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Sábado, 14 de Junio de 2025
Novedades editoriales

Extracto del libro 'La tortura y el torturador, perfiles psiquiátricos de agentes de la DINA': Pedro Espinoza Bravo

Rodrigo Dresdner

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Portada La tortura y el torturador
Portada La tortura y el torturador.

Interferencia comparte un adelanto del libro del psiquiatra Rodrigo Dresdner, publicado por LOM Ediciones. Este extracto es parte del cuarto capítulo, titulado Explorando en la mente de tres agentes de la DINA.

La personalidad de Pedro Espinoza Bravo

A diferencia del general (R) Manuel Contreras, el brigadier (R) Pedro Espinoza no fue una persona que se dejara llevar por las pasiones, y menos por aquellas de naturaleza violenta. Habitualmente, se mostró en su diario trajín como un oficial y funcionario de inteligencia racional, comedido, emocionalmente autocontrolado y tolerante frente a la frustración; que se sepa, nunca cayó en exabruptos ni se supo de accesos suyos de ira, como sí acostumbraba su jefe. Tampoco podría sindicárselo como un sujeto vengativo ni particularmente cruel, sino más bien gélidamente impávido ante el sufrimiento de los prisioneros políticos. En el desempeño de sus funciones en la DINA se condujo con esmerado profesionalismo, acorde a una sólida convicción ideológico-militar. Fácticamente, más que crueldad podría decirse que destacó por una impertérrita frialdad. La afectividad asediada por la racionalidad hasta lo infinito. Lo anterior, sumado a su formación en inteligencia militar, incidió en el comportamiento comedido de este oficial de Ejército, habitualmente inmutable ante los horrores que diariamente rodeaban sus actividades en calidad de comandante del cuartel «Villa Grimaldi». Se podría discutir acerca de si aquello se debió, esencialmente, a una característica estructural de personalidad en el área de la afectividad o si dicha frialdad de ánimo fue el resultado de una combinación de factores hereditarios, sumados a una estricta formación profesional de tipo castrense. Al margen de la disquisición anterior, qué duda cabe que su proceder funcionario se cimentó en una férrea convicción ideológico-política y su misión estuvo centrada en contribuir a la derrota total del «enemigo marxista». Junto a Manuel Contreras, ambos con similares objetivos estratégicos, pero con estilos personales diferentes, adscribieron a los mismos propósitos político-militares en aquella guerra librada contra un enemigo al cual se combatía a escala mundial.

Lo anterior no le significó tener que ocuparse personalmente de aplicar torturas ni estar siempre presente en los interrogatorios de prisioneros. Para esto último en el Cuartel «Terranova» había otros encargados de «ensuciarse las manos» con sangre y sufrimiento. Acorde al criterio de división del trabajo, y en atención a su grado militar y competencias expertas en el área de la inteligencia militar, le estaban reservadas las tareas de análisis de la información producto de los interrogatorios, así como del diseño y revisión de las estrategias con sus adecuaciones tácticas, la planificación de operaciones a distintas escalas y la marcha del cuartel bajo su mando, delegando en los subalternos las tareas prácticas y «en terreno». A los grupos operativos les correspondían las misiones de seguimiento, detención, interrogatorio y extracción de información, así como, en algunos casos, el «silenciamiento» y «desaparición» de prisioneros, vale decir, el «trabajo sucio». Cada cual en su puesto acorde al cargo y especialidad: «Pastelero a tus pasteles»127. Sin embargo, se conocen testimonios sobre la participación de Espinoza Bravo dirigiendo interrogatorios bajo tortura, en casos de prisioneros importantes con cargos de dirección en la orgánica partidaria.

A diferencia del general (R) Manuel Contreras, el brigadier (R) Pedro Espinoza no fue una persona que se dejara llevar por las pasiones, y menos por aquellas de naturaleza violenta. Habitualmente, se mostró en su diario trajín como un oficial y funcionario de inteligencia racional, comedido, emocionalmente autocontrolado y tolerante frente a la frustración; que se sepa, nunca cayó en exabruptos ni se supo de accesos suyos de ira, como sí acostumbraba su jefe.

El comandante del Cuartel «Terranova»: Un oficial de inteligencia militar con semblante y trato caballeroso con los prisioneros políticos128

El mayor Espinoza mantuvo dos facetas y desarrolló esencialmente dos funciones durante el tiempo que comandó el Cuartel «Villa Grimaldi». Si bien ocasionalmente ofició como observador y direccionador de interrogatorios de prisioneros, principalmente se abocó a las tareas de inteligencia de análisis y el diseño de lineamientos operativos estratégicos. Una vez como encargado de la Dirección de Operaciones de la DINA, sus altas responsabilidades lo mantendrían alejado de los procedimientos de tortura, que son el objeto de este libro. De allí que centraremos el análisis, fundamentalmente, en el período en que dirigió a dicho centro de detención, tristemente célebre, donde se torturó e hizo desaparecer a cientos de detenidos políticos.

