo una le respondió el presidente y se negó a abandonar la sede de gobierno.

En numerosas industrias y centros de estudios se reunieron decenas y hasta cientos de militantes esperando instrucciones y armas. Hubo pocas indicaciones y escasas armas, inútiles para enfrentarse con soldados y policías. La enorme mayoría terminó por marcharse a sus casas.

Miguel y algunos de sus más cercanos se dirigieron a la fábrica Indumet donde se reunirían con el aparato militar del PS y otros resistentes. Sin embargo, al verse rodeados por carabineros fuertemente armados, optaron por retirarse a sus casas de seguridad y prepararse para pasar a la clandestinidad

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Una investigación independiente y no ideológica del asunto confirma y +aún amplifica los datos vertidos en este excelente reportaje. En primer lugar, está el tema de la sorpresa total, lo cual pone en tela de juicio las capacidades de la comisión política (en adelante CP) de "leer" correctamente la información que las redes de inteligencia con conexiones de todo tipo dentro de las FF. AA. chilenas (extensas y profundas, según Pascal y la plana mayor del movimiento). Debemos presuponer que ese flujo le llegaba a la CP desde la interioridad de los cuarteles y debiera haber alertado a la dirección mirista. Con todo, no lo hizo. Lo anterior, de consiguiente, abre la posibilidad muy real de una segunda opción.: que los tan bien ponderados contactos clandestinos del Mir con las FF. AA. hayan sido engañosos; o sea, estas últimas aceptaron entrar en tratos con el aparato de informaciones del Mir siguiendo las tácticas de la contrainteligencia, esto es, embutiendo sus propios agentes en el sistema de inteligencia mirista, captar los datos que les interesaban y, a la vez, saturar noticias falsas el campo de informaciones del que disponía el partido revolucionario. Desde esta perspectiva, emitir señales de que todo marchaba más lento de los esperado y que, de momento, no habría golpe de estado, prometìa ser un buen resultado en el terreno de la deinformaciòn. Tengo la impresiòn, por ciertos indicios que he recogido, que tal pudo ser el caso. La falte de armas es otro punto inquietante. El Mir no tenìa gran cosa el dìa 11. Conforme a las memorias de Pascal Miguel Enrìquez dispuso sacar de Santiago 200 armas, cifra que constituìa el arsenal del partido en la capital. No sabemos bien la razòn de un paso semejante; lo cierto es que Pascal A. y Villabela tuvieron que acudir a la embajada cubana, que mantenìa un sòlido arsenal de AK y parque (municiòn, que entre las escuadreas miristas era paupèrrimo) mas los oficiales de la representaciòn isleña se negaron a , alegando que Allende, quien se hallaba detrás de esa internación ilegal que incluía Rpg 7 (antitanques) se negaba a proporcionarlas a los partido extra UP.. Conclusión: los comisionados del Mir volvieron con las manos vacías a sus cuarteles. La penuria mirista quedó màs expuesta todavìa en Indumet (atestiguada por Enèrico Garcìa y . La delegaciòn mirista que se apersonò en Indumet, ya tomada por las unidades de combate del PS, bajo el comando de A. Camù, tuvieron que desprenderse de sus propios ak.47 y cargadores es respectivos para armar a M. Enrìquez, Pascal y comitiva, que casi estaban desarmados. Circunstancia que suscitò un comentario hostil de . Presionado por Camù en orden a que aclara cuánta gente disponìa y què hora estarìan disponibles, Enriquez contestò que tenìa 400 hombres a su orden (lo que no era verdad, dado que la Fuerza Central del partido, la unidad militar màs consistente del Mir no excedìa de 40 combatientes, a todo dar). Enrìquez señalò que podìa aportarlos a partir de las 16 hrs., respuesta que suscitò la sorna y hortilidad de . Camu y compañeros, dispuestos al combate, esperaban que ese elevado contingente estuviera ya allí concentrado: las 4 de la tarde les parecía defraudatorio. Enríquez y séquito lograron retirarse usando los AK del PS pero (y es revelador) no se sumaron a los hombres de la Comisiòn Militar del PS, que tras ser desalojados por carabineros desde Indumet se dirigieron a la Legua, en donde, con la ayuda masiva de sus pobladores, sostuvieron una lucha armada denodada e imposible con las unidades de carabineros Enriquez y la CP se replegaron a sus casas de seguridad y renunciaron a batirse en calles y fabricas. La FC nunca operó