En primer lugar, destaca en Pedro Espinoza Bravo el modo de ser analítico-racional que dista de cualquier atisbo de emocionalidad. Ello determina y facilita un férreo autocontrol alejado de todo acto pasional o impulsivo. Se presentaba como una persona comedida, pausada, observadora, prudente, reflexiva y reservada, proyectando una imagen de fría templanza en un estilo nórdico. Impertérrito. Esa forma de presentación ante los demás fue una de las características más sobresalientes que marcaron diferencia con gran parte de la dotación del Cuartel «Terranova» de la DINA, donde la desinhibición pulsional agresiva y sexual marcaba la tónica en las salas de tortura y patios del recinto. Constituyó, por lo demás, una cualidad personal muy valorada en su desempeño profesional al servicio de tareas de inteligencia militar129. Este singular rasgo le facilitó, en un particular estilo en apariencia comprensivo, lograr gradualmente aproximarse hacia ciertos prisioneros y prisioneras. Provisto de una semblanza amistosa y pseudopaternal, junto a un trato educado y proceder mesurado, todo ello le otorgó una semblanza de seriedad y confiabilidad frente a detenidos y detenidas. Así pudo ir entablando acercamientos con quienes él intuía posibilidades de ir obteniendo información «acerca del enemigo» y, quizás, posibilidades de reclutamiento para tareas de colaboración. Necesariamente, no forzaba a nadie a una franca traición con su causa u organización; mientras la información entregada aportara en la cruzada de combatir y debilitar al enemigo, podía ser suficiente, además de bienvenida. Y de ser posible el avanzar más allá, mejor aún.

El mayor Espinoza mantuvo dos facetas y desarrolló esencialmente dos funciones durante el tiempo que comandó el Cuartel «Villa Grimaldi». Si bien ocasionalmente ofició como observador y direccionador de interrogatorios de prisioneros, principalmente se abocó a las tareas de inteligencia de análisis y el diseño de lineamientos operativos estratégicos.

El precarísimo estado de necesidad de los detenidos se presentaba como un terreno fértil en donde implementar tácticas de abordaje que le eran naturalmente propias. También facilitaba esa tarea su semblante de mesurado benefactor, distinto a los salvajes y despiadados torturadores que poblaban el recinto. Una estrategia que transfiguraba el rostro del cancerbero al de un instruido oficial de apariencia comprensiva y amable. La estrategia de este «distinto o diferente» funcionario de la DINA, a veces, culminaba en una suerte de transacción implícitamente pseudopactada o derechamente acordada entre las partes, al modo de trueque. El comandante Espinoza en algunos casos lograba obtener cierto grado de «colaboración» por parte del prisionero, mientras que este último, sin perder su condición de tal, accedía a ciertos privilegios dentro del centro de detención; y, desde su misérrima condición de cautivo, comenzaba a alimentar tenues esperanzas de mejorar su situación a partir de ese acercamiento con nada menos que el comandante del recinto, quien, para su sorpresa, se le mostraba como un sujeto sencillo, juicioso y dialogante. En suma, el comandante de dicha prisión militar se presentaba bajo la semblanza de una persona bienintencionada que, en los hechos, disfrazaba un proceder manipulativo e instrumental, por lo demás, en un contexto en el cual el control absoluto de la situación siempre se encontraba de su lado: «la sartén por el mango». Y así en más, esa interacción de aparentes características paritarias y justas terminaba por transformarse en un instrumento útil para quien gozaba del monopolio del poder. Una vez instalada una suerte de relación negociadora, él se reservaba el momento oportuno para «levantar la apuesta», lanzando una «tentadora» oferta para el detenido: una invitación que iba desde recibir un trato preferencialmente diferente a cambio de «cooperar con el enemigo» hasta derechamente «pasarse a integrar sus filas». El golpe final de esa estrategia se consagraba cuando el prisionero o la prisionera se pasaban al campo contrario y terminaban incorporándose a la Dirección de Inteligencia Nacional130. Alternativamente, también podían transarse beneficios durante la permanencia en el recinto por la calidad de la información aportada por el prisionero, vale decir, una suerte de espía infiltrado entre los demás detenidos.

Este marco contextual de corte perverso podía, en ciertos casos, generar confusión en ciertos prisioneros que comenzaban a experimentar ese «acercamiento» como una señal de «franco gesto» por parte del enemigo, quien, en apariencia, genuinamente deseaba prestarle atención para saber acerca de él y sus problemas. Lo anterior, teniendo presente que el prisionero se encontraba fuera de toda posición de fuerza para negociar nada. También podía darse el caso de que un detenido, genuinamente, intentara «bluffear» o simular que entraba en una suerte de colaboración con el enemigo, siguiéndole el juego al comandante del cuartel «Terranova» mediante engaños, arriesgando ser descubierto y pagar un alto costo, como ser entregado a los verdugos para «ser ablandado» e incluso terminar «desaparecido».

Desde la óptica de Pedro Espinoza, las entrevistas en su oficina representaban una oportunidad para «tantear» e intentar «pactar» acuerdos con ciertos detenidos y detenidas. En la práctica, a la larga, convertirlos en fuentes de información y colaboración.

Desde la óptica de Pedro Espinoza, las entrevistas en su oficina representaban una oportunidad para «tantear» e intentar «pactar» acuerdos con ciertos detenidos y detenidas. En la práctica, a la larga, convertirlos en fuentes de información y colaboración. El escenario al cual él intentaba llevar a ciertos prisioneros ya no correspondía al del interrogatorio en la sala de tortura, sino a un terreno donde la fuerza bruta y violencia del funcionario pasaban a ser reemplazadas por la inteligencia funcional en una suerte de proceso de seducción y manipulación. Una estrategia de exploración de potenciales vías que permitiesen ir extrayendo del prisionero información de valor hasta arribar a una suerte de transacción de carácter utilitario a mediano y largo plazo. La inteligencia racional puesta al servicio de la inteligencia militar. La manipulación bajo ropajes de un acercamiento sincero y comprensivo para con quienes se encontraban en una situación de miserable privación absoluta. Un interrogatorio disfrazado de franqueza y amabilidad con apariencia de diálogo entre iguales, tras el cual se ocultaba una intención al servicio de objetivos político-militares. Así, de ese modo poder ir obteniendo información a entrecruzar con la obtenida por las vías del sufrimiento; vale decir, con el fin de ir debilitando y derribando las coartadas aportadas por quienes, en sectores aledaños a las dependencias del comandante del cuartel, resistían mientras yacían sujetos a camastros-parrillas o colgados en el «pau de arara», recibiendo todo tipo de tormentos.

Un proceso pausado, meditado y persistente a fin de, pacientemente, ir explorando los puntos débiles donde ir pulsando cuerdas sensibles en el prisionero o la prisionera. Un encuentro privado con atisbos de privilegios para el detenido, acompañado de un diálogo personalizado en el cual éste experimentaba un trato de respeto y deferente por parte del mismísimo comandante del cuartel. Un trato especial con aroma de beneficios que a mediano plazo podría traducirse en un trato diferenciado, por no decir de privilegio respecto del resto de los detenidos.

¿Equivalía aquello a transar el alma con el diablo? En ciertos casos existieron actos de franca traición para con los principios, en donde ciertos prisioneros políticos pasaban a transformarse, derechamente, en agentes colaboradores de la DINA, producto de aquellos «diálogos» con el comandante de «Villa Grimaldi». Empero, se corría el riesgo de una vez «exprimido» también ser «desechado», mediante la ejecución y «desaparición» como destino final o, con mejor suerte, ser trasladado provisoriamente hasta un centro penitenciario público desde donde luego ser liberado o enviado al exilio.

Suponemos que el explorar en ciertos detenidos seleccionados, quienes bajo pésimas condiciones higiénicas, mal alimentados y habiendo pasado por la experiencia de la tortura, y para entonces quizás desesperanzados y bajo tal estado de necesidad, el poder detectar eventuales puntos sensibles y susceptibles de ser presionados, con el fin de ser manipulados o convencidos para ser reclutados como ayudistas o colaboradores infiltrados.

En suma, ¿cuál sería el propósito tras esta estrategia del «comandante Rodrigo»? Suponemos que el explorar en ciertos detenidos seleccionados, quienes bajo pésimas condiciones higiénicas, mal alimentados y habiendo pasado por la experiencia de la tortura, y para entonces quizás desesperanzados y bajo tal estado de necesidad, el poder detectar eventuales puntos sensibles y susceptibles de ser presionados, con el fin de ser manipulados o convencidos para ser reclutados como ayudistas o colaboradores infiltrados. Un frío y calculador proceder que, cuidadosamente ejecutado, a la larga también podía generar una suerte de confusión «esperanzadora» en ciertos prisioneros. En tal condición de indefensión y desprotección total, la aproximación de Pedro Espinoza podía ser recibida y experimentada como un gesto de genuino y comprensivo interés y escucha, y aventar peregrinas esperanzas de terminar con el calvario o, al menos, mitigarlo y obtener un alivio transitorio.

Desde la perspectiva del mayor Pedro Espinoza, de algún modo él proponía una transacción, si bien bajo condiciones desiguales, que igualmente venía a constituir una especie de acuerdo entre «negociadores», en el cual ambas partes obtenían algún beneficio o ganancia. Tampoco constituía un franco engaño o fraude, dado que él mantendría lo acordado o pactado a sabiendas de que, si bien aquello era asimétricamente favorable para sí, sin embargo, al ser respetado podía ir generando en el interlocutor una percepción de confianza hasta terminar entendiendo que con el enemigo también era posible entablar «pactos de caballeros o de palabra». Fenomenológicamente, corresponde a un proceder distinto al de carácter manipulativo que, esencialmente, conlleva de forma subrepticia el franco engaño y trampa. Aquí, por el contrario, se «jugaba con los naipes sobre la mesa y a la vista», aunque el reparto de las cartas siempre favorecía a quien las barajaba. Precisamente, este modo de abordar a ciertos prisioneros tornaba al comandante del cuartel «Villa Grimaldi» en un sujeto de mayor cuidado, desde el punto de vista de la seguridad de la organización a la cual pertenecía el detenido «entrevistado». Pedro Espinoza, por lo demás, cumplía su parte del trato y, en consecuencia, se presentaba y actuaba como un hombre de palabra. Es más, si se daba el caso de que el «escogido» o «escogida» mostrara fisuras personales e ideológicas, existían chances de que hasta pudiese «pasarse a las filas del enemigo», asunto que el comandante de «Villa Grimaldi» se encargaba de concretar.

Desde la perspectiva del mayor Pedro Espinoza, de algún modo él proponía una transacción, si bien bajo condiciones desiguales, que igualmente venía a constituir una especie de acuerdo entre «negociadores», en el cual ambas partes obtenían algún beneficio o ganancia.