(Excusen: recién mandé un comentario incompleto y defectuoso. Les ruego considerar este, que ha sido expurgado de errores). Sobre el fracaso de los aprestos del MIR. Complementación . Una investigación independiente y no ideológica del asunto confirma y aún amplifica más los datos vertidos en este excelente reportaje. En primer lugar, está el tema de la sorpresa total, lo cual pone en tela de juicio las capacidades de la comisión política (en adelante CP) para "leer" correctamente la información que le suministraban las redes de inteligencia que el movimiento mantenía dentro de las FF. AA. chilenas (extensas y profundas, según Pascal y la plana mayor del Mir). Debemos presuponer que ese flujo le llegaba a la CP desde la interioridad de los cuarteles (trabajo en F se denominaba a esta tarea de infiltración), antecedentes que, de ser reales, debieron haber alertado a la dirección mirista. Con todo, no lo hizo. Lo anterior, de consiguiente, abre la posibilidad, muy tangible, de una segunda opción: que los tan bien ponderados contactos clandestinos del Mir con las FF. AA. hayan sido falaces; o sea, estas últimas aceptaron entrar en tratos con el aparato de informaciones del Mir siguiendo las tácticas de la contrainteligencia, esto es, embutiendo sus propios agentes en el sistema de espionaje mirista, captar los datos que les interesaban y, a la vez, saturar de noticias falsas el campo de informaciones del que disponía el partido revolucionario. Desde esta perspectiva, emitir señales de que todo marchaba más lento de los esperado y que, de momento, no habría golpe de estado, prometía ser un buen resultado en el terreno de la desinformación. Tengo la impresión, por ciertos indicios que he recogido, que tal pudo ser el caso. La falta de armas es otro punto inquietante. El Mir no tenía gran cosa el día 11. Conforme a las memorias de Pascal, Miguel Enríquez y la CP habían decidido poco antes del alzamiento castrense replegar el movimiento, que no disponía de más de 200 armas de guerra, a un área rural, a sabiendas que no podrían enfrentar el golpe en preparación. Producida la insurrección de las FF. AA., Pascal A. y dos camaradas tuvieron que acudir, a la desesperada, hasta la embajada cubana, que mantenía un sólido arsenal de AK y parque (munición, que entre las escuadras miristas era paupérrimo), mas los oficiales de la representación isleña se negaron a suministrárselos, alegando que Allende, quien se hallaba detrás de esa internación con propósitos de reforzar la autodefensa del gobierno, y que incluía Rpg 7 (antitanques,) se negaba a proporcionarlas a los partido extra UP. Conclusión: los comisionados del Mir volvieron con las manos vacías a sus cuarteles. La penuria mirista quedó más expuesta todavía en Indumet (atestiguada por Enérico García y Patricio Quiroga en sendos y sustanciosos libros) en día mismo del golpe. La pequeña delegación mirista que se apersonó en la industria Indumet, designada como punto de concentración de fuerzas de izquierda dispuestas a resistir el levantamiento militar, posición ya tomada por las unidades de combate del PS, bajo el comando de Arnoldo Camu, tuvieron que desprenderse de sus propios Ak.47 y cargadores respectivos para equipar a M. Enríquez, Pascal y comitiva, que casi estaban desarmados. Presionado por Camu en orden a que aclara cuánta gente disponía y a qué hora estarían movilizados, Enríquez contestó que tenía 400 hombres a su orden (lo que no era verdad, dado que la Fuerza Central (FC) del partido, la unidad militar más consistente del Mir, no excedía de 40 combatientes, a todo dar: apenas un décimo de la cifra ofertada). Enríquez señaló que podía aportarlos recién a partir de las 16 hrs., respuesta que suscitó un sardónico comentario de Quiroga, presente en la conversación, que juzgó un destino la postura de Enríquez, dada las urgencias de la hora. Camu y compañeros, dispuestos al combate, esperaban que ese elevado contingente mirista estuviera ya allí concentrado: las 4 de la tarde les parecía, aunque no lo dijeran, extemporáneo, por decir lo menos. Enríquez y su séquito lograron retirarse de Indumet usando los AK del PS