En suma, el mayor Pedro Espinoza percibía y valoraba al «prisionero enemigo» en tanto potencial fuente de insumos útiles para las tareas de rastreo, vigilancia, persecución, desarticulación y destrucción de la organización enemiga. De esa forma, los tradicionales métodos de ejecutar la función del interrogatorio del enemigo prisionero adquiría un valor relativo, importando, en último término, el producto final. Por sobre todo importaba la cantidad y la calidad de la información, y pasaba a segundo plano la forma de obtenerla. En este caso, la información no se extraía bajo coacción sino era entregada motu proprio por el prisionero. Esta peculiar forma de visualizar e implementar la tarea de obtención de información del enemigo, además de una lógica y diseño notable, presuponía que el interrogador-torturador era sustituido por un entrevistador que contaba de particulares características, a saber, racionalidad, autocontrol y paciencia, las cuales, en el caso de Pedro Espinoza, se afianzaban en su caracterológica frialdad de ánimo. Nada de enojarse ni impacientarse; había que saber conservar la calma, mostrar paciencia y mantener la concentración a fin de, pacientemente, ir sonsacando y ahondando en la información que fuera aportando el entrevistado para gradualmente irla complementando y enriqueciendo con otras fuentes colaterales. En este tipo de estrategia, la condición de prisionero tampoco cambiaba, vale decir, éste permanecía despersonalizado y cosificado, anulado en su condición de sujeto y simplemente percibido como mera y potencial fuente de información. Mientras tanto, Espinoza se encargaba de ir explorando estrategias y vías que permitiesen abrir canales que proveyeran de mejor manera, en cantidad y calidad, aquello que se deseaba obtener; es decir, valiosa información acerca del enemigo. Para este oficial de Ejército experto en inteligencia militar, la información acerca del enemigo tenía un valor inestimable. Nada se sacaba con masacrar en vida al prisionero en la sala de tortura si ello no aportaba réditos importantes para los objetivos de inteligencia militar.

El binomio torturador-torturado conforma, dinámicamente, un particular modo de interacción entre dos sujetos que, por definición y en esencia, es absolutamente desigual. Y se caracteriza por el sometimiento del segundo al primero con la imposibilidad en ambos de poder reconocerse como iguales o pares. Pero ¿qué proponía el mayor Espinoza a los prisioneros con esta novedosa y particular transacción de marras? Pues que, aun conservando la asimetría del binomio aprehensor-detenido, también era posible someterla a un aggiornamento, al modo de una figura pseudoparitaria a partir de la cual se pueden «negociar» espacios de mejora bajo condiciones de detención a cambio de información relevante respecto de la organización política proscrita de la cual se es militante. Así, se desdibuja y disfraza el clásico interrogatorio del prisionero mediante una especie de «entrevista de negociación en ciertos asuntos entre dos enemigos con ideologías contrarias», mediante la cual ambos se comprometen a cumplir con lo pactado en dicha transacción, de manera tal que el prisionero no lo experimenta como un acto de franca delación o traición, dado que él puede «decidir y elegir», ya no bajo presión respecto de «qué decir y qué guardarse», y quedarse con la sensación de que puede selectivamente aportar información menor o secundaria sin necesariamente entregar nombres ni estructuras importantes de la organización política.

En suma, el mayor Pedro Espinoza percibía y valoraba al «prisionero enemigo» en tanto potencial fuente de insumos útiles para las tareas de rastreo, vigilancia, persecución, desarticulación y destrucción de la organización enemiga.

Otro aspecto para destacar de este particular tipo de transacción lo constituye el hecho de que, esta vez, el prisionero se siente tratado por su captor como un enemigo respetado en sus principios, al margen de las profundas diferencias ideológicas que los separan. Dos adversarios en una especie de trato en el cual se respetan y cumplen con lo pactado. Empero, en realidad corresponde un «pseudopacto entre caballeros», en el cual quien «mantiene el sartén por el mango» se ocupa de modo manipulativo de ir creando una suerte de ambiente de confianza y distensión, de manera tal que el detenido comienza a «bajar la guardia» ante quien se muestra como un caballero de palabra y con respeto por el otro; muy distinto a aquellos despiadados funcionarios que lo han mantenido por semanas sometido a un bestial trato en la sala de torturas. Lo quiera o no, el detenido arriesga ir forjando una suerte de vínculo entre él y este carcelero diferente. Inconscientemente va «bajando la guardia» frente a un oficial experto en inteligencia que bien conoce cómo sacar provecho de aquello. El prisionero o prisionera, posiblemente terminaría pensando igual que como lo expresa una detenida en «Villa Grimaldi»: «Nunca me imaginaría a Pedro Espinoza torturando, es como si fueran dos personas… ». Este escenario ilustra y corresponde a un contexto relacional asimétrico que genera confusión en quien no tiene el control de la relación y, además, alberga una honda y urgente necesidad de aferrarse a algo o alguien que le provea esperanzas o, al menos, respiros de tranquilidad; y que en su condición de prisionero-torturado se le aminoren sus sentimientos de inseguridad ante un futuro incierto dentro de ese recinto.

Hasta aquí, los rasgos esenciales de la personalidad de Pedro Espinoza Bravo: predominio de la racionalidad, férreo autocontrol emocional y de los afectos, y un pragmatismo de corte funcionalefectista como estilo de vida.

Un estratega experto en inteligencia militar

Aquel frío racionalismo distanciado de cualquier atisbo de emocionalidad con la imposibilidad de reconocer al otro, enemigo y enemiga, en tanto persona, sino simplemente como un objeto a neutralizar, manipular o anular. Y a su vez, la capacidad de acercarse a la persona del prisionero a fin de estudiarlo, conocerlo en su modo de razonar y rastrear sus necesidades para poder pulsar sus puntos débiles. Estos dos aspectos de la persona de Pedro Espinoza conformaron a un particular y calculador estratega. Todas facetas suyas que contribuyeron a conformar una particular organización mental desde donde estudiar, analizar, planificar, organizar, desarrollar y, en buenas cuentas, imaginar y diseñar tareas de inteligencia. Operativos tácticos situados dentro de una perspectiva estratégica en un escenario bélico, al modo de una suerte de videojuego o tablero de ajedrez. En consecuencia, tratar simplemente de saber avanzar y posicionar a los peones; de ser necesario, sacrificar a algún alfil o torre para dar el jaque mate; pulsar el botón del joystick las veces que fuese necesario para, una vez ganada la partida o superada la etapa, pasar a la siguiente. Fue así como trasladaba la realidad a una pizarra o pantalla donde los actores de ese contexto bélico, las fuerzas propias y contrarias, amigos y enemigos, esta vez adquirían la categoría de simples «piezas» representadas en un campo virtual, en donde su importancia radicaba en función de los objetivos de inteligencia trazados. Hombres y mujeres identificados como enemigos pasaban a constituirse en simples piezas insertas en un escenario de confrontación donde debían indistintamente ser neutralizadas y destruidas en aquella cruzada contra el Mal. La cosificación y deshumanización del enemigo emergía como una consecuencia lógica y, por tanto, carecía de toda relevancia el «quién» y de «qué manera», solamente importaban los resultados de la misión en función de identificar y destruir el objetivo. Lo anterior tampoco se contraponía con las prácticas de tortura, sino, por el contrario, se complementaban. Destruir estructuras partidarias y capturar enemigos. Obtener de los prisioneros información de utilidad para el desarrollo de estrategias nuevas. Detectar y atacar nuevos objetivos enemigos para destruirlos y capturar más prisioneros, etcétera. Las tareas se concentraban en el análisis de la situación político-militar del país, la fijación y planificación de objetivos tácticos y estratégicos, el diseño de misiones y operativos y su ejecución, y la evaluación de estos últimos para pasar nuevamente al primer estadio.

Aquel frío racionalismo distanciado de cualquier atisbo de emocionalidad con la imposibilidad de reconocer al otro, enemigo y enemiga, en tanto persona, sino simplemente como un objeto a neutralizar, manipular o anular. Y a su vez, la capacidad de acercarse a la persona del prisionero a fin de estudiarlo, conocerlo en su modo de razonar y rastrear sus necesidades para poder pulsar sus puntos débiles. Estos dos aspectos de la persona de Pedro Espinoza conformaron a un particular y calculador estratega.

Ya sabemos que el comandante del cuartel de «Villa Grimaldi» no desechó ninguna forma o camino que pudiese aportar a la obtención de información de alto valor táctico-estratégico militar. Y mientras estuvo bajo su dirección, allí se aplicaron sistemática y permanentemente diversas y perversas formas de tormentos, así como ejecuciones y operativos de desaparición de personas. Pero era otro el escenario que él, personalmente, prefería y lo apasionaba. El trabajo de análisis de inteligencia y planificación estratégica fue la pasión de este oficial de Ejército. El área de inteligencia militar muy por sobre aquellas mecánicas y rutinarias sesiones que se desarrollaban, día y noche, en las salas de torturas de «Villa Grimaldi».

El mayor Espinoza fue más bien un hombre dado a las reuniones de coyuntura política, donde debía analizar y revisar los objetivos tácticos y estratégicos; lineamientos de los cuales derivarían las tareas operativas a fijar. Dejó la ejecución de las acciones a los grupos operativos integrados por soldados, en manos de oficiales de características distintas a las suyas. Él se abocó al análisis de información que diariamente era recolectada a partir de inhumanos interrogatorios de prisioneros y de documentos políticos confiscados en allanamientos a casas clandestinas de seguridad. Posiblemente, debe haber evitado, en lo posible, las salas de torturas, no porque le provocaran rechazo, sino porque consideraba a dicha tarea tan tosca como bruta, una que cualquiera podía realizar y que estaba relegada a los «torturadores». Por el contrario, para él las tareas de inteligencia militar, con su potencial político-estratégico, eran resorte de unos pocos, entre quienes se incluía y destacaba. Seguramente, menospreciaba la mediocridad e ignorancia y, por contraparte, valoraba y guardaba respeto por el ejercicio de razonar y analizar en función de objetivos político-militares. En suma, el análisis científicamente afianzado por sobre el empirismo y la improvisación.

La doctrina personal en su cotidiana e incansable labor en la DINA fue el de un racionalismo despojado de cualquier atisbo de sentimiento o consideración para con los prisioneros y prisioneras. Los detenidos y detenidas eran asimilados como piezas de engranaje, insertos en una estructura orgánica política enemiga a la cual había que desarticular y destruir. Los efectos de la tortura los entendía como un efecto colateral inevitable pero necesario, que a larga terminaba prestando utilidad siempre y cuando el direccionamiento del interrogatorio fuera el correcto, y sus frutos, táctica y estratégicamente, bien aplicados. Al prisionero no lo asimilaba ni le brindaba un trato acorde a la condición de persona, sino simplemente en tanto una pieza más dentro de un puzle que debía ser representado, estudiado, caracterizado e inserto dentro del organigrama de la estructura enemiga; sólo allí y entonces adquiría sentido y utilidad la figura de cada prisionero. De acuerdo con ese criterio se determinaba el trato a recibir en los interrogatorios, así como su destino final. Sin duda, para pararse de esa manera ante los prisioneros políticos, había que suspender o, simplemente, carecer de sentimientos y emocionalidad. Ello permitía cosificar al semejante, vale decir, dejar de percibirlo como tal; ya no como un sujeto con toda su humanidad, sino como un mero objeto-enemigo y potencial fuente de información. Cualquier atisbo de sentimentalismo podía comprometer la objetividad en el desarrollo de las tareas de inteligencia.