pero (y ello es revelador) no se sumaron a la columna de la Comisión Militar del PS, que tras ser desalojada por carabineros desde la industria que ocupaban se dirigieron a la Legua, en donde, con la ayuda masiva de sus pobladores, sostuvieron una lucha armada denodada e imposible con las unidades de la policía militar. Enríquez y la CP se replegaron a sus casas de seguridad y renunciaron a batirse en calles y fábricas en lo restante del día. La FC nunca operó sobre el terreno. Antes, al contrario. El reporte de Interferencia lo corrobora de lleno. Incluso hay dudas razonables acerca de si llegó a constituirse en el curso de esa tarde definitiva. Sabemos que algunos militantes del Mir, armados apenas de pistolas, estaban dispersos en el centro cívico de Santiago, dispuestos a recuperar la radio del partido (Nacional), asaltada y silenciada por el ejército, temprano, esa mañana. Con todo, se encontraron con el mismo palmo de narices: no hubo órdenes, los dirigentes no estaban y los grupos, desorientados, se inhibieron de luchar (relato del reconocido folklorista Osvaldo Torres Véliz, que formaba parte de la fuerza de protección de la emisora). Muchos militantes se presentaron a luchar ese 11 de septiembre, empero se encontraron con que su dirigencia o encargados jamás aparecieron. Hemos revisado multiplicidad de informaciones testimoniales y todas coinciden en el mismo aserto: "no llegó nadie".; "el encargado nunca apareció"; "nada supimos de la Comisión política", "carecimos de órdenes", y así. En definitiva, la determinación de la CP de abstenerse de resistir a mano armada el golpe iba a devastar el prestigio del partido. El régimen militar, comenzó una vertiginosa campaña de guerra psicológica, realzando que el Mir había huido cual una “rata” el 11/9. La Tercera de la hora, cogiendo al vuelo la imagen desdorosa, publicó una composición “artística” a color y toda página en que se ve a un mirista con antifaz, cananas y fusil, pero con cuerpo de roedor cometiendo tropelías a discreción (alusión a la permisividad de la UP), una adhesión clara al discurso denigratorio de la Junta dictatorial; asesinato de imagen a mansalva, que el denigrado, sumido en el aislamiento de la clandestinidad, no podía contestar. Por último, consideremos, otra vez, la imagen que provee la testificación de Angelina Vázquez. Enríquez, temprano, se deshace de un maletín-radiotransmisor móvil, que operaba Humberto Sotomayor, dispositivo que en combate no es cualquier cosa; habida cuenta de las necesidades de coordinación de las operaciones y distribución de órdenes. Sin más, el líder del Mir, de madrugada, se desplaza con Sotomayor hasta un botadero suburbano y, sin remordimientos, el segundo arroja a la mugre el costoso radio. “Lo más importante era no tener cuestiones inútiles encima”, asienta Angelina ¿Inútil un radio-trasmisor tan sofisticado en medio de una confrontación bélica que recién empezaba a tomar forma? Un aparato semejante solo podía resultar inútil -un peso muerto- para cualquiera que ha renunciado a combatir en serio. Esa solitaria anécdota lo dice todo. FUENTES (todas editadas en Santiago, salvo una): E. García, Todos los días de la vida. Recuerdos de un militante del MIR chileno, Cuarto Propio 2010; T. Harmer, El gobierno de Allende y la guerra fría interamericana, Ediciones UDP, 2013; M. Marambio, Las armas de ayer, La Tercera-Debate, 2008; A. Pascal Allende, El MIR chileno. Una experiencia revolucionaria, Bs Aires, Cucaña, 2009; Ídem, Apuntes para la historia del MIR de Chile, Centro de Estudios Miguel Enríquez, 2005 y P. Quiroga, Compañeros. El GAP, la escolta de Allende, Aguilar, 2024; E. Téllez, El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile según la CIA, 1967-1971, Cuadernos de Historia, Universidad de Chile, 58, 2023; I Vidaurrázaga, Martes once. La primera resistencia, LOM, 2013. También: Secretariado Nacional del MIR, Balance de la historia del MIR chileno. En Documentos del cuarto congreso del MIR, 1987. Entrevistas: O. Torres, M. Iglesias, E. Carmona, R. Moreno, L. Vitale, J. Larraín, J. Nahuas.

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