La doctrina personal en su cotidiana e incansable labor en la DINA fue el de un racionalismo despojado de cualquier atisbo de sentimiento o consideración para con los prisioneros y prisioneras. Los detenidos y detenidas eran asimilados como piezas de engranaje, insertos en una estructura orgánica política enemiga a la cual había que desarticular y destruir.

La obediencia y acatamiento del orden jerárquico cuadraban con y reflejaron, fielmente, su modo de ser obsesivo o anancástico131 de ser. Pedro Espinoza fue un oficial de inteligencia eminentemente racional, distanciado y desdoblado de los sentimientos y cualesquiera asuntos personales que pudiesen interferir con la objetividad requerida a la hora de analizar y tomar decisiones respecto de la marcha de «la guerra antisubversiva» que libraba contra el enemigo. Un oficial de Ejército profesionalmente apegado al cumplimiento del deber, acorde al cargo y función que ocupaba dentro de la orgánica de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

Los rasgos obsesivos o anancásticos de personalidad de Pedro Espinoza estuvieron presentes en su estilo ordenado, estructurado, organizado, prolijo, responsable y ajustado a las normas. Se pudo apreciar la predominancia del raciocinio y apego al orden y ceñimiento al deber, quedando paralelamente relegado a un segundo plano el reconocimiento del enemigo en tanto sujeto, así como cualquier cuestionamiento moral y ético de una orden emitida por un superior jerárquico132. En dicho contexto se produce el fenómeno denominado despersonalización y/o desubjetivación de los prisioneros en tanto sujetos: en palabras sencillas, ese «Otro» clasificado ahora como el «Enemigo» sólo pasaba a figurar en importancia en tanto potencial fuente de información. Estamos frente a un bloqueo de toda sensibilidad o empatía que, a su vez, se acompaña de una férrea racionalidad incompatible con cualquier atisbo de sentimentalismo o consideración para con el Otro133.

Para él, el deber bien cumplido constituía un desafío y meta diaria, en función de los objetivos estratégicos y tácticos trazados. Los buenos resultados se anteponían a los sacrificios de vidas humanas134 y a cualquier otro efecto o consecuencia colateral, interpretados como costos inevitables y necesarios para los fines últimos en aquella guerra que se estaba librando contra un enemigo interno infiltrado en el país. Del lado contrario, no existían personas, sino categorías de enemigos según grado y cargo que ocupaban en la orgánica partidaria correspondiente. Y, por ende, del prisionero importaban esencialmente su potencial utilidad y provecho a obtener de él o ella, en función de los objetivos de inteligencia trazados. Todo lo cual nos retrae a lo señalado por la destacada filósofa de origen judío, Hannah Arendt135, cuando se refirió a la persona del teniente coronel de las SS nazi Adolf Eichmann, en el juicio al que fue sometido en Jerusalén en 1961.

Los buenos resultados se anteponían a los sacrificios de vidas humanas.

¿Qué características destacaron a la persona del excomandante del cuartel «Terranova» y exdirector de Operaciones de Inteligencia de la DINA?

Pues, el absoluto sentido de la obediencia debida ante figuras de autoridad, una dogmática autodisciplina y un ciego acatamiento y observancia de las normas y códigos castrenses institucionales. Ni menosprecio, regocijo o satisfacción por los mutilados cuerpos de los prisioneros y las secuelas personales o de sus familias. Ante todo, primó la indiferencia emocional de la mano de la satisfacción por el deber cumplido.

De otra parte, tampoco se pesquisaron en Pedro Espinoza indicadores de sadismo, sino más bien una desconexión entre los sentimientos y los efectos por las órdenes impartidas por él mismo. Un distanciamiento emocional sin experimentación de pesar ni autocuestionamientos por los daños directos o colaterales causados al «enemigo». Este, así como su entorno sociofamiliar, no pasaban de ser objetivos militares sobre los cuales operar en el escenario de una guerra patriótica que se libraba contra un enemigo infiltrado en territorio nacional.

Pedro Espinoza Bravo aceptó, y en parte asumió, su responsabilidad –nos atreveríamos a afirmar que con tranquilidad y hasta satisfacción en su fuero interno– respecto de las misiones que le fueron ordenadas y cumplió satisfactoriamente. Fue un soldado disciplinado y eficiente, apegado al orden y el cabal cumplimiento de las órdenes que le fueran impartidas, prolijo y riguroso en su desempeño profesional, meticuloso a la hora de ejecutar sus tareas de inteligencia, responsable de las misiones asignadas, etc. Todas las anteriores fueron fiel expresión del tipo de oficial de inteligencia militar que demostró ser en los distintos cargos que ocupó dentro de la DINA.

Los rasgos de personalidad de este oficial de Ejército se superpusieron y, a su vez, potenciaron las características propias de la profesión militar, conformando un modo de ser aplicado al trabajo y sustentado en valores como la eficiencia y obtención de resultados. Un sujeto altamente laborioso y productivo que, en el contexto de una «guerra sucia» llevada en contra de un «enemigo interno», tuvo por resultado una dilatada estela de violaciones de derechos humanos como nunca registrados en los dos siglos de historia del país; y que él consideró como los «costos de una guerra patriótica».

En el caso del coronel Pedro Espinoza Bravo, a nuestro juicio resulta improbable pensar en él algún nivel de autocuestionamiento, dado que, en atención a su formación profesional e ideológica, siempre estuvo plenamente consciente y convencido de que lo obrado fue por el bien de la patria, y que él, llanamente, se abocó a cumplir con abnegación su deber de soldado. Para él la tortura mantuvo validez a partir de su concepción ideológica producto de su formación y especialización en inteligencia militar, y la sustentó, validó e implementó sin autocuestionamientos, dudas o arrepentimiento.

Pedro Espinoza Bravo aceptó, y en parte asumió, su responsabilidad –nos atreveríamos a afirmar que con tranquilidad y hasta satisfacción en su fuero interno– respecto de las misiones que le fueron ordenadas y cumplió satisfactoriamente.

El rol del adoctrinamiento político-militar136, a nuestro juicio, constituyó en este caso un factor relevante en la función de torturador. Por su parte, los rasgos de personalidad solamente le imprimieron un sello distintivo al modo en que entendió su participación en aquella especie de «cruzada contra los infieles». Sus características de apego al orden, disciplina y obediencia debida, sumadas al frío raciocinio desprovisto de contemplación al momento de cumplir con el deber, lo condicionaron y permitieron distanciarse sin involucrarse emocionalmente al momento de impartir órdenes o participar en la planificación y desarrollo de cruentos crímenes de lesa humanidad.

Si bien, habitualmente, no solía frecuentar los cuartos de tortura, sí ocupó cargos de alta responsabilidad en la DINA. Parafraseando a Hannah Arendt, a él, por tanto, le cupo mayor responsabilidad que a los ejecutores materiales por los crímenes de lesa humanidad cometidos, en atención a los altos cargos que supo ocupar en la DINA, un organismo responsable del diseño, planificación, organización y ejecución de un plan político-militar que significó, entre otros, la tortura, ejecución y desaparición de decenas de miles de personas.

Su caída y el fin de su carrera militar, así como la de su jefe, el coronel Manuel Contreras, se debió probablemente a uno de los pocos sino único error que cometió en toda su brillante carrera. En los preparativos del atentado criminal en contra el excanciller Orlando Letelier, envió a la Embajada de los Estados Unidos en Asunción, Paraguay, a sus agentes Townley y Fernández Larios a fin de obtener visados oficiales para ellos, haciéndose pasar con identidades falsas y como ciudadanos de ese mediterráneo país. Cometieron el error de confesarle al diplomático norteamericano que en realidad no eran ciudadanos paraguayos y, entonces, ante la negativa de la autoridad consular de hacerse partícipe de dicha irregularidad, fanfarronamente le manifestaron que se lo habían contado por amistad y que no había necesidad de hacerlo, ya que en las semanas entrantes sus pasaportes perfectamente podrían llegar confundidos con otros paraguayos, sin comunicárselo. Este, más adelante con los años, le manifestaría al periodista del diario El Mercurio Mauricio Carvallo: «Entonces, decidí dar las visas, pero tomé copias de las fotografías de los pasaportes y envíe esa información a Washington». Esta última diligencia, aparentemente burocrática y sin relevancia, más adelante le permitiría a la Federal Bureau of Investigation (FBI) identificar a los agentes de la DINA Michael Townley y Armando Fernández Larios cuando, bajo las falsas identidades de Juan William Rose y Alejandro Romeral Jara, respectivamente, ingresaron a los Estados Unidos poco antes de la fecha del atentado en el Sheridan Circle. Sus rostros en las fotografías de los pasaportes falsos los delataron. En materias de inteligencia los errores se pagan caro, y en este caso se trató de un hecho que le costó, entre otros, al brigadier (R) Pedro Espinoza Bravo no alcanzar el ansiado y máximo galardón en el escalafón militar.

Pedro Espinoza, en su momento, probablemente fue uno de los funcionarios de la DINA más capacitados y experimentados en el área de su especialidad militar, tarea que asumió con riguroso profesionalismo. En ello se distinguió respecto de otros agentes de la DINA más inclinados a la mera y brutal tarea de detener, interrogar bajo tortura, ejecutar y hacer desaparecer prisioneros137.

En el caso del coronel Pedro Espinoza Bravo, a nuestro juicio resulta improbable pensar en él algún nivel de autocuestionamiento, dado que, en atención a su formación profesional e ideológica, siempre estuvo plenamente consciente y convencido de que lo obrado fue por el bien de la patria, y que él, llanamente, se abocó a cumplir con abnegación su deber de soldado.

Espinoza Bravo entendió y practicó su especialidad militar como el arte y la ciencia de neutralizar, desarticular y aniquilar, no sólo físicamente, al enemigo marxista; también tenía conocimiento y supo utilizar estrategias psicológicas a fin de provocar desconcierto, confusión y desmoralización en el enemigo. Concebía que toda acción militar debía estar sustentada en una hipótesis de inteligencia a partir de un análisis de las características propias del enemigo y de la situación coyuntural político-militar. De allí que resulta plausible especular que Pedro Espinoza Bravo, posiblemente, se habría sentido más a gusto bajo las órdenes de quien vino a suplir a su jefe cuando la DINA fue disuelta; a saber, el general (R) Odlanier Mena, quien le imprimió a la Central Nacional de Inteligencia (CNI) un sello diferente al de su antecesora.

Es ilustrativo lo manifestado en una entrevista a un medio de comunicación por un dirigente del MIR, de nombre político «Jacinto», y nos hace pensar en lo anterior. Éste señaló de modo autocrítico al periodista lo siguiente: «Nosotros no nos dimos cuenta cómo la represión nos fue llevando a una guerra de aparatos, donde teníamos todas las de perder porque éramos más débiles que la CNI. En ese sentido, la CNI fue más hábil que la DINA. La DINA asesinó a nuestros hombres de la manera más brutal, pero la CNI nos liquidó con menos tiros y menos torturas, nos infiltró. Así, cuando caíamos, ya sabían todo. Nos tenían absolutamente chequeados desde meses antes. Sabían de cada una de nuestras relaciones, de nuestras acciones y nos dejaban hacerlas hasta que caían sobre nosotros sin que nos hubiéramos dado cuenta (…) Así fuimos cayendo algunos y otros fueron asesinados fríamente. Eso nos fue destruyendo en un mar de desconfianzas. ¿Por qué unos éramos asesinados y otros quedábamos vivos? Esa fue la mejor tarea de la CNI, destruirnos totalmente por la vía de las desconfianzas»138.

Posiblemente, Pedro Espinoza compartiría los contenidos de este comentario, puesto que cuando aún se desempeñaba en la DINA, luego del montaje televisivo de la conferencia pública del MIR que él dirigió, manifestó con satisfacción que por fin se «comenzaba a realizar un trabajo de inteligencia en serio» en la DINA.

El destino lo situó en un momento político dado cuando, según fuentes, el general Augusto Pinochet se encontraba obsesionado con la eliminación del excanciller Orlando Letelier y le ordenó a Manuel Contreras dicha misión. Las declaraciones prestadas ante la justicia norteamericana por los exagentes de la DINA Michael Townley y el oficial de Ejército Armando Fernández Larios, dejarían de manifiesto a los autores intelectuales y cursores de ese doble crimen, cuyos coletazos terminarían sellando la suerte de la DINA y con ello la ascendente carrera de Pedro Espinoza Bravo.

127 La planta funcionaria de «Villa Grimaldi» empero no estuvo totalmente diferenciada en cuanto a funciones y tareas, ya que hubo oficiales de Ejército que, además del análisis de inteligencia, participaban activamente en la detención e interrogatorio bajo tortura de los prisioneros.

128 Los registros acerca del comportamiento de quienes formaron parte de la estructura de la DINA, en general, fueron posibles de ser recopilados por los testimonios entregados por los detenidos sobrevivientes, puesto que los códigos de silencio al interior de las instituciones castrenses constituyen la regla.

129 Baste con recordar las labores de inteligencia que Pedro Espinoza desarrolló en la «Caravana de la Muerte» cuando disfrazado, de un pobre marginal, entabló conversaciones mezclado entre la gente.

130 Los casos más connotados fueron los de dos militantes miristas y una socialista que terminaron siendo contratadas a sueldo como funcionarias de la DINA.

131 En la clasificación psiquiátrica actual de trastornos de la personalidad ambas son expresiones equivalentes y utilizadas indistintamente.

132 Además de los rasgos de personalidad, influyó en su actuar como oficial de la DINA el adoctrinamiento político militar y convicciones ideológicas personales.

133 Lo anterior no es excluyente de manifestaciones afectivas en otros ámbitos de la vida como el familiar. El ser humano es capaz de disociarse, es decir, desdoblarse en una suerte de dos personas distintas. Empero no es ni ha sido objeto de este libro indagar en la vida privada de las personas aquí estudiadas.

134 Por supuesto, en referencia a bajas del enemigo, aunque también se consideraba como fracaso aquellos casos de bajas de dirigentes con cargos importantes en la estructura partidaria sin haber antes podido obtener valiosa información de ellos.

135 La Dra. Paz Rojas Baeza, médico psiquiatra, emitió una interesante opinión en ese sentido respecto del brigadier Pedro Espinoza Bravo. Véase Baeza, P. (2009) La interminable ausencia. Estudio médico, psicológico y político de la desaparición forzada de personas. Santiago: LOM ediciones.

136 Este no fue el único factor ni tampoco justifica las acciones en las cuales los agentes de la DINA incurrieron.

137 El capitán de Ejército Marcelo Moren Brito, de quien existen testimonios de que participaba en sesiones de tortura, suplantó a Pedro Espinoza como comandante del cuartel «Terranova» cuando este ascendió en la DINA.

138 Entrevista del ex militante del MIR Raúl Castro Montanare, nombre político «Jacinto», mencionada por la periodista Nancy Guzmán Jasmen.

 

A partir de material de archivo y testimonios recogidos de primera mano, el autor muestra cómo la selección de los agentes de este perverso organismo de ninguna manera fue azarosa. Publicado durante 2023, este libro es una de las novedades de LOM y se puede adquirir en el siguiente enlace

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Muchas gracias

"la tortura y el torturador" extracto que estan publicando, no siquiera se puede leer un a linea que pasa? attre jcj

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